julio de 2024 - VIII Año

La vida os derrotará (fragmento de un libro)

Contra los programas y las fórmulas

La vida os derrotará, decía Orwell

La vida os derrotará, decía Orwell en “1984” a los que pretendían controlarlo y vigilarlo todo. Hacerlo todo en serie y combatir toda personalidad. Eliminar todo lo vivo e imprevisible. ¿Por qué el futuro tiene que ser solo técnica y nada más que técnica? ¿Por qué no también imaginación y poesía? ¿Por qué no humanidad y personalidad?  Quieren secuestrar el futuro. Decidir ellos a la fuerza como tiene que ser. Pero el futuro lo decidiremos entre todos.

La brutalidad tecnocrática

Se acabó la cultura humanística. Ya nadie quiere saber nada, nadie quiere aprender nada. Solo quieren aprender a usar máquinas. Nadie quiere saber de literatura, de Historia, de Filosofía, de Arte. Todo eso son zarandajas. Lo único que importa es saber cómo manejar aparatos. Esa cultura nos define como hombres. Es el legado de miles de años de búsquedas, de sentires, de alumbramientos. Pero no sirve para nada.

Cuando los bárbaros invadieron el imperio romano se cagaban en Horacio, en la filosofía de Platón, en la arquitectura de los griegos. No les importaba un pimiento el refinamiento al que había llegado la vida, al menos para unos pocos. Ellos solo hablaban de lanzas, de escudos, de aparatos para proteger las piernas. Solo querían saber como derribar murallas, como abrir boquetes en las casas.

Y ahora es lo mismo, solo queremos instrumentos e instrumentos. Todo lo que hace percibir la vida, lo que nos hace darnos cuenta de que estamos vivos, de que somos hombres, lo descartamos. En la educación pasa lo mismo. Se eliminan las humanidades, el hecho de pensar para comprender las cosas, el saber cómo expresar lo que sientes, y se meten tecnologías y practicismos.

Dicen: hay que educar para las empresas, para la producción. Ya no somos humanos, somos productores.  El bárbaro se escojonaba del último poema de Tíbulo o de las fantasías del cuarto estilo de pintura de Pompeya. Ellos querían saber cómo matar más enemigos. Y ahora pasa algo muy parecido. Solo queremos máquinas que nos hagan producir en serie o que nos conviertan a nosotros mismos en máquinas. ¿Cómo iba a dialogar un discípulo de Plotino con una máquina de matar bárbara? Y ahora ¿cómo vas a hablar de que las magdalenas te hacen recuperar tu pasado con un clic-clic?

¿A quien beneficia la mecanización de todo?

En todo caso les beneficia a los grandes empresarios que tienen que pagar menos sueldos y obtienen más beneficios. Que pueden fabricar más cantidad, siempre más cantidad, y meterle sus productos en la boca a más gente. Que nos les importa dejar en la cuneta a millones de personas porque ellos aumentan sus beneficios y el progreso de la humanidad consiste en que ellos tengan más beneficios. Y ellos solos pueden disfrutar en California hierba de verdad y darles a sus niños cuadernos satinados de verdad y  disfrutar con extensa fruición  sus zumos hechos con naranjas de verdad mientras la mayor parte de la humanidad consume sus zumos de plástico.

Pero no beneficia a la mayoría de la población. No beneficia a millones de personas que se quedan sin trabajo, y aunque en teoría les den otro les darán otro trabajo más muerto y más alienante. Porque el empresario grandioso les dice: tú, gusano, no sirves para nada, ni sirves para trabajar a tanto ritmo como mis máquinas, ni me das tantas cantidades como ellas, ni me proporciona tantos beneficios como ellas. Por eso aparta, gusano de mierda, vete a las tinieblas donde no te vea, o si no métete en uno de esos millones de cubículos todos iguales que yo te vendo junto a las playas para destrozar las playas. Y haz lo mismo que todos los demás gusanos que no me importan y no me molestes.

Y tampoco beneficia a los millones de usuarios a los que no atienden personas vivas sino máquinas muertas. Porque el empresario les dice: tú, perdedor de mierda, no mereces ni siquiera que una persona te atienda, te mire, ponte como un número anónimo y estadístico delante de mis máquinas muertas que tienen que aumentar la cantidad, la cantidad, la cantidad. Piérdete gusano, aprieta la tecla, y no me estorbes.

Todo quedará reducido a fórmulas

Ya no habrá personas, solo máquinas a las que pedir cosas fríamente, y programas de internet, y preguntas frecuentes que no sirven para nada, a las que escapa toda la riqueza de la vida, y simplismos, y fórmulas. Llegaras a una casa en el campo, una casa de turismo rural como dicen ahora, una casa pija donde te cobran el triple por todo, y nadie te recibirá, teclearás un  código y se abrirá una puerta, y entrarás en una casa llena de grises y triángulos, y no verás a nadie, solo códigos y grises.

