octubre de 2024 - VIII Año

Adam Smith revisitado (en el 300 aniversario de su nacimiento)

En junio de este año se ha cumplido el 300 aniversario del nacimiento de Adam Smith (1723-1790), quien fue considerado durante mucho tiempo el primer economista moderno y el padre del liberalismo, aunque esas consideraciones fuesen erróneas. Es un momento muy oportuno para revisitar su vida y su obra y revisar su pensamiento y su influencia posterior. Y es que, en realidad, más que un economista, Smith fue un profesor de Filosofía Moral, en sus inicios y seguramente siempre. Tampoco sería de extrañar. Quienes le precedieron en el estudio de la economía, como los maestros españoles del Siglo de Oro, Juan de Mariana (1536-1624) y otros, también partieron de criterios morales en sus indagaciones económicas: la economía, para todos ellos y para Smith, era una parte importante de la moral práctica.

En 1740, se graduó en la Universidad de Glasgow. Allí conoció el pensamiento del moralista y profesor de filosofía moral Francis Hutcheson (1694-1746), ilustrado británico que inspiraría la llamada Escuela Escocesa, o del sentido común, a la que se considera perteneció Simth, al igual que Hume (1711-1776) y otros. Fue en esta disciplina ética, que dedicaba una de sus partes a la moral práctica, en la que Smith fundamentaría mucho de su obra más conocida, La riqueza de las naciones (1776). Después estudió seis años en Oxford y se dedicó a la docencia en la Universidad de Edimburgo, entre 1748 y 1751, época en la que conoció a David Hume, que tanto influiría en las teorías éticas y económicas Smith.

En 1751 se incorporó a la Universidad de Glasgow, donde fue profesor y ocupó la Cátedra de Filosofía Moral. Su curso de filosofía moral estaba dividido en cuatro partes: teología natural, ética, jurisprudencia, y economía política. En 1759 publicó su primera obra, Teoría de los sentimientos morales, que incorporaba la segunda parte de su curso, y que le hizo ganar fama académica y literaria. También publicó un ensayo sobre La primera formación de los idiomas, que fue incluido como apéndice en posteriores ediciones de Los sentimientos morales, obra de la que se publicarían seis ediciones durante la vida de Smith. ​

Entre 1763 y 1766, viajó por Francia y Suiza como preceptor del futuro duque de Buccleuch. En su periplo conoció a los fisiócratas franceses, como Quesnay y Turgot, que defendían una economía y política basada en la primacía de la ley natural, la riqueza y el orden. Y se reencontró con su viejo conocido Hume. También conoció a otros ilustrados famosos, como Voltaire, Benjamin Franklin, Diderot, D’Alembert y Necker.​ Para construir su teoría económica, Smith se inspiraría fundamentalmente en las ideas de Quesnay y de Turgot, aunque incorporaría algunas ideas nuevas, al tiempo que marcaba y definía sus diferencias con los fisiócratas.

En 1776, publicó su Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, más conocida como La Riqueza de las Naciones, su obra más famosa, a partir de la que se le ha considerado el profeta y hasta el apóstol del capitalismo. Lo fue por su declaración en favor de la libertad de mercados, así como por su oposición crítica contra la intervención gubernamental y sus reglamentaciones en la economía. También por su tesis de que el mercado libre actúa como una “mano invisible” que, al igual que en la célebre Fábula de la Abejas, de Mandeville (1670-1733), hace que los individuos contribuyan al bien común, incluso involuntariamente. Además, el mercado crea de modo espontáneo el orden económico. De esta forma, Smith estableció el punto de referencia para la teoría económica liberal posterior, en la que se superarían las tesis mercantilistas y fisiocráticas precedentes.

Se dice que Smith identificó el crecimiento de los mercados y la creciente división del trabajo con el progreso material de la sociedad, pero no con el progreso moral. En realidad, Smith nunca abandonaría sus primeras tesis de filosofía moral, pese a que se le atribuya haber creado el Homo Economicus, pretendiendo con ello criticarle por haber definido, a la vez, el “hombre económico” en La riqueza de las naciones y un modelo de “hombre social y moral” en su Teoría de los sentimientos morales. Contraposición en la que muchos han querido ver una auténtica “contradicción” que daría lugar, con ocasión del bicentenario de La riqueza de las naciones, celebrado el 1976, al denominado “problema de Smith”. Pero no hay tal contradicción.

En el origen de esta controversia se encuentra la creencia de que La riqueza de las naciones ofrece una visión incompleta del hombre, en la que el ser humano parece guiarse sólo por el interés propio, mientras que su Teoría de los sentimientos morales da una visión más completa de la estructura motivacional del comportamiento. Smith, ahí, ponderó el amplio espectro de las pasiones o sentimientos del ser humano, pero entendió que lo que le guía primordialmente es lograr su bienestar material, cosa que se percibe mejor en la esfera económica. En La riqueza de las naciones, parecería que Smith dejaba de lado los comportamientos humanos y las consideraciones morales en la actividad económica, en la que la “simpatía” parece tener pocas funciones. Pero, en realidad, para Smith, la persecución del interés personal, como en la Fábula de Mandeville, es lo que mejor contribuye al bien general.

