abril de 2024 - VIII Año

Cohesión por reparar (III)

La Economía, tan material ella, es el alma del proyecto común, porque el hombre es un ser sociable sin remedio alternativo; quiero decir, gracias al beneficio económico, o a la fruición, que le reporta la pertenencia a un colectivo. La espiritualidad crea cuerpos místicos, que no son cuerpo y sólo mistifican; pero, allá películas…

El desarrollo armónico de la nación comporta una distribución equitativa de los recursos, que aportaría riqueza a las regiones más deprimidas, fijando así la población en su lugar de origen, pero dándole oportunidades de desarrollo humano y calidad de vida. Un ejemplo reciente fue el plan Gasset de la II República que, en 1952, recibió el nombre de plan Badajoz y pretendió convertir zonas de secano en zonas de regadío, mejorar la electrificación, la industrialización, añadir valor y comercializar los productos agrícolas. Es notorio que el régimen de Franco heredó y desarrollo muchas ideas de la II República que, pese al caos político, tampoco era un muladar de despropósitos.

Disminuir el trasvase Tajo-Segura, fuera de empobrecer a Murcia, no parece que tenga otro propósito que la mistificación ecológica, porque la medida no va acompañada de un plan de desarrollo manchego-extremeño, similar al de antaño. La señora Ribera no es consciente, o no quiere serlo, que la cohesión es también un asunto económico y, mientras ella sigue en la inopia mística, el río Gállego hace desbordar al Ebro todos los años, el Sil al Miño de vez en cuando, el Esla hace torrencial al Duero, mientras el Sella se va de rositas al Cantábrico. Pero, la España seca continúa sedienta, hecha un erial, o un criadero de abrojos y aliagas. ¿Este panorama es inteligente?

Si en algún ángulo oscuro de un cajón se hallare el Plan Hidrológico Nacional, silencioso y acumulando polvo, debe ser puesto al día en pro de la cohesión nacional, con ambición solidaria entre las dos Españas, la húmeda y la seca, la rica y la pobre. Un modelo puede ser Francia, con 13 canales fluviales a lo largo de su geografía, muchos de ellos navegables, para alentar el turismo. Salvando las diferencias de pluviometría, ¿no será esta otra forma de luchar por la igualdad entre españoles?

Tengo miedo de lo que pueda pasarle al salchichón de Vic, en cuanto la Sra. Belarra conozca las condiciones de la peregrinación gastronómica de los cerdos catalanes, desde Gerona a las dehesas extremeñas: hacinados en jaulas aisladas que los mantienen en pie durante el trayecto de 900 kilómetros, tienen que soportar en las filas inferiores la lluvia dorada de purina que les envían desde arriba y el olor pestilente del compañerismo, con calores de siesta mesetaria. Esto no es bienestar animal; máxime cuando, una vez conseguido el recebo, han de hacer el viaje inverso hasta el matadero catalán. En cuanto se entere Su Usía…; no hará nada, ya que se trata de los cerdos catalanes. Si no… Pero el asunto entra dentro de sus competencias de “asuntos sociales”, porque una piara es una sociedad, aunque el jefe sea el berraco. De todos modos, está bien que Extremadura sepa y pueda compartir su bellota con Cataluña, aunque haya de menguar su producción en Montánchez (Cáceres), Tentudia, Mombuey y Montemolín (Badajoz) y la de Jabugo (Huelva). Todo sea en pro de la cohesión, aunque esté fomentada por los pobres, a ver si los payeses del Delta del Ebro toman nota.

Con el mosto manchego también ocurre algo similar: en la vendimia, aparecen los fudres de la Rioja y del Penedés a retirar contingentes de mosto sin fermentar, para su tratamiento en las bodegas del Norte. Luego vuelve enriquecido y a un precio muy estimable, aunque el espumoso traiga puro gas…; como el Consejo Regulador de Vinos Espumosos está en Vilafranca del Penedés y la Generalidad está celosa de ese enclave del Gobierno Central en su territorio, si hay que hacer la vista gorda, se hace, que no hay que molestar… El resto del trabajo lo hacen los enólogos.

Desde que el Sr. Bono, don José, se hizo también vinatero, algo ha prosperado la industria vitivinícola manchega; mucho menos de lo que pudiera. Y volvemos a ver otro ejemplo, malo, de solidaridad inversa, de los pobres para con los ricos. ¿Será irremediable?

