abril de 2024 - VIII Año

Una entrevista, que tal vez pudo tener lugar, entre Voltaire y Diderot

Voltaire

“Los dioses han hecho que se engendre la razón entre los hombres como el mayor de todos los bienes que existen”
Sófocles

Hace ahora cuatro años, un 15 de abril moría en Suiza, Louis Béirot. Fue un intelectual francés activo, inquieto, comprometido y polifacético: periodista, ensayista, novelista, ecologista y con una buena dosis de rebeldía y de inconformismo. Cuando supo que tenía cáncer de páncreas viajó a Suiza, ya que allí era posible una muerte asistida. Tenía derecho a disponer de su vida y lo ejerció.

De su producción intelectual me interesan especialmente, sus ensayos y novelas, sobre todo “Un café avec Voltaire”. Hace tiempo, que divulgar con rigor es una tarea meritoria y necesaria en medio de tanto adanismo y de tanto desinterés hacia el pensamiento crítico y la cultura.

La Ilustración ha sido el movimiento intelectual que ha dejado una huella más profunda en el pensamiento y en la cultura europea, tal vez por eso, la  postmodernidad y otros movimientos afines lo han combatido, hasta desdibujarlo y tergiversarlo. Esto ha dado lugar a un retroceso en la concepción del mundo y del hombre, a una fragmentación del pensamiento y a una trivialización.

Hace ya un par de años que leí con agrado y complacencia “Un café con Voltaire”. Me interesó y en cierto modo, me sedujo. Es un libro ameno, polémico y que ha sido leído por muchos jóvenes europeos que no están inclinados, habitualmente,  a las lecturas filosóficas.

Cuando proliferan a nuestro alrededor tantas supersticiones, un negacionismo y descredito hacia la ciencia, una desconfianza hacia el futuro -es más, hay quienes creen que nuestros hijos vivirán peor de lo que han vivido nuestros padres- y una desvalorización y puesta en entredicho de la razón, es aconsejable una reflexión de lo que significó el Siglo de las Luces y su impulso por dar alas al pensamiento, a la creatividad y a aspirar a una sociedad más justa e igualitaria, donde la tolerancia ganara terreno a las obscuras sombras del fanatismo.

En “Un café con Voltaire”, Louis Bériot con amenidad no exenta de rigor, cabalgando entre literatura y filosofía, imagina una serie de encuentros, reales o ficticios entre los filósofos, literatos y científicos más destacados de la Ilustración, dando al sereno debate de ideas una importancia que causa admiración y cierta envidia.

Hemos de dar todo el valor que tiene –y es mucho- a una actitud vigilante y atenta para apreciar la agonía de un ‘modelo de vida’ y de las concepciones ideológicas que lo sustentaban.

El ‘sapere aude’, se convierte en una reivindicación mucho más generalizada de lo que, quienes mantenían sujetos bajo el yugo a los futuros ciudadanos, hubieran deseado. Hay periodos en que la realidad se agrieta, parece desgajarse y quebrarse.  Surge con fuerza una rebeldía que pronto va a cambiar el mundo.

El motor de la historia, hay momento señalados,  en que abandona el inmovilismo y parece dotado de una arrolladora energía que insufla nuevos bríos a los ideales humanistas.

Las heridas que el absolutismo ha abierto, por primera vez aspiran a cerrarse. Una nueva sensibilidad se hace presente, haciendo posible que la tolerancia y el ideal de justicia se manifiesten primero y se vayan extendiendo, radialmente, poco más tarde.

Diderot

Quizás los lectores vislumbren, el carácter agonizante y caduco que cada vez se respira más intensamente. Se parece, más de lo que quisiéramos a la realidad que vivimos en el presente. Se aspiraba –como hoy deberíamos aspirar- a la renovación del pensamiento, de las conciencias y de las formas y hábitos de vida.

Creyeron con fuerza en el poder emancipador de la educación y del conocimiento y en nuevas estructuras sociales y políticas en las que los hombres desempeñaran un protagonismo efectivo, así como voz y voto en las decisiones a adoptar. Los aspectos de mayor calado de esta nueva sensibilidad, que va fortaleciéndose, serán el derecho a la libertad y la igualdad jurídica ante la Ley.

El motor de la historia, se iba calentando y retomaba su larga marcha interrumpida. Nada surge del vacío. Nada se produce por generación espontánea. Los logros intelectuales y científicos son poderosas palancas que catapultan las nuevas ideas de progreso. Caen en desuso el ‘escolasticismo’ y el soberbio e irracional argumento de autoridad y se van abriendo paso el pensamiento crítico, y la experimentación…

Ha llegado el momento histórico en que una nueva clase, la burguesía, va a acceder al poder político y económico. Su zenit, como no podía ser menos, será la Revolución francesa.

