abril de 2024 - VIII Año

Una vuelta a la manzana. Del mito al logo

La manzana podrida pudre a su vecina

Blancanieves de Disney

Quizá la manzana más famosa de la Historia sea la del Edén, aquella que Adán y Eva se comieron para saciar su curiosidad y por la que se ganaron una definitiva patada en el trasero que les puso de patitas en la calle. En nuestra cultura la manzana siempre ha estado asociada a la tentación  y al Paraíso Terrenal pero su turgente redondez encierra algo más…

La caja de Pandora, mutatis mutandis, no es otra cosa que una versión de esa misma manzana bíblica que transformada en pera, frecuentemente, en manos del Jesús niño prefigura su muerte en esa identificación de María como la nueva Eva.

Ya sabemos que cuando san Jerónimo tradujo La Vulgata del hebreo al latín cometió errores de bulto. Lo que ha pasado a la tradición como crimen nefando,  que generó el tan temido pecado original, resultó ser todo un fiasco. El bueno del presbítero de Dalmacia sembró la confusión al no diferenciar el adjetivo latino mala del sustantivo que corresponde a ese fruto comestible de la especie malus domestica. Y ya se sabe, el vulgo lector hizo el resto. Y sin embargo, a pesar de  semejante patinazo, celebramos en  honor del santo el Día internacional de la Traducción. Quizá por eso se dice aquello de “traduttore traditore”.

Seguramente en su mente resonaba ese valor simbólico que arrastraba tan proteica baya desde tiempos inmemoriales. Y es que en las diferentes tradiciones se le ha dotado de una dimensión mítica que no han alcanzado ni de lejos otros frutos.  los que en algunos casos, se les asimila a la fruta pomácea por cuestiones lexicológicas. Sin ir más lejos tenemos en la antigua Roma el punicum malum (fruto púnico o granada) y también  el pomum aurantium (naranja) que tiene la misma etimología que en la Grecia clásica (chrisomilia, «manzana de oro») y si en Italia tienen el pomo d’oro, en Francia cuentan con la pomme de tèrre y en nuestro país disfrutamos del melocotón.

Al significante “manzana” se le otorga un valor metafórico que va desde el maléfico origen de la polémica y del conflicto a otro más halagüeño que simboliza la misma inmortalidad. En este segundo caso, sólo hay que recordar  las manzanas  doradas del Jardín de las Hespérides, Edén griego, que aun siendo custodiadas por un fiero dragón de cien cabezas no escapan al robo de Heracles, en su undécimo trabajo. De igual modo, sucede en la mitología nórdica, donde similares manzanas doradas, cultivadas por la diosa Iðunn, aseguran la ansiada eternidad a los propios dioses. Para Richard Wagner serán el elemento clave de su ópera  Das Rheingold, primera entrega de su Tetralogía Der Ring des Nibelungen.

Adán y Eva de Tiziano

En otros episodios de la mitología griega, se pueden encontrar ejemplos del primer caso en el que las manzanas se revisten de un siniestro halo fatídico. Ahí tenemos aquella emponzoñada manzana de la discordia del citado Jardín de las Hespérides  que venía con un puñetero letrerito que rezaba “para la más bella» y que acabará desencadenando nada más y nada menos que la Guerra de Troya cuando, en el banquete de las bodas de Tetis y Peleo, se presente de rondón la vengativa diosa Eris para arrojarla inopinadamente sobre la mesa nupcial. Historia que quizá anticipa el cuento de ‘La Bella durmiente’ de Charles Perrault,  en el que el hada que no había sido tampoco invitada a la fiesta se planta intempestivamente en el salón de la corte, en este caso sin manzana, pero con parecido resultado funesto.

La bisoñez de Paris acabará por agriar los ánimos cuando, en el colmo de su ingenuidad, el pardillo le entregue la mentada manzana de marras a la diosa Afrodita. Naturalmente las otras aspirantes al título, Hera y Atenea, se cogerán un cabreo de padre y muy señor mío y montarán un pollo de mírame y no te menees. Sobre todo la segunda, que para más inri era la diosa de la guerra. ¡Desde luego, no se puede ser más lerdo!

Sin embargo, en una lectura más atenta, lo que pasa por inocencia en el príncipe-pastor no lo es tanto; sino una explosiva mezcla de mezquindad y lujuria a partes iguales puesto que  las tres candidatas le habían intentado sobornar.  Como el regalo de Afrodita era el más procaz en  la irresistible belleza de la apetitosa  Helena de Esparta, el mortal y rijoso Paris,  cegado por esta irrenunciable oferta, le entrega a ella la manzana sin más y así se hace con la churri prometida.  Lo demás es historia.

