marzo de 2024 - VIII Año

Fidelidad ideológica o desafección política

Quienes se asomen a mis artículos de opinión saben que la pretendo fundamentada; que en ellos no ofrezco literatura, aunque trate de cuidar la expresión; y, finalmente, siempre la expongo comprometida, sin exposiciones asépticas, y mucho menos me sitúo eclécticamente, en esos tonos medios o aguas turbias que desorientan, como interpretaba el término la Pardo Bazán. Ofrezco micro-ensayos para que cada cual saque sus conclusiones. Así es que, ahí lo tienen.

Andan a la greña, a veces, la racionalidad comprensiva y la realidad que vemos. Cuesta entender lo que pasa. Nació este gobierno de una moción de censura que aglutinó el voto de todos aquellos que estaban hartos de la corrupción del PP, menos el propio PP, y de sus maneras despóticas de tratar a Catalunya.

Vista su composición, nació con una clara motivación democrática, basada en el diálogo, la negociación, la comprensión y el acuerdo. A su lado, la económica, apoyándose en las excelentes relaciones con la Unión Europea.

Sin embargo, al poco tuvo que lidiar con una Pandemia global, que frenó la economía, en liza con el más descarado egoísmo, propio de un capitalismo sin alma, mostrado por países que trataban de copar la compra de productos esenciales. Le siguió el volcán de La Palma, la isla bonita que hace ya largos años tuve el placer de conocer, y ahora, la invasión de Ucrania por Putin y sus repercusiones.

Como aquella nave de Ulises, entre piedras movientes, vamos saliendo de la situación, aunque la inflación y el paro, esas otras Scila y Caribdis, nos acosen.

Sin embargo, los datos sociométricos, su explotación por la derecha mediática, jaleada por el desafuero chillón del PP desde la orilla, dan que pensar:

Los resultados obtenidos por la Sra. Ayuso en la Comunidad de Madrid, lanzando a los cuatro vientos la palabra libertad, salidos de un confinamiento; la “cervecita que tanto nos gusta” en frase del Sr. alcalde; aquel casi grito de guerra de yo no voy a dejar en la estacada al sector hostelero, obró prodigios. Estábamos sedientos, y no sólo de cerveza, y fuimos como críos que salen al recreo. La marrullería mostrada en la Región de Murcia, torciendo la muñeca de la voluntad ciudadana; los pactos de “natura” con VOX… Todo ello ha sido espacio vestibular a las elecciones andaluzas.

Con las manos en los bolsillos, el Sr. Moreno se embolsó el 71 % del voto que había sido de Ciudadanos; el 17 % del PSOE; el 31,8 de los primeros votantes; y el 39,3 % de aquellos que no votaron en el año 2018. Trompetearon los ERE. Fue una sádica y persistente arremetida contra dos presidentes a los que políticamente sólo se les puede inculpar de “in vigilando” porque ni un euro fue a parar a sus bolsillos. Nadie habla de las “ranas” de la Sra. Aguirre ni de la sede del PP. Los resultados en Andalucía se interpretaron como “cambio de ciclo”.

En el Barómetro de Mayo del CIS aún se adjudicaba un empate de intención de voto entre el PSOE (20,8 %) y el PP (20,8 %), si bien se mostraba el masivo apoyo en votos a éste último de los católicos practicantes y no practicantes. La volatilidad ya se dejaba ver a la hora de responder a qué partido se consideraba más cercano a las propias ideas: un 25 % optaba por el PSOE y un 19,4 % por el PP, de lo cual se deduce que, de haber mantenido esa identificación ideológica, ese 20,8 % del total se habría alterado.

El Barómetro de Julio da cuenta de una ligera ventaja de Pedro Sánchez (1,30) sobre Alberto Núñez Feijóo, cuando los encuestados muestran sus preferencias para la presidencia del Gobierno. Sin embargo, darían su voto al PP el 24,9 contra el 21,1 del PSOE; sienten más simpatía por el PSOE (15,0) que por el PP (6,7), pero su voto + simpatía arroja un resultado del 26,3 para el PP y un 24,3 para el PSOE. En la escala 1 a 10, correspondiendo 1 a lo más a la izquierda y 10 a lo más derecha, los resultados dejan ver que la sociedad española es con mucho de izquierdas, sin embargo, según siempre este barómetro, Pedro Sánchez le parece “muy mal” al 25,1, y “muy bien” al 3,5, en tanto que Feijóo es valorado “muy mal” por el 12, y “muy bien” por el 3,6. Por último, Pedro Sánchez inspira mucha confianza a un 5,3; bastante confianza a un 23,4; poca confianza al 29,8; ninguna confianza al 39,6.