Puede parecer paradójico, pero, si se revisan sus obras, resulta difícil encontrar un solo pasaje en el que Smith hable positivamente de ricos y poderosos. Tampoco los comerciantes y los terratenientes salen positivamente retratados. Más bien, aparecen descritos críticamente con tintes negativos, como personas que desean hacer prevalecer a toda costa sus intereses egoístas, y que se esfuerzan por imponer precios, crear monopolios, dificultar, limitar o impedir la libre concurrencia a los mercados, en perjuicio de los compradores finales (consumidores), quebrando el orden del mercado. Para Smith, la trasparencia del mercado precisa vigilar las prácticas de los empresarios, que buscan falsearlo para obtener ventajas. De ahí que algunos hayan querido deducir que pudiera ser casi un inspirador de Marx.

Smith estudió el comportamiento económico de un modo coherente con su interés por las dimensiones morales de la personalidad humana, lo más importantes para él. Aunque no sea menos cierto que la economía posterior haya considerado que la moralidad es algo a tener en cuenta sólo en otros ámbitos, como la familia, la amistad o la filantropía, y que queda en suspenso cuando se actúa en el mercado. Para Smith, por el contrario, el mercado era un instrumento de moralidad en sí mismo. Una idea ésta de la moralidad que subyace a la libre competencia en mercados abiertos, y que posee una honda raigambre en la teoría económica desde sus auténticos inicios, que no está en los mercantilistas, ni en los fisiócratas de los siglos XVII y XVIII, aunque reaparecería con Smith al formular la teoría económica.

Adam Smith fundó la llamada Escuela de Economía Clásica, sí, pero no fue el primer economista moderno, tampoco lo fue Cantillon, ni fue el padre del liberalismo, consideraciones erróneas ambas, aunque se diesen casi como verdades absolutas durante el siglo XIX y más de la primera mitad del XX. La Escuela Austriaca de Economía cuestionó esa consideración de “primer” economista y de “padre” del liberalismo, atribuidas a Smith durante casi doscientos años, para señalar a los autores españoles de la denominada Escuela de Salamanca, como los verdaderos creadores de la teoría económica moderna y del liberalismo.

Marjorie Grice-Hutchinson (1909-2003) desempeñó un papel esencial en la recuperación de la Escuela de Salamanca, en el curso de sus investigaciones para comprender la historia del pensamiento económico moderno. Supo del discurso de José Larraz (1904-1973), de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en 1943, La época del Mercantilismo en Castilla 1500-1700, que exponía el pensamiento económico elaborado por los maestros españoles del Siglo de Oro y de sus principales aportaciones. Grice-Hutchinson comentó este hallazgo a Hayek, que lo encontró de suficiente interés como para abordar su estudio. Su obra La Escuela de Salamanca (1952), terminó por constituir un auténtico hito en el ámbito del pensamiento económico, pues su director de tesis doctoral, Friedrich Hayek (1899-1992), que ganaría el Premio Nobel de Economía en 1974, acogió con sumo interés su trabajo sobre los clásicos españoles del Renacimiento.

Grice-Hutchinson en La Escuela de Salamanca, (Clarendon Press, Oxford, 1952) abrió una línea de investigación que continuaría después con el estudio de los precursores medievales de dicha escuela. En 1978, publicó El Pensamiento Económico temprano en España, 1177-1740, obra ésta casi de mayor interés que la anterior. En su obra, situó ante su espejo histórico a la ciencia económica. Una ciencia ésta que, hasta entonces, databa su nacimiento en Adam Smith, o en sus precedentes inmediatos. Y el espejo reflejaba a otros personajes, muy anteriores. En el espejo se apreciaba cómo se había recuperado en Europa el pensamiento económico, de la mano de traducciones árabes, que reintrodujeron en Europa el pensamiento económico clásico, como la Económica de Aristóteles (384-322 a. C.) y el Economicus de Jenofonte (431-354 a. C.).

Grice-Hutchinson no se limitó a identificar ese momento de recuperación de la economía antigua. También rescató las colecciones de “consejos” (valga la expresión) procedentes de las tradiciones judía, musulmana y cristiana, referidos al préstamo, al beneficio justo y otras cuestiones, enjuiciadas desde perspectivas morales y religiosas. Se trataba de determinar cuándo se obraba rectamente en el comercio y cuando era pecaminoso. En esos “consejos” se formularon las primeras descripciones de fenómenos económicos como la oferta monetaria, la inflación y los primeros estudios sobre tributación. Una línea de investigación acertada, pues fue también sobre ideas morales para determinar la rectitud en la economía, sobre las que se apoyó el pensamiento económico de la Escuela de Salamanca. Igual que en Adam Smith.

Dicho sea, todo ello, sin la menor sombra de menosprecio hacia el pensamiento de Adam Smith que fue el padre de la llamada economía clásica y cuyo genio creador, expresado en la magnífica formulación y exposición de la economía que figura en su obra principal, La riqueza de las Naciones, no se puede dejar de reconocer, recordar y celebrar, en el tricentenario de su nacimiento.

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