abril de 2024 - VIII Año

La Residencia de Estudiantes: una evocación

Siguiendo a la luz se marcha
y siguiéndola regresa
Pedro Salinas

La Residencia de Estudiantes en la actualidad

Fue un momento brillante para nuestro país. No duró demasiado, como tantas otras cosas. La Guerra Civil y la dictadura posterior, pretendieron acabar hasta con su recuerdo, afortunadamente no lo consiguieron.

Es un deber de memoria mirar hacia la Colina de los Chopos con admiración. Despertaba paz interior. Fue uno de esos periodos en el que parecía que el país soñaba despierto. Aunque sólo sea por eso, hay que dar a conocer su legado a las generaciones que no vivieron esa etapa luminosa.

En ella estaba presente lo que García Lorca definiría como ‘duende’, que es tanto como decir, un resplandor de genialidad. Hizo posible una aventura del conocimiento y de la convivencia.

En este mes de junio de 2023, quiero no sólo recordarla sino presentarle mis respetos. Para hablar de la Residencia creo que es conveniente comenzar por Alberto Jiménez Fraud que la dirigió durante veinticinco años.

En su interior se convivía, se dialogaba y se investigaba. Había numerosas actividades proyectadas al exterior que lograron una dimensión cultural, sencillamente envidiable.

De cuanto estoy apuntando se daba cuenta en la revista “Residencia” que merece la pena consultar. Eran, asimismo, interesantes sus laboratorios. Jiménez Fraud logró crear un cierto aire universitario, cosmopolita, abierto a las corrientes europeas.

Hay que señalar que, aunque su periodo de esplendor corresponde a los últimos veinte y a los años treinta del siglo pasado, su creación data de 1910. Fue un logro más de la Junta para la Ampliación de Estudios y estaba vinculada a las ideas renovadoras de Francisco Giner de los Ríos.

Se erigió en un núcleo envidiable de modernización científica y humanística. En España los reconocimientos tardan en llegar, si bien, nunca es demasiado tarde para rectificar. En el año 2014 el conjunto de los pabellones que constituían la Residencia, fue declarado Patrimonio Europeo.

La Residencia en 1919

Su primera sede fue en la calle Fortuny, mas en 1915 se trasladó a los altos del hipódromo, que yo prefiero denominar con el afortunado apelativo que le dio Juan Ramón Jiménez, “La Colina de los Chopos”.

Tiene, como no podía ser menos, ‘un sello de época característico’ ahí está para demostrarlo su estilo neo-mudéjar, con el inequívoco protagonismo de la luz.

Es sobradamente conocido que figuras señeras de la cultura y de la ciencia figuraron entre sus residentes. Podemos hablar del cineasta Luis Buñuel, del pintor Salvador Dalí, de Federico García Lorca…

Hay que procurar, en la medida de lo posible, ir un poco más allá de los tópicos repetidos una y mil veces. Por eso, quiero destacar y poner en valor a Pepín Bello, uno de sus dinamizadores más audaz y lleno de ideas innovadoras y, entre otros a José Moreno Villa, un poeta y ensayista exiliado, que por aquellos años  de ebullición y alegría contagiosa, andaba persiguiendo a Jacinta la pelirroja, de la que estaba enamorado.

El lector interesado tendrá ocasión, sin duda, en ir descubriendo y fijando su atención en todo un elenco de intelectuales, científicos y creadores que se movían en los aledaños de la Residencia.

Habría que recordar que en “La arboleda perdida”, el libro memorialístico de Rafael Alberti, se habla con cierta extensión de la Residencia. Lamentablemente siguen siendo más los que hablan de oídas, que los que han leído este hermoso texto.

Añadiré a esta relación a Severo Ochoa, que obtuvo el Premio Nobel de Fisiología en 1959, al diplomático y escritor mexicano Alfonso Reyes, a Pedro Salinas, a Manuel Altolaguirre y a Blas Cabrera que residieron en ella.

