abril de 2024 - VIII Año

Adélaïde Blasquez: el tiempo mira al tiempo y lo devora

El futuro de Europa no puede consistir en regresar al pasado

Las palabras se pudren, son devueltas,
como pétreo excremento,
sobre la noche de los humillados.
José Ángel Valente

Contra lo que algunos, con énfasis soberbio proclaman, Europa es hija del mestizaje. Del mito de la raza aria sólo quedan cenizas procedentes de un bunker de Berlín. No obstante, los nostálgicos henchidos de un fanatismo fascistoide, de cuando en cuando, vuelven a insistir con la insoportable cantinela de la pureza de la raza.

Escribo esta evocación en el mes de julio del 2023, pocos días antes de las Elecciones Generales. No lo digo ahora, lo he expuesto en diversas colaboraciones, en distintos medios. No me gusta nada lo que está pasando.

Estamos inmersos en una ola reduccionista, neoconservadora y adanista que pretende deslegitimar las instituciones democráticas e irresponsablemente, regresar a la ‘ley del más fuerte’ y a sociedades cerradas y hostiles que rechacen al diferente, que no valoren la igualdad y que seducidas por el hedonismo consumista, caigan en la incomunicación, en la insolidaridad y hasta en un servilismo pasivo y acomodaticio.

En estas circunstancias, me ha parecido oportuno y conveniente dedicar mi colaboración para Entreletras a Adélaïde Blasquez, una nonagenaria nacida en 1931, que representa esa Europa diversa y plural. Es una escritora francófona, es decir, que escribe en francés pese a haber nacido en Marruecos, hija de un militar español, republicano y de una alemana, judía.

Le tocó padecer algunas de las tragedias más duras del siglo XX: la Guerra Civil española y más tarde, cuando la familia se había instalado en Alemania, tuvieron que huir de la criminal persecución nazi, refugiándose en Bélgica.

Quisiera destacar para comenzar, que la patria de un escritor es esencialmente, el lenguaje. Adélaïde utiliza la lengua francesa, mas sus obras están llenas de recuerdos del exilio y de vivencias de un pasado, donde la impronta de la cultura española es innegable. Son dos mundos concomitantes. En este sentido, creo que hay que incluir en nuestro ‘debe’ el desinterés hacia su figura que se manifiesta, por ejemplo, en que buena parte de sus obras no estén traducida al castellano.

Sugiero al lector que busque “Las tinieblas exteriores” (Les ténèbres du dehors) para que pueda comprobar cuanto venimos diciendo. Es un texto en alguna medida autobiográfico, donde se habla, largo y tendido, de los exiliados españoles, sus vicisitudes, anhelos y frustraciones.

En sus páginas encontramos objetividad, más también, rebeldía y resentimiento, fruto de las amarguras vividas. Es, sin duda, una mujer decidida, valiente, que acepta el reto de medirse con los odios y las sombras tóxicas del tiempo que le tocó vivir.

Se vio obligada a trabajar como obrera, antes de poder ganarse la vida como traductora y tener acceso al periodismo. Merece la pena destacar, para comprender la amplitud de sus inquietudes que, también, fue actriz. Logró abrirse camino demostrando coraje cívico para denunciar a ‘los farsantes’, las necedades y los prejuicios existentes. Toda sociedad tiene bastante que ocultar y Francia no fue en modo alguno una excepción.

Sus páginas, desde mi punto de vista, arrojan luz y son un vivo testimonio sobre verdades amargas que han intentado borrar quienes detentan o han detentado el poder. Junto a la desolación hay una nítida advertencia de que las sombras que parecen alejarse… pueden retornar a la menor oportunidad.

Habla de exilios, de hambre, de humillaciones… y de muchas cosas más, incluidos los rencores acumulados. No acaba de sentirse plenamente ubicada en ningún sitio. No ha logrado encontrar su identidad y, en buena medida, se considera una exiliada interior. En su regreso a España hay una búsqueda de los orígenes, que resulta claramente perceptible. ‘El tiempo muerto’ a veces es un peso agobiante porque deprime, porque aliena, porque no acaba de desaparecer. No exagero si afirmo que lo que el lector cómplice irá descubriendo de su mundo interior… le parecerá fascinante.