Por todo lo anterior, parece un hecho sociológico que la izquierda de la sociedad española está afectada por desafección política. No es un fenómeno nuevo: El 22 de febrero de 2021 Nicola Tanno publicó un interesantísimo trabajo titulado “El abstencionismo electoral en España, 1977-2019. Análisis agregado de datos electorales y análisis individual de encuestas”, con una amplísima bibliografía, del que extraigo el siguiente cuadro comparativo en escala 1 a 10 (Op. cit. P. 55):

Se deja ver que la mayoría de los abstencionistas se colocan a la izquierda, y que el cruce de la escala 5 como zona media, y los años centrales 2011 a 2019, son los más significativos, pero, al mismo tiempo, se deja ver que el fenómeno de la abstención no es nada nuevo en España y perjudica notablemente al voto de izquierdas y fundamentalmente al PSOE.

Como este autor señala, “ […] desde los comicios de 2000 siempre la tendencia del Partido Popular ha sido en la misma dirección que la tasa de abstención. Dicho de otra forma, cuando la participación baja, se beneficia el PP, cuando aumenta el número de votantes, el PP pierde consenso.

[…] Parece que en algunos momentos sucesivos a períodos en los que el PP ha gobernado durante algunos años, la participación electoral haya aumentado y, juntamente, el PSOE haya también elevado su porcentaje de votos” (Ibid. P. 58).

Dicho de otra manera: pudiera atribuirse el abstencionismo electoral que afecta a la izquierda a que cuando ésta gobierna el sentido crítico censura a los propios, en tanto que al votante del PP le moviliza menos la crítica contra la corrupción, y más la fidelidad ideológica. La ética civil que busca implantar el bien común en la sociedad, parece funcionar en una sola dirección por estar más sensibilizada en la izquierda que en la derecha, pero no actúa críticamente con una mayor movilización electoral contra la corrupción de la derecha.

El personalismo de la derecha es apropiativo, consensuado con sus minorías de apoyo, pero fluctúa al servicio de “los intereses encapsulados” en una estructura de “camarillas superpuestas”. Redirecciono estos dos conceptos tomados de Mark S. Granovetter, en su libros “Sociedad y economía. Marco de referencia y principios” (CIS 2017). Por el contrario, el colectivismo solidario descansa en la capacidad de discernimiento crítico y ético, y en el compromiso social de la persona afectada por los marcos de referencia que le fabrican los medios de comunicación, no menos que por la presión de conformidad que ejerce la inculturación. Como el mismo Granovetter señala: “ […] a medida que las sociedades se hacen más complejas, el papel real de las relaciones de confianza ha declinado relativamente de manera que la confianza ya no es el pilar central del orden social” (op. cit. P. 91). La complejidad generada por la Modernidad y la Postmodernidad, al generalizar los intercambios, propicia la desconfianza y abre la puerta a las relaciones de dominio de los que más pueden, donde los intereses priman sobre las actitudes. Quienes optan por “la vida buena” y el “bien común” no deben bajar la guardia.

José Ramón Montero, de la Universidad Autónoma de Madrid); Richard Gunther, de la Ohio State University; y Mariano Torcal, de la Universidad Autónoma de Madrid, han realizado un espléndido trabajo titulado “Actitudes hacia la democracia en España: Legitimidad, descontento y desafección” (Reis 83/88 pp. 9-49), que, aunque sólo abarque los años 1976 a 1996, sí deja ver una tendencia: Los españoles, salidos de la dictadura, reconocemos y respaldamos la legitimidad del sistema democrático, aunque en virtud del mismo, como ciudadanos, mostremos descontentos al comparar lo esperado o lo necesitado con los resultados del momento y, en el extremo, sea el desencanto el que produzca desafección y abstención. Lo que no resulta de recibo es que se pierda la fidelidad ideológica y el voto vaya a parar a quienes hacen mala la vida de las mayorías y trabajan, no para “el bien común”, sino para el uso del poder en favor de las “camarillas superpuestas”.