Aquí también nos viene a las mientes, y en este caso sí que hay manzana de por medio, la madrastra de Blancanieves, que interpela al espejo que aquí hace las veces de jurado del rutilante concurso de belleza griego.  La manzana es la que sumerge a la heroína en un sueño profundo, como a la malhadada protagonista de Perrault.  Desde que los hermanos Grimm publicaran la primera versión de este cuento en 1812 ya hace su aparición formalmente la manzana envenenada.

Muchos cuentos de hadas europeos comienzan cuando las manzanas doradas son arrebatadas a un rey, normalmente por un pájaro.  De entre ellos se pueden destacar: los rusos  ‘El zarévich Iván’, ‘El pájaro de fuego y el lobo gris’, que recogió Afanásiev y que sirvieron a Diaguilev para crear magníficos ballets; los alemanes ‘El pájaro dorado’ y La sirenita; el búlgaro  ‘El manzano de oro y las nueve pavas reales’ y el rumano ‘Prâslea y las manzanas de oro’, en el que el ladrón no es un pájaro sino un zmeu, una suerte de ogro.

El origen y la vinculación de las distintas narraciones populares los ha documentado magistralmente la folklorista norteamericana de origen alemán Maria Tatar. Por fotuna disponemos de una edición en nuestro idioma de su libro ‘Los cuentos de hadas clásicos anotados’ (Crítica, 2003).

Pero si hay alguien que se empeñó en regalarnos extemporáneos fairy tales, ya en nuestros tiempos, ese no es otro que el candoroso cineasta italoamericano Frank Capra. Nada mejor al tema que nos ocupa que evocar su último film, el titulado  ‘Un gángster para un milagro’, remake de su espléndido ‘Dama Por Un Día’. En él una crepuscular Bette Davis, en su papel de Annie ‘Apples’, pobre vendedora de manzanas de Broadway, en… ¡la Gran Manzana neoyorkina!, recibirá la ayuda inesperada de su mejor cliente el supersticioso mafioso Glenn Ford cuando se encuentre en el mayor apuro de su vida. De nuevo la manzana como elemento dramático en una fábula que le debe mucho a  la tradición a la que vamos amarrados.

En otro episodio de la omnipresente mitología griega, con manzanas en liza, también interviene la meticona Afrodita. Aquí se trata de casar a una joven que responde al nombre de Atalanta y que ya está en edad de merecer, pero que se resiste a tal empeño. Su padre, más testarudo que ella, le propone un trato para encontrarle marido en el que ella se compromete a acatarlo siempre y cuando el pretendiente sea capaz de vencerla en una carrera a pie. La joven se sabía con ventaja, dado que era una imbatible corredora que ya había derrotado a un montón de aspirantes. No contaba la infeliz con las malas artes de las que era capaz la diosa del Amor al proveer al marrullero Hipómenes, que le había implorado un cable, de  tres manzanas doradas que ladinamente este fue soltando una a una durante la competición, para desgracia de la codiciosa Atalanta que caerá en la trampa al pararse a recogerlas.

Otro de los personajes legendarios “que nos trae la manzana a la cabeza” es el del ballestero suizo Guillermo Tell. Salvador Dalí pintó ‘L’Enigme de Guillaume Tell’ que atesora el Moderna Muséet de Estocolmo, iniciando con él una serie de obras sobre el héroe que le tuvo  obsesionado durante mucho tiempo. En una interpretación psicoanalítica, se le adjudicaría a este el papel del autoritario padre del artista, el notario de Figueras, que en su acto de disparar contra la manzana que su hijo le muestra sobre la chola,  se trasmuta en el castrador que mutila los atributos del vástago, con el que naturalmente se identifica el pintor. En este caso la consabida fruta, aquí verde por más señas, simbolizaría los órganos sexuales de este y por tanto su identidad aplastada junto con sus deseos edípicos.

Pero en el terreno artístico, si hay unas manzanas célebres esas son las de Cezànne que torpedean el flamante trasatlántico del impresionismo francés. Su certero impacto abre un irreparable boquete  en su línea de flotación mandándolo a pique sin remedio. Tal era su contundente materialidad, que en el pincel del pintor recuperan sus intrínsecas propiedades newtonianas de peso y masa, que le había llevado a formular al físico inglés su conocida ley de la gravitación universal. Si hubiesen tenido de inicio las fantasmales magnitudes, que dos siglos más tarde les otorgarán la banda de Monet y sus secuaces, dudo mucho que hubiesen despertado de su letárgica siesta al sabio con su espontánea caída sobre su empolvada cabeza bajo la sombra de aquel oportuno manzano. No habrían nacido, pues, ni el arte ni la física modernos. “O tempora, o mores”.

Aunque justo es reconocer que las manzanas de Cezànne ya las barrunta el viejo Tiziano, como bien nos viene a demostrar su ‘Adán y Eva’ del Museo de El Prado con esas empastadas pinceladas, que tanto admirase y copiara el jovial Rubens.  Como siempre suele existir un correveidile de turno que hace menos fatigoso el camino de encuentro, tenemos que evocar  aquí por necesidad los exquisitos bodegones del gran Chardin.