Es una novelista que le gusta ‘penetrar en el subconsciente’. Tal vez, por eso, publicó dos libros sobre psiquiatría. La huella freudiana es indubitable. Quizás por eso, para una comprensión cabal de su literatura, hay profundizar en las raíces. El psicoanálisis es un buen método para intentarlo.

En Francia, nunca fue una escritora de éxito, pero sí leída con fruición en algunos ambientes. Su obra es, en cierto modo, ‘fronteriza’ lo que ha hecho que sea malinterpretada.

Logra comunicar emociones que el lector no puede dejar de compartir. El tiempo refleja, como si se tratara de un espejo, el pasado y sus fantasmas. Puede pensarse –yo así lo creo- que sigue una estrategia bien definida: dar cuenta de un mundo que tal vez nadie recuerde… dentro de unos años, para que no se diluya en la nada.

Su prosa es de trazos firmes, decidida, cortante. Puede advertirse una curiosa mezcla que la hace original y casi única. ¿Es judía?, ¿es francesa?, ¿es española?, ¿es heredera de la Ilustración?, ¿se siente una exiliada? Sus recuerdos están atravesados por una flecha, por lo que podríamos llamar un cierto ‘terror histórico’. La sombra de Kafka, con sus terrores y miedos, de una u otra manera, está presente.

Una de sus obras más conocidas, junto con las del exilio antes mencionada, es “Gastón Lucas cerrajero. Crónica de un antihéroe” que despertó un fuerte y vivo interés de la crítica cuando se publicó en 1976.

Es una autora con contradicciones palpables. Su lengua es la francesa, francesa es su cultura, mas toda su vida soñó con volver a España. En su regreso resulta palpable una búsqueda de la infancia, y de los recuerdos paternos. No olvidemos que su padre era un militar republicano que como tantos otros, tuvo que emprender el camino del exilio.

Las contradicciones aludidas le hacen, por ejemplo, comentar que el castellano es para ella el idioma de la afectividad del corazón, mas la lengua francesa le aporta una musicalidad que le hace mucha falta. ¡Hermosas y lúcidas palabras!

Se da la circunstancia de que es una políglota que resuelve, con autoridad y sutileza, la influencia de distintas lenguas. Ella lo llama su ‘esquizofrenia cultural’. Su padre era español, mas se crió en Bélgica, donde aprendió francés y neerlandés. De su madre aprendió también, alemán y más tarde italiano e inglés. Por si fuera poco, se casó con un húngaro y llegó a adquirir nociones de este idioma.

Su vocación, sin lugar a ningún género de dudas, era escribir. Se afirmaba en la escritura y por la escritura. Señaló en cierta ocasión que el dominio del español le aportó el conocimiento de un cierto humor negro que le permitía conllevar las fatalidades. Hay que saber reírse de todo y, por supuesto, de sí mismo. A la vez, por dignidad y coherencia, hay que posicionarse a favor de las causas nobles, contra los abusos de poder, las muestras de totalitarismo y el fascismo que reaparece cada cierto tiempo.

En las páginas de sus libros hay lugar para los escalofríos que agarrotan la espalda, hay lugar para los paralelismos entre las tragedias europeas y las dolorosas experiencias de la noche negra del franquismo.

Todos somos hijos del tiempo en que nos ha tocado vivir y cada uno lleva sobre las espaldas su cuota de dolor y de sufrimiento. La suya es una mirada sufriente y a un tiempo, indagadora sobre la naturaleza humana. No son escasas ‘las iluminaciones’ que afloran de sus recuerdos.

En estos meses y años grises no estaría de más que en una evocación sobre Adélaïde Blasquez tuviera cabida una idea del tribuno griego Demóstenes, extraída de una de sus filípicas “Todo tirano es enemigo de la libertad y adversario de las leyes”.

