abril de 2024 - VIII Año

Las elecciones USA-2020 no incidirán apenas en la realidad europea

Las votaciones para las elecciones USA-2020 han concluido, aunque el resultado final está lejos de ser evidente. Se sabrá en los próximos días. Pero todo el mundo ha seguido el proceso electoral con bastante interés, porque el mundo cree saber de la importancia del resultado. Pero, ¿cuál y cómo es ese mundo nuestro que ha seguido con tan alto interés el proceso? Pues es un mundo en el que las elecciones USA no van a tener mucha incidencia. Sujeta a la epidemia, con un problema migratorio colosal, con una grave crisis sanitaria y económica, Europa está hoy muy alejada de USA, ganen o pierdan demócratas o republicanos.

En 1990, la Guerra Fría, y con ella la pesadilla de la hecatombe nuclear que amenazaba a Europa, desde 1945, se disipó con el derrumbamiento del bloque socialista y de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, la Comunidad Europea parecía en puertas de un gran salto para su transformación en una verdadera Unión, preparada para dar paso a la unificación económica y política de sus miembros. Pero sólo fueron ensoñaciones. Algo ha funcionado mal y los objetivos no se han alcanzado. La Europa asolada por la pandemia contempla cómo no hay constitución europea, ni se la espera, no hay política exterior común, ni la va a haber a corto plazo, tampoco hay integración política. Por no haber, ni hay Europa de los 27, por el Brexit británico. Los europeos hemos de conformarnos en 2020 sólo con el euro.

En 2020 Europa, en medio de una terrible epidemia, asiste a una realidad diferente: inmigración ilegal, desequilibrios, pobreza, conflictos, irredentismos, con su acompañamiento de odios étnicos y religiosos, todo eso ha vuelto a formar parte del acontecer europeo. Y junto a esto, resurgen algunas de las viejas tendencias hegemonistas en el continente, con Alemania pugnando con Francia por la supremacía. Una pugna oculta bajo la idea del “Eje París-Berlín”. Cada vez es más palpable la impotencia de la Unión Europea en lo político, en lo militar y hasta en lo sanitario. Estas son las realidades de Europa después de treinta años, muy lejos de las grandes perspectivas que parecieron abrirse en 1990.

1.- El incremento de los riesgos

La implosión del mundo soviético desactivó el orden mundial creado tras la II Guerra Mundial y durante la Guerra Fría. Un orden basado en el equilibrio antagónico de USA y URSS. Todo se ha esfumado sin que hayan surgido nuevas estructuras que lo sustituyan. El mundo se ha vuelto mucho menos seguro. En 1990 desapareció la gran amenaza de la guerra nuclear, pero han crecido mucho los riesgos. En cuanto a armas nucleares, ya hay muchos países que tienen bombas atómicas o están a punto de ello. Y las viejas estructuras no son capaces de seguir ordenando el mundo. La OTAN, por ejemplo, se ha convertido en una oficina de relaciones internaciones, con poco trabajo, y ya casi nadie recuerda su carácter militar. El cuarteamiento de la Unión Europea tras el Brexit, se ha acelerado con dureza con motivo de la pandemia, que golpea en todas partes.

Surgen por doquier “zonas indefinidas”, donde no se sabe qué legislación se aplica, si es que se aplica alguna. Y surgen en las ciudades francesas, belgas, inglesas…, en barriadas controladas por los islamistas. Como surgen en el este de Europa, en partes de Siria e Iraq, o en extensas zonas de África. Todo ello causado por el debilitamiento del orden constituido. Al tiempo, aparecen nuevas zonas y elementos de crisis. Hace treinta años los riesgos no existían, ni al este, ni al oeste de Europa. En el mundo de la Guerra Fría no era posible jugar a los riesgos. La amenaza de un conflicto nuclear impedía situaciones que no estuviesen controladas desde Washington o Moscú. Pero eso ya pertenece al pasado. Hoy en día, el teléfono de Washington no siempre responde, y el teléfono de Moscú no siempre funciona.

