julio de 2025

Los diez pilares (derruidos) de la enseñanza

Hay diez pilares sin los cuales la enseñanza, en su sentido propio, no puede existir. En este artículo se hace una exposición sumaria de cada uno de ellos.

a1. El conocimiento

La afirmación de que la enseñanza versa sobre la transmisión de conocimientos hace tiempo que dejó de ser una verdad de Perogrullo. Hoy esta concepción orientada hacia los contenidos se considera propia de un modelo educativo anacrónico y superado.

La sustitución avanza por una doble vía: el formalismo y el emotivismo. El formalismo se expresa, principalmente, en el eslogan aprender a aprender. Se trata de una fórmula vacía y vaciadora, pues la única manera de aprender a aprender es aprendiendo algo.

Esta primera vía se nutre a su vez de poderosos afluentes: el relativismo constructivista (nada es verdad ni mentira sino que depende del constructo social con que se mira), el metodologismo (solo el método activo —basado en la experimentación directa del alumno, en el `learning by doing´— garantiza el éxito), la novocracia (solo lo nuevo puede ser bueno), la desconfianza de la escuela (que porta un `currículo oculto´ legitimador de situaciones de explotación), la posmodernidad líquida (que derriba toda aspiración de objetividad), el populismo (que demuele jerarquías académicas y equipara la opinión más docta con la más iletrada) y la identificación entre alta cultura y cultura de clase.

Nos detenemos brevemente en este último afluir. Se toma como fundamento la noción antropológica de `cultura´ (que incluye todo aquello que se transmite socialmente). Pretender aplicar un criterio selectivo de excelencia solo delata —al tenor de estos pedagogos— intereses bastardos de dominio (Juan Delval, por ejemplo, postulaba en Los fines de la educación que aprender latín únicamente servía para diferenciarse de aquellos que no lo sabían). Desde esta perspectiva “democrática”, la cultura del puchero es tan valiosa como toda la obra de Sófocles y mucho más apropiada para ser enseñada en determinados contextos (según otro de los sacrosantos principios de la neoeducación: la adaptación al entorno).

La vía emotivista se manifiesta en la prioridad de los afectos (lo demás, como mucho, es secundario), en el paidocentrismo (el alumno en el centro), en el espontaneísmo rousseauniano (toda norma es de suyo represora), en la desaparición de la función docente (el docente es reconvertido en gestor emocional, motivador o animador social), en la importancia del entretenimiento (si es divertido, es bueno). No resulta extraña la insistencia en la felicidad del alumno como una suerte de objetivo final. “Más vale un ignorante feliz que un sabio infeliz” ‒ repiten los líderes pedagógicos. Es un planteamiento falaz: más vale también ser un paralítico feliz que un bípedo desdichado. La cuestión es otra: ¿es preferible conocer —o tener piernas— a lo contrario? Y la respuesta es obvia. Aún más, no es posible construir una vida autónoma y personal desde la ignorancia.

Sin duda, la escuela ha de garantizar cierta seguridad afectiva (por cierto, muy lejos de lo que existe actualmente), pero su eje no puede ser otro que el aprendizaje. Haber ignorado esta verdad elemental conduce a la aparición de un ciudadano parásito y anómico. He aquí una fuente importante de la crisis del vivir juntos en la que nos encontramos.

  1. La autoridad

La autoridad es algo distinto a la persuasión y a la coacción. Se diferencia de la primera en que no opera a través de la argumentación, y de la segunda, porque se basa en una obediencia voluntaria. La palabra latina auctoritas deriva del verbo augere: hacer crecer, aumentar. Con ella aludían al incremento de la herencia desde la fundación de Roma. Y resulta especialmente adecuado para la enseñanza, que persigue el despliegue progresivo de talentos a través del contacto con las mejores creaciones del espíritu humano.  

En el mundo moderno, la autoridad en general ha sido declarada sospechosa; se hace equivaler casi siempre a autoritarismo. Este declive resulta especialmente dañino en el ámbito prepolítico de la educación, donde siempre se entendió la autoridad como un imperativo natural. Con la pedagogía moderna, los niños pasan a ser una “minoría oprimida” (al igual que los obreros, las mujeres o las razas discriminadas).

