abril de 2024 - VIII Año

Dino Buzzati, un novelista italiano con resonancias kafkianas y existencialistas

El color oro mate poco a poco
se hace bruñida plata. Cae la noche
Claudio Rodríguez

La Europa que vivimos presenta inequívocos síntomas de agotamiento. Da la impresión de que huimos del fuego para caer en las brasas. La realidad nos ha superado y desbordado. Somos un tren que no lleva a ninguna parte. Estamos a punto de sobrepasar las líneas rojas… sólo resta comprobar, si aún es posible, que funcionen los frenos.

En mi colaboración periódica para la revista Entreletras, en este mes de mayo agitado y vocinglero, cuando la racionalidad ha dejado de ser estable, está amenazada y hay quien ya percibe al fondo el abismo que cada vez está más cerca, voy a hablar porque la ocasión lo merece de Dino Buzzati (1906 – 1972). Que, aunque muchos no lo recuerden, fue un novelista y un periodista que exploró con angustia algunas claves, muchas veces ocultas, del siglo XX. En medio de esta confusión lo ausente se hace presente y la sombra del pasado parece proyectarse sobre nosotros.

Dino Buzzati de mente despejada, pesimista, anticipador de distopías, creativo pero angustioso, reaparece convertido en un heredero y, en cierto modo, continuador de Frank Kafka. Este italiano, en más de un aspecto lucido y anticipador, supo entrever lo que para otros permanecía en penumbra. Ahonda dolorosamente en las profundidades obscuras del ser humano.

Hace apenas unas décadas no podía negarse, que las cosas discurrían razonablemente bien en el viejo continente. Las dos Guerras Civiles Europeas, dejaron tras sí un panorama desolador, mas hubo un impulso colectivo para que no volviera a repetirse tanto enfrentamiento, tanto desastre y tanta frustración. Este esfuerzo no resultó baldío y nos proporcionó años de paz, prosperidad y protección social, donde se creyó que nos aguardaba un futuro distinto y, desde luego, mejor del de generaciones anteriores.

Fue creciendo y cobrando forma una Europa unida… en la que no fueran posibles las rivalidades fratricidas del pasado. De esta forma llegamos a la Unión Europea, con un futuro prometedor que había logrado recuperarse y conseguir unos índices de prosperidad y convivencia democrática obtenida mediante leyes que favorecían la igualdad y respetaban los derechos humanos.

La historia no es lineal –aunque algunos hayan sostenido lo contrario- las amenazas y los peligros de retroceso que permanecían agazapados, comenzaron a aflorar adoptando la forma de nacionalismos excluyentes, insolidaridad, despreocupación por el futuro del Planeta, consumismo desenfrenado, y una xenofobia que ha ido ‘in crescendo’

Merece la pena conocer las páginas pesimistas de un hombre que vivió las consecuencias de la primera Guerra Mundial, padeció con intensidad, la Segunda y recibió con alivio el llamado ‘milagro europeo’ mas, sintió las dolorosas punzadas de las crisis que irían minando el bienestar y recordando los viejos fantasmas que pronto empezaron a promover la discordia y quebrar la convivencia.

Dino Buzzati vino al mundo en una familia acomodada. Tuvo una educación esmerada y completa, ajustada a las demandas de su tiempo. Esto le permitió escribir, trabajar como periodista, dibujar y pintar haciéndolo compatible con su devoción por la música. Como tantos otros miembros de la burguesía, inició los estudios de derecho para asegurarse un porvenir… mas pronto los abandonó para trabajar en El Corriere della Sera, al que estuvo vinculado prácticamente toda su vida.

Gracias a esta labor periodística tuvo experiencias que le marcaron decisivamente como la de reportero de guerra. Además, su constancia y perseverancia, en una fecha tan temprana como 1940, con su país bajo una dictadura fascista y con la segunda Guerra Mundial dibujándose en el horizonte, concibió y escribió “El desierto de los tártaros”, su obra emblemática, ampliamente conocida y divulgada en la Europa surgida de las ruinas de la postguerra.

Fue muy celebrada en esa Europa destrozada que aspiraba a levantarse. Quizás porque supo plasmar en forma de alegoría existencial, lo absurdo de lo que se había vivido colectivamente en medio de violencia, sangre, hambre y destrucción.

Es la novela una larga, larguísima espera en la fortaleza Bastiani, que simboliza la angustia de un eterno aguardar. Para incidir más en el contenido alegórico y simbólico no hay precisión ni coordenadas temporales. Parece el escenario de una pesadilla recurrente y absurda.

