La muerte de Antonio Fraguas Forges permite calibrar la magnitud y el alcance social de su prolífica obra gráfica
Entreletras.- | Febrero 2018
El dibujante y viñetista de Prensa Antonio Fraguas De Pablo, conocido bajo el seudónimo de Forges, falleció en la madrugada del 22 de febrero en una clínica madrileña, víctima de un cáncer pancreático que le fue diagnosticado hace un año. Era hijo de María Ascensión De Pablo López, barcelonesa de nacimiento y donostiarra; y de Antonio Fraguas Saavedra, lucense, ex apoderado general de Phillips, escritor y alto funcionario del Estado. Había nacido en Madrid en 1942, donde vivió siempre, salvo dos destinos como técnico profesional de TVE en Barcelona y Bilbao durante su juventud. Era el segundo vástago de la familia formada por sus padres, con nueve hijos. Estaba casado con Pilar Garrido, docente, con la que tuvo tres hijas y un hijo, que le dieron cinco nietos.
Niño tímido y reflexivo, aunque consumado experimentador, poco amigo de los libros de texto pero buen lector de Literatura, Antonio Fraguas De Pablo, desde la infancia, se mostró inclinado a descubrir los secretos y los porqués de las cosas. A edad muy temprana se vio aleccionado por una intensa pulsión vital expresiva, que no le abandonaría ya nunca y que supo encauzar hacia el dibujo y la pintura. Apasionado también por la Electrónica, siendo aún un chiquillo Antonio se convertiría en precoz experto en la fabricación a mano de radios-galenas y en la reparación de electrodomésticos a su alcance, como aparatos de radio y televisores.
Antonio transformaría en clave personalísima el humor galaico, de cuño irónico, vigente en su hogar e imbuido por su padre, humor que aunaba el realismo de los saberes de un medio rural como el de la lucense A Fonsagrada, de la que procedía, con el pensamiento capitalino que adquiriría tras instalarse en Madrid en torno a 1925. Ascensión De Pablo, educada en Francia, se dedicaría a regir el hogar familiar; emprendedora y afable, profesora de Francés, supo inculcar a su hijo una ternura de trato que éste proyectaría en su relaciones profesionales y en sus trabajos gráficos.
El Príncipe Valiente
Antonio entró en contacto con el dibujo en su infancia, durante la convalecencia de una enfermedad, encefalitis, que sufrió a consecuencia de una reacción ante una vacuna y que le retuvo en cama durante meses: fue entonces cuando leyó El Príncipe Valiente, libro bellamente ilustrado por Hal Foster, dibujante que ejercería sobre él gran influencia. También leería otras publicaciones ilustradas para niños, tebeos y libros de fotografías de la época: la posguerra española, cuyo dolorido imaginario simbólico impregnaría de significado muchas de sus afecciones y sentimientos, así como su horizonte ético.
Cuando, todavía convaleciente, dejaba de leer, su madre le llevaba a la cama donde permanecía postrado un lápiz y un rollo de papel, que él llenaba con sus primeros esbozos dibujados, sobre todo armas y aviones; perfeccionaba sus trazos a medida que sus dotes de observación, de gran agudeza, progresaban. Dos de sus primeros dibujos, en forma de viñetas de historietas, se publicaron en la revista Burbujitas, editada en el Colegio de los Sagrados Corazones, donde Antonio cursó varios años del Bachillerato. Él había iniciado sus estudios en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid. Cosechó allí amigos de países como Marruecos, Estados Unidos, Alemania e Inglaterra, algunos de ellos hijos de diplomáticos acreditados en Madrid, con los que mantuvo una amistad de décadas. Con 14 años decidió dejar de estudiar. En el año 1956, entró a trabajar en Televisión Española en las instalaciones del Paseo de La Habana, en el departamento de Telecine. Sus conocimientos domésticos sobre electrónica le avalaron entonces. Con el tiempo sería uno de los pioneros en el empleo del magnetocospio, técnica precursora del video. Sus pulsiones hacia la experimentación se habían intensificado tras su incorporación a la televisión, abiertas desde entonces a otro campo al que se ha mostrado muy afecto: el de la fotografía, sobre todo en su dimensión fílmica, y como coleccionista de máquinas fotográficas. Con el tiempo llegaría a dirigir dos largometrajes y numerosos cortos. Ha intervenido en numerosos programas de radio y de televisión, como Protagonistas, con Luis del Olmo; el último de ellos, No es un día cualquiera, lo ha sido con Pepa Fernández en Radio Nacional. Hace unos años escribió su única novela, que tituló Doce de Babilonia. Más recientemente ha sido un pionero del uso de la Informática en el mundo de la ilustración.
Comoquiera que su afición y desenvoltura con el lápiz, la pluma y la tinta china se desarrollaron velozmente –en la adolescencia hizo asimismo incursiones en la pintura al óleo-, se propuso comenzar a publicar sus viñetas en clave humorística en algunas publicaciones diarias.
Por ser hijo de un alto funcionario vinculado a la Prensa oficial, no quiso nunca, salvo en sus comienzos, firmar con su apellido, Fraguas, para evitar que su trayectoria se asociara al amparo paterno. A propuesta de un hermano menor adolescente, oferta que en un principio rechazó, decidió firmar Forges: ‘es nuestro apellido en inglés, francés y catalán’, le había sugerido su hermano.
