marzo de 2024 - VIII Año

Democracia amenazada o construcción de ciudadanía

Permítaseme que haga pública la pregunta que me vengo haciendo: ¿Está en peligro la democracia como sistema político de convivencia de lo diverso? En el caso de estarlo, ¿en dónde radica su enfermedad? ¿Cuál es el tratamiento que emplear para reconducirla?

Ya saben ustedes: la democracia degenera en demagogia y la dictadura en tiranía, reza el dicho. Necesitamos movilizar inteligencias colectivas, dialéctica y consenso, para hacer frente a la crisis multisistémica que nos amenaza, pandemias y mutaciones por llegar, hecatombe ecológica, perversión transhumanista de la técnica, cosificación recambiable del ser humano, degradación de la política… Todo es susceptible de mejora y todo está amenazado de perversión. En las manos del hombre está.

Dos libros me aportan su reflexión. No hay que olvidar a este respecto que la democracia como tal, originada en Atenas, le debe la vida al mercado del libro, papiro o pergamino, en la plaza pública, ni que, ya en el corazón de la modernidad que la estableciera, el bueno de Rousseau nos hiciera llegar la pauta para lograrlo en El contrato social y en el Emilio:  En el primero se nos hizo ineludible lo que ya Hobbes había apuntado: los que somos diferentes necesitamos acuerdos colectivos. En el segundo añade la nota que lo hace posible: la educación de cada uno.

Y ya que hablamos del “demos” griego, ¿cómo echar en el olvido al buen Aristóteles y su “Polítika? Allí define al hombre como “zôon politikón”, de modo que ocuparse en la cosa de todos es consustancial a la especie humana, pero, claro está, y la experiencia enseña que esta ocupación en la mejora de aquello que es común a veces invierte su significado cuando lo particular pretende apropiarse de lo colectivo. Recordemos que “zôe”, vivir, “zôon”, ser viviente que la vida vive, expresa la vitalidad de la naturaleza toda, y por tanto quien así es denominado actúa como representante de toda ella, poniendo en ello todas sus facultades, conformando “bios”, modo de vivir, actitud vital que comporta ética y razón. ¿Podemos llegar a pensar que quienes se alzan contra la vida colectiva, adoptando una manera de vivir contraria a las necesidades e intereses colectivos, no se corrompe a sí mismo? ¿Podemos considerar que haya gentes que adopten posiciones contrarias, en defensa de la vida, si observan conductas degenerativas?

Viene a mi mente el primero de los dos libros mencionados que encabezara con su nombre Victoria Camps: “Democracia sin ciudadanos. La construcción de la ciudadanía en las democracias liberales”. Claro está que sin ciudadanía vinculante la democracia decae en estructura formal ocupada, vacía de contenidos, y el liberalismo, carente de humanismo, convierte a las sociedades en cotos de caza manejado por ocupas que movilizan a los afines dispuestos a ejercer el pensamiento para dos funciones: la toma y disfrute del poder y la fabricación de cinismo populista que justifique sus intereses. Al fin y al cabo, la “autopoiesis” que dijera Humberto Maturana, o capacidad innata para la creación, sirve para todo, también para promover aquello que pervierte la humanidad y la propia vida.

El segundo de los libros lo publicaron Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, llegado a España en 2018 con el título de “Cómo mueren las democracias”. Quienes amablemente estén dedicando parte de su tiempo a considerar estas líneas que, digámoslo de paso, sólo pretenden compartir pensamiento, recordarán el argumento de este libro, que no es otra cosa que la invitación a situarnos al borde de un abismo sin hacerle ascos al horror del epicentro: la catástrofe que potenciara Trump reuniendo en ramillete todos los residuos de nazismo y fascismo populista.

Arranca el trabajo con una fábula de Esopo, titulándola “alianzas fatídicas”, donde el caballo pretende vengarse del ciervo y para ello se alía con el cazador, y éste le exige que se deje colocar el hierro en las mandíbulas para mejor cabalgarlo. Vencido el ciervo, el caballo pide que le retire los arreos, pero el cazador responde: “No tan rápido, amigo. Ahora te tengo tomado por la brida y las espuelas y prefiero quedarme contigo como regalo”.