Metidos en harina, las subvenciones de la Política Agraria común (PAC) produce el muelle adormecimiento de toda subvención que, en este caso, deriva hacia la simple simulación de cultivo para justificar el cobro. Además, la PAC ha dado lugar a un trapicheo picaresco de los “derechos”, que hoy se compran y venden como si fueran cosa, res extensa, igual que el terruño. Éste, por su parte, pierde valor si no va acompañado de los supuestos “derechos”. La PAC viene a ser una coda de la tierra, que le da carta de naturaleza como terreno cultivable. De no haber PAC, el destino de la tierra es ser erial, un manantial de grama, correhuela, cenizos y cardoncha variada. ¡Todo un éxito de riqueza!

¿No sería más sensato estimular la iniciativa privada y fomentar la emergencia de empresas agrícolas de explotación integral, mancomunando la propiedad bajo el régimen jurídico que fuera más pertinente? Esto haría menos vulnerable al minifundista, añadiría valor a la materia prima, otorgaría poder al productor en el ámbito comercial y podría hacer atractiva la tierra para los inversores, al ver que media un proceso productivo inteligente, con mayor rentabilidad que el sistema actual, de suertes romanas fragmentadas durante 20 siglos hasta llegar al minifundio. Unamuno dejó dicho que estaba dispuesto a perdonar a Cervantes por haber vuelto cuerdo a don Quijote antes de morirse; pero, que no podría perdonarle haber dejado vivo a Sancho Panza. Hoy por hoy, la PAC sólo sirve para agrandar tejido adiposo.

Para fomentar la cohesión europea, España apagó los Altos Hornos de Vizcaya y Sagunto, a favor de la industria pesada siderúrgica alemana. En correspondencia, la Unión Europea destinó a España un gran contingente de fondos de cohesión. Con ellos, hemos entretejido las excelentes redes de autopistas y trenes de alta velocidad. Incluso hubo línea de alta velocidad entre Cuenca y Toledo, para servir a 12 viajeros a la semana…Pese a las hipérboles, hoy nuestros trenes de viajeros son mejores y de mayor comodidad que los alemanes, aunque Alemania nos gana en frecuencia, toda vez que, inteligentemente, allí  la ciudadanía prefiere el tren y el transporte de mercancías es ferroviario: más economía, menos contaminación y menos Fenadismer de camioneros a su lucro.

En cuanto se acabaron los fondos de cohesión europeos, la miseria nos conduce al bochornoso espectáculo de la línea Madrid -Badajoz, y la cortedad de miras, complaciente en este caso con el nacionalismo vasco, al patetismo de los trenes hacia Cantabria y Asturias cuyas proporciones no caben por los túneles que han de atravesar. Más que un país de países pareciéramos un país de payasos, si no fuera trágico y esperpéntico.

En cambio, para satisfacer las ínfulas de grandeza de las taifas, tenemos algunos aeropuertos sin aviones, otros situados a 80 kilómetros de otro, o menos, y algunos reciben aviones sin que haya pasajeros. Esto no es cohesión, sino rivalidad canallesca, que no duda en prender fuego al dinero público, quizá pensando que el dinero público no es de nadie, o por las expectativas de coimas.

No es social mantener abierta una infraestructura aeroportuaria para un servicio que no da, mientras se cierran servicios médicos o escuelas rurales que son necesarias por interés público.

Tampoco es inteligente mantener abiertos ayuntamientos con toda su parafernalia de oficina y alguaciles, cuyo censo es ridículo y sostener diputaciones provinciales de provincias deshabitadas, que están inmersas y protegidas dentro de un gobierno autonómico. Por último, resulta vergonzoso, y debiera ser vergonzante, crear empresas públicas que duplican el trabajo que corresponde hacer a los funcionarios.

La economía exige orden, justificación de los gastos, rentabilidad de la inversión o, al menos, prestación de servicio público. La economía es un asunto de todos, de la racionalidad de todos, en pro de la eficacia del gasto. Racionalizar el gasto público es una garantía para el futuro, el de nuestros nietos y sus hijos, a más de constituir un nutriente para la cohesión que necesitamos en el presente.

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