Antes de que el fuego de la creatividad se convirtiera en cenizas, la Residencia dio mucho de sí. En una España que iba saliendo lentamente del letargo, allí se forjaron ideas y proyectos que en una clara onda expansiva, comenzaron a nutrir e influenciar los círculos más dinámicos con sus ideas renovadoras. Habría que recordar a este efecto al intelectual y filósofo italiano Antonio Gramsci y a su concepto de hegemonía cultural.

Quien domina la cultura, más tarde o más temprano, puede llegar a influir decisivamente en el futuro del país. La Residencia de Estudiantes tan vinculada a la Generación del 27 y al afán renovador que la acompañaba, pudo lograrlo… mas la Guerra Civil, lo trunco de raíz.

Suele decirse que el verde es el color de la esperanza. Se sustituyó por el rojo de la sangre y el negro del hambre, de la miseria, de la obscuridad, de la ausencia de pensamiento… y del miedo.

A los vencidos en la Guerra Civil les tocó vivir en un país aislado, dictatorial, obscurantista y sin futuro.

La Residencia 1926-27

La Residencia de Estudiantes fue un foco de curiosidad científica. No sería justo olvidar la labor que llevo a cabo Ramón y Cajal, maestro entre otros del entonces prometedor investigador, Juan Negrín.

En el ámbito denominado “café Negrín” tuvieron lugar reuniones y tertulias y por allí se dejaron caer, en algunas ocasiones, Le Corbusier, Max Jacob… para departir en un clima riguroso y de respeto sobre las tendencias más innovadoras de la ciencia y del pensamiento.

Es agradable ir recordando y describiendo algunos de los lugares emblemáticos de los edificios de la Colina de los Chopos. Existía un cuarto dedicado a huéspedes ilustres que ‘visitaron’ entre otros, Paul Valery, Herbert George Wells o Gilbert Keith Chesterton. En el espacio que se habilitó como sala de conferencias, intervinieron Valle Inclán, León Felipe…  sobre todo, se recuerda a Albert Einstein o a Marie Curie.

Todavía hoy, puede contemplarse el piano de cola en el que Federico García Lorca acostumbraba a acompañar a los participantes en las veladas musicales que tenían lugar.

En la Residencia podía encontrarse una buena biblioteca y varios laboratorios de ciencias experimentales.

En algunas publicaciones se recuerda el paso del filósofo Henri Bergson, el músico Igor Stravinsky o el economista, que tanta influencia tuvo posteriormente, John Maynard Keynes.

Algunos hombres que desempeñaron en la política, durante la Segunda República, cargos de relieve como Julián Besteiro o el ya mencionado Juan Negrín, quedarán para siempre en el recuerdo vinculados a la Residencia.

La guerra convirtió en ruinas todo aquello y pareció tragarse su biblioteca, sus laboratorios, su espíritu de libertad, su dinamismo, su tolerancia y su alegría.

La dictadura pretendió borrarla de la historia de un plumazo. Sus integrantes, unos perecieron o fueron asesinados durante la Guerra Civil y la represión posterior, otros emprendieron el tortuoso camino del exilio y otros, por último, vivieron en un amargo silencio, el exilio interior lleno de humillaciones.

Donde se erigía ese espacio laico y tolerante se construyó la Iglesia del Espíritu Santo, gestionada por el Opus Dei. Sus instalaciones emblemáticas, en la actualidad forman parte del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas).

La memoria histórica es mucho más amplia que exhumar los restos de las víctimas del franquismo, que se encuentran todavía en fosas, en las cunetas de las carreteras o en las proximidades de los cementerios.

La memoria histórica es, también, recuperar los archivos y documentos de valor que no fueron arrasados por la furia destructora de los vencedores. Quisiera recordar a este respecto los archivos particulares de García Lorca, Cernuda o Fernando de los Ríos, al que mi padre estuvo tan vinculado.

La Residencia de Estudiantes en la actualidad

No está de más tener presente que la Residencia llevó a cabo una labor editorial muy meritoria. Publicó, sin ir más lejos, “Las meditaciones de El Quijote” así como ensayos de Unamuno o Azorín y obras de Emilia Pardo Bazán.

