mayo de 2025

Apaga y quedémonos

Ilustración de Eugenio Rivera

Un error lo tiene cualquiera, sobre todo si no es experto en la materia que maneja, desconoce lo que tiene entre manos y sólo se guía por sus creencias y prejuicios ideológicos.

Después de un error garrafal, que las primeras estimaciones valoraban en 1600 millones de euros, es preciso quedarse para seguir engañando al parvulario, ocultar pruebas, mentir a troche y moche y seguir cobrando hasta 546.000€ al año, como hace la Sra. Corredor de Red Eléctrica Nacional.

Don Quijote, un epítome de la docta ignorancia (Nicolás de Cusa), que fuera de sus saberes sobre historia de la caballería andante, sólo se valía del sentido común que caracteriza a ciertos locos cuando están cuerdos, uno de los primeros consejos que da a su escudero ante la tesitura de tener que gobernar la ínsula Barataria, dice: “has de poner ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”. Esto ya lo sabían los griegos y lo pusieron en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos: “Gnosce seauton” o conócete a ti mismo, es un apotegma apolíneo, que es tanto como decir sabio, feliz y básico.

Y, en efecto, conocerse uno a sí mismo comienza por reconocer los propios límites. Un notario, pongamos como ejemplo, es un experto en leyes, que regulan derechos y obligaciones; pero no puede ejercer de electricista: Los médicos tampoco pueden ejercer de inspectores de Hacienda, ni los falsos doctores pueden sentar cátedra de nada, porque nadie es omnisciente y un especialista es alguien que sabe casi todo de casi nada, según dejó dicho Ortega, y que es garantía de eficacia.

Sin embargo, la ideología es una especialidad universal, sabe todo de todo, crea espejismos, rompe moldes y alienta una autosuficiencia engreída que considera infinitamente capaces a quienes la padecen. Igual le ocurría a don Quijote cuando tocaba el tema de la caballería andante, pozo sin fondo de su saber y fuente de toda explicación, porque la ideología refracta la percepción, la propia y la de la realidad. Don Quijote se consideraba un Amadís de Gaula y así transformaba la venta en castillo y las mozas de servicio en damas de alcurnia.

Del conocerse saldrá el no hincharse como la rana que quiso igualarse con el buey”, continúa alegando don Quijote, lleno de sensatez y buen tino. Y lleva razón que le sobra. Hay ranas que croan, pero consideran que barritan, o que rugen cuando menos, porque una vez refractada la percepción todo se infla a lo grande, en un delirio narcisista de omnipotencia.

No obstante, añade Don Quijote préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. ¿Quién fuera a decir que un orate tan estruendoso pudiera decir verdades tan apabullantes? El humanismo es la filosofía renacentista por excelencia, que corona en Erasmo de Róterdam con su Elogio de la locura. Es una filosofía moral, destinada al hombre y, especialmente, al rescate de su dignidad.

En cambio, un ideólogo ufano de sí mismo e infalible no puede admitir que sea soberbio, ni siquiera cuando miente para ocultar sospechas y zafarse de sus responsabilidades. Por obligación para con su cargo, el ideólogo se ve precisado a estar siempre en candelero, intachable e incontestable, en comunión con los máximos poderes de la Naturaleza y demandando entusiasmo ante la contemplación de la propia infinitud, dijera Giordano Bruno. El problema es que el dislate de Giordano Bruno lo llevó a la hoguera ¡Cuánta filosofía renacentista tiene detrás el Quijote!

Conociendo el percal, le advierte don Quijote a su escudero: Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Nada que ver con quien gasta 110.000 € sólo en patatas fritas, pipas y pistachos para sí y sus amigos y le regala otros 124.000 € sólo para que le limpie la Mareta un familiar de un alto cargo del partido. Habida cuenta que nuestro gobernador actual utiliza otros tres grandes palacios, a saber, Doñana, las Quinta y la Moncloa, hagan la cuenta de lo que nos cuesta que el gobernador viva con limpieza.

Ilustración de Eugenio Rivera

Aún es mejor la prospectiva quijotesca. Pensando en Teresa Panza, previene don Quijote a su alumno para que enseñe, adoctrine y desbaste la natural rudeza de su compañera, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta, incapaz de hacer carrera universitaria, aunque esté al alcance de cualquier medianía, como ahora. La rudeza está siempre en extralimitarse en las formas, propensión que termina por hacer creer que siendo sólo la mujer del gobernador, se es también gobernadora. ¿Será eso el naturalismo corporalista del que habla Telesio? No, por supuesto. El naturalismo contiene al ser en su piel, precisamente porque es corpóreo. Son la vanidad, el engreimiento, la soberbia los que rompen el protocolo y, por iniciativa propia, se sitúan donde no les corresponde, a la mismísima derecha del Trono, como ya ha ocurrido de hecho.

La honradez de la mujer del césar está en saber estar en su sitio, porque siempre detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Detrás o delante, en este caso, no son adverbios de lugar, no contienen una descripción física, sino que se refieren a una posición de privilegio, donde tiene lugar la intimidad, la reflexión sincera y leal, la sugerencia que dicta la incondicionalidad, el pensar al unísono y a dos voces, el consejo franco, un dechado de construcción a la vez plural y singular. Hurtándole el puesto a Sancho, el refranero, hay que recordar dime con quién andas y te diré quién eres. Así pues, si la compañera es una planta trepadora, es presumible que contagie su afán insaciable, pretenderá siempre ir más arriba, máxime si no es nadie por sí misma y todo lo fía a su localización relativa y a su indumentaria florida.

Procura descubrir la verdad entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre…Cuando te sucediere juzgar algún pleito…, aparta tus mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. Aquí, Cervantes se confiesa adicto a la verdad, cree en la verdad de cada caso y que ésta es accesible averiguando en buena lid. Cervantes no es ingenuo, es un hombre de su tiempo. Ahora, estamos ante el poder omnímodo de la mentira, la restricción mental, el subterfugio, el engaño del eufemismo, los trampantojos, las trapisondas y embrollos del lenguaje con tal de huir de la verdad y seguir hacia adelante y hacia arriba, cueste lo que cueste. Ya no engañan a nadie más que a quienes les interesa vivir en la inopia y seguir cobrando.

Con la luz apagada, Apolo, dios de la luz y la razón, huye; ya no hace falta conocerse a sí mismo, ni respetar los límites propios. Por otra parte, Hermes, dios de la mentira y del comercio, puede prosperar mejor, sobre todo a oscuras.

Por esto último, quedémonos, Hermes nos ampara. Con nocturnidad y alevosía, hay muchos folios que triturar, para no dejar testimonios; muchos indultos por hacer por gratitud a los fieles¸ y muchos presos que excarcelar, para enterrar la ignominia y la Justicia que los condenó.

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