junio de 2025

PASABA POR AQUÍ / «Quien se fue a Sevilla…» o cuidado con los refranes

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

El refranero siempre es algo muy socorrido, esas frases más o menos acertadas sirven para explicar cualquier situación y su contraria.

Dijo la investigadora María Cecilia Colombi que «el refrán se mantiene como un bloque monolítico dentro de la lengua, es decir, invariable”. Me temo que tengo que llevarle la contraria a la investigadora porque el paso de los tiempos y el que la sabiduría popular a veces no es tan sabia, producen errores que difícilmente pueden corregirse porque están instalados en nuestro lenguaje de forma inamovible.

Sería el caso de la famosa frase «Quien se fue a Sevilla, perdió su silla».

La historia nos cuenta que reinando en Castilla Enrique IV, allá por la mitad del siglo XV, nombraron arzobispo de Santiago de Compostela a un sobrino del Arzobispo sevillano, don Alonso de Fonseca. El sobrino también se llamaba Alonso de Fonseca y añadía el segundo apellido: de Acevedo.

Como quiera que en Galicia había ciertas revueltas por aquel entonces y el recién nombrado había sido incluso preso durante dos años y desterrado por querer usar dineros de la Catedral santiaguesa para pagar su rescate, este al que llamaremos Alonso II intercambió provisionalmente su obispado gallego con el mencionado tío, al que llamaremos Alonso I, el de Sevilla.

Pasados cinco años, este Alonso I, hombre fuerte y muy influyente en la política de su tiempo, dominó la situación en Compostela y quiso regresar a su sede sevillana, pero entonces el sobrino dijo que ni hablar, que estaba muy cómodo en la capital hispalense.

Tuvieron que intervenir por la fuerza el Duque de Medina Sidonia, Beltrán de la Cueva y el mismo monarca Enrique IV que se llegó a la ciudad. Hasta hizo falta una bula del papa Pío II para que el arzobispo sobrino, cediese y retornara a su sede compostelana, devolviendo la sevillana a su tío.

Lo cierto es que era una tropa de clérigos mundanos, tirando a golfos, de una familia influyente, manipuladora y corrupta.

Valga como ejemplo también que el cara dura de Alonso II, pese a su condición de clérigo, tuvo dos hijos con su prima María de Ulloa y quiso que uno de ellos le sucediera en la sede episcopal. Como las disposiciones eclesiales no permitían que un hijo heredase el arzobispado de un padre, pusieron una temporada en la sede a Pedro Luis de Borja sobrino del papa Alejandro VI y primito de Cesar y Lucrecia Borgia, que ya habían italianizado su apellido valenciano. Y para remate, poco después, el hijo, Alonso III, de Acevedo y Ulloa, terminó también siendo arzobispo. Por cierto, llegó a ser personaje muy importante, propuesto para Primado de las Españas y hasta fue quien bautizó al futuro Felipe II.

Recordemos además que este otro Alonso anduvo en amores con una tal Juana Pimentel y tuvo un hijo llamado Diego de Acevedo, importante en la política de su tiempo.

Como se ha dicho: golfos poderosos de esos que ni entonces ni ahora faltan —nihil novum sub sole—. Por cierto, ya podían haber sido más originales con los nombres y no llamarse casi todos de igual manera.

Pero volvamos a los refranes. Como decíamos, de aquel trueque de sedes episcopales y la negativa a devolver la de Sevilla del segundo Alonso a su tío, surgió el refrán «quien se fue de Sevilla perdió su silla» que popularmente se tergiversó convirtiéndose en «quien fue a Sevilla perdió su silla»; cambio de sentido que no es culpa de los alonsos sino de la sabiduría popular que a veces no sé si no es de verdad tan sabia o que se despista con frecuencia.

Y si hay dudas en esto de los líos refraneros, aquí van algunos contradictorios que parece que siguen aquella frase atribuida a Groucho Marx —Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros—: «Más vale pájaro en mano que ciento volando» enfrentado a «el que no arriesga no gana»; «a quien madruga, Dios le ayuda» contrario al famoso «no por mucho madrugar amanece más temprano»; «más sordo que una tapia» negando el de «las paredes oyen»; «la intención es lo que cuenta» frente a eso de «el cielo está empedrado de buenas intenciones» o lo de «ten cerca a los amigos, pero más cerca a los enemigos» contradiciendo aquello tan derrochador de «a enemigo que huye, puente de plata».

Me da que la sabiduría popular es una lista de narices.

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Archivo Entreletras

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