Trece escalones
Luis Ramos de la Torre
Plaquette de cine
Búho Búcaro Ediciones, 2025
De igual modo que las publicaciones al uso han tenido como fin promocionar autores noveles, además de los ya conocidos o consagrados —actualmente el mercado editorial posee un número de editoriales que sobrepasa al de cualquier época anterior—, siempre ha existido un canal underground a través del cual los escritores han dado a conocer sus trabajos. Gracias a la imprenta fue posible la impresión de un número de copias ilimitado de obras escritas, si bien suponía un coste y exigía de un proyecto bien estructurado por parte de autores, impresores y, en definitiva, editores. El abaratamiento de costes que supuso la invención de otras formas de impresión facilitó que determinados escritores divulgaran su trabajo de forma rápida y eficaz. Fue en el siglo XIX cuando surgieron en Francia las plaquettes o folletos a través de los cuales producir una serie de copias de una obra de corta extensión —no más de treinta páginas—, ya fueran cuentos o poemas. Una práctica rápidamente extendida a Latinoamérica o España, a través de la cual actualmente múltiples autores desconocidos o con una bibliografía ya conocida se encuentran dando a conocer sus trabajos menores —en tamaño, no en valor—.
Una de las editoriales actuales que sirve de plataforma para estos autores es Búho Búcaro Poesía, que acaba de dar a la imprenta su plaquette nº 55. Su autor, Luis Ramos de la Torre (Zamora, 1956) —al cual éste que aquí escribe ha reseñado obras poéticas notables como Mientras pueda decir (Baile del Sol, 2022), La serena estrategia de la luz (Lastura, 2023), La densidad de los números (Lastura, 2023) o Lo que funda el silencio (Lastura, 2024)— no es sólo poeta, sino que también ha mostrado su talento en el ámbito de la investigación —es Doctor en Filosofía y Miembro fundador del Seminario Permanente Claudio Rodríguez, además de experto en la obra del zamorano— y de la música —grabando discos como La canción que cantábamos juntos (Madrid, 2001), Por arroyo y senda (Madrid, 2003) o El aire de lo sencillo (Urueña, 2007)—. Esta nueva publicación en forma de plaquette tiene como tema el séptimo arte, el cual se hace patente desde su título, Trece escalones, en claro homenaje al mítico film del maestro del suspense Alfred Hitchcock 39 escalones (The 39 Steps, 1935). En este caso, el cambio del número se debe a los poemas incluidos en la publicación, los cuales articulan el discurso poético siguiendo el gusto cinéfilo del autor. Otro número, esta vez 66, es el de las páginas que ocupa esta obra. Más extensa que las plaquettes tradicionales, pero en cuyo contenido no sobra –ni falta— un carácter.
En el prólogo de la obra —realizado por la escritora y experta en cine Liliana Díaz Rodríguez—, además de realizarse una introducción a la personalidad poética de Ramos, se analiza el contenido de este poemario fílmico. Según sus palabras, el autor “despliega una mirada entrañable sobre mundos iluminados por el hechizo del cine, la memoria y la fascinación por las huellas de los fotogramas”. A lo largo del libro también encontraremos distintas frases de cineastas como Víctor Erice o Luis Buñuel, cuyo pensamiento sin duda ha influido al autor a la hora de llevar a cabo este poemario. En el primer caso, Erice se detiene en “la necesidad de ir al descubrimiento de lo que es sustancial en nuestra personalidad, de lo que configura el hecho de estar aquí”, algo que sin duda afecta al creador en general —podríamos llevarlo al cine, la pintura, el teatro o a la poesía, como en el caso de Ramos— y al pensamiento general del individuo, que debe preguntarse constantemente sobre sí mismo para entender la realidad que lo envuelve y su propia identidad —el “conócete a tí mismo”, máxima de Delfos—. En el caso de Buñuel, hay una mirada hacia el objetivo cinematográfico como la forma de ver propia del s. XX, la más moderna y desprovista de moral y prejuicios. Para el aragonés, el cine será “un arma maravillosa y peligrosa, si la maneja un espíritu libre”.
Otra serie de imágenes —fotogramas de films emblemáticos— nos acompañarán también en nuestra travesía lectora. Para los más cinéfilos no será difícil adivinar en ellas pasajes de La dama de Shanghái (Orson Welles, 1947), Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999) e incluso fotografías de rodaje como el de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960).
