abril de 2024 - VIII Año

Byung-Chul Han, ¿un fulgor posmoderno?

Byung-Chul Han, filósofo de origen coreano radicado en Alemania

Byung-Chul Han (1959), coreano que ha escrito su obra en alemán, es un pensador singular. Sus ensayos poseen más densidad y profundidad que extensión y tienen una gran acogida entre el público. Estudió ingeniería y trabajó en la metalurgia coreana y, con 26 años, marchó a Alemania a estudiar filosofía. En 1994, se doctoró en la Universidad de Friburgo con una tesis sobre Heidegger. Desde 2000, ha impartido filosofía en la Universidad de Basilea y otras. En 2012, consiguió un gran éxito de ventas con su obra La sociedad del cansancio, que le llevó a ser entrevistado por la ZDF (TV pública alemana), en 2013, que lo presentó como “estrella emergente de la filosofía”. En 2017, el diario británico The Guardian le calificó de “niño prodigio de una filosofía alemana renacida”, con cifras de lectores sin precedentes en temas filosóficos.

Su visión crítica del mundo le ha dado muchos lectores y no solo entre intelectuales profesionales. Centra su análisis en los modos de vida actuales, en la era de la multi-comunicación, las prisas y las urgencias. Tiempo de fatiga por la hiperactividad y el frenesí consumista, que impiden el sosiego, la contemplación y la busca del sentido de la vida. Han, estudia la situación de los individuos en el estado de desarrollo tecnológico del capitalismo tardío y sus acelerados modos de vida. Su crítica se dirige contra el modo de vida impuesto por el capitalismo neoliberal.

Explica la sociedad actual y sus problemas, pero no desde el fatalismo o el pesimismo, sino para establecer la verdad, que es tarea de la filosofía. Para él, los actuales sistemas neoliberales no suprimen la libertad, sino que la explotan. Los hombres actuales deberían liberarse de las ataduras que les impone el poder y hacer lo que desean hacer, aunque les es difícil conseguirlo: no mirar el móvil, dejar de angustiarse por las noticias, vivir con mayor sencillez, descansar de la hiperactividad de nuestras vidas, pasar un buen rato sin pensar en nada más que en pasar un buen rato, o quizá volver a rezar. Muchos desearían hacerlo, pero sienten temor ante lo que sucedería.

En estos tiempos de híper-actividad, Han afirma que la acción está sobrevalorada en detrimento de la contemplación. La contemplación necesita inactividad y sosiego, cuya esencia es el “para nada”, y liberarse de la idea de “utilidad”. Hoy se impone por todas partes un consumismo que exige imperiosamente satisfacer de inmediato cualquier necesidad. Se carece de paciencia para esperar que algo pueda madurar y, a consecuencia de ello, la experiencia se rebaja a “vivencias” y se pierde el acceso a la realidad, que solo puede manifestarse ante la atención contemplativa.

Han apela a Walter Benjamin, que elevó la inactividad a comadrona de lo nuevo, porque solo el silencio hace capaz al hombre de decir algo inaudito. La vida activa posee, sin duda, validez y legitimidad propias, pero su fin último es servir a la vida contemplativa, como ya dijo Tomás de Aquino. Esta es toda la recompensa que puede y debe obtener el hombre a cambio del esfuerzo de su actividad. Además, la obra hecha, resultado de la actividad, sólo se completa cuando se ofrece a la contemplación propia y de los demás. Sólo así, todas las acciones alcanzan sentido.

Para él, Hanna Arendt definió acertadamente la sociedad moderna como “sociedad del trabajo”. En su libro La condición humana, Arendt redujo al ser humano a animal laborans, que se ve forzado a abandonar su individualidad para concentrarse en “funcionar” adecuadamente. Pero las descripciones de Arendt sobre la sociedad y el animal laborans no explican la sociedad del rendimiento actual, porque el sujeto de rendimiento no se abandona al trabajo, es un ser que vive atomizado y es todo menos pasivo. Se auto-explota y vive hiperactivo e híper-neurótico.

En conclusión, la vida en la modernidad tardía ha devenido una vida sin creencias, condenada a la desolación, efímera, que se convierte en una vida vacía. Es ese modo de vida el principal problema para Han, porque al vivir aislado, el sujeto sólo puede preocuparse por sí mismo. Lo dijo Nietzsche: tras la muerte de Dios, la salud se eleva a diosa. Porque, para que el sujeto de rendimiento (animal laborans) se centre en su propia existencia, como si sólo él viviera en el mundo, necesita cuidar su cuerpo y cumplir con todas las expectativas de su vida, pues, al prescindir de poderes externos, como Dios, la vida se vuelve lo más valioso y las acciones atienden a la individualidad y, así, el sujeto de rendimiento lleva a cuestas su propia prisión.

El orden tradicional del mundo, explica Han, se articulaba antaño en torno a objetos de formas permanentes, que aseguraban un entorno estable para la vida humana. Hoy ese orden se reemplaza, mediante las tecnologías, por el orden digital. Las tecnologías han descentrado al hombre de su comprensión de la naturaleza: sólo se puede pensar el mundo a través de las metáforas que proporcionan las tecnologías. El nuevo orden digital, hace al mundo menos tangible. Los nuevos no-objetos digitales aparecen en todo y desde todos lados, desplazando a los antiguos objetos, cargados de significado. Por contra, los nuevos no-objetos digitales sólo contienen información. Pero la información, efímera y cambiante, carece de estabilidad temporal, no aporta significados, vive de la excitación y la sorpresa, y fragmenta la percepción del mundo. La existencia se torna efímera cuando ya no se puede tener experiencia sino, como mucho, vivencias.

