septiembre de 2025

“Ego sum”: el orgullo y la noche

‘El bibliotecario’. Óleo sobre tela (1566). Giuseppe Arcimboldo. Castillo de Skokloster (Balsta)

La obra es la memoria
T. W.

Si la obra es la memoria he aquí que, cada uno de nosotros, ha hecho posible con su vida su propia obra. Lo que equivale a decir que, de una manera voluntaria o involuntaria, la vida es a la obra lo que la obra a la vida.

El tiempo, entonces, resultaría tener en buena parte como naturaleza el producto selectivo de la memoria. Un producto distintivo y, de algún modo, marginal.

El autor se postula pues con el nacimiento. Y a partir de esa página inicial cada vida, cada hombre, irá dejando inscritos tragedia y placer, curiosidad y tristeza, la alegría y el canto, el miedo y la debilidad: los elementos propios de toda obra que, además de responder por sus argumentos a los contenidos del canon clásico, retienen entre principio y fin una unidad rica, distinta, veraz aun dentro de esos rasgos propios que inciten a la incredulidad pero que, en el envoltorio cerrado, adquieren equilibrio y se formulan como un ejemplo de argumento cerrado.

¿Y quién podría resistirse a una ‘novela’ así? Ahí, en una vida, está todo. Ahí, eso es lo curioso, estamos todos. Siempre fragmentariamente, pero siempre un algo de nosotros tiene su reflejo en ese caleidoscopio de la memoria.

Pretenden conducirnos hacia una lectura desnuda, aparentemente abierta, una forma de lectura distinta cual son los reiterados y abusivos blogs: obscena representación de interioridades vividas-pensadas. Algo que va muy por lo contrario de cada uno de los ‘libros’ que han conformado cada vida; solo algunos han accedido a su lectura en papel. Y aun así bajo sospecha. Ahora bien, no se quiere hacer aquí mención hacia una práctica de la lectura, sino a la necesidad de la ‘lectura’. Necesidad por ósmosis social, por curiosidad, por convicción, por estricta y desnuda necesidad.

Todos leemos en el otro, en la vida del Otro. Y, al modo como pueda darse en una lectura clásica, hay pasajes aburridos y excitantes, lentos y rápidos (¿estos, con preferencia, cuando hay protagonista femenina?), y hay pasajes que queremos ignorar o eludir y otros a los que volveríamos con reiteración: por su interés o belleza o por lo que, para nosotros lectores, tienen de espejo.

El libro está en el hombre (o mujer), en las particularidades de su vida (El libro clásico, hasta ahora, no ha recogido sino parcialmente esta realidad). La voluntad de reflejar la existencia del argumento en cada vida no es sino una voluntad de señalar lo necesario (lo obvio) y, a la vez, retomar la naturaleza del ‘ser’ como memoria.

A la memoria, pues, en la clasificación de los roles, le correspondería la condición de autor. No en vano, no lo olvidemos, ella va conformando el argumento propio de cada cual a través de la elección personal, que no siempre es una elección completamente libre —son el azar y la necesidad, mayoritariamente, quienes nos van definiendo— pero sí que en su valor metódico de elección y de reconocimiento de los hechos. El ser aprovecha la noche para ordenar o desordenar el material, va hilando lo que ha de quedar como resultado unitario, como materia propia.

A la sazón, y volviendo a retomar el canon de la lectura clásica, el autor-escritor acude siempre a la memoria para el establecimiento del orden, para la armonía argumental (el libro es un ejercicio consciente animado por la inteligencia; así es como el autor se sentirá implicado). A veces podría pensarse que el autor, el escritor, vive, por su uso reiterado de la memoria más de una vez; esto es, re-vive; se revive.

Así pues, cabe decir que la memoria, de algún modo, nos clasifica, ordena nuestro interior. Ahora bien, ha de entenderse que tal proceso, que tiene relación directa (y necesaria) con nuestra voluntad y conocimiento, alude, una vez más, a nuestra relación con los otros, con lo Otro. Al fin, cuanto nos define no es sino un argumento comparativo respecto de algo, lo que nos lleva al pensamiento en dos direcciones, o, lo que sería su equivalente, el pensamiento en dos orientaciones. La una de cantidad: el sujeto y los otros. La otra de calidad: el ser propio y su sentido (heredado, implícito) de trascendencia. He aquí los principios esenciales, generadores, para una dialéctica intelectual.

1.- Los otros

Yo no soy yo sino en relación con aquello que no soy. Soy por razón de ajenidad y por razón de principio ontológico.

Esta dirección u orientación se manifiesta o define por la razón esencial de la negatividad. Más que pensar que yo soy, de uno u otro modo, más o menos que alguien (lo que nos haría descender al terreno de las categorías y sus valores) sería más lógico pensar que yo no soy respecto de.

Lo que nos lleva a reparar con mayor razón y veracidad en el sentido del ser. De ahí su multiplicidad, la riqueza distintiva de la vida del hombre.

Decir “ego sum qui sum” (yo soy el que soy) es, o pudiera ser, no solo una forma de definición, sino aún de distinción. Equivale a decir: este soy yo, o bien, yo soy así. Sabedlo. Ateneos a esta premisa. Respetadlo. Yo soy el que soy, y tal como soy seré (o pretenderé que así sea). No solo un ser para sí, sino también para los otros. (No se entienda “yo soy el que soy para vosotros” con ese valor bíblico que pudiera atribuírsele como paradigma ejemplarizante por razón de los valores de los que se es poseedor. No, entiéndase yo soy el que soy tal como soy; porque así soy, con todas las herencias que ello conlleva, con sus atributos).

El hombre y su memoria (como su ser) han llegado hasta aquí; no ahora, en este instante para mí o para ti; no a la altura de una edad o del instante atribuible a cualquier hombre según su circunstancia. No. Como valor histórico: el hombre y su memoria; el hombre y su obra. A saber: el hombre que es por sí, el hombre y su sentido inherente de trascendencia. Es decir: el hombre sólo.

Lo demás es Historia; su orgullo dentro de la noche.

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

Libertad, igualdad, fraternidad. Espíritu santo, hijo, padre.
Libertad, igualdad, fraternidad. Espíritu santo, hijo, padre.

“No se hizo al hombre para el sabath, sino el sabath para el hombre.” (Marcos 2, 27-28) Porque el hecho…

El diseño no deja ver lo diseñado
El diseño no deja ver lo diseñado

Sufrimos una hipertrofia del diseño. El diseñador se cree más importante que nadie y se pone delante de todo. Miras…

ALGARABÍAS / “Cascorro”
ALGARABÍAS / “Cascorro”

En la madrileñísima Plaza de Cascorro, un héroe camina a pocos metros del suelo, indiferente a las multitudes que van…

107