abril de 2024 - VIII Año

Jovellanos: elogio de Carlos III

Jovellanos por Francisco de Goya

Gaspar Melchor de Jovellanos, hombre de pensamiento y sobre todo de acción, está considerado el máximo exponente de la Ilustración Española, aunque no se le pueda considerar exactamente un teórico (leer Jovellanos y el liberalismo español). Fue un jurista y un político ilustrado, que ejerció una gran influencia en la generación que protagonizó la Revolución Española (1808-1812). Influencia que se proyectaría también sobre las siguientes generaciones del liberalismo español, que crearon la España Constitucional del siglo XIX, y que alcanza hasta la actualidad, en la que su obra y su trayectoria continúan siendo estudiadas.

Más hombre de acción que teórico, Jovellanos no dedicó mucho esfuerzo a expresar sus ideas con sistemática. Quizá, entre otras razones, porque sus ideas coincidían con las ideas ilustradas, que estaban ampliamente difundidas en la Europa del siglo XVIII. Su pensamiento está disperso y distribuido a lo largo de su abundante obra, compuesta de múltiples informes, memorias, correspondencia y propuestas. También en su obra literaria, tanto en el teatro, con la tragedia neoclásica La muerte de Munuza y el drama El delincuente honrado, como en su poesía, quizá de calidad literaria menor, pero de contenidos didácticos y pedagógicos, más que líricos. En ella expresa Jovellanos sus reflexiones más profundas.

Sin embargo, hay tres importantes textos de Jovellanos que se pueden considerar los más indicativos de su pensamiento, en general, y de sus ideas. No son textos de los considerados específicamente “políticos” por los estudiosos de su obra, pero recogen con amplitud la visión del mundo de Jovellanos. Son su Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, de 1780, su Discurso en elogio de Carlos III, de 1788, y su famoso Informe sobre la Ley Agraria, de 1794, que es el más conocido, estudiado y comentado de los tres. Mas, en los tres, se expresan de modo tangible y claro sus ideas y las de la Ilustración Española (leer La Ilustración en España).

De singular importancia es el texto de su Discurso en elogio de Carlos III (leer clickeando aquí). Fue pronunciado en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, pocas semanas antes de la muerte del Rey. Como destaca Mario Onaindía (1948-2003), en su obra La construcción de la Nación española (2002), el texto supera ampliamente el tema que anuncia su título. El discurso ofrece una profunda reflexión, que también valora las causas de la decadencia española y sus soluciones. Un tema, el de la “decadencia”, que venía preocupando a los españoles desde el siglo XVII.

Los españoles del siglo XVIII enfocaban la decadencia nacional de un modo más positivo y menos pesimista que el utilizado por Quevedo (1580-1645) en su inacabada la España defendida (1609). Los ilustrados españoles miraban la decadencia española en la perspectiva de las soluciones, que los gobernantes españoles aplicaban con éxito aparente. Durante el siglo XVIII, España pareció recuperarse de las caídas y derrotas del siglo XVII. Aumentó la población en casi un tercio y se tuvo capacidad para hacer un último esfuerzo colonizador en América. La expedición de Fray Junípero Serra y José de Gálvez, entre 1769 y 1770, hacia la Alta California y el Territorio de Oregón. Y, además, en 1783 se recuperó la Luisiana, lo que demostraba que se había recobrado la potencia española.

La trascendencia del Discurso en elogio de Carlos III cobra su verdadera dimensión al situarlo en el contexto en que se pronunció. En 1788, España se hallaba enfrascada en la más célebre polémica del siglo XVIII. El artículo Espagne publicado en 1782 por Masson de Morvilliers (1740-1789) en la Encyclopédie méthodique, provocó un gran debate con su pregunta ¿Qué se debe a España?, desde hace dos, cuatro, diez siglos, ¿Qué ha hecho España por Europa?, en lo científico, literario o artístico, a la que contestaba implícitamente que nada. Mason de Morvilliers generó tal escándalo, que llegó a los oídos de Carlos III y originó un conflicto diplomático con Francia. El artículo de Masson de Morvilliers se consideró un ataque inadmisible, además de que faltaba estrepitosamente a la verdad.