2.- La retirada norteamericana de Europa

Todo ha cambiado, pero sin sobresaltos, aunque se mantienen viejas ideas y antiguas concepciones. A veces, da la impresión que la caída del Muro de Berlín sólo pasó allí, no en las mentes ni en las políticas de los dirigentes y partidos europeos que, treinta años después, siguen pensando y actuando como si nada de eso hubiera pasado. Sólo en las cabezas más primarias y elementales del marxismo europeo pudo concebirse la absurda idea de que Estados Unidos aspiraba a la dominación de Europa. Eso era a lo que aspiraba la Unión Soviética. Sólo las más obtusas mentes de los dirigentes europeos, en especial los de izquierda y de extrema derecha, mantienen vivo el más intransigente activismo antinorteamericano.

Lo que trajo a los norteamericanos a Europa fue la amenaza totalitaria, primero la nazi, y luego la comunista. Vencido el nazismo en 1945, y desaparecida la amenaza soviética, en 1990, América emprendió la retirada de Europa. Y lo ha hecho de un modo tan rápido como silencioso. En 1990, había acantonados en Europa casi 500.000 soldados USA que, entre 1990 y 2000, se redujeron a 100.000, con el demócrata Clinton. Actualmente, en 2020, descontado el personal civil auxiliar, no llegan a 25.000. Es decir, una reducción de casi el 95%. Hasta 1990, Europa estuvo en primera línea de defensa frente a la amenaza soviética. Pero todo ha cambiado. En España, sin ir más lejos, hemos visto el desmantelamiento de las bases norteamericanas, reducidas actualmente a dos de utilización conjunta, la de Morón y la de Rota, de las cuatro existentes antes de 1990.

Salvo para algunos integrantes de las élites del Partido Demócrata, que muchos identifican con EE.UU., Europa no tiene atractivo, ni mucho interés. La sociedad USA mira al Pacífico y al Sur de América. Desde la perspectiva de Los Ángeles, Seatle, Denver o Phoenix, las cosas se ven de otra manera. En USA, Berlín cuenta menos que Tokio, París menos que Canberra, Roma menos que Manila, Madrid menos que México, y Europa entera menos que China. En la campaña de las elecciones presidenciales de EE.UU., de 3 de noviembre de 2020, la antaño importantísima alianza con Europa, la OTAN, no fue mencionada ¡ni una vez! por los candidatos Biden y Trump. Tampoco la Unión Europea.

Los norteamericanos del siglo XXI buscan sus oportunidades en Asia y en el Pacífico, no en Europa. Se han ido de nuestro continente y no volverán fácilmente. Muchos considerarán que esa retirada no es mala noticia, pero se equivocan. No es buena y proyecta más inseguridad que ninguna otra cosa. Esperemos que no haya que echarles de menos, si la situación europea experimentase un grave empeoramiento en los próximos años. Pero la retirada norteamericana no se ha limitado a Europa. También se han ido de la mayor parte de África. Las crisis de Libia y Túnez, con las “primaveras árabes”, dejaron ver que el norte de África no es tampoco zona de interés para los EE.UU., una vez despejada la amenaza soviética. Una actitud de indiferencia que contrastó con la activa intervención norteamericana, en los últimos años, en Siria (Asia). La llamada “primavera árabe” interesó a EE.UU. de modo desigual, según se desarrollase en África o en Asia.

3.- ¿Está agotado el proyecto de la Unión Europea?

La OTAN fue una de las dos grandes organizaciones en que se articuló la denominada Europa Occidental tras el final de la Segunda Guerra Mundial. La OTAN hoy es una alianza militar defensiva que se ha quedado sin enemigo del que defenderse. Mas aún, la mayor parte de los países que integraban su principal alianza enemiga, el Pacto de Varsovia, se han incorporado a la OTAN en los últimos años. La última actuación militar de la OTAN tuvo lugar en Irak, en 2003, hace mucho tiempo y muy lejos del entorno europeo para el que se creó.