El teniente Giovanni Drogo, protagonista de la obra, es un ser frustrado, desvencijado y vencido por el peso de tantas ilusiones muertas que va envejeciendo en una espera interminable. El enemigo, es decir los tártaros, pasan los años y no llega. Los sueños de gloria se desvanecen a fuerza de mirar al desierto por el que debían llegar y no llegan nunca los temidos invasores.

Todo es monotonía, repeticiones litúrgicas de actos absurdos, patrullas, rituales… Los oficiales lentamente son ascendidos, uno tras otro y abandonan la fortaleza. Giovanni Drogo se siente impotente y destrozado moralmente. Por fin, llegan los tártaros, aunque tarde, demasiado tarde. Giovanni enfermo es apartado, trasladado, comprendiendo como todos sus esfuerzos han sido baldíos.

La novela expresa, con evidente acierto, la inutilidad de una espera que no conduce a nada. En cierto modo, anuncia la angustia existencial de Vladimiro y Estragón, esperando día tras día, a un Godot que no aparece. Samuel Beckett, aunque de otra forma y con otra intención, también está influenciado por pesadillas kafkianas recurrentes.

Dino Buzzati expresa con precisión en su alegoría, como el edificio europeo está en ruinas, carece de cimientos sólidos y tiene una apariencia lúgubre de provisionalidad perenne. En el horizonte los negros nubarrones, anuncian que las catástrofes no han terminado.

La envejecida Europa, con paso vacilante, arrastra los pies como si de un alma en pena se tratara. Las tinieblas difuminan pero no logran ocultar las incógnitas que se avecinan.

El viejo continente sigue mostrando una incapacidad congénita para alcanzar acuerdos duraderos… lo que no deja de ser una vocación suicida, como pronto va a demostrarse. Los espectros sombríos van cobrando cuerpo.

Las banderas heredadas de nuestros padres y abuelos ya –nadie o casi nadie- las respeta. Una fractura gigantesca y dolorosa camina erguida y toma la delantera en una pesadilla fantasmagórica y recurrente.

Quizás, la relectura de “El desierto de los tártaros” nos haga recapacitar sobre como la desmemoria puede entreabrir las puertas que creíamos haber cerrado a nuestras espaldas. Las páginas de la novela, nos obligan a reflexionar con amargura, sobre una realidad delirante que si no caminamos más deprisa que ella, puede alcanzarnos y atraparnos en su red.

Nos invita a que observemos críticamente el pasado y hagamos análisis certeros sobre el espacio en el que pasado y presente se encuentra y entrecruzan. “El desierto de los tártaros” tiene no poco de metafísico y nos muestra cómo la furia destructiva del tiempo puede devorar a quien no ha previsto las consecuencias.

Quizás, haya llegado el momento de que demos unas pinceladas sobre sus relatos breves. En diversas ocasiones he expuesto, que en nuestro país existe una injustificada minusvaloración del cuento como género.

Sus cuentos son atractivos, enigmáticos y ponen de manifiesto reflexiones y comentarios sobre la condición humana muy agudos e interesantes.

Como en Italia es habitual, los fue publicando a lo largo del tiempo en El Corriere de la Sera y en otros medios de comunicación. Más tarde los reunió en forma de libro. Me parecen especialmente representativos y dignos de recordar “Sessanta racconti” (sesenta relatos), con el que obtuvo el prestigioso Premio Strega y por no citar más que otra recopilación sugeriré, también, la lectura de “Le notti difficili” (Las noches difíciles). Existe traducción de ambos en la editorial Acantilado.

Su producción literaria no es muy extensa, pero sí variada y sin renunciar al experimentalismo y al empleo de recursos y procedimientos propios de las vanguardias, aunque sin olvidar el estilo directo propio del periodismo. No es muy conocido que es autor de “Il grande ritratto”, que supone un intento de escribir una novela de ciencia ficción, así como “Un amore” donde vierte vivencias autobiográficas en relación –como es su caso- a los amores tardíos.

Busca crear en sus lectores una cierta sensación de incomodidad ante un nuevo estilo de vida planificado, que ya no es el nuestro; tal vez por eso, nos sintamos desplazados al percibir que la vida en las ciudades, las relaciones sociales y la visión del mundo ha sido sustituida, convirtiéndonos muchas veces en seres superfluos que ya no son capaces de encontrar su sitio.