Hoy, es más necesario que nunca, recordar la importancia que tuvo –y sigue teniendo- la autonomía de la razón, con sus espléndidas secuelas como la libertad de pensamiento y de expresión. Los movimientos democráticos de carácter emancipador estaban próximos a aparecer.

Corren tiempos de un manifiesto desinterés hacia el pasado. La capacidad de olvido está alentada por influyentes centros de poder. Despreciamos lo que ignoramos y, por eso, es tan difícil establecer vínculos entre el presente que vivimos y la larga lucha de conquistas que nos ha permitido llegar hasta aquí.

Las democracias han ido perdiendo fuerza y pulso. Los ciudadanos, que tiempo atrás demostraban un sentido crítico y se sentían orgullosos de intervenir en los asuntos públicos, se encierran cada vez más en sí mismos, atrapados en un individualismo atroz e impotente. Han acabado por volverse hedonistas y consumistas. Son, por tanto, presa fácil de fake news y de otras múltiples  falsedades orquestadas. Probablemente el consumismo ciego que practicamos y nuestra despreocupación por el cambio climático, las crecientes desigualdades y sus consecuencias, formen parte del lóbrego panorama que se avecina.

Quizás todo empezó cuando surgieron los ataques furibundos y la demolición sistemática de los principios y valores ilustrados.

Hoy, fuera de los círculos académicos, es difícil encontrar alguien que haya leído a Voltaire, cuyo “Cándido, o El optimismo” y su lúcido ensayo “Tratado sobre la Tolerancia”, deberían ser conocidos, valorados  y comentados por los jóvenes ya que contienen un germen de rebeldía y de escepticismo que tanta falta nos hace.

Lo mismo podríamos decir de Denis Diderot, promotor de la Enciclopedia. No estaría de más recordar ¿cómo nació?, ¿para qué sirvió? y cómo contribuyó a que se tambalearan y resquebrajaran los principios en que se basaba el absolutismo con su deriva autoritaria.

En la espléndida, satírica y pedagógica película de los Monty Python, “La vida de Brian”, una escena me parece conseguidísima, inteligente, provocadora y hasta subversiva, es aquella en que un personaje pregunta a otro ¿Qué debemos a los romanos?, ¿qué han hecho por nosotros? La respuesta se va agrandando, ensanchando y llenando de efectos cómicos… que sin embargo, tienen un trasfondo nada frívolo. Nos hace reír…más después reflexionar.

Preguntémonos ¿qué debemos a la Ilustración? La respuesta a este interrogante quizás sea esclarecedora para quienes no se hayan interesado hasta ahora, por la influencia y expansión de este movimiento filosófico y político de carácter emancipador.

Louis Bériot en la obra que hemos comentado “Un café con Voltaire”, imagina y escenifica con rigor, conversaciones y controversias entre las figuras más destacadas de la Ilustración. Muchos de estos encuentros no tuvieron lugar nunca. Mas en su reconstrucción ficticia, expresan con ironía, propiedad y fundamento las ideas que sostuvieron.

Diderot señala con agudeza que Voltaire excita con ironía una sana indignación contra la mentira, el fanatismo y la tiranía. Desde luego no está de más, recordar esto.

A lo largo de la velada, François-Marie Arouet, expone algunos temores por parte de quien ha llegado a una edad avanzada y sabe próximo su fin, más también, incide en que le angustia que el rey pretenda tras su muerte, incautar su biblioteca para que sus obras dejen de circular y estén a buen recaudo. Incluso, presiente que el monarca absoluto, aunque hipócrita, quiere deshacerse de ellas quemándolas. Por ese motivo y para salvarlas, idea la estratagema de vendérselas a la Zarina Catalina de Rusia.

Las críticas a la religión, a la avaricia de los clérigos y a los excesos del fanatismo, también forman parte de esta larga entrevista. Otros asuntos se van desgranando. El ateísmo y las alusiones a la “Carta sobre los ciegos para uso de los que ven”, por la que Voltaire padeció prisión en Vincennes.

Se van hilvanando ideas que exponen la decrepitud de la teología como doctrina imperante e impuesta que pierde influencia y poder, en tanto que la filosofía, el escepticismo y el pensamiento crítico van ganando espacio.

Diderot esgrime su habilidad dialéctica y tacha de ateo a Voltaire. Este, acepta el reto de ser considerado sólo y exclusivamente materia perecedera, aunque de forma socarrona expone que eso no descifra el enigma, tal vez irresoluble de ¿de dónde venimos?…

Este debate tiene la virtud de ser uno de los primeros que se han formulado sobre el ateísmo como problema. Nada más y nada menos. Bien mirado, la Ilustración es un movimiento, una corriente de pensamiento integradora que supera dogmatismos y tiende puentes al diálogo.

