marzo de 2024 - VIII Año

La política de Balmes

A pocos autores como a Balmes (1810-1848) les es de tan cabal aplicación el dicho de “líbreme Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me guardo yo”. El pensamiento político de Balmes, de extrema originalidad en su formulación, fue sepultado por las etiquetas descalificadoras con las que se lo ha querido fijar a una tendencia política singular. La operación de convertir a Balmes en un destacado autor del pensamiento tradicionalista español fue un gran fiasco, pese a que su notable éxito haya perdurado. El principal resultado ha sido, lamentablemente, el haber colaborado a sumir su obra en el olvido, al haberle fabricado una falsa imagen pública que resulta irreconocible cuando se leen sus textos.

El mérito de esa colosal tergiversación correspondió al joven Menéndez Pelayo (1856-1912) en su célebre y entusiasta Historia de los Heterodoxos Españoles (1880), obra juvenil que escribió a los 24 años de edad. Ahí, siyuó a Balmes entre los pensadores más destacados de la reacción tradicionalista española. Y no bastó con que, más tarde, al alcanzar madurez y perspectiva, variase considerablemente sus juicios y opiniones sobre éste y otros muchos autores. En concreto, con ocasión de la reedición, en 1910, de El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la Civilización Europea de Balmes, Menéndez Pelayo rectificó su anterior calificación de “restaurador de la tradición neo-escolástica y neo-tomista”, destacando más bien la modernidad del pensamiento balmesiano, así como su afinidad con las ideas de libertad y tolerancia, más bien inclinadas a la aceptación del marco liberal que al tradicionalismo al que inicialmente lo había adscrito.

Sin embargo, fue esa primera “(des)calificación” de filósofo del tradicionalismo la que ha perdurado. Y, siguiendo a Menéndez Pelayo, tan vituperado como seguido, lo han catalogado como neotomista, neoescolástico, o tradicionalista, casi todos los que se han referido a Balmes. Una caracterización ésta en la que, por injusto que sea, han coincidido con el joven Menéndez Pelayo pensadores muy dispares que, si opinan así, es por su falta de conocimiento directo de la obra balmesiana. El caso es que, quizá porque El Criterio sea tan elemental como lo ideó Balmes, sea por desinterés u otras razones, esos calificativos han venido siendo habitualmente aceptados, pese a la escasa o nula realidad que tienen. Así, paradójicamente, han coincidido en ese tipo de “(des)calificaciones”, entre otros, personajes tan dispares como Unamuno (1864-1936) y Ortega y Gasset (1883-1955), o como Artola (1923-2020) y Tuñón de Lara (1915-1997), entre otros muchísimos de los más variados y hasta contrapuestos posicionamientos.

No obstante, algunos estudiosos del pensamiento español que sí han leído la obra de Balmes, han expresado opiniones muy diferentes. Por ejemplo, José Luis Abellán en su Historia del Pensamiento Español, pese a encuadrarlo como pre-neotomista (valga la expresión), destaca la singularidad de la obra balmesiana. Incluso, señala la separación de Balmes de la neoescolástica, para calificarlo de “ecléctico”. Como también destaca Abellán que la temprana muerte de Balmes, a los 38 años, le impidió elaborar un sistema filosófico, del que había dejado puestos unos muy sólidos cimientos.

Sólo Ferrater Mora, en su Diccionario de Filosofía, ha efectuado un juicio cabal de la obra balmesiana, en el que destaca la gran originalidad de su pensamiento. Ferrater Mora subraya que la filosofía de Balmes estuvo animada por el principio vetera novis augere et perficere, procedente de la filosofía católica tradicional. Es decir, la vieja idea que ya había inspirado a Luis Vives de que lo viejo (la filosofía tradicional) debe ampliarse para ser completado con la integración de los nuevos saberes y las nuevas ideas. Para Ferrater Mora, la filosofía de Balmes estuvo inspirada, además de su formación escolástica, en su conocimiento del pensamiento de la Escuela Escocesa del Sentido Común, en particular del ilustrado británico Thomas Reid (1710-1796). Una escuela en la que se incluye a D. Hume (1711-1776) y a Adam Smith (1723-1790). Y, continúa Ferrater Mora, desde esos presupuestos, Balmes logró elaborar un profundo análisis y crítica de la filosofía dominante a comienzos del siglo XIX, como el empirismo, el criticismo kantiano y el idealismo de Hegel, en orden a su refutación. Balmes buscó la integración de las viejas y las nuevas ideas en un ambicioso empeño filosófico que se vio frustrado por su temprana muerte, cuando aún no había cumplido 40 años.