Las consecuencias del derrumbe son múltiples, todas negativas. Centrándonos en la enseñanza: 1) Los niños son abandonados al grupo, es decir, al cabecilla del grupo, lo cual redunda en violencia escolar; 2) Se produce un incremento de la desorientación, pues la autoridad proporciona permanencia y estabilidad; 3) Se pierde un importante apoyo para el conocimiento: el alumno suele ser incapaz de apreciar el sentido de lo que aprende, de ahí la relevancia de una figura de autoridad que le inste a confiar en su valor; 4) Al desaparecer la función docente y paternal, se produce una confusión entre generaciones que impide que emerja “la voz de lo nuevo” (la expresión es de Hannah Arendt); 5) Irrumpe el “hijo-Narciso” como resultado de la satisfacción ilimitada a sus demandas, tan lábil como ayuno de curiosidad intelectual.

Los sustitutos de la autoridad son otras formas de poder y liderazgo basadas en la popularidad, la influencia en redes sociales, la ideologización de la vida privada, el descrédito de las instituciones y el control de la información por parte de los grandes imperios tecnológicos. El marco idóneo para un mundo líquido (Z. Bauman).

  1. La tradición

La autoridad tiene relación directa con la tradición, es decir, con el prestigio del pasado, que comparte la misma facultad de alejar las inseguridades derivadas del constante cambio y sirve de nexo de unión entre generaciones. Pero también está en crisis. Nuestra época no venera, ni a menudo respeta, lo que ha sobrevivido la prueba del tiempo. Eso acarrea varios peligros, como el olvido (lo cual, siguiendo a Santayana, facilita la repetición de errores) o la pérdida de una dimensión humana esencial: la profundidad (como decía Hannah Arendt, “la memoria y la profundidad son lo mismo, o mejor aún, el hombre no puede lograr la profundidad si no es a través del recuerdo”).

En los jóvenes existe un menosprecio hacia el tesoro de riquezas espirituales que proviene del pasado. No existe inquietud por aquello que encendió y espoleó a los hombres del pasado. En política, tiene su expresión en el adanismo.

  1. Disciplina

Si no hay autoridad, no puede haber disciplina. El adulto se inhibe de su tarea de administrar la frustración del niño y eso equivale a abandonarlo antes de que haya podido construir un `sí mismo´. Vigotsky mostró cómo, a partir de los cuatro años, el niño, al obedecer, va internalizando la voz de sus padres y empieza a darse órdenes a sí mismo, o sea, se convierte en emisor y receptor de las mismas. La propia etimología de la palabra `obedecer´ lo expresa de una manera diáfana: proviene del latino ob-audire, que significa “atender a lo oído”. Esta es la base del aprendizaje del autocontrol, sin el cual ningún proyecto de buena vida es posible. No hay peor servidumbre que ser esclavo de los propios deseos.

  1. Promoción social

Una parte del crédito de la enseñanza ha provenido siempre de su funcionalidad como ascensor social. Es otra de las cosas que han cambiado radicalmente: a) Por un lado, se ha asentado la percepción de que lo que se imparte en los centros educativos no posee valor intrínseco; es un mero obstáculo, incluso caprichoso, para lo único que interesa, que es avanzar hacia el título; b) Y la propia titulación experimenta un proceso de devaluación o mejor dicho de subordinación a intereses mercantiles.

Los títulos carecen de correlato objetivo. Hay centros escolares con un porcentaje de titulación del 100% donde los egresados carecen de las herramientas básicas de comprensión y expresión. La estafa es evidente y tiene su continuación en la Universidad. El Plan Bolonia desmanteló un sistema que permitía, gracias al talento y el esfuerzo, alcanzar con un coste módico los objetivos más altos por otro en el que existe una relación directamente proporcional entre el precio del máster y su funcionalidad laboral. La guillotina académica ha sido sustituida por la guillotina clasista, mucho más implacable y atroz. Esta degradación viene facilitada por el menosprecio español a la meritocracia. Y conduce a aceptar como natural que no exista prácticamente ninguna evaluación externa del sistema, ningún diagnóstico objetivo.

  1. La memoria

Antes de ser desterrada por el nuevo régimen pedagógico, la memoria fue desfigurada como simple almacén de datos. En estos tiempos tan modernos, donde toda la información está a un clic de distancia, la memoria ha sido declarada obsoleta. Sin embargo, nuestra memoria a corto plazo es muy limitada; por lo general, podemos retener entre 5 y 7 unidades. Esto hace necesaria la grabación en otro tipo de memoria más duradera. Las investigaciones sobre memoria de trabajo (working memory) demuestran su correlación casi completa con la inteligencia general, hasta tal punto de que hay autores que las unifican (entre ellos, Piaget, considerado gurú pedagógico en otras cuestiones).

