marzo de 2024 - VIII Año

Como para que las leyesen los colibríes

En torno a la figura de José Martí

Martí por Raúl Martínez, 1971 (fragmento)

Me piden un artículo sobre el héroe cubano. Me lo piden bibliotecarios, no puedo negarme, ellos son los depositarios de nuestro mayor tesoro, el saber. ¿Quién es Martí? ¿Un héroe, un mártir, un revolucionario? Espero encontrar la respuesta en su lectura. No tardo en descubrir a un buen hombre. Un hombre en cuyas acciones y escritos está presente la búsqueda de la bondad y la libertad. Reivindicar la bondad pasa por el temor de que le tengan a uno por un bobalicón, por un curilla o un idealista naif. Leer a Martí es entender la fortaleza de la bondad, toda su hermosura y su energía invencible, aunque en los tiempos que corren parezca que estamos abocados al fracaso frente a la lujuria de materialismo que asola nuestras relaciones y arrasa la naturaleza. Por eso hay que leer a José Martí hoy más que nunca.

“Porque para escribir bien de una cosa hay que saber de ella mucho” afirma y con razón José Martí en la presentación de La edad de oro. Yo no sé mucho de José Martí. Como español mi educación escolar paso por el proceso de independencia de las colonias como una descripción de crisis tras crisis en la metrópoli. Los nombres de Fernando VII o Isabel II, de Amadeo de Saboya o de Pi y Margall, de Sagasta, Cánovas o Martínez Campos bailan en mi memoria entre páginas de cuadernos perdidos o nombres de callejeros fagocitados por satélites.

Cuando tuve oportunidad de profundizar en el conocimiento de la época, aquel curso del 86-87 en el que estudiaba tercero de historia en la Complutense de Madrid, una prolongada huelga nos sacó a la calle en manifestación. Una tras otra durante seis meses, no como los coetáneos de Martí vestidos de negro con una flor amarilla en el ojal, sino en tejanos y con parkas protestábamos contra la logse, una reforma de ley que como tantas otras sólo serviría para  vapulear la educación. Me quedé sin título como José Martí en Zaragoza, él por no poder pagarlo yo por no merecerlo. Los zaragozanos se lo dieron cien años después. Cómo le gusta al hombre ensalzar héroes desaparecidos para poder ser los vivos con cargo y poco más quienes salgan en el centro de la foto. Perdí la licenciatura y gane un oficio, el de fotógrafo. Trabajé en un diario monárquico y de derechas, con buen oficio y ninguna fe. Mis mejores amigos estaban en la competencia. La novia de uno de ellos estudiaba telecomunicaciones y en una cena con sus compañeros conocí a la que sería mi esposa. Muchos años después aceptaría incorporarse a un puesto en Lima de la empresa para la que trabaja. Y así es como llego a este país, a estas páginas, a poner al día los conocimientos que debí adquirir en su momento.

Quisiera empezar por el principio. Un buen principio es que un buen hombre encuentre un buen maestro. Martí era más que un buen hombre, la genialidad le acompañaba, y encontró en la figura de Rafael María de Mendive a más que un buen profesor. Éste reconoció en él las hebras que conformarían al héroe que hoy celebramos, y supo tejerlas con el ejemplo. Lo que hacen los buenos maestros. Un ejemplo doloroso, sacrificado y valeroso. Condena, encarcelamiento y exilio. José Martí siguió sus pasos en la actividad revolucionaria. Y en sus consecuencias. Con apenas dieciséis años siguió la senda de su maestro en el cautiverio y el exilio, y nunca se desviaría de la luz que iluminó su vida hasta su muerte prematura: la independencia de Cuba.