Los lectores de hoy, comprendemos perfectamente esa desazón ante las amenazas, las epidemias, la inseguridad y la inestabilidad que nos envuelve. Todo es cuestionable… prácticamente han desaparecido las certezas. La confianza individual y colectiva se retroalimentan. Sin proyectos comunes los egoísmos afloran, penetran la realidad y contribuyen a crear una atmósfera de enfrentamientos y egoísmos irresponsables, así como la amarga sensación de sálvese quien pueda.

Los aspectos morales prácticamente han desaparecido del debate político. La coherencia ética hace tiempo que fue perdiendo valor. En estas condiciones cada día es más difícil mirar al futuro con confianza. De nada o muy poco sirve que algunos echemos de menos los tiempos, no tan lejanos, en que los poderes públicos procuraban elevar el nivel cultural de los ciudadanos y su capacidad crítica, en lugar de –como observamos a diario- satisfacer unas demandas progresivamente más alienantes y triviales. Dan buena prueba de ello lo que se entiende por cultura o el manifiesto desinterés por comprender todos los fenómenos que van más allá de una patente nimiedad.

Regresemos a Buzzati y su visión de la realidad, aunque bien podríamos sostener que no nos hemos apartado de ella desde el principio. Me parece reseñable ‘su pasión’ por la pintura, que se pone de manifiesto sobre todo, en “Poema a fumetti” una interesante obra, escrita al final de su vida, donde se experimentan unas ostensibles correlaciones de afinidad entre el texto y las ilustraciones.

Antes de seguir avanzando, es oportuno destacar, como su prosa acierta a crear atmósferas mágicas con un inequívoco aroma surrealista. La angustia existencial está presente en muchas de sus páginas, así como lo que hemos dado en llamar “Arte gótico”. Otra característica que no me resisto a poner de manifiesto es su escritura, las más de las veces, rápida, seca, certera, como corresponde a quien durante muchos años ha colaborado en periódicos y revistas.

¿Quiénes son sus fuentes de inspiración? Ante todo y sobre todo, Frank Kafka. Porque sabe profundizar en la impotencia humana, ante una realidad incomprensible y absurda. Para describirla habría que recurrir a un gigantesco laberinto onírico, repleto de pesadillas tal y como sucede en “El proceso”.

Especialmente en sus relatos, también, aparece de forma profusa el surrealismo, repleto a rebosar de connotaciones obscuras y amenazantes. De otro lado, son más que evidentes las influencias existencialistas que adopta e incorpora a sus páginas. Las huellas de Jean Paul Sartre o Albert Camus son apreciables.

Me atrevo a afirmar que el tiempo detenido, el presente interminable y el lento acontecer como símbolo de un inmenso desierto amenazador y sin vida, actúa como  indicio de las influencias existencialistas.

Estoy convencido de que “La montaña mágica” de Thomas Mann es una de las cumbres intelectuales novelísticas del siglo XX, así como el sanatorio es una alegoría de lo que pasa, de lo que nos pasa y de la impotencia humana ante la catástrofe que se avecina. Tal vez, los críticos e historiadores de la literatura deberían analizar, con más detenimiento y establecer las correlaciones de parentesco intelectual entre una y otra obra, que a mi juicio no son pocas.

No están especialmente espaciadas, al contrario, son próximas en el tiempo. “La montaña mágica” se publica en 1924 y “El desierto de los tártaros” en 1940. Ambas proceden del universo desesperanzado, caótico y de pesadilla de Kafka.

Leyendo a Dino Buzzati se advierte como las amenazas de un tiempo concreto, vuelven a manifestarse cuando se creía que estaban conjuradas. La solidez de los proyectos colectivos, cuando se resquebrajan, ponen al descubierto la inestabilidad y vulnerabilidad del sistema.

Hoy, en este mayo de 2023, se vuelven a poner en duda las ventajas del europeísmo tal como lo concebíamos. Está en crisis el cosmopolitismo y alcanza sus cotas más bajas la defensa y vigencia de los Derechos Humanos.

Nada bueno puede presagiarse de un panorama como éste, que nos hace retrotraernos al siglo XIX, donde determinados pensadores y economistas considerados conservadores como Stuart Mill, ya advertía con sutileza que “la idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente, repulsiva”. No hemos entendido el mensaje. Es más, hoy la economía se adueña de todas las esferas, incluso aquellas que habían logrado mantenerla a raya.

Parece que estamos obnubilados e incapacitados para advertir algo tan simple como que cuanto más igualitaria y solidaria sea una sociedad, más confianza reina en ella y más optimismo para mirar hacia delante.