La pregunta de Masson no fue olvidada. Fue precursora de la posterior polémica de la ciencia española, de 1876. Todavía hoy, en 2022, está presente en la reciente obra de Jon Juaristi El Canon Español. En la década de 1780-1790, el asunto dio lugar a un largo proceso con intervención de la Inquisición, del Consejo de Castilla y del Ministerio de Estado. En el mismo año 1788, el Santo Oficio incautó los tomos de la Encyclopédie distribuidos en España. Y, también en ese mismo año, el editor madrileño Antonio de Sancha presentó a la Inquisición diversos tomos traducidos de la Encyclopédie, antes de su publicación, a fin de obtener el visto bueno del Santo Oficio y evitar riesgos para la edición.

El artículo de Masson de Morvilliers recibió varias respuestas, algunas contundentes. Entre ellas se han de mencionar las de dos ilustrados del círculo del Conde de Floridablanca, la del botánico valenciano Antonio José de Cavanilles (1745-1804), de 1784, y la de Juan Pablo Forner (1756-1797), de 1786. Pero hubo otras respuestas, como la del abogado granadino Luis Cañuelo, editor del semanario El Censor de Madrid (publicado entre 1781 y 1787), portavoz de un grupo de ilustrados, como Luzán (1702-1754) y el mismo Jovellanos. Cañuelo, más templado en su rechazo a Masson y algo autocrítico, provocó una agria disputa con Forner. Abanderado éste de los apologistas hispanos, Cañuelo criticó el arcaico “casticismo” de los apologistas.

Carlos III por Anton Raphael Mengs

El Discurso en elogio de Carlos III de Jovellanos contenía también, pues, la aportación de Jovellanos a esta polémica. En su Elogio, Jovellanos ponderó las aportaciones de la cultura y la ciencia españolas de los siglos XVI y XVII. Una idea recurrente en muchos ilustrados, aunque no en todos. El propio Jovellanos ya lo había anticipado en su Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia (1780). Los ilustrados fijaban el reinado de los Reyes Católicos como la época de equilibrio institucional casi perfecto que, a su juicio, se malogró después en la ejecutoria de los Austrias. Para Jovellanos, ese equilibrio había sido una de las bases principales de la grandeza hispana.

La comparación entre ambas dinastías, Austrias y Borbones, en la que incide Jovellanos en su Elogio, expresa la visión negativa de la Ilustración sobre los Austrias. Una opinión que expresaba el juicio general del liberalismo ilustrado de la España del siglo XVIII. Recuerda así Jovellanos cómo, en el siglo XVII, se abandonó el pensamiento creativo y se cultivó solo la sutileza escolástica. Y se abandonó el cultivo de las ciencias y la tecnología, que tanto habían facilitado la conquista americana y la exploración y dominio universales. Incluso, en las matemáticas, se había perdido la investigación en las universidades y su estudio se había atrasado. La situación de las universidades también fue objeto de propuestas de reforma de Jovellanos.

En contraste con el periodo de los Austrias, para Jovellanos, los Borbón, y sobre todo Carlos III, habían consolidado la renovación anticipada por el cambio de dinastía en 1700. El gobierno del Estado había pasado a manos de reformistas e ilustrados, como José Patiño (1670-1736) con Felipe V, o Carvajal (1698-1754), Ensenada (1702-1781) y Wall (1694-1777), con Fernando VI. Con ellos, se dio entrada a la libertad de filosofar y la teología abandonó el yugo aristotélico. Se había mejorado también el estudio de las matemáticas y del derecho en las universidades. Y se había iniciado el estudio de la economía, que para Jovellanos era la verdadera ciencia del estado y de los gobernantes.

El discurso de Jovellanos incide en los temas característicos de la Ilustración Española y del liberalismo que se desarrollaría en la primera mitad del siglo XIX. Un ideario que, en su parte sustancial, era ampliamente compartida por la mayor parte de la ya incipiente opinión pública y que consistía en una visión de España, sus problemas y las posibles soluciones. Una visión que era compartida en algunos puntos incluso por los sectores más reacios a las reformas ilustradas. Un ideario que conformó el fondo del discurso de Jovellanos, aunque también formulase en él alguna de sus ideas más concretas sobre las reformas necesarias para España.

