diciembre de 2024 - VIII Año

Juegos de poder del nacionalismo

parlamentEs ocioso declarar que me refiero a cualquier tipo de nacionalismo, sea cual sea la extensión territorial donde se asiente. Mi análisis no está orientado a elogiar, o criticar, ninguno de ellos, sino a comprenderlos, dilucidar sus componentes y dimensionar su fuerza, a fin de determinar su alcance fenomenológico y las consecuencias múltiples que puedan tener.

A mi juicio, el nacionalismo, de base, es una actitud psicológica que ha promocionado en mancha de aceite, se ha compartido mediante la interacción social y ejerce efectos coercitivos sobre los individuos de consecuencias imprevisibles.

La actitud nacionalista está compuesta de elementos cognitivos y emocionales. La parte cognitiva contiene una idea raíz, arropada por una constelación de otras ideas afines que la refrendan, aparentando una consistencia pétrea. Igualmente, la vertiente emocional dinamiza una serie de sentimientos elásticos retroalimentados por ellos mismos y por las ideas, generando un bucle cerrado en sí mismo, que anula la ecuanimidad de criterio y fulmina la libertad de pensamiento. El nacionalista es esclavo de su propia actitud.

La idea raíz puede tener origen histórico y estar emparentada con mitos y leyendas ancestrales de los que nace un atisbo de identidad primaria, ruda y tribal, que germina en las consciencias de la gente con altivo carácter diferenciador, como un rasgo absoluto y sublime, que llama a pertenecer a una clase de excelencia, un pueblo elegido, la aristocracia, muchas veces teocrática, de la humanidad.

Efectivamente, tal vocación excelsa afecta al yo, al yo colectivo, que se convierte en excluyente. Emocionalmente, es un narcisismo que exalta al yo, al nosotros, los …, y se queda con todas las virtudes y cualidades elogiables, mientras resulta refractario del tú, del vosotros que sois…el no-yo, la condensación de todos los males.

Este principio de diferenciación siempre se da entre vecinos, allí donde las fronteras étnicas y culturales son imperceptibles y la historia es, posiblemente, común. La endogamia no puede ser nacionalista, porque está centrada en sí misma y se condena a su propia extinción. Para ser nacionalista es preciso mirar hacia afuera, tener a alguien a quien dominar, alguien a quien despreciar, una diana sobre la que proyectar la maldad.

Antes de ser nacionalistas, los grupos humanos se llevan bien con sus vecinos, comercian con ellos, se producen matrimonios exogámicos, hay ritos y fiestas compartidas. Sin embargo, tras alguna hambruna, catástrofe social, o etapa de carestía, los intereses económicos, el reparto de bienes, o las pretensiones tribales de dominio levantan barreras infranqueables. La barricada surge para blindar la escasez; es corta de miras, porque acerca demasiado la línea del horizonte.

disturbiosDespués viene la construcción de la estacada mental, que ocultará en el fondo del abismo el prurito pragmático, el afán material, porque no resulta estético, ni romántico. Lo presentable es alardear de ‘razones’ de idiosincrasia, rasgos de identidad, justicia multisecular con los ancestros y otros alegatos grandiosos. Este es uno de los juegos de poder de todo nacionalismo: ocultar parte de la realidad, negarla, resaltar un sentido peculiar, plausible, que contrasta con el sentido desdeñable y bochornoso del no-yo. Será constante y machacona semejante insistencia, hasta conseguir que suene a verdad lo que, tal vez, sólo sea un delirio.

Sin emociones, no hay nacionalismo. En todo caso, tendremos una discusión académica sobre quién es quién y cuáles sean sus orígenes. Un juego de tesis y antítesis, que siempre lleva a algún tipo de síntesis, o armisticio intelectual. Eso no mueve a la masa, que es irracional, una barahúnda estruendosa, confusa como la locura e imprevisible como un torrente desatado. No lo digo yo, son cosas de Le Bon y Freud.

Para garantizar tal agolpamiento de energía, hay que sembrar, hacer crecer y explotar el odio, como sea: vale mentir sobre la historia, fabular sobre el presente y prevenir un futuro funesto. Más juegos de poder. En cualquier caso, la conclusión ha de ser que nosotros, los mejores, hemos de desentendernos de ellos, los peores, por respeto al pasado, para mejorar el presente y garantizar un futuro óptimo. Como es obvio, al partir de premisas falsas, los engaños, las conclusiones tampoco pueden ser verdaderas; pero, eso no importa; en el camino, habremos armado un gran bullicio, un terremoto social, una gran catarsis emocional, cuyo máximo interés es, precisamente, fomentar el proceso oponente (Solomon y Corbit) de las emociones: ‘cada gusto tiene su coste y el dolor su gusto’, merced al juego del simpático y el parasimpático, en el plano individual, que se replica, mutatis mutandis, en el social.

En la escalada emocional, cabe considerar la guerra civil como una herramienta más. Éste juego de poder, el más grave y calamitoso, ha regado de sangre los siglos y dejado baldías las tierras. Los estrategas bélicos no se manchan de sangre, intoxican las mentes, mueven los recursos como si fueran marionetas y hacen sufrir a los propios y al enemigo, claro, desde el refugio del Alto Estado Mayor. La rentabilidad de la guerra se condensa en generar héroes y campeones, atesorar gestas y consolidar un manantial de mistificaciones, que podrán alimentar el sentimiento nacionalista en el futuro. El sufrimiento mismo se impondrá como hito de separación. En España, ahí queda el saldo del nefasto siglo XIX, que empezó muy mal y terminó mucho peor. Aquellos lodos se transformaron en el barrizal sobre el cual resbalamos.

El nacionalismo no puede combatirse confrontándolo con otro nacionalismo, porque ambos se enquistan. Las actitudes se cambian, faltaría más, desde la tolerancia: en la vertiente cognitiva, mostrando opciones, dando información, elevando el pensamiento crítico, fomentando la sinergia para crear proyectos compartibles. En la vertiente emocional, generando sentimientos de empatía, dialogando con la música, la pintura, el cine, la literatura, la danza.

La política de aproximación hacia un nacionalismo ha de recorrer el camino de los símbolos buscando el sincretismo, sin forzar nada. En libertad, la rebeldía es capaz de rebelarse contra sí misma, cuando se ve perdida en su propio laberinto.

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Archivo Entreletras

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