Visita en la casa de Marta y María de Joachim Beuckelaer

Y a este se le anticipa en más de un siglo y medio Joachim Beuckelaer, inspirador de nuestro Velázquez, que en su óleo ‘Cristo en casa de Marta y María’, también en el Prado, amenaza con petarnos la sala con un arrebatador huracán de manzanas. Una joven y sensual menestrala, flanqueada por su posible Celestina,  las sostiene dentro de una banasta bajo un plato en equilibrio inestable, en el que un enorme pez destripado y boca abajo está a punto de desplomarse tras el irrefrenable empuje de estas. ¿Newton prefigurado o profana referencia velada a un cristianismo exangüe?

Lo que sí parece es que la futura pintura de género se va a ir desgajando de los cuadros del flamenco  para caer con vocación de fragmentos individualizados por la misma ley inexorable de la gravedad ya apelada.

Sin embargo, las manzanas rotundas de Cezanne/Newton también pueden jugarnos una mala pasada y acabar adoptando un carácter funesto cuando caen en las manos equivocadas. A este respecto, sólo tenemos que rememorar el cruel episodio de ‘La Metamorfosis’ de Franz Kafka, en el que el padre de Gregorio Samsa las utiliza como inclementes proyectiles contra su sufrido hijo-insecto al que le acabará provocando daños físicos irreversibles, en una versión remozada del mito ya aludido de Guillermo Tell.

Hey Jude de los Beatles

El ubicuo Tell seguirá apareciendo bajo la máscara metafórica de las manzanas de otro pintor flamenco: el surrealista René Magritte. Como su homónimo Descartes y su compatriota Beuckelaer el pintor hará uso de similares métodos de acercarse a la realidad – pero ¿qué realidad?-.  Métodos “matemático” y “simbólico” al mismo tiempo en simbiosis no por sorprendente menos perfecta. Con sus manzanas se servirá para truncar la identidad de sus retratados en otra solución que se nos antoja consanguínea de ‘El hombre sin atributos’ de Musil. Disolución de la identidad en una inquietante ontología existencialista de inspiración heideggeriana. Manzanas que, por otra parte,  también pueden crecer desmesuradamente para invadir todo el topos de su imaginario espacio euclidiano. Y aquí, no obstante, por aquellos designios del Arte se opondrán al infalible  Newton en un ejercicio de rebeldía hasta violentar los imperativos físicos más elementales, en su levitar del prestidigitador de barraca de feria.

Ya para finalizar, puesto que empezamos con el mito, como prometía el título de este artículo, cerraremos el círculo con el logo.

En 1978 un joven Steve Jobs funda la compañía Apple Computer (actualmente Apple Inc.) y a sus ordenadores los llama Macintosh, aprovechando la denominación de una variedad de manzana roja y estampa en ellos su célebre logotipo de la manzana mordida. Sabido es que Apple Corps y su manzana, una Granny Smith, eran la marca registrada y el distintivo, respectivamente, de la compañía de The Beatles creada por estos en 1968 para administrar sus intereses comerciales. Hubo incluso una boutique Apple que se cerró por bancarrota.

Una década después se presenta una demanda en contra de la empresa de Jobs por infracción de copyright. El caso será resuelto en los tribunales con el pago de una indemnización millonaria. En esa disputa la manzana mordida de Apple Inc vs. la manzana incólume de The Beatles representan dos estadios diferentes de la misma pieza de fruta que en el bocado se ha profanado su pura esfericidad en la implícita confesión del pecado y su consciente culpabilidad.

¡De nuevo, la manzana de la discordia invocando a la infatigable diosa Eris! Hay que ver la de kilómetros de mantel y la de centurias que ha recorrido la pobrecita, desde aquel bodorrio, para llegar al extremo de la mesa de despacho del presidente de una corporación que cotiza en Wall street…

Para seguir abundando en el juego de las referencias cruzadas, añadiremos que la manzana del grupo de Liverpool se inspira en la de un cuadro de Magritte que poseía Paul McCartney titulado ‘Le jeu de mourre’ y que convenientemente remozada por el artista Alan Aldridge se convertirá en el logotipo de la banda que llevarán las carátulas y las galletas de sus vinilos.

Así pues, en esta azarosa vuelta a la manzana que nos hemos dado del mito al logo, la metáfora polisémica que ha ido engordando desde tiempos ancestrales adquiere otro significado más que no por inédito e insospechado resulta menos elocuente: redondo paradigma de la triste vulgarización del signo mercantilista de los tiempos que ya denunciara Marcuse.

Como sabía Bertolt Brecht, decididamente vivimos malos tiempos para la lírica.

¡A Germán Coppini sólo le quedó cantarlo!

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