diciembre de 2024 - VIII Año

En la muerte de Benedicto XVI

Imagen: rtve

El 31 de diciembre de 2022, día final del año, tuvo lugar también el fallecimiento del Sumo Pontífice emérito, Benedicto XVI. Joseph Ratzinger, nacido en 1927, ocupó la Silla de San Pedro entre 2005 y 2013, con el nombre de Benedicto XVI. Eminente teólogo y teórico fundamental para el Humanismo Cristiano actual, ha dejado tras de sí, además de su ejemplo, una amplia obra escrita que resulta realmente impresionante.

El Solio de Pedro sosegó sus actuaciones con Ratzinger, tras el arrollador despliegue de acciones en todo el mundo realizado por su predecesor, el Papa Wojtyla (Juan Pablo II), en su largo pontificado (1978-2005). Pronto se disiparon las maledicencias sobre la intransigencia del “inquisidor” Ratzinger, con que le criticaron algunos al principio. En seguida, los que no le conocían pudieron apreciar la exquisita finura filosófica y teológica en el pensamiento de quien, como catedrático, ya había forjado un gran cuerpo de doctrina en el que se han formado decenas de miles de religiosos y laicos. Textos como Introducción al cristianismo (1969), o Ser cristiano en la era neopagana (1995), son obras de lectura imprescindible para quien desee conocer la teología y el cristianismo actuales.

Casi todos los Papas de los siglos XX y XXI, han sido grandes personajes en el mundo, como León XIII, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, o el ya citado Juan Pablo II. Pero muy pocos pontífices han dedicado, como Ratzinger, tantos esfuerzos a debatir con el mundo laico, a argumentar las convicciones del creyente y a enjuiciar las razones de ateos y agnósticos. Ahí están sus debates con Habermas para demostrarlo. El motivo por el que Ratzinger concediese tanta relevancia al debate con la filosofía tiene que ver con su diagnóstico de las carencias de la modernidad ilustrada. En la formación intelectual de Ratzinger destacan las influencias de Martin Heidegger y de Karl Jaspers, pero también la de su gran fuente literaria, Dostoyevski y, sobre todo, la obra de San Agustín de Hipona.

Se ha dicho que la mayor aportación intelectual del Papa Ratzinger consistió en la apelación a la búsqueda de la concordia entre la fe y la razón. Ambas son las dos grandes componentes de la cultura occidental, que él consideraba que estaban llamadas a lograr su reencuentro en el contexto intercultural de los inicios del siglo XXI. Una apelación en la que Benedicto XVI reivindicó las raíces de la cultura occidental, nacidas del cristianismo y nutridas por el cristianismo. Mas, en todo ese debate, lo verdaderamente trascendental de las aportaciones de Joseph Ratzinger al humanismo cristiano han consistido, sobre todo, en sus estudios y análisis acerca de las razones de y para la fe.

Quizá, su aportación más debatida sea su Discurso de Ratisbona, del año 2006. Aparte del escándalo que algunos quisieron promover por sus alusiones otras religiones, señaladamente el islam, el Discurso de Ratisbona es una de las mejores expresiones de la idea de Dios y de la religión en los tiempos actuales. Un discurso centrado en la expresión de la racionalidad divina y, sobre todo, de la razonabilidad de Dios. La Santísima Trinidad (tres personas distintas y un solo Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo), nos ofrece la visión de un Dios que, a diferencia de la soledad del dios de los judíos o del Alá musulmán, se mantiene en un diálogo constante entre las tres personas que conforman ese único Dios verdadero. Un Dios que no solo es racional, sino que es también razonable.

El diálogo permanente entre las tres personas de Dios, no sólo establece las pautas de la Razón Divina, sino que subraya y destaca la inmensa razonabilidad que alienta esa religión, el cristianismo, que no es una religión para los justos, para los elegidos, para los puros o para los sabios, sino que es una religión para el hombre común, para los pecadores de toda clase y condición. Razonabilidad y racionalidad divinas, que encuentran en Ratzinger, a modo de correlato ineludible, su apelación a la fe del creyente, a la fe del cristiano de a pie, y no a la fe de los sabios, de los justos, etc.

Deja esta vida terrena un sabio sucesor de Pedro, aunque no por ello abandone al mundo. Un Papa dedicado a la vida intelectual, a la teología, a la filosofía y a la música. Un pensador y fino analista tan humilde, y tan sensato, que no quería ser obispo y menos aún el Obispo de Roma. Y queda para siempre su ejemplo, su Papado y su magisterio. Ha muerto un gran Papa cuyo pontificado, si bien fue breve, deja una profunda huella, tanto entre los creyentes, como entre los ateos y los agnósticos.

Su pérdida será sentida especialmente por todos los que sustentan y promueven el Humanismo actual, tan combatido, pero que resiste por las firmes y sólidas razones que lo fundamentan, y a cuya defensa consagró Benedicto XVI su vida y su obra.

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