Resulta gravísimo para la democracia que votos de la izquierda se queden en su casa o, peor aún, que engrosen las urnas que potencian a la derecha cuando esta pone en duda las propias bases democráticas: La legitimidad. Sabido es que la moción de censura, producida por el voto común en la Cámara, se les atravesó, y en lugar de reconocer las causas y enmendar su conducta, arremetió especialmente contra el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, calificándole de “okupa”, atacando a los partidos que se sumaron a esa moción, y poniendo en duda la legitimidad del gobierno. Todo un golpe, no sólo al Gobierno, no sólo al sistema de partidos, sino a la misma legitimidad democrática de un Gobierno surgido del voto de los representantes de la sociedad.

Una vez sentado este “a priori”, la derecha mediática, a rebufo de las declaraciones de los líderes políticos del PP, VOX y Ciudadanos, vienen cultivando la muy democrática “desafección” tratando de expandir el “descontento”.

No es nuevo, como ya hemos mostrado. Montero-Gunther-Troncal concluyen su trabajo señalando: “Entre los españoles se registra un alto grado de desafección política, que se ha mantenido estable durante los últimos veinte años pese a los extraordinarios cambios ocurridos en los ámbitos sociales, educativos, económicos y, sobre todo, políticos. […] el caso español indica con claridad que la desafección política no siempre disminuye con el mero paso del tiempo, ni siquiera cuando en ese tiempo transcurre el establecimiento, la consolidación y la institucionalización de un régimen democrático. La desafección política parece constituir un fenómeno que presenta una notable estabilidad”.

Diríase que tantos años de dictadura nos enseñaron a callar la boca y rumiar descontentos y desafecciones y, cuando la democracia quitó la mordaza impuesta a las izquierdas, estas recibieron con alborozo las libertades estrenadas, y mantuvieron a lo largo del tiempo el reconocimiento a la legitimidad del sistema por tanto tiempo deseado, y al mismo tiempo pudieron hacer público, las izquierdas, subrayo, sus descontentos y desafecciones. Grave cosa es poner ahora en entredicho el fundamento de la legitimidad, erosionando al gobierno con “ideologías fabricadas”, realidades distorsionadas, “fake news”, diseminando estados de ánimo, descontentos y desafecciones sin base, subidos al caballo del fenómeno estable de la “desafección política”.

Sabido es que uno de los significados de ideología es la idea devenida en falsificación estable de la realidad: mentiras conscientes, deformaciones, atribuciones de importancia a lo insignificante, camuflajes de lo que no se quiere que se vea, infeccionan la opinión, parasitan la conducta. Como señala Mannheim en <Ideología y utopía>, “ […]La mentalidad conservadora en sí no tiene utopía. Se halla, dentro de su propia estructura, en perfecta armonía […]”. En mi modesta opinión, la “mentalidad conservadora” vive alojada en los límites de sus intereses, de sus creencias, y esa es su ideología. Las utopías son, como Mannheim toma de Lamartine, “verdades prematuras”, aquello que todavía nos falta y a ello encaminamos la fe, la voluntad y la acción.

De ahí se deduce otra interpretación progresista de la ideología, y es de carácter perspectivista: “Perspectiva [dice Mannheim], significa la forma en que contemplamos un objeto, lo que percibimos de él, y como lo reconstruimos en nuestro pensamiento”.

Para tener perspectiva hay que ubicarse en un determinado lugar, que, al estar hablando de política, ese punto de observación y análisis tiene que situarse socialmente. Ubicados en un lugar social preferencial inmutable, el objeto a contemplar debe ser la cambiante situación social, y su análisis crítico debe incidir en cómo afecta la dinámica de la sociedad al bien común, preferencialmente de aquellos donde nos hemos ubicado. Finalmente, el proceso cognitivo debe culminar la reconstrucción con propuestas e implicaciones eficaces que abran alternativas. El posicionamiento en lugar social elegido, el de los más desfavorecidos, no cambia. Cambia la sociedad y las carencias que produce, cambian los ocupantes del poder y su manera de ejercerlo, cambian las alternativas realizables que produzcan la reconstrucción de la realidad, llevadas a la acción y sostenidas por la voluntad y el compromiso.

Por lo tanto, el descontento y la desafección política puede y debe ser crítica de una circunstancia, gobernada por un poder de izquierdas o de derechas, pero su análisis ideológico debe comenzar por sí misma. Debe ponderar si con su conducta está favoreciendo a quienes actúan desde una ideología conservadora de su estatus, y no del bien común, y de llegar al poder, apoyados en ello, producirá verdadero y fundado descontento y desafección, pero ya sin solución.

