abril de 2024 - VIII Año

Michel Foucault, en el crepúsculo del pensamiento

Michel Foucault (1926-1984), profesor de psicología que terminó siéndolo de filosofía, es el más genuino representante de esa línea de pensamiento a la que se ha denominado posmodernidad (leer La filosofía posmoderna un final ineludible . Quizá fue también el último gran autor del estructuralismo y el más importante de entre los posmodernos. Sus visitas a Estados Unidos, desde 1970, en particular sus estancias en las Universidades de Búfalo (Nueva York) y de Berkeley (California) le permitieron difundir su pensamiento entre las élites universitarias de USA, sobre las que consiguió desplegar una enorme influencia en el último cuarto del siglo XX, y lo sigue haciendo en este siglo XXI. De hecho, es posible que Foucault no sea tan extremadamente posmoderno, como aparece en la imagen reflejada de su obra entre los intelectuales izquierdistas norteamericanos.

Comenzó su labor académica en la Universidad Lille, en la que impartió psicología, entre 1953 y 1954. En 1953, estudiando a Heidegger (fundamental para él), descubrió la obra de Nietzsche, que le impresionó vivamente. La docencia le ocupó a lo largo de toda su vida. Entre 1955 y 1960, fue visitante en las Universidades de Upsala (Suecia), Varsovia (Polonia) y Hamburgo (Alemania), regresando a Francia, en 1960, para presentar su Tesis Doctoral, en 1961. Esta, titulada Folie et déraison: Histoire de la folie à l’âge classique (Locura y demencia: Historia de la locura en la época clásica), sería una de sus obras más destacadas. Pero aún seguía centrado en la psicología y psiquiatría, como acredita la publicación en 1963 de su obra Naissance de la clinique (El nacimiento de la clínica).

Durante ese tiempo Impartió clases en la Universidad de Clermónt-Ferrand y luego en la de Túnez (1965) y en la de Vincennes. Participó muy activamente en los movimientos de rebeldía que culminaron en la Huelga General de mayo de 1968, en Francia, tanto en debates como en manifestaciones y ocupaciones de fábricas. También frecuentó el Seminario de Louis Althusser. En 1970 fue nombrado Profesor del Colegio de Francia, donde sustituyó al gran maestro hegeliano francés, Jean Hipolitte, en la Cátedra de Historia del Pensamiento Filosófico, un desempeño que le ocuparía hasta su muerte y en el que alcanzó su mayor fama.

Para entonces, ya estaban escritas sus principales obras filosóficas, Les Mots et les choses: Une archéologie des sciences humaines (Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas), en 1966, y L’archéologie du savoir (La arqueología del saber), en 1969. Hay quienes han querido ver en Foucault al estructuralista que nunca llegó a ser, y no al crítico implacable que intentó demoler las bases de la filosofía, de las humanidades y de las ciencias que realmente fue. Les Mots et les Choses constituyó un hito en la obra del autor, pues Foucault se asomó a la filosofía estructuralista (de la que finalmente se cansó), aunque muchos consideran que en esta obra se encuentran ya todos los elementos de su posterior deriva posmoderna.

Les Mots et les choses tuvo el propósito, entre otros, de destronar al existencialismo, popularizado por Sartre, que protagonizó la filosofía francesa durante años. Foucault se consideró estructuralista un tiempo y se relacionó con Jacques Lacan, Claude Lévi-Strauss, Roland Barthes o Umberto Eco. Fue publicado el mismo año que La teoría de la literatura, de Todorov, y Crítica y Verdad de Barthes, y significó la consolidación intelectual de Foucault en Francia. Ese mismo año había participado, junto a Gilles Deleuze, en la publicación de la edición francesa de las obras completas de Nietzsche. En ese momento, el estructuralismo estaba en su apogeo, y Foucault se vio incluido en la nueva ola de pensadores (“Nuevos Filósofos”) que rompieron con el marxismo y acabaron con el existencialismo encarnado por Sartre.

A partir de Nietzsche y de su tesis de la “muerte de Dios”, Foucault teorizó la “muerte del hombre”, idea que alcanzó gran éxito. En esto seguía la orientación de Heidegger respecto a la sustitución del hombre por la máquina en las sociedades contemporáneas. Una característica de Foucault es la utilización del método de la genealogía de Nietzsche, para la averiguación del sentido profundo de las palabras y de los conceptos en cada tiempo. La genealogía, perspectiva de Foucault, se inscribe en la tradición nietzscheana que articula las luchas internas de la memoria mediante el balance de las fuerzas históricas que hicieron posible las sucesivas culturas y formas de vida.

Los posmodernos, siguiendo a Foucault, apostarían por el subjetivismo más radical al declarar la realidad y la verdad como mera interpretación, sin soporte objetivador alguno. Peor aún, Foucault la había considerado un “constructo cultural”, entre otros, que han de “deconstruirse” para “liberarse” de ellos, pues son creaciones del “poder” para asegurar su dominación opresiva. La deconstrucción fue una técnica destructiva y ha consistido en la deconstrucción-destrucción de toda “normalidad” en las cosas y entidades que existen espontáneamente (“naturales”), como la familia, rechazadas por ser “creaciones” del poder para dominar y oprimir.