LA OBRA POLÍTICA DE BALMES

La obra política de Balmes tiene dos aspectos, teórico y práctico. No fue solo un político teórico y especulativo. Balmes fue también un activo ciudadano que participó con la palabra, el consejo y hasta con intervenciones directas, en la política de su época, con gran influencia en la opinión pública. El más importante proyecto político en que participó fue el intento de casar a la Reina Isabel II, con el Conde de Montemolín, el heredero de la causa Carlista. Y Balmes, sin haber sido nunca hombre de partido, fue entonces, en 1846, el portavoz de un grupo que, aun viniendo de campos opuestos, buscaron con gran sentido práctico la fusión de derechos al Trono. Es decir, a fundar una legalidad que, amparando a todos, hiciese imposible reanudar la guerra carlista, estableciendo sólidamente la paz. La propuesta de Balmes, el matrimonio de Isabel II con el pretendiente carlista, no prosperó por muchas razones. Pero nadie dudó de la limpieza de sus motivos e intenciones, ni tampoco de la habilidad con que condujo aquella campaña, pese a su fracaso final.

En el ámbito de lo teórico, Balmes dejó tres textos políticos principales, que son el ensayo Consideraciones Políticas sobre la situación de España y las Observaciones sociales, políticas y económicas sobre los bienes del clero, ambas de 1841, y su última obra, Pío IX, escrita en 1848, pero inconclusa por el fallecimiento ese mismo año del autor. Además, dejó también una ingente obra de periodismo político distribuida por multitud de medios de prensa de la época, especialmente de los que él mismo dirigió, como La Sociedad, El Pensamiento de la Nación, La Civilización, o El Conciliador.

Pero el pensamiento político de Balmes se ha de buscar, además, en otras dos obras. Me refiero al ya citado El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización europea (1841), y su Vindicación Personal (1846). De excepcional importancia es sobre todo la primera de ellas, probablemente la más importante de todas y la que más ha perdurado. Fue la respuesta de Balmes a la obra de Guizot (1787-1874) Historia General de la Civilización en Europa (1828). Una obra que se centraba en destacar el, a su juicio, papel innovador desarrollado por el protestantismo en Europa, y en el papel retardatario desempeñado por el catolicismo. Fue Guizot un seco y honrado “hugonote” (protestante) francés, varias veces ministro en el reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848), e historiador de las instituciones francesas y de Francia. Aunque, como filósofo de la historia, Guizot fue un autor bastante menor, por razón de su rígido y abstracto dogmatismo ecléctico que, aspirando a simplificar los fenómenos sociales, le hizo ignorar muchos elementos básicos de la realidad.

Y es que el gran adversario de Balmes en su obra política, no fue el liberalismo aún revolucionario, ni siquiera el naciente socialismo, todavía poco desarrollado. No, su principal adversario teórico-práctico fue la denominada escuela “ecléctica” y, en particular, su ex­presión teórica más concreta, el llamado doctrinarismo político, que cautivaba por entonces a las mentes más cultivadas del liberalismo español. El partido moderado, del cual fue Balmes juez, pero nunca partícipe, ni tan siquiera aliado, había convertido en su teórico de cabecera al citado Guizot, el líder y teórico máximo de los doctrinarios franceses.

En toda la obra de Balmes, y muy especialmente en la de temática política, se aprecia una gran continuidad argumental, sin saltos ni grandes cambios, y una acusada orientación hacia el pragmatismo del hombre de principios que, sin renunciar a sus convicciones, se plantea la necesidad de aceptar la realidad de las cosas para poder incidir sobre las mismas. Como afirmó en su obra Pío IX, en relación con las cada vez más intensas tendencias hacia la libertad política existentes en las sociedades europeas y americanas de la primera mitad del siglo XIX, “no se trata de saber si hay en esto un bien o un mal, sino de saber lo que hay”.