  1. Prestigio de la madurez (del deber)

En el siglo xix y principios del xx las canas simbolizaban dignidad, autoridad moral y respeto. Hoy ocurre todo lo contrario: cabe hablar de una auténtica efebolatría. No hay más que visualizar a la adolescente Greta Thunberg abroncando a los líderes del mundo, como si ella tuviera un acceso directo a la sabiduría. En nuestro país, el fenómeno se da incluso con más intensidad. Félix de Azúa decía que “España es el país donde la adolescencia alcanza hasta los cuarenta años”. La clave está en la irresponsabilidad, en el disfrute de derechos sin asunción de deberes.

  1. La atención

Alguien observó que la atención es el nuevo coeficiente intelectual: el conocimiento está reservado para quien es capaz de concentrarse y prestar atención. Por desgracia, lo que prolifera son las patologías de la atención, a menudo reunidas bajo el etiquetado laxo del Trastorno de Déficit de la Atención e Hiperactividad. Al considerarlo una enfermedad, se impide abordarlo como problema psicosocial, principalmente ocasionado por la exposición masiva a las pantallas. El niño, sobresaturado de estímulos visuales que se suceden a gran velocidad, se acostumbra a la impaciencia, al ritmo de vértigo y a lo inmediato. Es decir, a los peores enemigos para el aprendizaje. A estos efectos, podemos considerar el móvil como una suerte de mito de la caverna portátil. No es de extrañar que los gurús tecnológicos impidan que sus hijos estén expuestos a estas tecnologías. Catherine L´Ecuyer considera ­­­la crisis educativa actual como una crisis de atención y explica que:

El cerebro humano está hecho para aprender en clave de realidad y los hechos nos indican que los niños aprenden a través de experiencias sensoriales concretas que no solamente les permiten comprender el mundo, sino también comprenderse a sí mismos. Todo lo que los niños tocan, huelen, oyen, ven y sienten deja una huella en su mente, en su alma, a través de la construcción de su memoria biográfica que pasa a formar parte de su sentido de identidad. En definitiva, los niños aprenden en contacto con la realidad, no con un bombardeo de estímulos tecnológicos perfectamente diseñados. Tocar la tierra húmeda o mordisquear y oler una fruta deja una huella en ellos que ninguna tecnología puede igualar. 

  1. El esfuerzo y la derrota de la voluntad

A la degradación cognitiva se une la volitiva y la afectiva. José Antonio Marina ha analizado con detenimiento cómo la voluntad ha sido sustituida por la motivación (una motivación externa, es decir, activada desde fuera). La concepción de partida es rousseauniana: el niño es espontáneamente bueno y no hay que interferir en su desarrollo natural, que cursa a través de la experiencia y la observación propias, nunca de conocimientos abstractos o imposiciones de fuera. El ministro J. A. Maravall saludó la aprobación de la LOGSE con un significativo “¡se acabaron los deberes en casa!”.

En el nuevo rol del padre y del docente destaca ser escudo contra cualquier posible frustración. Es una idea muy tóxica, pues son necesarios los estresores y los obstáculos para aprender, adaptarse y crecer (tal como desarrolla Nassim Taleb con su concepto de `antifragilidad´). El resultado inevitable es desactivar el poder del educando para vencer las resistencias, debilitar su tolerancia a la frustración, convertirlo en reo de la gratificación inmediata y del victimismo, y reforzar su narcisismo, su inmadurez y su ingratitud. No hay peores polizones para una vida independiente, libre y satisfactoria.

  1. El sentido de la institución independiente

Alain defendía que la escuela debía blindarse ante la sociedad. Hoy estamos en el polo opuesto: los muros académicos que la aislaban de intereses ajenos han sido derribados. La fórmula que se ha usado para esta transición negativa es la exigencia de apertura a la sociedad. El resultado es que la escuela queda desarraigada de su suelo propio, a merced de los vientos políticos, es decir, de todos los poderes fácticos que poseen alguna entidad. Los inspectores siguen consignas políticas, el porcentaje de aprobados se establece en los despachos, el adoctrinamiento campa a sus anchas, los valores genuinamente escolares —conocimiento, esfuerzo, meritocracia— se han visto perturbados, interrumpidos o contaminados por intereses espurios, etc.

Y la pregunta que asoma, inquietante, es qué futuro nos cabe esperar sin el apoyo de la institución social más importante, la escuela, simiente y garantía de civilidad.

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