Una ola de derechización, una deriva hacia el autoritarismo, invade el mundo. Para medrar le interesa volatilizar el voto, crear desconfianzas, fomentar desafecciones. De esta ola da cuenta el informe “Democracy Report 2022 in the World. Autocratization changing nature?”, de la que extraigo el siguiente cuadro comparativo que dejo a su consideración:

Déjenme ofrecerles otro libro de referencia con intención de que sea efecto de llamada y lleve a la lealtad ideológica, crítica si hace falta, pese al descontento y contra la desafección: En el 2014 fue publicado por Comillas el libro colectivo “De la indignación a la regeneración democrática”. En el epígrafe titulado ‘Hacia una regeneración democrática’ (p. 123 ss.) se nos señala lo obvio: “la democracia es una construcción social”. Yo añado que como tal está construida por todos, por nadie destruida, y todos somos llamados a esa tarea. Una página después se añade: “El capitalismo se basa, en el fondo, en la lucha por la supervivencia y el deseo de dominio. Pero el hombre posee una dimensión trascendente que le capacita para reconocer también principios altruistas y para buscar el bien de la comunidad” (p. 124).

Ese “pero” muestra la diferencia entre lo humano y lo inhumano. Pudiera ser que en los albores de la humanidad la vida fuera lucha, intento de domeñar la naturaleza, agresividad en vigilia, y luego revertió en dominio del hombre sobre el hombre. Si ese pudo ser el primer basamento, quienes todavía lo practican siguen instalados en la barbarie. La dimensión trascendente no tiene que ver sólo con el ámbito de las religiones que procuran hacerlo operativo en la inmanencia, tiene que ver también con la toma de conciencia que haga el hombre de aquello que con él convive, y de las consecuencias para el futuro. El altruismo es todo un otero, una base de operaciones, un principio para elaborar “la continua creación del hombre por el hombre” que dice Garaudy, y construir el bien de la sociedad y el futuro que habrá de ser dejado en manos de otros.

En 1964 apareció en castellano el libro de Daniel Bell “El fin de las ideologías”, quizás al rebufo del libro de Fukuyama sobre “El fin de la historia”. Si el liberalismo económico había triunfado, se acabó la dialéctica. Habíamos llegado a la reducción apropiativa del mundo, al todo está permitido, a la libertad porque puedo. La historia había desembocado en el cementerio de las ideologías generalistas, al fin de la utopía. Bell recogía el guante de Edward Bellamy: “ […] el entorno genera carácter, y así, por ejemplo, la naturaleza rapaz del capitalismo formaba el carácter de competencia” (p. 460). Por lo tanto, la única ideología persistente que cabía era la de la supervivencia en una selva de rapaces; la atenta vigilancia que escruta las posibilidades de rapiña, y la suficiente agilidad para anticiparse en la caza. Lo permanente de esta actitud tenía que desenvolverse en la fugacidad de lo cambiante. La ética había quedado esclava de la degradación de la política. Era el tiempo de la fábula de la trucha: Si el pescador no podía hacerse con ella en las aguas limpias y transparentes, porque en ellas la trucha veía el anzuelo, había que enturbiarlas.

Sin embargo, en su epílogo, Daniel Bell nos reorienta cuando recurre a la izquierda hegeliana, a Marx y Feuerbach: la ideología es un medio para traducir las ideas en acción. En ellas, la abstracción se pone el mono de trabajo; la función de la filosofía, anticipándose a la Escuela de Frankfurt, debe ser crítica para liberar al presente del pasado, y al futuro de las condiciones negativas del presente, hacerse antropología y liberar de los falsos estados de conciencia. Así llegamos a su definición: “La ideología es la conversión de las ideas en palancas sociales. […] Es comprometerse con las consecuencias de las ideas”.

La ideología no es una abstracción dominadora con prensiones de totalidad. Tampoco es una ensoñación que pretenda fugase de la realidad, como aquellas utopías medievales, en una ensoñación. La ideología es pensamiento crítico que no duerme, ni pretende adormecer; pensamiento persistente, nunca fosilizado, que, desde la lealtad a una pertenencia ubicada en el padecimiento humano, sabe interpretar la circunstancia de los grilletes que lo producen, y actúa en consecuencia.

Así entendida, la ideología no ha muerto; no ha llegado a su fin porque tiene finalidad; tiende a los fines haciéndolos trabajar en la circunstancia; ni su tarea interpretativa, ni su trabajo consecuente, se detienen, si ella misma no cambia de lugar social donde se ubica; si no cambia de chaqueta, si no se embrutece dejándose arrastrar.

Como dijo Harvey Cox, “no lo dejéis a la serpiente”.

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