Foucault rastrearía el origen de las ciencias humanas para analizar “la experiencia desnuda del orden del poder” en la cultura, e indagar qué teorías habían sido posibles en cada época y por qué “el poder” las aceptó. Buscaba una arqueología de los saberes mediante el estudio de las condiciones que, en cada tiempo hicieron posible el “conocimiento”. Foucault se apoyaba en dos pretendidas discontinuidades o quiebras en la historia de la cultura occidental: la del siglo XVII, que abrió el período clásico tras el Renacimiento, y la del siglo XIX que inauguraría la modernidad. Estas quiebras demostrarían que la continuidad entre las ideas de entonces y las de ahora es ilusoria, pues no se razonaba sobre las mismas bases en uno y en otro tiempo.

Para Foucault, cada época histórica posee condicionamientos del poder subyacentes a la idea de verdad. La verdad carece de sentido real de “conocimiento del mundo y del hombre”, pues es solo un mero “constructo cultural” de un tiempo determinado. Foucault descalificó la validez de los contenidos y resultados de todos los saberes humanos, incluidos los científicos, al reducirlos a “constructos culturales” establecidos por y desde el poder. La tesis foucaultiana se apoyó en dos conceptos reacuñados por el autor: las ideas de “episteme” y de “discurso”.  Jean Piaget, en su libro Estructuralismo, comparó acertadamente la episteme de Foucault con la noción de paradigma de Thomas Kuhn (autor de La Estructura de las Revoluciones Científicas); y la idea de discurso se asemejaría más a la idea que se tiene actualmente de “relato”, que de la de “tesis” o “argumentación”, más tradicionales.

En L’archéologie du savoir Foucault abandonó el plano de la historia de las ideas, con el rechazo de sus postulados y procedimientos, intentando definir los discursos como prácticas que obedecen reglas predefinidas por el poder. La arqueología busca definir los discursos en su especificidad y define tipos y reglas de práctica discursiva. La historia de las ideas muestra una falsedad -que “la verdad fue arrancada del error”-, es ésta una falsedad que sigue determinando relaciones, conflictos, resistencias y represiones; la arqueología, por contra, constituye “el árbol de derivación de un discurso” que saca a la luz “períodos enunciativos” entre los descriptivos, y señala los espacios de disensión que el poder quiere ocultar. La arqueología es plural, atraviesa los intersticios y busca revelar las configuraciones singulares. El análisis de la arqueología individualiza y describe formaciones discursivas que entran simultáneamente en varios campos de relaciones. Puede describir un campo institucional, un conjunto de eventos, prácticas y decisiones políticas, etc.

Como se advertía al principio, la imagen que hoy se tiene de Foucault no responde quizá tanto a su obra, aunque también, sino a la imagen devuelta a Europa desde las Universidades USA, que desarrollaron y aplicaron solo algunas de las partes más susceptibles de interpretación en términos de radicalismo revolucionario de su obra. El auténtico Foucault, más que autor de una “nueva” filosofía de la revolución, fue uno más de los muchos desencantados por el fracaso revolucionario del socialismo real (soviético), ya evidente en 1960. Su alejamiento de Sarte, fue también una separación del comunismo y socialismo oficiales, en los que Sarte militó.

El pensamiento de Foucault es más una filosofía de la posrevolución que revolucionaria, tras la constatación de que las propuestas revolucionarias solo conducían a regímenes totalitarios que anegaban a las sociedades que gobernaban en los más abyectos recovecos de la opresión total. Frente a los partidarios de la acción revolucionaria marxista, Foucault proponía una inversión de prioridades, pues, aunque la desigualdad económica y la miseria todavía existen, ya no tienen la misma intensidad y la urgencia de antaño. Para él, la crítica de las grandes estructuras económicas es un debate del siglo XIX, no de este tiempo, en el que los pequeños poderes y las estructuras difusas de dominación son los verdaderos problemas.

Foucault, como demostró en mayo de 1968, era más un libertario difuso que un revolucionario comunista o socialista tout court, con un propósito definido. Se emplea aquí la palabra “libertario” específicamente, pues tampoco sería correcto considerarlo un ácrata o un anarquista. Foucault nunca propuso la destrucción de todo poder, pues entendía que las relaciones de poder son constantes en la historia. A partir de esta constatación, el francés François Bousquet (autor, en 2015, de un texto provocador: El puto San Foucault: arqueología de un fetiche) ha esbozado una posible alternativa para comprender a Foucault, en la que se le podría considerar un precursor de lo que Bousquet consideraría “libertarianos”, es decir, un pensador en la línea de lo que él entiende que es el neoliberalismo más radical.

En esta perspectiva, Foucault habría sido de los primeros en pensar que, en el proceso de desarrollo científico y tecnológico de los últimos siglos, la máquina ha sustituido al hombre. La técnica ya no es un medio para un fin del hombre; en su lugar, ha evolucionado hasta un modelo de transformación, consumado a través de las propias máquinas, de imposición de su lógica sobre la lógica humana y afectiva. Foucault desarrolló la idea de bio-política, en la estela de Heidegger que había advertido que tras los proyectos técnico existe una clara intencionalidad política. Los objetos creados por el hombre se orientan a un fin concreto, al que se llama “utilidad”, pero la esencia de esos objetos sobrepasa con mucho la noción de utilidad, para imbricarse dentro de una visión más amplia de la realidad: algo así como una “tecno-política”.

Después de todo, lo que siempre interesó a Foucault fueron los límites del pensar, considerados como una categoría histórica, como bien subrayó en el inicio del prefacio de Les Mots et les choses, al rememorar la inverosímil clasificación de animales que Borges incluye en uno de sus célebres relatos.

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