La base de este discurso se fundamenta en una visión general de España, ampliamente compartida entonces, derivada de las ideas subyacentes a la Historia General de España, de Juan de Mariana (1636-1624), el texto de la historia nacional que se estudiaba en las universidades. Una de las ideas conductoras de esta historia era la de “Recuperación” o “Restauración” de España. Idea que constituye el hilo conductor que explicaba las caídas y los resurgimientos que conformaban el desarrollo de nuestra historia nacional.

Jovellanos por Antonio Carnicero Mancio

Fue esta una idea clave en el pensamiento ilustrado, que mantuvieron los liberales durante el siglo XIX. Entender nuestra historia como una sucesión de caídas y recuperaciones. De ese modo, tras el hundimiento de la Hispania Romana por las invasiones bárbaras, los Visigodos se hispanizaron con su conversión al catolicismo con Recaredo (559-601). Y fue la Reconquista el proceso “restaurador” de la España quebrada por la invasión musulmana del año 711. Un proceso culminado en 1492, con los Reyes Católicos, con cuyo reinado concluyo la edición original de la Historia de Juan de Mariana, así como momento de esplendor que los ilustrados españoles -y luego los liberales- aspiraban a restablecer con sus reformas.

Sobre ese fondo de filosofía de la historia nacional, representativo del brillante pasado a recobrar, Jovellanos también aludió en su discurso a las mejoras que se estaban produciendo en España bajo los gobiernos del Rey Carlos III, atendiendo las inquietudes del tiempo presente de la España del siglo XVIII. Jovellanos repasa los éxitos conseguido o en vías de consecución, como los nuevos poblamientos en Sierra Morena, el reparto de tierras comunales, la reducción de los privilegios de la ganadería, o la abolición de la tasa fiscal a la libre circulación de granos.

También cita logros como la propagación de la enseñanza fabril y la reforma de la enseñanza en general, la reforma de la policía gremial, la multiplicación de establecimientos industriales -en ocasiones a iniciativa de la Corona, como las Reales Fábricas-. Y no olvida la profusión de franquicias concedidas a las artes y a la industria, la supresión de las aduanas interiores, aunque no tota. Tampoco la apertura del comercio americano a todos los puertos españoles, o la apertura del comercio exterior, donde cerámicas, paños y aceros españoles competían con los ingleses. Medidas todas que habían contribuido al aumento general de la riqueza.

También Jovellanos formulo algunas consideraciones de futuro sobre las reformas políticas y administrativas que necesitaba España para recuperar el equilibrio institucional de finales del siglo XV, marco idealizado de garantía de la libertad y del bienestar de los españoles. A esos efectos recordó la reforma municipal de Carlos III, que había restablecido la representación popular en los consistorios.

Y en cuanto a las Cortes, la situación de España era peculiar respecto al resto de Europa, salvo Inglaterra. Es cierto que las Cortes en España languidecieron desde comienzos del siglo XVI, pero nunca dejaron de reunirse en todos los reinados, salvo en los de Carlos II y de Fernando VI. Pero, incluso en dichos reinados, siguieron funcionando las Diputaciones Permanente y las Comisiones de la Cortes. La monarquía española, entre los siglos XVI y XVIII, fue la única monarquía continental limitada, aunque no estuviese muy limitada de facto. Por eso Jovellanos veía muy posible mejorar el sistema de gobierno mediante la revitalización de la representación nacional en las Cortes, que deberían de reunirse con regularidad, para impulsar un parlamentarismo de inspiración británica, que consideraba un buen sistema de gobierno.

Sin embargo, para él, el logro más importante de Carlos III fue la creación de las sociedades económicas de amigos del país, entre las que destacaba la Real Sociedad Económica Matritense (fundada en 1775), de la que Jovellanos fue Director desde diciembre de 1784. Veía en esas Sociedades Económicas, más que sus resultados tangibles, materializados en los proyectos reformadores, el espíritu patriótico de colaboración entre gentes de todas las clases y estamentos, lo que había permitido su consolidación. Y lo hicieron en ambos hemisferios por los que se extendía España, pues también florecieron en América, a partir de la creación en 1787 de la Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago de Cuba.

A juicio de Jovellanos, en 1788, España estaba en el camino de restaurar su potencia y su prestigio, tras las caídas del siglo XVII. Y también estaba seguro de que eso solo se podría conseguir si se perseveraba en la vía reformista iniciada. Ese fue el programa ilustrado y siguió siendo el programa liberal del siglo XIX.

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