Independencia de Cuba y buenos maestros. Leo el artículo de José Antonio López Espinosa en el número de octubre de 2004 de la Revista de Humanidades Médicas. En él cuenta como el doctor Juan Manuel Sánchez Bustamante daba una clase de Anatomía descriptiva en el segundo año de Medicina y se interpuso ante el gobernador político López Roberts que pretendía llevarse presos a sus alumnos. Porque también hay que recordar a los infames, que por consolidar su posición política insistió y encontró al día siguiente a un profesor pusilánime que permitió que se llevara a sus cuarenta y cuatro pupilos de primer año. Pablo Valencia, que su recuerdo tiemble de vergüenza. Echaron a suertes cuales perderían la vida y quienes la libertad. Alonso Álvarez, Anacleto Bermúdez, José de Marcos, Ángel Laborde, Juan Pascual, Carlos de la Torre, Carlos Verdugo y Eladio González fueron fusilados a las cuatro y veinte de la tarde del veintisiete de noviembre de 1872. José Martí y medio mundo tembló ante crimen tan gratuito y cruel. Él los tuvo siempre presentes, en Lucía Jérez escribiría “los estudiantes que son el baluarte de la libertad, y su ejército más firme. Las universidades pueden parecer inútiles, pero de allí salen los mártires y los apóstoles”. Hoy en Perú llaman con desdén o burla pulpines a los jóvenes. Pero esos pulpines torcieron con sus protestas el brazo del gobierno que quería imponer una ley injusta. Por eso hay que leer a José Martí hoy más que nunca.

Yo tuve también buenos maestros, y no pienso dejar pasar la oportunidad de recordarlos. Conchi Lagos que recién salida de la universidad se hizo cargo de aquel curso de 6ºC del Colegio de los Ángeles en Getafe en el que me encontró con once años. Aún veo cimbrear entre los pupitres su estilizad figura, su melena castaña, su lunar en la nariz. Enseñaba lengua y literatura y me animó a incorporarme al equipo de redacción de la revista del colegio. Con catorce años tuve que cambiar de colegio y el impulso de Cochi me llevó a editar una revista en aquél otro que no pasó de su primer número: Ventana abierta. Me viene a la memoria su portada y sus páginas ciclostiladas. En aquellos otros años no encontré a ningún profesor inspirador, qué daño hacen los malos profesores. Escribió Martí hablando de Bolivar y es igual de oportuno. “Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen el decoro de muchos hombres”. Así tenía Miguel Carrera todo el decoro y más que faltaba a tantos otros que ejercían la enseñanza como podían sellar formularios en cualquier ministerio. Miguel me enseñó muchos años después historia de la fotografía en la Escuela de Arte 10 en Madrid. Hubo cambios por cosas del presupuesto, las cadenas de nuestro tiempo, y al moverle cambiaron a sus alumnos de tutor. No tardamos en protestar, reunir firmas, mandar ruegos, en pedir ser recibidos. Sin éxito. Pero Miguel supo que le queríamos. Conchi y Miguel se fueron demasiado pronto. Me piden que escriba sobre Martí y aprovecho para presentarles, quizás así se encuentren donde estén y cuando alguien lea estas páginas vivirán de nuevo y harán recordar al lector a sus buenos profesores. Y ojalá el lector después se anime a leer a José Martí, hoy más que nunca.

Maestros, estudiantes, universidades. Martí sabía muy bien que la educación es la base sin la cual ni se construiría ni se sustentaría una sociedad libre. En Nuestra América escribe: “¿Cómo ha de salir de las universidades los gobernantes, si no hay en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América?”. Una idea clave. “El buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país […] Conocer es resolver” ¿Conoce el gobernante peruano de que está hecho su país? Durante estos meses de covid hemos visto un gobierno que ha sabido seguir la estela de las decisiones europeas, pero que no ha entendido que el pueblo sobre el que tenía que aplicarlas sufría el abandono de años, siglos quizás, que hacía imposible resultados como en aquellos países en los que se escribió la receta. Y sabía de este abandono, y así lo declaró una y otra vez, pero sólo para justificarse. Por eso también el gobierno tiene que leer a José Martí, hoy más que nunca.

