julio de 2024 - VIII Año

‘La densidad de los números’, de Luis Ramos de la Torre

La densidad de los números
Luis Ramos de la Torre

Madrid, Lastura, 2023

Desarraigarse del peso calculador de la existencia, apostar por alejarse del control de los algoritmos y mantener un posicionamiento del lector en busca de lo esencialmente humano, siempre en aras de la libertad son los preceptos del hermoso libro de poemas de Luis Ramos de la Torre, La densidad de los números, finalista del Premio Loewe de Poesía 2021(Lastura).

Después de los poemarios, Lo lento, El dilema del aire, Urgencia de lo minucioso, Mientras pueda decir o La serena estrategia de la luz, entre otros, brota una nueva amanecida, La densidad de los números, que guarda estrecha relación semántica y estilística con algunos de los títulos mencionados.

Además, el autor zamorano cultiva el ensayo, los relatos, y la canción, con la grabación de dos discos. De esos trabajos cabe mencionar su pasión desprendida y de justicia, dicho sea de paso– por el mantenimiento y la reflexión de la obra de Claudio Rodríguez, uno de los poetas de la luz.

Concebido como un discurso sereno sin tramos ni cortapisas, Ramos de la Torre, fiel a la composición de algunos de los anteriores libros establece el título al final entre paréntesis, tal vez para que no ejerza la fuerza desviadora sobre el lector, persuadiéndolo. Dispuestos los títulos al final del poema, posibilita una vuelta, otra lectura; asimismo se vinculan desde su nominalización a conceptos empleados por Ramos de la Torre en anteriores entregas, tales como: la luz, la claridad, la libertad, la materia, el amor.

El conjunto previamente introducido por tres citas (R. Char, C. Maillard y J. M. Esquirol), nos ponen en la pista de una reflexión serena de la esencia. Sugiere la presencia de algo extraño que contamina la existencia misma: el cálculo numérico. Bien entendido, la crítica está servida: los números forman una capa donde nos alejan ver el bosque.

No podía comenzar mejor a alimentar la tesis, la sobrevaloración de lo matérico sobre lo realmente natural: “ALZA su identidad / entre el disfraz de lo distinto la materia / y se deja contar, hacerse cómputo”. Unos versos después, bajo la cadencia del ritmo endecasilábico, se lee: “Arde la vida, / se ofrece y se desvive / por darse, por vibrar, es su respuesta”.

La necesidad de fluir del ser es uno de los axiomas vitales que Ramos de la Torre imprime en sus poemas. Paralelamente, los poemas alcanzan una dimensión metaliteraria, pues no sólo el grado de perplejidad es confiado a la mirada sino al estado alerta de la creación poética: “Y en el taller del cómputo / arde sin prisa la palabra. / Es el oficio, / el deseo que aún está llamando, / y te dejas llevar entre las cosas”.

Ese mismo grado de atención a lo que nos rodea se manifiesta libre de insinuaciones: “ALZAR la vista, / el ojo abierto que convoca, / la palabra, / […] Hay una mínima alusión que ronda el eco”.

El poeta zamorano, bien asimilada la poética uno de sus maestros, Claudio Rodríguez, se concentra en la limpieza de la mirada y en lo verdadero, al cabo se inclina por lo esencial de la existencia del ser. Y lo hace mediante un lenguaje nada complicado, porque el poema para Ramos de la Torre es una aspiración comunicativa. No se confunda con la palabra simple: bajo los breves poemas de La densidad de los números late todo un aparato retórico decantado. Ello no quita que asomen alguna que otra metáfora visionaria del tipo: “El miedo es el recuerdo que durmió en su huella”; “El tiempo delator decanta el ruido, / la alta melodía, / la melancolía / de un piano aliñando el jazz y el sueño”. La habilidad del zamorano consiste precisamente en que apenas se nota, porque, además, es un cántico. De hecho, alcanza el cenit de su trabajo poético: disponer de melodías que comuniquen con diversas capas de un magnífico trabajo prosódico y retórico.

En la aspiración comunicativa, las composiciones no disponen del sujeto confesional, a lo sumo evocan un plural (nosotros); muchas se dirigen a una segunda persona en imperativo (“decid”, “deshaz”, “míralos”, “acuérdate”); y destaca en esta última entrega la impersonalidad (“hay”) combinada con las estructuras pasivo reflejas (“se fragua el liquen”; “se cruza una mirada”…). El poder definitorio del verbo ser es realmente interesante, porque funciona como acumulador de experiencia nominales. Destacadas por la energía que insuflan las nominalizaciones son sus tríadas: “Entre el misterio de las letras, / sin azar, / la sangre del lenguaje, / la densidad de los números”.

Por último, nos dejamos también envolver por este cántico que nos propone Luis en La densidad de los números: las composiciones reflejan de manera esplendorosa el canto a las palabras que fluyen como las actitudes de la vida que nos hacen ser. Valgan como muestra unos versos sesgados finales: “DARSE a la palabra que dilata su origen, / celebrarla y abrirla a la intemperie, / enfrentarla a su espejo, / retorcerla / para hacerla más fuerte, / para dale fulgor” (“la palabra”); “ASÍ el silencio, / libre ya de la voz, / entregado a la espuma de su mar, dándose” (“horizonte”).

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Escrito por

Archivo Entreletras

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