La coherencia balmesiana se armonizaría en esto también con la idea de “objetividad” que atraviesa la totalidad de su obra filosófica y, desde luego, su pensamiento político. Una coherencia que se hace tanto más apreciable al revisar los aciertos y errores de su actividad práctica, entre 1843 y 1848, en la política española.

UNA NUEVA POLÍTICA PARA UN TIEMPO NUEVO

En la política, como en todo, el análisis frío y desapasionado de los hechos se impone en la obra balmesiana como un prius imprescindible, anterior a la defensa de principios o a la contraposición de ideales. Maestro del análisis objetivo, lo prioritario para Balmes era tener la idea más completa y cabal posible de la realidad, antes de fijar principios o de plantear propuestas. Sus planteamientos políticos concretos se pueden resumir en su propuesta de hermanar la razón y la justicia con la convivencia en paz. A estos efectos resulta más que oportuno recordar el dato del exquisito trato que siempre mantuvo con todos los personajes de la política de su época, fueran amigos o enemigos, con los que nunca cruzó insultos o descalificaciones, pese a que él mismo sí que las sufrió, y a veces con exceso. Balmes predicó con la palabra, pero también con el ejemplo.

El punto de partida de Balmes fue constar que la sociedad tradicional, la anterior a la época de las revoluciones, había perecido. Inútiles serían, pues, los esfuerzos para volver a resucitarla y levantarla de la tumba. De modo que el absolutismo monárquico, que caracterizaba las formas políticas de esa sociedad tradicional, había quedado sin base y fundamento. Como dice Balmes en su Pío IX, la alianza del Trono y el Altar habría sido necesaria para el Trono, pero no resultó nada buena para el Altar, que tampoco la necesitaba. El absolutismo no tenía porvenir, pues respondía a la realidad de sociedades que ya no existían. La época de Balmes, llena de luchas revolucionarias en toda Europa, hacía perceptible con toda certeza que el porvenir correspondía a las incipientes democracias. Por todo eso, el carlismo no podía considerarse seriamente como una opción política.

La cuestión, para Balmes, radicaba en asumir y comprender el inevitable proceso de reorganización afrontado por las sociedades europeas de entonces, que habían quedado profundamente desestructuradas por la revolución. En realidad, de las naciones europeas de la época, sólo Inglaterra poseía tradición de gobierno liberal, por su dilatada trayectoria parlamentaria. Un hecho que la convertía casi en un modelo para Balmes, pero sólo casi. Porque en América, los Estados Unidos ofrecían a su juicio el ejemplo de cómo un sistema de gobierno representativo, que defendía la libertad y la democracia, podía ser un sistema de orden, progreso y respeto a los valores del humanismo cristiano que profesaba Balmes. Más y mejor que el absolutismo austriaco o ruso de la época, o que el derrotado carlismo. Y es que el catolicismo, en el ambiente de libertad norteamericano, había encontrado magníficas vías para su asentamiento y difusión en los siglos XIX y XX, siglo en el que ha llegado a ser la minoría religiosa más importante, con un 26% del total de la población (datos de 2015).

La desestructuración social y política derivada de los procesos revolucionarios, afectó también, y hondamente, a la sociedad española. En España, la experiencia de un constitucionalismo ordenado estaba demasiado inédita. En tiempos de Balmes, España ya había conocido hasta cuatro Constituciones -la de 1812, de de 1834, la de 1844-, todas ellas con periodos de vigencia demasiado breves, como para que las virtudes del régimen liberal, y particularmente su flexibilidad, le permitieran alcanzar la estabilidad necesaria para poder adentrarse en el camino del progreso social y económico. Sobre todo, tras los espasmos revolucionarios padecidos entre 1833 y 1840, que estuvieron acompañados de la Primera Guerra Carlista.

Para Balmes la política, aunque contenga algunos fines en sí misma, es sobre todo un medio para alcanzar otros fines superiores, como la paz. Un planteamiento éste en sintonía con los ideales del humanismo cristiano que le inspiraban. Por eso Balmes pretendió establecer ideas generales para orientar la acción política en la sociedad, en orden a la consecución de esos fines superiores. La paz, civil y social, es uno de los principales objetivos de la gran política. Y Balmes consideró que, ambas, sólo serían posibles dentro de un régimen político flexible a los cambios, a la vez que firme agente para la armonización de los intereses particulares, que deben quedar subordinados al interés general.