El igualitarismo produce cohesión social y estimula la colaboración y la cooperación. Simplemente con esto, nos damos cuenta de la vulnerabilidad de los sistemas democráticos y de la pérdida de apoyo por parte de una ciudadanía corroída por un individualismo insolidario y un consumismo desenfrenado. Únase a esto que el compromiso cívico para resolver los problemas sociales necesita como lubricante una armonía moral que no puede alcanzarse sin unas altas dosis de igualitarismo y de justicia social.

Adam Smith, que en modo alguno fue un revolucionario, nos dejó dicho que “sentir mucho por los demás y poco por nosotros mismos; reprimir nuestro egoísmo y practicar nuestras inclinaciones benevolentes; esto constituye la perfección de la naturaleza humana”. No está demás una referencia al economista británico John Maynard Keynes, que entre otras muchas cosas, nos dejó como legado algunas opiniones que merecería la pena, pensar y repensar, en estos tiempos turbulentos “para la emancipación de la mente es imprescindible hacer primero una historia de las opiniones”. Estas ideas caen en el vacío en unos años en los que cada vez interesa menos el conocimiento de la Historia. La verdad histórica se falsea con bulos, fake-news y hasta burdos revisionismos que ponen en peligro la aceptación de las reglas del juego democrático.

Dino Buzzati con amargura, no exenta de talento y brillantez, nos sugiere un horizonte histórico de sueños rotos. ‘Los depredadores’ se han hecho con los mecanismos de poder, ante la cobardía e indiferencia general. Sus gestos autoritarios e inquisitoriales, se extienden como una mancha de aceite tóxico. Por eso mismo, y por exagerado que pueda parecer, es el momento de redimir y civilizar adoptando decisiones acuciantes… y si fuera posible apartando de nosotros conceptos nocivos del postmodernismo, atreviéndonos a formular –o reformular- olvidadas ideas emancipadoras de la Ilustración. No nos quedan ya apenas oportunidades. Démonos prisa.

Regresemos, antes de finalizar estas reflexiones, a Dino Buzzati y a “El desierto de los tártaros”.  A finales de los setenta del pasado siglo, tuve la oportunidad de ver en Roma la película del mismo nombre, dirigida por Valerio Zurlini. Creo no equivocarme al señalar que a los espectadores del film les apetecerá mucho leer la novela y a los lectores ver en la pantalla una recreación fiel, angustiosa y existencialista del tiempo detenido que refleja la película.

Sugiero una y otra cosa e incluso comparar la visión de la existencia que se desprende de ambas. Zurlini fue un magnífico director que dedicó sus mayores esfuerzos a reflejar las causas, los efectos y la destrucción de Europa como consecuencia de  la Segunda Guerra Mundial.

Esta película fue la última que dirigió, colaborando, asimismo, en el guión. La música del incombustible Ennio Morricone, muy acertada por cierto, remarca lo obsesivo de las situaciones repetitivas y el lento discurrir de una espera interminable. Es una película compleja, de fondo pesimista, de más de dos horas de duración y que contó con un elenco de grandes intérpretes como Vittorio Gassman, Giuliano Gemma o los españoles Francisco Rabal y Fernando Rey. Obtuvo los premios David de Donatello en 1977, a la mejor película y a la mejor dirección. Tuvo excelentes críticas. Dado que se trataba de una coproducción fue vista y apreciada en Italia, Francia, Alemania…

Merece, desde luego que se localice alguna copia, dado que contiene una alegoría ‘de calado’ sobre un mundo en crisis que amenaza con derrumbarse. Las meditaciones que merecen el libro y la película son, sin duda, si no imprescindibles si, al menos, muy convenientes, ya que ponen ‘el dedo en la llaga’ sobre nuestra vulnerabilidad… y los peligros que corremos de no reaccionar a tiempo ante las amenazas que nos acechan.

Fue un intelectual y un novelista muy apreciado en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Hoy, al igual que tantos otros, está sepultado bajo una capa de olvido e indiferencia.

Nos corresponde rescatar, leer y obtener todas las enseñanzas y valores de sus páginas, que son muchas. Es perfectamente compatible estar al tanto de las novedades, con una labor de recuperación de aquellos escritores que, por unas causas o por otras, han sido últimamente dejados a un lado como si ya no tuvieran nada que decirnos. Craso error.

En nuestro país, contamos con ediciones de sus principales obras en las editoriales Gadir y Acantilado.

Invito a quienes les haya parecido sugerente este modesto ensayo a disfrutar del contenido de sus páginas, a recordar su estilo seco más certero, o a descubrir a un novelista que nos les defraudará pese a su pesimismo.

Julio Llamazares uno de nuestros escritores más completo, lo tiene en alta estima.

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