El libertador cubano sabía que la educación comienza en la infancia, por eso editó y escribió La Edad de Oro. Sus cuatro números anticipan las ideas que son constantes en su obra. En el primero de ellos habla de los héroes, “los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad.” ¿Cómo se le explica a un niño qué es la libertad? “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía”. Se lo explica en el primero de todos los escritos dirigidos a niños y niñas, porque Martí no se olvida de las niñas, siete hermanas menores tuvo. Bajo el titulo Tres héroes relata la vida de Bolívar de Venezuela, San Martín del Río de la Plata e Hidalgo de México. “Tres hombres sagrados”. Yo añadiría un cuarto. Santiago Maurín Valera, que el cinco de junio de 2009 se salvó de morir bajo las balas de la policía en la curva del diablo en Bagua y tras ello y tras su encarcelamiento se erigió como gran líder Awajun que defendió su pueblo, su territorio y su naturaleza de la voracidad extractivista. Lo que los fusiles no pudieron lo hizo el covid el uno de julio pasado.

Le parecen pocas a Martí las treinta y dos páginas de la Edad de oro para conversar con los niños. Sabe que a los hombres la educación les permitirá formarse como pueblos y la poesía como “látigo para castigar a los que quieran quitar a los hombres su libertad”. Otro poeta que tomó las armas para defender la libertad frente al fascismo en la tierra contra la que lucho y que tanto amaba Martí fue Gabriel Celaya. Como el libertador conoció el encarcelamiento y por ello sabía mejor que nadie que la Poesía es un arma llena de futuro.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno

Versaba el español que sin duda había leído al cubano cuando explicó a los niños para que se han de hacer los versos, “no para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al mundo.” Martí mostró idealismo realista cuando escribió “ahora la fuerza está en el saber más que en los puñetazos; aunque es bueno aprender a defenderse, porque siempre hay gente bestial en el mundo, […], y porque se ha de estar pronto a pelear, para cuando un pueblo ladrón quiera venir a robarnos nuestro pueblo.” Ganaron los ladrones, robaron al pueblo, encarcelaron a Celaya, a Hernández, mataron a Lorca. Por eso hay que leer a José Martí siempre.

Escribe Martí para niños y niñas como para que leyesen los colibríes. Les habla de historia, les cuenta la Iliada de Homero y con ella les lleva a conocer a los héroes de la Antigüedad y les habla de los dioses, que no hubo; “les rezan a la tierra y a la lluvia, y al monte y al sol, y les ponen nombres de hombres y de mujeres.” Y cuenta el cuento de Bebe y el señor don Pomposo, y el de los dos príncipes, y la historia del mundo a través de la vivienda, y Nene traviesa, y la perla mora, y las ruinas Indias y ahí menciona a Le Plongeon y a Le Désire Charnay, fotógrafos, y le imagino en Nueva York atento a sus últimos descubrimientos o incluso conversando en veladas llenas de música e ideas de un nuevo mundo por llegar y quisiera viajar en el tiempo, que el mundo que llego no es bonito. Tú no tienes la culpa mi amor que el mundo sea tan feo canta Chao. Martí se extiende en la vida de Músicos, poetas y pintores, y no deja de aprovechar cada tema para recordar a sus lectores “El ser bueno da gusto y lo vuelve a uno fuerte y feliz.” La exposición de París ocupa medio tercer ejemplar de La edad de oro, su visita tan rápida, tan fascinante. La excitación de subir a la Torre Eiffel traspasa las páginas de la revista, se siente el cansancio en las piernas, el vértigo en la altura, la emoción se vive con el poeta. El padre de las Casas encuentra su semblanza llena de admiración y no elude sus sombras “porque es verdad que las Casas por el amor a los indios, aconsejó al principio de la conquista que se siguiera trayendo esclavos negros, […] pero luego que los vio padecer se golpeaba en el pecho y decía: “con mi sangre quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por amor a los indios.”