Ya no habrá tabernas propias de cada zona, con sus miles de variantes, con toda su imaginación, ya no habrá casas con los tejados de mil maneras, ya no habrás pueblos todos diferentes según la geografía o las lluvias, solo habrá locales de diseño, a base de triángulos y grises en todas partes, siempre los mismos diseños fríos y aburridos, siempre lo mismo repetido en el mundo entero.

Ya no habrá comidas abundantes y sabrosas, en mesones, tabernas, figones, bouchons, bistrós,solo locales de diseño minimalistas y grises, mínimos y metálicos, con un bocado de alta cocina (tan alta que ni la boca llega hasta ella) por pate de pedantes que te ofrecen aire y te lo cobran a precio de oro, y te anulan exquisitamente, y te escamotean la vida entera, y te cobran por ello. Y si alguien protesta un sesudo crítico de un gran diario te dirá que pareces a Paco Martínez Soria el paleto cuando protestaba contra la ciudad, porque para los críticos sesudos y tan listos todo es lo mismo en todas las épocas y la misma fórmula vale para todas las circunstancias, y qué listos son.

Y todo quedará reducido a fórmulas, y los ríos y las montañas, las catedrales y los amores ya no existirán porque estarán metidos en internet impalpable, en la nube, en la gilipollez inasequible.  Y acabarán con el mundo entero.

Pararse a tomar un poco de aire

Compre usted mecanismos y mecanismos. Cada tres minutos su artefacto se vuelve obsoleto y debe comprar otro. Compre usted sin aliento y no se le ocurra reflexionar. Pague y pague y consuma sin aliento. Si se para a respirar, usted es un raro, un neoludita, un loco. Deberán vigilarlo y meterlo en vereda. Compre y compre y no haga nada más en la vida.

Pararse a tomar un poco de aire, a comprobar el sabor de la vida, a sentir el pasar del tiempo, a escribirle a su tía, a amar alguna cosa, es algo pintoresco, sospechoso, inútil. Lo llevarán al psicólogo, le darán pastillas, le meterán simplismos psicológicos en la cabeza. Usted deberá ser bueno, y comprar sin cesar otra vez. No vaya a contentarse con el artefacto de hace tres minutos, no sea usted atrasado. Siga la carrera sin fin, sin enterarse de nada, hasta morir. Morir tampoco es gran cosa, pondrán a otro en lugar de usted. Y pretender vivir antes de mirar es una arrogancia, un capricho, supone creerse algo usted y tomarse en serio.

Tenemos un problema con su cuenta de Microsfoft, usted debe rellenarla. Debe teclearnos el número de su cuenta corriente, sus datos útiles, todo lo que es usted, solo datos. Si usted nos sirve para algo, lo utilizaremos sin remedio. Y si no, debe usted morirse cuanto antes. Como decían en Alphaville de Godard, por qué no se suicida cuanto antes y deja su sitio a otros. Estamos en el paraíso programado y si usted lo cuestiona de algún modo, solo podemos reeducarlo y reconducirlo.

Compre usted y compre, y no nos dé la lata, no haga preguntas. No sienta melancolía. No nos hable de su abuela, eso para la producción. Pero coño, cuanto neurótico hay, que no quiere comprar sin aliento. El artefacto de hace tres minutos ya no vale, carcamal.

A nuestra manera viva

Nos empobrecemos porque nos entregamos a las máquinas. Nos atrofiamos porque decimos: eso ya lo hace la máquina. No hace falta memoria porque ya tenemos ordenadores. Pero los ordenadores solo almacenan datos pero no atmósferas, sutilezas, restos de sueños, olores cruzados con otros olores, matices, realidades inatrapables. El ordenador te puede dar millones de millones de datos sobre tu tía. Pero no eso impalpable que tú recuerdas de tu tía. No el encanto secreto de tu tía.

Y así nos empobrecemos. Dejamos de hacer millones de cosas a nuestra manera viva pues ya lo hacen las máquinas a su manera mecánica y muerta. Y los rebaños idiotas no notan la diferencia. No necesitamos el mundo infinito pues lo resume el ordenador y lo mata con sus millones de datos y sus algoritmos y sus fórmulas. Y así nos empobrecemos y no nos damos cuenta. Y también perdemos la imaginación, la intuición, el olfato interior, la sensibilidad, el entusiasmo, tantas cosas. Los ordenadores nos empobrecen el mundo y nos matan a nosotros pero nosotros tan contentos.

Ves a tu novia por esa máquina a distancia, me importa un cojón como se llame, pero ese mecanismo a distancia no te da tantas cosas de tu novia, no solo su olor imperceptible, algo sutil en sus párpados que no reproduce la pantalla tan estridente y de alta fidelidad, pero con tan poca fidelidad para las sutilezas, para el mundo vivo y real. Y sustituimos todo lo vivo por sucedáneos mecánicos y nos vale. Qué digo, a mí no me vale, les vale a los idiotas masificados que lo tragan todo, que dicen sí a todo si ese todo es lo último, así eso último les corte la cabeza. Y así empobrecemos el mundo y nos empobrecemos nosotros. Lo reducimos todo a procesos mecánicos, a fórmulas, a códigos, a algoritmos, y el mundo entero así palidece, se muere, se vuelve sin sangre.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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