¡Ojito con quienes renuncian a los sentimientos positivos y al noble ejercicio de pensar, y ponen las vísceras en el lugar de la cabeza! ¡Cuidado con aquellos que tragan ciegamente los sapos que les sirven y se dejan uncir por falsas pertenencias a pensamiento ajeno! Terminarán croando. En toda sociedad, si se deterioran los vínculos por ser competitiva en exceso, si domina el encono y se cultiva la discordia, todo adversario termina siendo tratado como enemigo al que hay que cazar. Un aire de estratagemas, arreos y escopetas impregna el ambiente cada vez más envenenado. Las democracias más antiguas tienen en sí mismas los antídotos para semejante infección. Las más modernas, como es el caso de la española, aún infeccionada en parte por el virus del franquismo y el totalitarismo religioso, no.

En el caso de los Estados Unidos, publicado el libro todavía bajo la barbarie de Trump, de su argamasa argumental saltan del texto conceptos como polarización de la sociedad, golpe de estado legislativo, política sin guardarraíles, instituciones usadas como armas, democracia en retroceso, implosión democrática, guerra institucional, confrontación desde las vísceras, guerra política sin cuartel, sistema al borde del precipicio contra tolerancia mutua, contención institucional, entendimiento compartido…

Por algo dejan referencia a Montesquieu y alzan su propuesta de equilibrio político y sólido andamiaje de las instituciones. Por alguna razón rechazan la petición de algunos demócratas cuando piden luchar con las mismas armas que los republicanos y en contra suya proponen moderación y civismo cuando el vocifero trumpista y sus acólitos degradan la constitución con su conducta, se llenan la boca de patria mientras la mancillan para ganar de cualquier modo, sin hacerle ascos al bulo y el embuste.

No es cuestión de quedar como tontos, sino de hacer que realidad política y verdad moral vayan de la mano; de ampliar horizontes dejando que salten los sapos en su charca; de formar alianzas que permitan la convivencia democrática de la diversidad: Sanders, empresarios, iglesias evangélicas, feministas laicas, republicanos de poblaciones pequeñas, con sentido de servicio a su comunidad, “black lives matter”, son allí aliados naturales. Se trata, en suma, de aprender a colaborar con los diferentes sabiéndolos complementarios, superando con ello a la polarización.

En el decir de los autores, es cierto que el partido republicano, principal causante del conflicto, tiene características de ser un partido antisistema; que practica técnicas de obstruccionismo, animado de hostilidad para con el partido rival tratado como enemigo; que su extremismo político no le hace ascos a dejar evidencia de su demagogia, y que llevan en vena una sobredosis de populismo.

Joe Biden ha ganado las elecciones. Tendrá que caminar sobre un campo de minas porque el populismo insultón e irreflexivo, la ideología como práctica de la mentira, ha quedado sembrado. Pero estos resultados enseñan al menos dos cosas: que no hay pueblo en la tierra, aún los de larga tradición democrática, que esté a salvo de semejante infección. Dos, que estos pueblos de democracias consolidadas y sistemas políticos compensatorios tienen en sí los anticuerpos necesarios para superar estas infecciones convirtiéndolas en corta duración. No así los nacidos más recientemente a la democracia.

Contra su política de tierra quemada y exterminio del contrario, hay que abanderar la tolerancia mutua y la contención institucional como valores procedimentales, la libertad de la persona y la igualdad de derechos. Moderación y civismo es la fórmula que sea el antivirus capaz de detener esta pandemia ideológica y política.

Comencé con tres preguntas que, una vez repensados estos dos libros, y otros que me dejo en el tintero y cualquiera que pretenda indagar en el tema encontrará, tengo claras las respuestas:

Si, la democracia se contagia, degenera. En tal caso decae el espíritu participativo de ciudadanía que la compone y sostiene. Su enfermedad radica en el aprovechamiento que ofrece su libertad para usar de prácticas que la combaten. El tratamiento para restituir su salud radica en la movilización responsable del pensamiento crítico ilustrado.

Polarizar, dañar la convivencia democrática, no importa a quienes practican cuanto peor mejor. Su causa es espuria puesto que daña lo que dice amar. Semejantes prácticas producen crispación, ineficacia social y abstención, pero la consideración de esta última puede ser causa de otra colaboración.

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