Y sigue Martí con la historia, de la tierra de los Anamitas, que buen provecho le habrían sacado los norteamericanos de haberla leído con atención antes de meterse en la sucia guerra de Vietnam. Y sigue y sigue cuento tras cuento, y lo hace como han de contarse los cuentos, “se ha de hacer lo que decía Chicha, la niña bonita de Guatemala: ¿Chicha, por qué te comes esa aceituna tan despacio? Porque me gusta mucho.” Quien quiera aprender a escribir que lea a Martí y escuche a Chicha. Y de todos se sacan enseñanzas, de aquella versión libre de los dos ruiseñores de Andersen ya podían haber leído los gobernantes que han lanzado decreto tras decreto, protocolo tras protocolo, como el profesor de música que prefería al pájaro artificial frente al vivo, porque con aquel todo está en orden y se le puede explicar al pueblo las reglas de la música, y escribió un libro de veinticinco tomos con muchas esdrújulas y palabras extrañas, y el ruiseñor vivo castigado por su belleza, por su pureza casi pierde la vida y seguir cantando a los pescadores pobres de la mar.

Pero si un cuento hubiera que exigir como lectura obligatoria todo aquél que tenga más o menos influencia desde el cargo o posición que sea ese es el de Los zapaticos de Rosa. Sale la niña Pilar a la playa con su sombrerito de pluma y la madre buena acompaña a la niña hermosa y advierte “No te manches en la arena /Los zapaticos de rosa.” No se los manchó que se los dio a una niña cuya mano abrasa, y tiene los pies tan fríos. Lo cuenta la madre de la niñita que viene tan apurada a devolver los zapatitos rosas. Escuchan a la mujer, la escucha una rusa y una inglesa y sacan los pañuelos, el aya de la francesa se quitó los espejuelos.

Todo lo quiere saber
De la enferma la señora:
¡No quiere saber que llora
De pobreza una mujer!

Todo lo queremos saber y todo resolver con unos zapatitos rosas, con unas frazadas en la puna, con una canasta de comida en el asentamiento, con un micrófono en el paradero. Todo lo queremos saber y exigir una solución, y hacemos un proyecto, una campaña. No queremos saber que llora de pobreza una mujer. Un hombre. Millones. Por eso hay que leer a José Martí hoy más que nunca.

¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? Martí lo explica “Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar”. Sin cámaras, sin micrófonos, sin chalecos, sin pancartas. “Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil.” Qué más se puede decir, los niños y las niñas lo entienden.

Escucho Guantanamera. La voz de Compay, de Celia.n Pienso en José Martí: hombre bueno y revolucionario que murió sobre el lomo de su caballo con un fusil sobre el hombro. No sé porque pienso en Corto Maltés. Recuerdo un texto que introducía a alguna de sus aventuras. “Como Hugo Pratt, Corto Maltés es un anarquista. Pero no un revolucionario, porque es demasiado escéptico para creer en las grandes frases que sólo traen amargas desilusiones.” Ahí radica la grandeza de Martí que he traído a estas líneas, las suyas son frases para ser entendidas por niños y niñas, escritas por un corazón luchador que igual algo del escepticismo de Corto ya sabía o sospechaba y escribe :

Yo sé las historias viejas
Del hombre y sus rencillas
Y prefiero las abejas
Volando en las campanillas.

La muerte de Martí en Dos Ríos, de Esteban Valderrama

Algo intuía ya Martí, o todo, quién sabe, pero no renunció a cambiar el mundo, a hacerlo mejor, a que la bondad y la libertad sean los que lo gobiernen, y la amistad, después de que Cuba sea independiente, eso sí. Yo, como Corto, ya no trato de cambiarlo, me conformo con no aceptarlo, con ignorar sus reglas del juego. Pero al no creer en nada me vuelvo muy receptivo a las creencias de los demás.

Por eso leo a Martí “Hay que ir de vez en cuando a vivir en lo natural, y a conocer la selva.” Allí quiero ir ahora, cuando pase este virus que nos ha desnudado como individuos y como sociedad, volver al principio y leer a los niños de la comunidad los cuentos de Martí. Y a los mayores.

Y cada tanto perder la mirada en el río o en la orilla y recordar sus versos.

Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo

Mi verso al valiente agrada:
Mi verso breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.

** La publicación de este artículo se comparte con la revista peruana Ayrampu. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales

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