La otra gran organización en la que se articuló Europa tras la Segunda Guerra Mundial, fue la Unión Europea, una organización de carácter civil y comercial para lograr la integración económica y política de los países europeos. Ambas fueron creadas en el mundo de la Guerra Fría. Ambas se expandieron hacia el este de Europa tras el colapso soviético de 1990, incorporando a muchos de los países hasta entonces dominados por Moscú. Y ambas se encuentran actualmente sometidas a fuertes crisis.

La Unión Europea, desde el momento de su fundación (1956), ha experimentado también un proceso de crecimiento. En 1956, fueron 6 los países que la conformaron. En 2013, llegaron a un total de 27, si bien, en la Unión Monetaria, es decir, en la moneda única (el euro), sólo participaron 17. A diferencia de la OTAN, la Unión Europea tenía una proyección esencialmente continental. Aspiraba a resolver las rivalidades tradicionales que enfrentaron a las naciones europeas y provocaron las dos conflagraciones mundiales del siglo XX. Frente a la pérdida de protagonismo de la OTAN, desde 1990, la Unión Europea se lanzó a un proceso de integración política de mucha mayor intensidad. La firma del Tratado de Maastricht, en 1992, el de Niza, en 2001, y el de Lisboa, en 2002, fueros los principales hitos.

Pero tampoco funcionaron bien las cosas. Se creó un Parlamento Europeo, pero sin muchos cometidos. Y la crisis de los Balcanes, que llevó a la desintegración de Yugoslavia, entre 1991 y 2001, puso al descubierto la debilidad de la integración. Las estructuras de la Unión fueron incapaces de hacer actuar conjuntamente a los países miembros que, a la postre, antepusieron sus intereses nacionales. Al final, se tuvo que recurrir a los norteamericanos para resolver la crisis yugoslava. El gran proyecto de establecer en 2002 una moneda común quedó limitado a 17 de los 27 estados integrantes, no consiguiéndose integrar a Inglaterra ni a los países nórdicos (salvo Finlandia). Y el otro gran proyecto, la Constitución Europea, naufragó en el año 2005 al no prosperar los referendos convocados en varios países de la Unión en ese mismo año.

Las diferencias entre los socios de la Unión Europea, que tan bien se pudieron apreciar con motivo de la crisis yugoslava, produjeron daños. Después el referéndum de 2016 sobre el Brexit, en el Reino Unido, los desacuerdos han ido a más. Una situación de crisis que parece haberse detenido, pero no acabado, en 2020, con las negociaciones para facilitar fondos especiales de reconstrucción, tras la pandemia.

4.- Europa, sin unidad ni liderazgo

La reunificación alemana de 1990 fue la primera gran consecuencia del hundimiento soviético. Alemania consiguió con ello cerrar la más grave consecuencia de su derrota de 1945. Nadie dudaba de la potencia económica germana entonces, pero todos, empezando por los alemanes, eran muy conscientes de que su potencia no estaba equilibrada. Alemania es un gigante económico, pero un enano político y militar. Tutelada desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la Alemania reunificada de 1990 saltó al escenario internacional con audacia. Los círculos dirigentes de Alemania, con su gran potencia económica, acarician restaurar de nuevo la potencia alemana. Desde la reunificación, Berlín ha impulsado procesos de reconfiguración nacional en los países europeos que podían constituir obstáculos a su hegemonía en el centro y en el este europeo. Yugoslavia, Checoslovaquia y la URSS, todos ellos surgidos o redefinidos tras la Primera Guerra Mundial, y tradicionalmente opuestos a la Alemania, fueron los destinatarios de esas iniciativas.

El caso yugoslavo fue el más largo y doloroso. Las debilidades políticas y militares de Alemania se notaron. Yugoslavia sí tenía peso político y fuerza militar, y el proceso para su desintegración fue muy complicado y sangriento. La disparidad de criterios entre Inglaterra y Alemania se volvió a poner de relieve en 2003, con la Guerra de Iraq. Las diferencias existentes entre los socios de la Unión Europea no han dejado de incidir en las renuencias británicas y de algunos otros países del norte de Europa, a integrarse más decididamente en una Unión Europea controlada cada vez más por Alemania y menos por Francia. El Brexit, es la prueba indiscutible de la desconfianza inglesa hacia una unificación europea subordinada a Alemania.