Pronto sus dibujos cobraron definición y personalidad. En el diario Pueblo, donde debutó de forma oficial como viñetista en los albores de los años 60, conoció a Jesús de la Serna, marino mercante, nieto de la escritora montañesa Concha Espina y periodista perteneciente a una saga familiar estrechamente vinculada a la Prensa de Madrid. Entonces subdirector del periódico de la Organización Sindical, De la Serna apostó por Antonio al que, posteriormente a su debut, tras pasar aquel a dirigir el vespertino tabloide Informaciones, le ofrecería convertirse en editorialista gráfico del vespertino madrileño, si bien en el ínterin, colaboró en el diario Arriba y otros medios.
Desde entonces, la carrera de Forges en la escena periodística y literaria española ha consistido en una progresión incesante hacia la creación de contenidos del humor cotidiano de los españoles y de las españolas a través de sus viñetas, asentado sólidamente en el lenguaje hablado o escrito, incluido el de troquel casticista suavemente alterado, y en un repertorio de personajes relacionados con la vida de la gente: desde matrimonios a niños campesinos; funcionari@s; políticos; anciano@s; empleados; mas otros de distinto signo, como incluso náufragos y piratas; modelos que obedecían a una tipología gráfica de una muy personalísima hechura.
Quizá levemente influido, en su origen, por un veterano ilustrador clásico de cómic como Ibáñez, autor de Mortadelo y Filemón, pronto el dibujo de Forges adquirió plena entidad al desarrollarse a través de una vía expresiva propia, que insertaba sus personajes en una realidad estrechamente apegada al día a día y rubricada siempre por una invitación a la sonrisa.
Universo léxico propio
Sin embargo, la originalidad del humor de Forges residía en la inmersión de los personajes de sus dibujos en un universo lingüístico propio, totalmente peculiar, en el que desplegaba desde el retruécano al barroquismo, la jerga cheli o la prosa administrativa. Este parecía ser el elemento diferencial de sus creaciones. Su mundo gráfico y léxico quedaba caracterizado por una ideación e innovación constantes de palabras, generalmente neologismos, que ofrecían al lector/lectora un territorio de encuentro simbólico con una realidad recreada por el autor, basada en la complicidad en valores y percepciones compartidas. De su mano, el juego entre significantes y significados; entre dibujo y texto; entre sonido y sentido; entre secuencia y presencia…convenientemente sometido a divertidas torsiones, abría la puerta a una nueva y gozosa dimensión de las cosas, desde la cual Forges invitaba a recorrer junto a él un circuito, guiado por la inteligencia, que conducía casi siempre a sus lector@s al placer manso de la sonrisa y al deleite de la crítica ponderada y justa.
Por la diversidad de medios en los que ha publicado sus viñetas, desde diarios como Pueblo, Arriba, Informaciones, El Mundo o El País, a revistas, como La Codorniz, Diez Minutos o Interviú, sin olvidar Hermano Lobo, El Cocodrilo Leopoldo, El Papus, amén de la decena de libros ilustrados de los que fue autor – libros con una impronta divulgativa histórica- la proyección social, es decir, moral, de Forges no solo sobre el panorama periodístico y libresco español sino sobre el acontecer concerniente a los valores de la vida española, ha sido evidente y constante durante 52 años en los que ejerció su profesión. Su contribución al asentamiento de valores para la convivencia democrática durante y después de la Transición, así como su compromiso con la emancipación de las mujeres, con el ecologismo y con causas solidarias en países postrados del Tercer Mundo, han sido algunas constantes de sus creaciones.
Numerosos premios, más de dos centenares, han jalonado su trayectoria profesional, rubricada por 250.000 viñetas, según testimonio suyo. Con tales distinciones, sus otorgantes parecían querer galardonar el esfuerzo diario realizado ininterrumpidamente por Forges durante cinco largas décadas por hacer aflorar, de manera benévola, respetuosa, crítica, divertida, transversal y siempre inteligente, la entraña más humana de la vida en sociedad: el Humor.
De Bilbao a Tokio
Contrariamente a lo que él dijo desear, su muerte ha desencadenado un fenómeno abrumador de adhesiones, procedentes no solo de casi todos los rincones de España –el estadio de san Mamés exhibió su retrato en una pantalla gigante visible desde medio Bilbao- sino, además, de numerosos países iberoamericanos, norteamericanos, europeos, incluso asiáticos: como ejemplo valga tener en cuenta el hecho de que los corredores españoles que participaron el domingo 25 de febrero en la maratón de la urbe japonesa de Tokio llevaban adosados a sus dorsales un dibujo del ilustrador gráfico madrileño recién fallecido.
Forges ha mostrado a lo largo de su prolífica vida gráfica que el denominado sentido común no es únicamente una secreción ideológica intencional de quienes dominan, para ser impuesta a los dominados; también el sentido común de la gente buena, que él supo percibir y formular, ha sido en sus manos una poderosa arma ética que, convenientemente desprovista por él de aquel mordiente clasista, contribuyera a erosionar los poderes autocráticos para permitir así democratizarlos. Y todo ello generando siempre una sonrisa.
Quienes han conocido más de cerca a Antonio Fraguas aseguran que adoptó la ternura inteligente y responsable de su madre, Chon, y el talento narrador de su padre, Antonio, para combinar ambos legados de una manera singular, propiamente suya: la de un hombre bueno, distinguido por un saber aprender en perpetuo discurrir, con la razón de su lado, capaz de sazonar su sabiduría con ingenio y disciplina, para satisfacer un compromiso con la sociedad que ha presidido su conducta pública durante medio siglo de Historia española.