El poema Uno, Del cine en los espejos, aborda la visión del cine como reflejo de nosotros mismos y del mundo que habitamos: “Hay quien no cree / que el cine sea el mundo, / pero yo he visto a Chaplin / soñar como los niños”. Esa infancia que nunca deberíamos perder como esencia está también presente en el poema dedicado a El espíritu de la colmena (1973), film icónico del mentado Erice. Ramos dedica los versos a “La inmensa mirada de Ana Torrent” —actriz principal que contaba con 7 años cuando protagonizó el largometraje y que supuso el inicio de su exitosa carrera—: “Los ojos de los niños atesoran / la magia que se oculta entre la niebla. // Misteriosa mirada donde esconden, / el duende de las cosas más secretas”. Sin embargo, la edad adulta supone “ser humo y ser pasado” —la niebla se torna en algo que fue y ya no es—.
El siguiente poema está dedicado a La Dolce Vita (1960) de Federico Fellini —descrito muy acertadamente por Díaz Rodríguez como “el poeta más grande del cine italiano, el gran mago de los sueños”—. Hay en el espíritu de este film tan nocturno, según Ramos, un “agua brocal de / fontana dorada” donde, representados en Marcello Mastroianni, “tiritan bohemios / insomnios en hielos de flashes”. También hay “ritmos” y alegría y mordacidad (la capital italiana “se mece entregada / al alcohol, al ritual singular, y a la vida”), además del arte visible y escondido de la ciudad eterna (“es Italia después de una guerra brutal”), su Historia y sus habitantes (“escultura, / pintura, contar, novelar, / descubrir mil grafías”). Están igualmente esos “brazos erguidos” del personaje ya clásico de Anita Ekberg, dentro de la Fontana de Trevi como Venus boticelliana viviente, esculpida por la Naturaleza (“tan olas de carne en su mar”). Su erotismo muestra “la imagen del cine esparciendo en el aire / esta santa, crucial y carnal, herejía”. La música de Nino Rota ayuda en esta sensualidad visual y sonora: “¡Qué virtual y qué viva la voz de la noche / en los pechos del aire y los gestos del día!”
Retornamos a Erice con el poema dedicado al film El sol del membrillo (1992). El mencionado poemario, La serena estrategia de la luz, que Ramos dedicó a la pintura —en concreto, la de José María Mezquita—, vuelve a sonar cuando la captación de la realidad a través de lo pictórico nos la trae, en este caso, Antonio López. Será éste el encargado de hablar por voz de Ramos (“Habla Antonio López”), quedando perfectamente descrita la atmósfera del artista, frente al paisaje como modelo y el lienzo. La observación silenciosa y la conversión de las tres dimensiones en las dos del soporte pintado: “El color es un mar. / Membrillos y geranios. // Hay un pulso de brisas / sostenido en el aire. // De la sombra es el juego / y atardece despacio. […] La mezcla está en las cosas, / las dudas ya no caben. // He medido las hojas, / pero no el descalabro […] // Pintar es aventura / desde el lienzo hasta el marco”.
Y de un aprendizaje pictórico a otro, capaz de abarcar las cuestiones más esenciales de la vida. El club de los poetas muertos (1989), una de las obras maestras del cineasta Peter Weir, queda tamizada por la lírica de Ramos tomando la poética como punto de apoyo hacia la libertad. Los jóvenes poetas se embarcan con su profesor John Keating —que será quien inicie el poema— en el aprendizaje de la vida a través de la libertad que les permite el lenguaje, ideal para expresar sus inquietudes y emociones. La existencia es ese mar sobre el que navegar: “Palabras como olas rezagadas. // Gritad Poesía. / Gritad siempre a babor. / No naveguéis nunca a popa callada, / ni en la rada de un puerto silente e inerme”.
Otra forma de sentir la libertad será a través del cuerpo y de su uso, canal de expresión de sentimientos ancestrales. En Flamenco (2010), Carlos Saura —que en este poema “recuerda a Enrique Morente”— realizó un monumento audiovisual a esa mezcla de arte y ritual que es el cante y baile: “Sudor es el paisaje del grito camuflado, / la encarnadura / de cierto aliento entre los poros, / los sinceros quejíos de la voz, / que esparciéndose alerta se demoran. / Como el ave que ensancha su postura / ahueca su inquietud y muestra / sus ritmos de repente primordiales”.
Cambiando de tercio, la poesía vertida en el análisis de Gran Torino (2008) nos lleva a un nuevo aprendizaje vital, en este caso el del director e intérprete del film, Clint Eastwood —que “habla sobre la vejez” desde la narrativa poética de Ramos—. Las lecciones de toda una vida dan esa sabiduría: “Para aprender del óxido y del leño, / para ser más humildes, / para entender mejor las cosas y crecer, / leamos el mapa vital que escriben los ancianos […] . // Asumamos los riesgos, el temblor, / la lentitud, la caída, / las pérdidas, / la cruz de la desesperanza a veces desgarrada, / los rostros del vacío, las trampas de la edad”.