La hegemonía alemana se reforzó durante la crisis de 2006-2012. En los últimos ocho años (2012-2020), el dominio alemán de la economía se ha convertido en supremacía política, pues no hay país en el continente que pueda disputar el liderazgo a Berlín, al menos mientras haya crisis. Ni siquiera Francia. Los países del sur de Europa hemos conocido muy bien la potencia germana en estos años. Grecia y Portugal, países tradicionalmente ligados a Inglaterra, han caído en procedimientos de rescate de Bruselas, pero vigilados desde Berlín. Y otro país, Irlanda, también tradicionalmente en la órbita británica, se ha vio sometido a esa misma situación.

Todos estos hechos han pesado en el Brexit británico y han llevado al Reino Unido a refugiarse en su privilegiada relación con EE.UU. Mientras, Francia sigue padeciendo la pérdida de la confortable situación de que disfrutó hasta 1990. Hasta ese momento había sido el líder de la entonces CEE, que mantenía una privilegiada relación con la Unión Soviética y que tenía con EE.UU. una distante relación cordial. Los nuevos tiempos han ido desdibujando su papel en Europa. Ahora, en plena pandemia y bajo el azote del terrorismo islamista, Francia se ha situado a la sombra de Alemania, aspirando a mantener sus pequeñas zonas de influencia en el Norte de África y en la Subsahariana, y a no ser definitivamente relegada en Europa.

5.- La posición de España y sus oportunidades

¿Y España?, ¿qué va a ser de la deprimida España?, ¿qué del país que peor ha gestionado la epidemia y la crisis económica?, ¿qué de la unidad de una de las naciones más antiguas del continente, hoy seriamente cuestionada?, ¿qué de su futuro?

Es posible que los españoles no sean plenamente conscientes de la cambiante realidad internacional en que viven. Y nuestras élites no se han percatado de las ventajas que pueden obtener de la actual situación. Enfrascados en sus pequeños asuntos, nuestros gobernantes no están sabiendo aprovechar la situación actual. Los españoles, tradicionalmente ensimismados, siguen presos de sus viejos prejuicios y se sienten incapaces de sobreponerse a sus complejos. Todavía es frecuente oír a muchos sesudos comentaristas de mérito afirmar, avergonzados, que España fue el único país de Europa que mantuvo una dictadura durante más de 35 años, en el siglo XX. Como si no hubiese existido nunca Portugal, que estuvo más de 47 años bajo una dictadura. Como si no hubiese existido nunca la Unión Soviética, con 70 años de rigor totalitario. Como si no se hubiesen enterado de la existencia en el Este de Europa, entre 1945 y 1990, de un bloque de países comunistas que estuvo sojuzgado a niveles de sumisión y de miseria abrumadores, durante 45 años.

Mal gobernados por una casta política deficiente y tendentes a la depresión, la mentalidad de los españoles se sitúa en un pesimismo fuertemente acrítico, que cierra los ojos para no ver el mundo circundante. Muchos no son capaces siquiera de vislumbrar las magníficas opciones que se les han empezado a ofrecer. El fin de los bloques militares de la guerra fría, en 1990, y el creciente desorden en el continente, no se ven como hechos que nos liberan de las rígidas ataduras que nos sujetaron en el pasado, sino como un castigo de aislamiento y marginalidad. Por primera vez en muchos años, más de dos siglos, España ve atenuarse las asfixiantes imposiciones de las potencias europeas, como también ve reducirse las exigencias militares de los EE.UU.

La posición periférica de España respecto al centro de Europa, más que una desventaja es casi una oportunidad. En este nuevo siglo, y ello constituye una auténtica novedad, no somos necesarios ni para Francia, ni para Inglaterra, ni para Alemania. La excelente posición estratégica de España en el Atlántico, le permite aspirar a seguir desempeñando un papel de primer orden en el tráfico comercial. Y eso sin despertar los recelos que podrían surgir de un país de proporciones o potencialidades más amenazantes que el nuestro.

¿Seremos capaces de aprovecharlo, o seguiremos ajustando cuentas con nuestro falsificado pasado?

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