En esta evocación he querido resaltar el optimismo que nutría ‘el espíritu de la Residencia’. Se perseguían objetivos encomiables, se abrieron puertas y ventanas al futuro, se valoró en su justa medida la investigación y el esfuerzo. Se dejó a un lado, con una sensación de alivio, todo lo que suponía una ciencia y un concepto de la cultura rancio y libresco. Quienes en ella residían fueron europeístas hasta la médula y quizás por eso, constituyeron una vanguardia intelectual comprometida.

Pensaban que Europa era la solución, antes de que Wotan, el dios de la guerra de la mitología germana, se convirtiera en una amenaza para el viejo continente y lo llenara todo de devastación.

Los esfuerzos para contener su odio destructivo se mostraron frágiles y quebradizos… muchos proyectos quedaron truncados, entre otros, todos los que puso en pie la Segunda República.

El aguijón de la duda es muy estimulante. Ayudar a que miradas largo tiempo adormiladas, recuperen su fuerza y su fulgor, es lo menos que podemos hacer para tener presente de dónde venimos.

No es, desde luego baladí, el poder y el valor de los símbolos. Hemos de recuperar esa agilidad de pensamiento para ser dignos descendientes de quienes vivieron esa auténtica Edad de Plata de la cultura.

En esta tarde de primavera, tenemos que elegir, o no, encaminarnos por las sendas democráticas que dibujaron en el horizonte quienes nos precedieron. Ojalá que no acabemos convertidos nuevamente en un faro apagado. Reactivemos sueños olvidados a la sombra de los chopos de la colina y hagamos oídos sordos, a los cantos de sirena populistas y reaccionarios, que tanto daño han hecho en el pasado… y pueden causar en el presente.

De un tiempo a esta parte la Residencia ha recuperado conferencias, conciertos, encuentros y exposiciones. Es un síntoma a todas luces, prometedor. Es obligado que se recuerde que en el año 2015 fue distinguida con el Sello de Patrimonio Europeo, tal vez, porque su ejemplo y sus ideas no tuvieron fronteras, sino que se insertan por pleno derecho, en la historia y la cultura europea.

Hoy, que tanto se habla de interdisciplinariedad y transdisciplinariedad es de justicia recordar que la Residencia de Estudiantes fue pionera en nuestro país en estas actividades y enfoques.

Volver la vista atrás, con cierta nostalgia, es sentir respeto tanto por el ambiente intelectual que se respiraba como por la atención que dispensaba a las ideas y proyectos surgidos de los departamentos universitarios más exigentes y de las vanguardias.

Me gustaría animar a quienes lean esta breve evocación a realizar una visita guiada a la Residencia. Despierta un inequívoco interés la denominada habitación histórica, una recreación de cualquiera de las habitaciones que tuvo la Institución en su época de mayor brillantez. Pudo ser la de Buñuel o la de García Lorca y se ha reconstruido procurando que la atmósfera sea enteramente fiel al modelo tanto por el mobiliario, por testimonios extraídos de alumnos que fueron residentes, como por la bibliografía y el material fotográfico existente.

Hasta aquí, estas reflexiones y comentarios. La Residencia y su legado, desgraciadamente, apenas se han mencionado en los libros de texto y en los ‘curricula’ educativos. No es el único motivo, mas explica en buena parte el poco conocimiento e interés que ha despertado hasta la fecha.

No obstante, se puede constatar la viva curiosidad que sienten los visitantes, así como su deseo de saber más. Merecería la pena motivar a los estudiantes de Enseñanzas Medias y Universitarios para que la visitaran, la conocieran y la valoraran como lo que fue: un foco cultural muy representativo de los años treinta y del ímpetu modernizador de una juventud salvajemente truncado por la tragedia.  

Es asimismo imprescindible, para conocer más a fondo la Generación del 27 o de la República, tanto en su faceta humanística y literaria como científica.

El guante está lanzado… es cuestión de recogerlo y de actuar en consecuencia.

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