En el pensamiento balmesiano, armonía y paz universales son los valores supremos de la política. Una idea de armonía de perfiles religiosos, sin duda, pero que formulado desde presupuestos puramente civiles. La armonía balmesiana reenvía a las nociones de concordia entre los ciudadanos, de acuerdo y conformidad de los gobernados con los gobernantes, de solidaridad social y de fraternidad cívica. Fue precisamente la idea de concordia una de las que inspiró su acción política más célebre, la reintegración de la unidad dinástica con el fin de impedir el retorno de la guerra civil. El lema con el que abordó ese y otros empeños políticos concretos, “acción, unión y Gobierno verdaderamente nacional, a votar y a perdonar; no queda otra salvación para España”, lo acredita sobradamente.

Balmes no fue un teórico liberal, ni lo pretendió. No lo fue en sus bases y presupuestos iniciales, de inspiración católica. Mas su radical objetividad al reconocer definitivamente caídos los sistemas anteriores a la revolución, su consideración de la tolerancia como valor político primordial -“no es tolerante quien no tolera la intolerancia”- y su defensa de la libertad de prensa, le fueron aproximando, con el tiempo, más y más, a los planteamientos liberales. Su temprana muerte deja abiertas en esta materia muchos más interrogantes, si cabe, que en otros aspectos de su obra filosófica.

BALMES Y DONOSO CORTÉS

Balmes y Donoso habían coincidido una vez en sus vidas. Fue con motivo del proyecto de casar a la Reina Isabel II con el pretendiente carlista, el conde de Montemolín, en 1846. Ambos, Donoso y Balmes fueron los responsables máximos del llevar adelante ese intento de pacificación nacional. Balmes libró el debate en la prensa y ante la opinión pública, mientras que Donoso Cortés se mantuvo en un plano más discreto. Pero ambos siempre mantuvieron entonces y en general puntos de vista muy dispares. Como se ya se ha mencionado, en 1910, Menéndez Pelayo reconoció que su juicio sobre Balmes, expresado en su Historia de los Heterodoxos Españoles, había sido erróneo. Y fijó también un primer término de comparación de Balmes con Donoso Cortés al indicar que “Balmes parece un pobre escritor comparado con el regio estilo de Donoso, pero ha envejecido mucho menos que él, aun en la parte política. Sus obras enseñan y persuaden, las de Donoso re­crean y a veces deslumbran, pero nada edifican, y a él se debieron principalmente los rumbos peligrosos que siguió el tradicionalismo español durante mucho tiempo”.

Y es que, frente a la riqueza literaria de Donoso, centrada en la condena de la modernidad, Balmes había iniciado la exploración del liberalismo desde bases cristianas. Así, hasta para el mismo Menéndez Pelayo, que en su juventud pensaba que Balmes y Donoso representaban un mismo conservadurismo opuesto a la nueva época liberal, el tiempo tampoco pasó en balde. Y él mismo terminó por apreciar la radical disparidad existente entre la filosofía política de ambos autores, y hasta sobre la importancia como teóricos que cabía atribuir a cada uno. El pensamiento político de ambos autores, en cuanto a sus respectivas trayectorias, no sólo es dispar, sino que se puede afirmar que siguieron trayectorias contrapuestas. Ambos se movieron en una misma línea, pero en direcciones inversas. Donoso Cortés se desplazó  y a gran velocidad desde el liberalismo exaltado (colaboró con Mendizábal en 1835 y 1836), hacia el conservadurismo más acendrado, aunque nunca llegó a unirse al carlismo. Y Balmes recorrió el camino contrario, desde la tradición católica más templada, avanzando y con la prudencia que siempre le caracterizó hacia posiciones cada vez más próximas al liberalismo. En sus últimas obras, el Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo de Donoso y el Pío IX de Balmes, se pueden apreciar con toda claridad las diferencias que los separaron, e incluso hasta cuál había sido el punto de llegada de cada uno de ellos en sus respectivas trayectorias.

