junio de 2025

Totalitarismo: alguna precisión

No deja de sorprender la rapidez con la que, hoy en día, se oye contestar a quien lleva la contraria, con una descalificación, generalmente la de “nazi” o “fascista” (vulgo: ”facha”), para eludir un debate en el que se lleva las de perder. Es la denominada reductio ad Hitlerum. Quizá convenga no olvidar que “fascismo”, o “socialismo”, son hoy meras sombras del pasado, bajo cuya fascinación los hombres se avienen a ser esclavos, sin siquiera percibir el peso de sus cadenas. Y es que, como dijo Jean-François Revel (1924-2006), si no se es capaz de entender que Churchill (1874-1965) fue mucho más de “izquierdas” que Stalin (1878-1953), y que Stalin fue mucho más de “derechas” que Hitler (1889-1945), tampoco se puede entender el terrible siglo XX: el siglo de los totalitarismos.

Bases teóricas del totalitarismo

El totalitarismo, y no parece que sea fácil el comprenderlo para algunos, no es un tipo o forma cualquiera de dictadura o de autoritarismo político. Es la plasmación en la realidad de uno de los presupuestos (o prejuicios) que más lastran a Hegel y a todo el hegelianismo: su filosofía de la historia con la aspiración de alcanzar “el final de la historia universal”. Así lo recoge en sus Lecciones de Filosofía de la Historia (1830), al decir que el fin consiste en alcanzar ese momento en que el espíritu llegue a saber lo que él es, verdaderamente, y haga objetivo ese saber, que lo realice y cumpla en el mundo presente y lo ejecute reproduciéndose a sí mismo objetivamente.

Esa pretensión totalitaria, recibida del hegelianismo, inspiró las tesis de Marx —la Dictadura del Proletariado—, sobre las que se construirían en el siglo XX las formas totalitarias de gobierno que amenazaron y horrorizaron a toda esa terrible centuria. Sin embargo, tampoco deja de llamar la atención que, mientras los totalitarismos “socialistas-nacionalistas”, como el hitlerismo alemán, son generalmente repudiados por la inmensa mayoría, no ocurre lo mismo con los “socialistas-internacionalistas”, como los soviéticos, que gozan de una estima incomprensible.

Y no solo llama la atención, pues es una situación bastante abochornante, que deberían revisar las izquierdas, que, al mismo tiempo, continúan considerando opciones “progresistas” a regímenes tan condenables, como el cubano, el venezolano, el norcoreano o el chino, mientras que califican de totalitario a cualquiera que les contradice.

El Totalitarismo, un fenómeno del siglo XX

En 1917, el denominado “socialismo real” soviético, inspirándose en la “Dictadura Jacobina” de 1793 y 1794 (El Terror), inició con Lenin (1870-1924) y culminó con Stalin la creación del primer régimen totalitario del siglo XX. Se trataba de crear un “hombre nuevo” en una “nueva sociedad”, mediante la destrucción de todo y de todos los que no se transformasen en “hombres nuevos”: los “hombres nuevos” eran libres, iguales y felices y, los que no, encontraron su destino en el GULAG (los campos de prisioneros de Siberia) o ante pelotones de ejecución. En la nueva sociedad no había otro lugar posible para los contra-revolucionarios, los reaccionarios, los burgueses emboscados, los traidores de las propias filas del “Partido del Proletariado” y demás enemigos del pueblo.

El “socialismo nacionalista”, o nazismo, siguió los pasos de la Rusia Soviética y, desde 1933, intentó materializar el destino metafísico hegeliano del pueblo alemán, mediante la aniquilación de aquellos que no se identificaban con el auténtico “espíritu alemán”. Aniquilación, en primer lugar, de los judíos, porque el problema del judaísmo no es racial, sino sellar el destino de esa clase desarraigada de la humanidad, carente de vínculos, que puede desarraigar a todos los entes del “verdadero ser” alemán. Exterminar a esos exterminadores del “ser alemán” es la promesa del gobierno del verdadero espíritu germánico. El “nacional-socialismo” fue algo más que una moda de época: fue uno de los fundamentos metafísicos del nuevo “ser alemán”.

Sobre la base de semejantes planteamientos teóricos, al final la verdad sería, pues, anti-judía en el socialismo nacionalista hitleriano. Igual que sería sobre todo anti-burguesa para los socialistas internacionalistas stalinianos. Y, en ambos casos, cuantos se opusiera a esas “salvíficas verdades”, antijudías y antiburguesas, debían ser destruidos, aniquilados y anulados.

Totalitarismos y otros autoritarismos

Ya nada queda apenas de aquel mundo en el que esas expresiones —“nacional-socialismo”, “internacionalismo socialista”— buscaron fijar los horizontes. Nada, pues el nazismo pereció en 1945 y la URSS implosionó entre 1990 y 1992. Nada queda en la realidad: la teología política hegeliana daría risa hoy a los pragmáticos y deshonestos funcionarios que administran los Estados. Y, sin embargo, todo ello pervive en las palabras y en la retórica. Incomprensible. Palabras que, como las sombras de la caverna de Platón, proyectan a los prisioneros hacia horrores que no existen, privándoles de defensa ante el mundo en el que se hallan encadenados.

Porque el mundo real conoció y conoce, antes y después de los totalitarismos del siglo XX, múltiples tiranías, despotismos, absolutismos y dictaduras. Y, aunque solo los totalitarismos alcanzaron las más altas cimas del horror, no por ello puede olvidarse el hecho de que todos los despotismos, del tipo que sean, pertenecen al mundo de los horrores. Aunque hasta en ese mundo inmundo pueda haber grados.

Hoy, los despotismos siguen gozando de buena salud, pero el control del discurso ya no tiene por objeto, como sucedía en la época de los totalitarismos tradicionales del siglo XX, el ofrecer en su propaganda una versión falsa de lo que no se sabe. Actualmente, lo que tratan de conseguir los aspirantes a déspotas es el control del discurso: el relato para convencer a los hombres de que lo que está a la vista, lo que es evidente, no es cierto, aunque se tenga delante de los ojos. Una especie de variante degradada de la célebre Navaja de Ockham (1287-1347), que, a diferencia de éste, propone que la verdadera la explicación es la más complicada, en lugar de considerar la más simple como la previsiblemente verdadera.

Misterios del tiempo actual. Un tiempo muerto, de “totalitarismos blandos”, que habla la lengua del pasado siglo XX para librarse del deber de dar cuenta del presente. Un tiempo de náufragos supervivientes del fracaso de las grandes promesas (nazis o soviéticas, tanto da), fósiles de una historia del pasado y de una lengua muerta. Muchos ni siquiera lo perciben.

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Archivo Entreletras

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