abril de 2024 - VIII Año

Placebo: Cuando la magia se vuelve ciencia

Sanadores filipinos, telepatía, telekinesis, muñecos vudú, milagros, hipnosis. Disciplinas y leyendas que tienen un denominador común: El verdadero poder de la mente. ¿Cuál es su potencial? ¿Qué hay de cierto y cuanto de mito? Uno de los aspectos más fascinantes de estas incógnitas tiene cierto grado de aceptación y se encuentra largamente documentado: El efecto placebo.

Cuenta la leyenda que en el sur de Italia durante la Segunda Guerra Mundial, Henry K. Beecher, un médico anestesista (o la enfermera que lo asistía) inyectaron solución salina a un soldado herido antes de operarlo ya que se habían quedado sin morfina, y esta sustancia tuvo el mismo efecto. El paciente se comportó de la misma manera que quienes recibían la droga verdadera.

En 1955 escribió este[i] artículo pionero sobre ese fenómeno, luego de revisar 15 ensayos controlados con placebo de tratamientos para el dolor y otras dolencias. En él afirmaba que los placebos tenían «efectos reales en los cuerpos reales». Al contrario de lo que muchas veces se piensa, la medicina ortodoxa tenía en consideración los poderes curativos de la mente.

No era la primera vez que se abordaba el fenómeno, a finales del siglo XVIII se habían realizado pruebas desde ese enfoque para desacreditar a los curanderos: Un médico estadounidense llamado Elisha Perkins había desarrollado dos varillas de metal que, según él, conducían lo que llamó fluido patógeno «eléctrico» fuera del cuerpo. El doctor John Haygarth, sin embargo, pensó que los tractores eran una tontería y propuso probar sus efectos en un ensayo. Para hacerlo Haygarth fabricó tractores de madera que fueron pintados para parecer idénticos a los tractores de metal de Perkins, pero como estaban hechos de madera, no podían conducir electricidad. En grupos de diez pacientes (cinco tratados con tractores reales y cinco con tractores falsos), los tractores «placebo “funcionaron tan bien como los reales.

Otro importante caso testigo, mucho más reciente (en 1994) es el del cirujano estadounidense Bruce Moseley, que encontró 180 pacientes que tenían un dolor de rodilla tan severo que incluso los mejores medicamentos no funcionaban. Le realizó artroscopia real a la mitad de ellos, y a la otra mitad artroscopia placebo (es decir, no realizó la artroscopía “real”). Una revisión de más de 50 ensayos de cirugía controlada con placebo mostró, en más de la mitad de los ensayos, que la cirugía con placebo fue tan buena como la cirugía real.

La importancia del trabajo de Beecher, sin embargo, es más profunda que el hecho de identificar, catalogar y poner de relevancia el fenómeno de la “autocuración”. En 1958 publicó el trabajo Experimentation in Man, donde planteaba la problemática ética de la experimentación con placebos, utilizando algunos ejemplos como las inmoralidades realizadas por el régimen nazi a los cautivos. Beecher consideraba fundamental el consentimiento del paciente, pero claro, de esta forma es mucho más difícil analizar los resultados, ya que es fundamental que quien toma el placebo esté convencido de que está tomando una medicación debidamente testeada.

Evidentemente hay un importante componente de autosugestión para que nuestra mente actúe sobre nuestro cuerpo, y es clave el convencimiento de que lo que se está haciendo tendrá efectos positivos. En este sentido podemos recordar a los famosos faquires hindúes y su “inmunidad” a las camas de clavos y otras potenciales lesiones por perforación o cortes, que parecen no hacer efecto en sus cuerpos.

Distintos estudios, como el de Ted Kaptchuk de Harvard, han mostrado tendencias, o puntos en común con las generalidades del fenómeno, como que las píldoras rojas tienen mejor efecto que las de otros colores, o que los placebos funcionan mejor con dolencias como el tratamiento del dolor, el insomnio o los efectos secundarios del cáncer como el cansancio o las náuseas. También, como es de esperarse, la indicación de placebos tiene fuerte incidencia en la mejora de pacientes hipocondríacos, ya que en ellos hay una alta probabilidad de que no sufran dolencia física alguna, sino que su patología es de índole psicológica.