Tampoco estaría de más, que tuviéramos presente el sabio aviso que Isócrates nos legó y que muchos han olvidado… o lo que es peor, sepultado bajo una losa de indiferencia, mentiras y tergiversaciones: “Los más criminales de todos y los que merecen mayor castigo son aquellos que se atreven a acusar a otros de los delitos que ellos cometen”.

Hemos comentado las contradicciones que dan vivacidad, luz y color a sus páginas. “Mi literatura es bio-ficción” dice en más de una ocasión. ¿Por qué? porque a través de sus fantasmas descubre y analiza secretos que surgen de lo profundo de su dolorida conciencia.

Es no sólo interesante sino admirable, la forma en que mezcla y fusiona distintos géneros literarios, dando lugar a una prosa que tiene la virtud de no parecerse a ninguna otra. Su visión de la realidad tiene mucho de metafísica. En su manera de articular las tramas y las angustias de los personajes… elegantemente, tras ‘las anécdotas’ se puede percibir al trasluz ‘la categoría’. Lo que da al relato una densidad casi filosófica. En detalles como esos advertirá el avisado lector una influencia del ‘modus operandi’ de Gabriel García Márquez.

La democracia para muchos autores es también una mezcla de realidad y ficción. ¿Por qué? el afán de verdad se debilita y hasta se desvanece, cuando la desconfianza, la sospecha y la corrupción ‘corroen’ las instituciones democráticas.

Es duro advertir que hoy día la apariencia se percibe como realidad o lo que es lo mismo, cuesta trabajo diferenciarlas. Confieso mi interés hacia el poeta romántico inglés Samuel Taylor Coleridge, su concepto de ‘la suspensión de la incredulidad’ da mucho más juego del que se le ha atribuido hasta la fecha.

La realidad se ensombrece, es más, crecen sombras por doquier. Está en nuestras manos detener esa expansión lúgubre, tóxica y nociva… más si con nuestra pasividad no frenamos su avance, al igual que en los periodos de mayor retroceso, acabarán por invadirlo todo con su voracidad insaciable y destructiva.

He querido dedicar estas reflexiones a Adélaïde Blasquez. En unos años obscuros y represivos con una imagen de nuestro país en blanco y negro, ella demostró su coraje cívico, su capacidad de lucha y su feminismo.

Pudo escribir en francés, lo que no se le hubiera tolerado en castellano. La ironía y un cierto escepticismo, quizás producto de los golpes que da la vida, hacen que para ella la literatura haya sido y sea una tabla de salvación, que le permite hurgar en su interior en perpetua búsqueda de su identidad.

Quisiera añadir a estas reflexiones y comentarios unas palabras de Plutarco que, desde mi punto de vista, reflejan perfectamente, lo que hizo Adélaïde con su vida hasta lograr emerger de sus contradicciones, de sus impulsos dialécticamente enfrentados y acabar convirtiéndose en la cronista de un tiempo pasado, de una familia rota por la tragedia y de una época que está a punto de desvanecerse… si alguien no la rescata con su memoria y su palabra: “El que está acostumbrado a escuchar con moderación y respeto, recibe y conserva el discurso provechoso”.

Adélaïde Blasquez en España es una gran desconocida. Es injusto, lo sé. Por eso he querido romper una lanza, arrojando un mensaje para que alguien lo capte y lo descifre convenientemente.

Merecería la pena traducir algunas de sus obras antes de que su testimonio no sea ‘triturado’ por el implacable paso del tiempo. Su literatura –lo hemos afirmado con anterioridad- es muy original, más no sólo eso, sino que es una pieza más de ese ‘puzle de las tragedias’ que abarca el exilio y el exilio interior tras la Guerra Civil.

He iniciado este pequeño ensayo con espíritu reivindicativo y con la intención de recuperar la literatura de Adélaïde con una cita de José Ángel Valente. Quiero terminarlo con unas enigmáticas palabras suyas que siempre me han dado que pensar y que ofrezco a la interpretación de los lectores y lectoras a fin de que se atrevan a arriesgar una respuesta: “En el jeroglífico había un ave, pero no se podía saber si volaba o estaba clavada por un eje de luz en el cielo vacio”.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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