Los ilustrados recuperan el orgullo de sentirse dueños de sí mismos, e integran en un presente que se proyecta al futuro, lo mejor de un pasado rebelde, humanista  y crítico. Ese y no otro, es el ‘resplandor’ del Siglo de las Luces que ha llegado hasta nosotros. ‘Palpamos y percibimos’ como se van desvaneciendo las sombras fantasmagóricas del fanatismo, la ignorancia y la superstición.

Hoy, todo o casi todo, se ha ido convirtiendo en ‘pura mercancía’. Ya apenas se habla ‘del valor de uso y del valor de cambio’. Todo es de usar y tirar en una espiral despilfarradora, consumista e irresponsable… mientras cada vez estamos más cerca del borde del precipicio.

Los ilustrados fueron audaces y decididos. Se propusieron y lograron un indudable éxito ‘arrancando máscaras’, descifrando enigmas y negándose a aceptar ‘secretos’ y mandatos, supuestamente de origen divino, que sólo favorecían a quienes ostentaban el poder.

Voltaire, Diderot, d’Alembert, Condorcet y los filósofos, científicos y reformistas británicos como David Hume y John Locke, fueron portadores de intuiciones premonitorias y de un sano y antidogmático escepticismo.

Una nueva visión del Cosmos, se hizo presente. Combatieron con gran tesón, las rigideces religiosas y señalaron que las ‘catástrofes’ forman parte de la historia y que el discurrir de los hechos es el fruto de una relación dialéctica entre la armonía y la desarmonía. Sintieron una atracción hacia lo empírico, lo tangible y lo mensurable. Fueron capaces de atisbar en el horizonte un universalismo pluralista.

No me resisto a traer a colación una duda amarga de Voltaire, que incita cómo casi siempre, a una saludable desconfianza. Considera que el ateísmo y el fanatismo son dos monstruos capaces de devorar y desgarrar a la sociedad, no obstante, mientras el ateo conserva la razón, el fanático es víctima de una locura que afila más y más las retorcidas garras en que se sustenta.

Una referencia a Benjamin Franklin permite hacer un alegato a favor de la abolición de la esclavitud. Los ilustrados, fueron por encima de todo, partidarios y defensores de la libertad, de la tolerancia y de leyes más justas e igualitarias. El concepto de democracia, ya estaba llamando a las puertas de la historia.

De Diderot se dice que fue autor de más de cinco mil artículos de “La Enciclopedia”. Es todo un hito y un logro. El enciclopedista alaba el “Diccionario Filosófico” de Voltaire y su “Tratado sobre la Tolerancia”. Estas obras, con el paso del tiempo, se han convertido en los principales rescoldos del sagaz, irónico, valiente, polémico y certero pensamiento volteriano. Es conmovedor un sentimiento, en cierto modo generalizado, de que la misión de filósofos, científicos e intelectuales no es otra que ser útiles a los hombres. Por ello, deben salir a las calles, a los cafés y a los lugares de debates y confrontación de ideas para dar cumplimiento a ‘esa misión autoimpuesta’.

En esta conversación amigable, no exenta de controversias, a la que nos estamos refiriendo, Louis Bériot encuentra el momento oportuno para abordar el tema del suicidio y su tradición filosófica: Plutarco, Séneca, Montaigne… naturalmente, el tema de fondo es si Dios es dueño de la vida del hombre o el hombre es el dueño de su existencia y puede por tanto ponerle fin voluntariamente. Como podrá observarse estos argumentos y puntos de vista, no pueden ser más actuales.

El pensamiento se construye lentamente. Es una obra colectiva, donde cada generación hace sus correspondientes aportaciones, materializando las palabras y los conceptos y propiciando que germinen las semillas de la libertad.

Estoy cada vez más convencido de que tras la auténtica convivencia, se sitúa con toda su fuerza y resplandor, la solidaridad. El conocimiento, la inteligencia humana, el ansia de saber y de resolver enigmas para favorecer al género humano se proyecta siempre, desde el presente al futuro. La inteligencia enriquece la luz del sol. Es el legado y el regalo que los hombres sabios hacen a los que aún no han nacido.

La luz del conocimiento no sólo ilumina las conciencias solidarias, sino que proyecta, en el espacio y en el tiempo un camino por recorrer, que si bien pertenece al futuro hay que empezar a ganarlo desde este presente vulnerable e incierto.

Finalizo aquí esta colaboración para Entreletras con el deseo y la esperanza de que no todo esté perdido y de que seamos capaces de encontrar, en el estudio de periodos del pasado, como la Ilustración fuerza y estimulo para poner el pie en el futuro, con dignidad y solidaridad.

Aunque algunos no lo reconozcan somos hijos de la Ilustración.

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