En el comienzo del Ensayo, Donoso Cortés expuso su propósito de oponerse al pensamiento socialista. Sin embargo, la posición de Donoso, lejos de constituir una refutación del socialismo, era más bien una confirmación de las injusticias denunciadas por los socialistas. Las objeciones de Donoso se limitan a determinar las bases en que se fundamentaría esa sociedad idílica prometida por el socialismo contra Dios, a la que Donoso opondrá la sociedad encarnada en la tradición católica. Su crítica al socialismo no se formuló tanto desde la defensa de las sociedades abiertas, en las que no creía, sino desde la objeción general a que pueda llegar a establecerse sobre la tierra el bien absoluto por decreto, que para los socialistas sería “la voluntad del proletariado” y, para Donoso, el Reino de Dios que, por definición, no es de este mundo.

Sin embargo, en el desarrollo de su obra se aprecia perfectamente que el enemigo para Donoso Cortés no era el socialismo, sino el liberalismo. Y es que, para él, el liberalismo, como teoría, es impotente para el bien por carecer de afirmaciones dogmáticas, y es incapaz para el mal, porque le causa horror toda negación absoluta. Para Donoso, la doctrina liberal es un puerto evitable, en la ruta que la nave de la sociedad deberá seguir para dirigirse, o bien al puerto seguro y definitivo del catolicismo, o bien a estrellarse indefectiblemente contra las escolleras del socialismo. No cabían, pues, para Donoso, vías intermedias entre la revolución y la reacción, por lo que debía tomarse partido entre una y otra, inevitablemente. Y en esa la lucha a muerte entre el Bien y el Mal que representan, respectivamente, el catolicismo y el socialismo, el liberalismo sólo puede dominar en los momentos de debilidad. Los momentos de predominio liberal son esos en los que la sociedad desfallece, pues Donoso identificó la sociedad liberal con el instante transitorio y fugaz en que el mundo no sabe si elegir a Barrabás o a Cristo, dudando entre una afirmación dogmática y una negación suprema.

Estatua Balmes (Catedral de Vic)

Por el contrario, Balmes, en su Pío IX, elogió las reformas liberalizadoras adoptadas por el Papa Pío IX en los inicios de su pontificado. Unas medidas como la amnistía general, la libertad de prensa y la convocatoria de elecciones en los Estados Patrimoniales del Papado. Con ello no sólo proclamaba Balmes su adhesión al nuevo pontífice, sino que consolidaba las ideas que ya había apuntado en sus primeras obras de carácter más directamente político.

En esa última obra, Balmes afirmó el pensamiento político que había ido madurando al largo de su vida, al resumir la empresa abordada por Pío IX, en 1848, con estas palabras: “Conceder a la época lo justo y conveniente, negándole lo injusto y dañoso; mejorar la condición de los pueblos sin precipitarlos en la anarquía; prevenir la revolución por medio de la reforma…”. Para a continuación definir el proyecto político en el que él finalmente había llegado a creer, aunque atribuyéndolo al nuevo Papa: “…cimentar un orden político y administrativo que se sostenga por sí propio, sin necesidad de bayonetas extranjeras; desarrollar en los Estados Pontificios un espíritu público que los prepare para atravesar sin trastorno las profundas vicisitudes que ha de sufrir Europa…

Balmes llegaba así al final de su recorrido intelectual y, también, al final de su vida. Siempre se había manifestado plenamente respetuoso con el régimen político constitucional, así como con los principios en los que éste se fundamentó. Con ello culminó en el ámbito de lo teórico, en concepto de auténtico pionero, un largo proceso de reflexión desde el catolicismo para la plena aceptación de las realidades políticas nacidas tras las convulsiones de la época de las grandes revoluciones de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Sólo era un pionero, y esa aceptación era exclusivamente teórica y, quizás, sólo personal. Pero Balmes fue el primero en realizarla. Su camino sería seguido luego por muchos y, finalmente, por casi todos.

Donoso Cortés y Balmes solo coincidieron, pues en un momento y en un punto, cuando uno iba en una dirección y el otro en la contraria. Coincidieron en la fracasada operación de casar a Isabel IIª con el heredero carlista, y coincidieron en la fe católica. Pero no coincidieron en mucho más. Donoso Cortés trabajó en ese propósito entre bambalinas, mientras Balmes lo hizo al descubierto. Donoso estuvo siempre en los aledaños del poder, y Balmes jamás ostentó cargo público alguno. Donoso alcanzó a ser Marqués de Valdegamas y Balmes sólo un modesto curato. No coincidieron en más.

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