Con Lucia y el sexo (2001), es su director Julio Medem quien habla mostrando la evidencia de la enseñanza fílmica, en este caso hacia la normalización de la sexualidad, vista socialmente y hasta hace no mucho como elemento tabú. De nuevo, la idea de lo marítimo se asocia con la libertad: “Porque no es nada raro y es la vida, / porque lo natural se abre a su surco / y brama el sexo […]. // Hay un faro crucial que alumbra los secretos / y se abre a la pasión. / El amor es un mar”.
Y de la expresión libre de lo amoroso y lo sexual al homenaje a otra película memorable, De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953), nuevamente con el mar como protagonista simbólico, testigo de las pasiones con su naturaleza embravecida. En concreto, la escena más emblemática, la de los cuerpos abrazados de “Deborah Kerr y Burt Lancaster” en la playa, también es ejemplo de la expresión libre de la naturaleza sexual del individuo: “Parece que al amor como a la vida, / o al pulso que se guarda en los abrazos / se prenden la costumbre y el deseo. […] // El mar es a la arena, nos parece, / un cuerpo que se busca en las caricias / y encuentra sensación y movimiento. […] // Las olas tienen sombra muchas veces / y retan a la luz en sus curvas / igual que le sucede a los recuerdos. // Y nadie sabe del amor como ellas, espumas blancas en su bamboleo. // Caricias, besos de un amor que mezcla / la libertad, el miedo, la nostalgia, / las claves del espacio y las del tiempo”.
La música aviva también “lo intenso”. En concreto, la de Bach en esta nueva película que lleva su nombre y esencia en título y contenido: El silencio antes de Bach (Pere Portabella, 2007). Es el personaje de “la violonchelista junto a la ventana” quien sirve de arranque o inspiración al poema, iniciándose con esa dicotomía de sagrado y tóxico presente en la música del compositor barroco. Sus pentagramas suponen un “certero elixir adictivo” en el oyente, generando su escucha una “cordura envolvente”, vibrando “en lo audaz” y “mostrando lo eterno”.
Llega el tiempo desde El tercer hombre de Carol Reed (1949), con “Viena en unos tiempos mercenarios”; en ella “los hombres se corrompen sin medida, / un miedo abrupto es el abecedario”. Hay “vacunas, hospitales, pasaportes, / dinero negro, trampas, malos tratos”, si bien la historia puede resumirse así: “hay hombres que aprovechan lo que buscan, / otros jamás supimos encontrarlo”. Hay también una chica, aquella por la que el protagonista “mataría” y “por la que el mundo es mucho más humano”; está su amigo, “el falso herido y nunca enterrado”; también hay alcantarillas donde “se refugia / la noche con su escombro y sus engaños”.
De unas injusticias sociales y amoralidades llegamos a otras con Soy Nevenka (2024), la película más actual de las analizadas. Es la directora, Icíar Bollaín, la que “habla con Mireia Oriol”, intérprete de la mujer protagónica real, “otra víctima / a la que le creció demasiado la tristeza”. El duro tema no es otro que “la violencia, sí, y violación, / se llama así. / Nunca es amor, nunca es ternura”. Aunque cueste expresarlo con palabras, debe decirse “fuerte […] / porque el nombrar hoy nos salvará”.
Buscando romper con los prejuicios sociales, llega Carol (Todd Haynes, 2015), historia de amor entre dos mujeres en un tiempo difícil. La protagonista de la historia —trasunto de la autora de la novela, Patricia Highsmith—, se dirige a su amante clandestina y afirma por voz del poeta: “Tus pechos y los míos buscan ser / cumbres de la pasión, / incendio en paralelo. // Y a pesar de todo lo que nos limita, / busco poder seguir, / sentirme en tu lugar, / mujer entre mujer, / de amor humanizándonos”.
Otro de los mitos fílmicos analizados, Casablanca (Michael Curtiz, 1942), nos habla de un nuevo amor imposible. Pero no son los enamorados protagonistas quienes narran el relato poético —Rick e Ilsa— sino Sam, “el pianista, / el hombre negro”, que la contará desde aquel local (“soy parte de esta guerra y de Marruecos”).
El libro se cierra con una nueva frase de Buñuel donde afirma: “El cine parece haberse inventado para expresar la vida subconsciente, que tan profundamente penetra, por sus raíces, la poesía. Sin embargo casi nunca se le emplea para estos fines”. Es aquí donde se entiende cómo la lírica de Ramos se imbrica de forma tan perfecta con las imágenes siempre sugestivas del séptimo arte, llevando al lector-espectador a lugares mágicos e insospechados, más allá de la razón y de la realidad cotidiana. Son esos lugares necesarios —como reza el último poema— que habitar y a los que volver tantas veces, abriéndose un libro o viendo una película: “hay un misterio escrito / en las bridas del aire / que juega con la cámara / y logra demostrarnos / que el olvido no existe / si le queda en el alma / a quien esto se entrega / un poco de ilusión / y altas dosis de magia”.