marzo de 2024 - VIII Año

Esa izquierda portuguesa que apoya el secesionismo catalán

portugalizquierdaEn Portugal leemos con sorpresa cómo la izquierda, empezando por el muy veterano Partido Comunista, y siguiendo con muchos ‘opinionmakers’, se han puesto del lado de los independentistas catalanes. El periódico del PCP, Avante, publica el día 14 un artículo repleto de lugares comunes y de errores de bulto, titulado ‘Milhares em Bruxelas pedem democracia para Catalunha’. El literario quincenal, Jornal de Letras, sigue lamentando que los catalanes no tengan derecho a decidir. Así viene siendo desde finales del verano. Son impermeables, por desconocimiento o por mala fe, a las razones de la izquierda española y catalana. Creen que la revolución socialista va aparejada al independentismo, como pregona el Colectivo Marxista de Lisboa.

Y lo peor es que nadie parece hacerles frente. Sólo Nicolás Sartorius ha tenido derecho a una entrevista, bien clara y contundente en el Diario de Noticias (edición del 7 de septiembre) y a una entrevista en televisión (el 20 de diciembre). En el semanario Expresso, la pluma de Angel Luis de la Calle ha mantenido el equilibrio, contando y analizando lo que de verdad está sucediendo. Pero otros periódicos, como Público y, en general, la izquierda portuguesa sigue a la CUP, a ERC (obnubilados quizá por las siglas y el adjetivo ‘republicana’).

Otros, que se supone deberían estar bien informados, comparan la situación de Cataluña a la de Kosovo, creyendo firmemente que Cataluña está oprimida. Como mucho, algunos articulistas, haciendo gala de una falsa equidistancia, equiparan los errores de Rajoy en la gestión de esta crisis con los de los extremistas nacionalistas. Detestan al PP y todo lo que vaya contra el PP y Moncloa es recibido con albricias.

Puede haber dos razones, casi de psicología de masas o psicología histórica. Una, que aun pervive un antiespañolismo histórico que les hace pensar en el Conde Duque de Olivares y en la fecha del 1° de diciembre de 1640, cuando Portugal restauró su independencia, mientras Cataluña quedaba en España. Pura transferencia psicohistórica.

La segunda razón, la más evidente, es una cierta schadenfreude, ‘alegría por el mal ajeno’. ‘España tiene problemas, así que no son tan poderosos’. Muchos, en todos los segmentos políticos, han sentido que España les ‘invadía’, les avasallaba (no es ajeno a ello, en efecto, el talante de arrogancia de muchos inversores, banqueros y empresarios españoles en Portugal, del que he sido testigo). Por eso ahora, el talón de Aquiles español, la eterna cuestión territorial, les regocija a bastantes.

Es evidente que las izquierdas, en general, tanto en España como en otros países, nunca entendieron bien el problema nacional y a menudo lo utilizaron de manera oportunista. Y lo siguen haciendo, como se está viendo en Cataluña.

Rosa Luxemburgo, judía polaca, de lengua alemana, cosmopolita (precisamente en el sentido que los nazis más despreciaban) lo tuvo muy claro desde el principio. Gramsci, tras algunas veleidades sardas de juventud, inmediatamente comprendió la argucia nacionalista.

Pero gran parte de la izquierda europea parece haber perdido ese sentido internacionalista que surgió con la Ilustración y que la Tercera Internacional mantuvo (hasta que la Unión Soviética se atrincheró en la tesis del socialismo en un solo país). También ha perdido su espíritu jacobino, ese que ponía la soberanía nacional por encima de los particularismos del Antiguo Régimen y de los corporativismos.

A esto añadámosle que el gobierno español no sabe hablar, ni con los catalanes ni con nadie. Ni sabe comunicar, lo que añade otro inconveniente al entendimiento entre los catalanes y el resto de los españoles, y a que los europeos entiendan bien qué sucede en Cataluña. Mientras la batuta la lleven Santamaría, Rajoy o el muy vulgar Rafael Hernando, nada se conseguirá en la posible solución del conflicto.

Por el momento, una parte considerable de la izquierda portuguesa, que es más primaria que otras, menos original en su pensamiento y que tiene su dosis de antiespañolismo interno, sigue, pues, apostando por una España dividida.

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