En esta era de globalización y digitalización el hombre ya no ocupa tierra, cielo y mares, sino Google Earth y la Nube: ocupa un mundo intangible y fantasmal. Nada es sustancial, sino etéreo. Los objetos, sustituidos por sus réplicas digitales, desaparecen de modo irremediable y, con ellos, también desaparecen los recuerdos. Todo se precipita en una desintegración progresiva, incluso partes del cuerpo desaparecen y, al final, solo hay voces incorporales flotando en el aire. Bajo el dominio incondicionado del “neoliberalismo” y las tecnologías, apunta Han, se asiste a la transición de la era de los objetos a la de los no-objetos, que pone al hombre actual al borde del colapso mental, pues las personas siguen viviendo relaciones tradicionales y siguen apegadas a los viejos objetos e ideas que desaparecen.

El poder neoliberal, las tecnologías y la globalización, mediante la violencia, impulsan la transición del mundo objetual al mundo digital. Contra la tesis de la desaparición o atenuación de la violencia, Han sostiene que la violencia sólo ha cambiado de formas y hoy actúa de modo más sutil. La violencia se expresa en formas “negativas” y “positivas”: la violencia negativa, física, se expresa en la guerra, la tortura, el terrorismo, etc.; la violencia positiva se manifiesta como exceso de rendimiento, exceso de producción, exceso de comunicación, híperatención e hiperactividad. La violencia positiva podría ser más desastrosa que la brutalidad de la violencia negativa: la infección, la invasión y la infiltración han dado paso a la era del infarto. La forma material de la violencia ha dado paso a otra más anónima, des-subjetivada, sistémica, que no se revela. El neoliberalismo ha conseguido fusionar la violencia con su gran antagonista, la libertad: el hombre actual se auto-oprime.

El pensamiento de Han está muy influenciado por Foucault, pues reformula el análisis de éste sobre las condiciones de vida bajo el capitalismo neoliberal. Al igual que Foucault (leer Michel Foucault en el crepúsculo del pensamiento), Han parte del fin del paradigma de la Modernidad y de la negación de las categorías tradicionales de la filosofía. Pero va más allá, desarrollando un pensamiento que, más que posmoderno, es post-foucaultiano. El análisis de Foucault de la sociedad disciplinaria no explica el presente, pues no son lo mismo el régimen disciplinario y el régimen neoliberal. El régimen disciplinario funcionaba con mandatos y restricciones, era opresivo y suprimía la libertad. Pero el régimen neoliberal no es opresivo, sino seductor y permisivo. Explota la libertad en lugar de suprimirla. El hombre se explota a sí mismo, voluntaria y apasionadamente, creyendo que así se “realiza”.

Han ofrece una revisión crítica de los planteamientos de Foucault, aceptándolos como “punto de partida”, pero para “superarlos”. En la meritocracia neoliberal, los individuos se creen libres, mas son siervos absolutos en realidad: se explotan a sí mismos, pues no tienen otro amo. La auto-explotación se impone por su mayor eficiencia, superior a la explotación por otros, y mantiene vivo un cierto sentimiento de libertad. Kafka expresó esta paradójica libertad del sirviente con la imagen del animal que arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo. Pero Foucault no percibió el cambio del régimen disciplinario al neoliberal: en la actualidad, ya no se vive en sociedades disciplinarias, sino en una meritocracia tecnológica.

Y así, frente a la propuesta de “bio-política” teorizada por Foucault, Han propone la idea de la “psico-política”, pues la técnica del poder neoliberal adopta formas sutiles: no se apodera directamente del individuo. Por el contrario, se ocupa de que el individuo actúe de modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación, interpretado por él como libertad. Coinciden así la propia optimización y el sometimiento, la libertad y la explotación. Esa técnica actual del poder, que hace converger libertad y explotación en la forma de “auto-explotación”, no fue percibida por Foucault.

Han se separa y distancia de Foucault al sostener la posibilidad de existencia de la “verdad”, o en su valoración de la religión. Han cree que la búsqueda de la verdad es, más que necesaria, irrenunciable y que es posible alcanzarla. Su crítica a la sociedad de la información, que elimina la significación en beneficio de una información tan efímera como vacua, implica una rotunda apelación a la idea de “verdad”. Y la apelación a la religión la formula como un modo de posibilitar que se alcance el sosiego vital que permita acercarse a la actitud contemplativa.

La vida contemplativa entrena la mirada para ver con atención profunda y calma. Única mirada que puede hacer que el animal laborans, el sujeto de rendimiento, tome conciencia de la absolutización de su vida activa (trabajo, obra y acción), del nerviosismo desasosegante en que desemboca su hiperactividad, y pueda al fin liberarse. Según El Génesis, la creación del ser humano no fue el último gran acto de la Creación, pues el relato bíblico de la creación culmina con el reposo del séptimo día, el descanso del Sabbat.

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