La aplicación más frecuente y aceptada del uso del concepto de placebo la encontramos en las pruebas de medicamentos, en los que a grupos de personas con la misma dolencia se les informa que algunos de ellos recibirán la nueva droga y otros un sustituto sin efecto alguno; de esta forma, casi a medio camino, se resuelve el problema ético planteado por Beecher, ya que las personas que reciben el tratamiento saben que pueden estar recibiendo el placebo, y depende de su convencimiento. Pero esta solución implica el mismo problema, ya que es frecuente la mejora de pacientes que no reciben la droga real.

En última instancia, independientemente del componente químico, el efecto real del placebo en los casos en los que funciona depende del convencimiento de cada persona que lo toma, y en ese sentido, es fundamental el condicionamiento cultural, en particular el de poner la confianza en el médico o prescriptor que lo está indicando. En este sentido es interesante referirnos al experimento Milgram, llevado a cabo por el psicólogo Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, que consistía en aplicar castigos físicos a otra persona, avalados enteramente por la figura de autoridad de una persona con una bata de médico. Los resultados de quienes estaban torturando conscientemente a otra persona, aún en contra de sus reservas morales, pero desligándose de la responsabilidad por la figura de autoridad, fue alarmantemente alto. De esta manera quedaba de manifiesto la alta expectativa que se pone en quien se confía, y como responde la propia mente para avalar ese convencimiento.

En ciencias como la psicología el efecto placebo cobra un rol fundamental. Su enfoque en los procesos mentales (ya sea afectivo, cognitivo o conductual) hace que la disciplina que estudia cómo la mente reacciona ante los estímulos cobre especial importancia. En este ámbito es una herramienta muy importante la evaluación del profesional de cómo influyen en los pacientes las expectativas de curación o mejora y la aplicación de placebos, o simplemente del efecto de la figura de autoridad y sus métodos como vía para reforzar terapias.

En este sentido, también es relevante para comprender el fenómeno, su efecto contrario, el “nocebo”, que es, como su etimología implica, se traduce en las consecuencias negativas, dañinas o indeseables de la expectativa negativa de los tratamientos. La evidencia más clara a las que se puede hacer referencia en la actualidad es la búsqueda en internet de síntomas aislados, sin conocimiento profesional, que se traduce en que la persona que los busca tiene altas probabilidades de sugestionarse de que contrajo una enfermedad o dolencia más grave de la que realmente tiene, empeorando notablemente sus consecuencias y pronóstico.

El uso sin guías de los sitios WEB vinculados a la salud generan preocupación en los especialistas de la medicina (y la psicología) por la falta de contención en la que se encuentran estos pacientes. En muchas oportunidades, incluso luego de una consulta a su médico de cabecera, aun confiando en el diagnóstico recibido muchos acuden a la información on line para ampliar sus conocimientos sobre la materia y quedan expuestos a datos que pueden resultar erróneos. [ii]

A la luz de todo lo expuesto, y pese a las dudas acerca de sus alcances y eficacia, se puede afirmar que la mente tiene potencial concreto para curar el cuerpo.

No conocemos todavía la ingeniería o el mecanismo fisiológico de su funcionamiento, el alcance o potencial, pero el grado de éxito de su utilización marca una tendencia imposible de pasar por alto.

Quedará por ver cómo puede avanzar la ciencia para sortear los obstáculos éticos planteados por Beecher de una forma humana y racional, pero definitivamente es alentador pensar que no todo ha sido descubierto, y que podemos ver luz en el horizonte.

«El psicoanálisis, como otros métodos psicoterapéuticos, trabajan con el recurso de la sugestión» (Freud) .[iii]

[i] (*link a http://www.dcscience.net/beecher-placebo-1955.pdf
[ii] https://www.fundacionclinicadelafamilia.org/los-riesgos-de-las-consultas-online
[iii]  Presentación autobiográfica (1925). Vol. 20, pág. 40.

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