Montuno
Hernán Vargascarreño
Edición bilingüe Portugués-Español
Traducción de Patricia Franca
Ediciones Exilio (4ª edición, Colombia), 2025
HILOS DE OLVIDO
Las tres facetas básicas del perfil literario de Hernán Vargascarreño (Zapatoca, Colombia, 1960), como poeta, editor y traductor, han convertido al escritor en una personalidad representativa y reconocida en el espacio cultural latinoamericano. Creador e impulsor del catálogo editorial Exilio, poeta de obra amplia, representada en la antología No existe otra morada (2022) y traductor de magisterios como Edgar Lee Masters, Emily Dickinson, Fernando Pessoa o la premio nobel norteamericana Louise Glück, toda su obra expresa un enfoque personal, un trazado unitario y coherente.
Publicado por primera vez en 2016, Montuno hace del paisaje del oriente de Colombia un espacio telúrico. A través de la mirada indagatoria del testigo, el poema en prosa se convierte en estrategia enunciativa que concede un primer plano a la hendidura geográfica. En esa claridad difusa de la amanecida se encuentran los desniveles de la geología. Las alturas y barrancos casi rozan lo humano, son enclaves vivos, dispuestos a una convivencia atemporal. La montaña es la riqueza del pobre, la casa familiar de los jornaleros donde se va forjando la actitud de cada ser frente al tiempo. Sobran las palabras y hay que aprender a callar y a mirar las cosas que no existen.
Lejanía y soledad moldean una forma de ser, un estar que se apropia de los elementos del entorno que, de este modo, dejan de ser tangenciales, para convertirse en naturaleza del ser. Todo tiene la textura del sueño y una sosegada quietud atemporal. Así sucede con la pareja de ancianos que “todos los días se mueren, pero todos los días lo olvidan”; o con la floración hormonal de María Lucia, que contrapone la plenitud de su belleza solar con las manos agrietadas y sucias de sus hermanos y con el destino de los hombres destinados a perpetuar la pobreza, mientras ella sueña con la claridad auroral de otra existencia. Y así sucede también con otra gente que perpetúa sin queja tradiciones y costumbres, nieblas densas que borran las pisadas del tiempo.
En consonancia con los relatos de la vida rural, los días se suceden contaminados por un incierto fatalismo. Hay una violencia latente, un filo que destella e invita a probar la hombría, como si la muerte fuera un asunto menor. Un incidente hecho de olvido, cobijado en la polvareda del tiempo. La muerte también afecta a esa fauna dormida que, de un momento a otro, parece volver a la vida ante los ojos del niño. O recela sobre la presencia del asesino que a veces recuerda a esas existencias sin nadie del mexicano Juan Rulfo. Esta sensación también habita los renglones del texto “El silencio”.
La prosa poética de Montuno abre costuras a los géneros. Su escritura comparte la voz testimonial del poema enunciativo, que observa y describe; pero también recuerda en su cierre argumental la coda urgente del microrrelato.

El conjunto de textos se organiza en varios apartados. Al tramo inicial “Montuno”, le sigue “Caminos”, una sección que usa el formato convencional del poema breve. Desde la composición de apertura “La casa”, se refleja como realidad primaria del ser la temporalidad; estamos hechos de pérdidas sucesivas, de frágiles hilos de olvido. El horizonte deja caminos abiertos a los sentidos. Da testimonio de un orden geológico abandonado a su propio sueño, pero que se hermana con quien lo contempla de paso. Las montañas de Zapatoca adquieren vida; pasan al primer plano del poema para asentarse como acuarelas colgadas de la memoria, como recuerdos de un pasado pleno de personajes y vivencias.
El escenario narrativo tiene la piel del páramo y su belleza suspendida. Con la misma sensibilidad de vigilia nace el apartado “Páramos”. El territorio se hace ámbito de soledad. Es evocación interior, distancia y sombras de extrañeza. Su epidermis se asocia a los días de infancia, ese tiempo mágico donde se ve lo que no existe, y es ahora cansado, que siente en el cuerpo carencias y derrumbes.
El tiempo es tránsito. La última sección “Trenes soñados” asocia los parajes del corazón con el desplazamiento entre las vías y la sed de lejanías de quien recorre una distancia interior. El sujeto descubre una estación presentida, un tren que atraviesa los sueños, una línea imaginaria que enlaza pretérito y porvenir en un oscuro sitio, una grieta donde viven los sueños.
Hay en la poesía de Montuno una intensa coherencia, un pensamiento circular que se alimenta de la fusión entre entorno físico y sujeto. William Ospina sugiere que el libro gravita en una dramática intemporalidad humana. Los cimientos del yo conceden una dimensión emocional al territorio porque pone luz a los reflejos de la infancia e identifica al hombre con la naturaleza. Más allá de la simple descripción del lugar, recrea una cartografía que parece vivir retraída del mundo, empeñada en volver al útero materno y germinal.












