marzo de 2024 - VIII Año

La función de las ideologías según Max Horkheimer

MaxTengo en mis manos un pequeño libro de Max Horkheimer, pequeño en cuanto extensión, lúcido en sus contenidos: ‘La función de las ideologías’. Forma parte del II tomo de ‘Sociológica’, que como tantos otros trabajos produjo nuestro autor junto con Adorno. Un libro que pone de relieve el valor interpretativo que las ideologías tienen, comprendidas como racionalización de la realidad y una propuesta de alternativas teórico-prácticas desde un lugar social determinado.

Debo confesar que allá por el año 68 llegué hasta Horkheimer, Adorno, y Fromm, todos ellos componentes de la Escuela de Frankfurt, leyendo a Herbert Marcuse en ‘El hombre unidimensional’ y en ‘El marxismo soviético’. Allí, una frase: ‘En la sociedad industrial occidental, la debilidad deriva del permanente peligro de superproducción en un mercado mundial cada vez más estrecho y con graves dislocaciones sociales y económicas’.

Parece una premonición porque en ese mercado mundial, con graves dislocaciones sociales y económicas nos encontramos. Dos grandes tendencias se han producido: El individualismo de seres egoístas, atomizados como sus ciencias, fruto de la competitividad y del consumo que margina y aliena al sujeto, y la globalización de los flujos financieros y comerciales, donde los mercados están intervenidos por un nuevo feudalismo predador, y deja al sujeto sometido al supremo valor del dinero.

Ya en la década de 1990, Roland Roberson propuso como antídoto el término Glocalización, término que repite Marramao en su ‘Pasaje a Occidente’. Se trata de que el sujeto piense globalmente y actúe localmente, en su circunstancia. De esta manera quedarían articulados los dos polos expuestos. Para pensar, se impone la interdisciplinariedad practicada por la Escuela de Frakfurt, y hacerlo en un mundo interdependiente. Ahora más que nunca hay que practicar la teoría crítica que nos legaron, y la interpretación de las circunstancias en medio de la aceleración de las sociedades, desde un lugar social determinado. No será nunca la misma lectura que haga un inversionista de la City que un parado de larga duración.

Libro3Hay que elegir la clase social desde donde ejercemos la crítica en un mundo donde los intereses de dominio se constituyen en ideología con carácter mundial, y los grandes medios los apuntalan para hacerlos razonables. En 1968, Daniel Bell, al tiempo que anunciaba ‘El fin de las ideologías’, las había definido como ‘conversión de las ideas en palancas sociales’. De haber sido así, las sociedades se han quedado sin palanca de transformación. Cuando las personas hablan o votan, lo hacen desde su cartera, no por ideas, y esas actitudes son fáciles de manipular. El sujeto ha muerto.

No creo en la muerte de la ideología, si en su perversión. Es verdad que existe una ideología dominante, que vende una imagen intelectual del mundo; un velo, un enmascaramiento de motivaciones e intereses inconfesados, una apelación coercitiva, implantada como uso social convertido en norma, que crea una falsa conciencia, una justificación ‘racional’ de lo que se impone. Pero también resiste un pensamiento dialéctico, que no es pasivo y sumiso, que actúa entre la realidad y la conciencia, y de su lectura extrae ideas aclaratorias y alternativas para un cambio social que mejore la situación humana, ejercido desde un lugar social que corresponde a los más desfavorecidos. El drama de una ideología se llama fosilización, congelación de una manera de observar la situación cambiante. Cambia la realidad del entorno, la movilidad de los estratos de la sociedad, y la cualificación de la conciencia observadora. Lo que no debe cambiar es el lugar social, anclado en la solidaridad. La ideología, como conjunto de ideas extraídas de la realidad de un entorno, no es un cuerpo sistematizado, una red conceptual invariable descendida sobre un cuerpo social y una situación cambiante, sino una constante actividad formulatoria de las condiciones dadas, y una especificación de alternativas para cambiarlas. Un nuevo paradigma emerge, y es el desarraigo y la desubicación del ser humano en medio de la incertidumbre creada por una nueva ideología imperante: el valor del dinero, movido no para crear progreso en todas las capas sociales, sino como acumulación de posibilidades de dominio en un mundo globalizado.

ViñetaPor eso me resulta hoy tan interesante la relectura y meditación en este librito lúcido: ‘La función de las ideologías’, y hacerlo en el marco de la Teoría Crítica, que ya como proyecto original tenía un carácter interdisciplinar: Sociología del saber que integra la economía, como infraestructura determinante del poder y de las relaciones sociales; la psicología, en sus indagaciones sobre el proceso perceptivo e identitario; la psicología social, en su referencia a Riechman y su ‘Muchedumbre solitaria’; y finalmente, la filosofía, que Horkheimer concreta en ‘La función social de la filosofía’. Estos cinco campos del saber, como herramientas que son, producen alteraciones y modificaciones, según sus desarrollos y la circunstancia histórica. Por lo tanto, no cabe una interpretación permanente en circunstancias complejas y en cambios acelerados, y por ello carece de validez un pensamiento judicativo que no actúe desde unos valores permanentes; toda ideología, que no esté inmersa en formol, trasciende toda representación estática del mundo, y las condiciones estructurales que lo acuñan. Todas estas disciplinas son trabajadas lúcidamente por Horkheimer; todas trabajan emparentadas para formular la ‘Teoría crítica’, y con ella introducir la perspectiva de racionalidad en el mundo, que hiciera propia la Escuela de Frankfurt. Esa interdisciplinariedad, queda expresada en una cita de su ‘Teoría crítica’: ‘Las circunstancias del mundo son complejas. Están determinadas por factores que presentan múltiples aspectos. Si se estudian los problemas se los debe considerar desde lados diferentes; no es posible examinarlos sólo desde uno. Es seguro que han de fracasar quienes corren hacia un lugar determinado sin interrogarse por las relaciones dadas, sin examinar la totalidad de las circunstancias (la historia presente y su totalidad), y sin avanzar hasta la esencia de las situaciones (su carácter y su relación interna con otras situaciones)…’. Esta cita, como en un alarde de ironía, Horkheimer la toma de Libro Rojo de Mao.

La teoría crítica es nuclear en la Escuela de Frankfurt. Como es sabido, esta teoría se acuñó en una colección de ensayos escritos por Horkheimer entre 1932 y 1941, aparecidos en la Revista de Investigación Social, publicados en dos volúmenes en 1968, en Frankfurt del Meno. A ello se une su ‘Teoría tradicional y teoría crítica’, de 1937, considerado como manifiesto de la Escuela de Frankfurt.

THorkheimer y AdornoHorkheimer y Adornoambién hay, entre la riquísima producción de Horkheimer, dos obras que me seducen: ‘El eclipse de la razón’, aparecida en inglés con ese título, luego en alemán en 1967, y en español en 2002, con el de ‘Crítica de la razón instrumental’, como crítica radical a la modernidad, y su ‘Dialéctica de la Ilustración’, en colaboración con Adorno. Por el límite debido al espacio no puedo sino mencionar brevemente aspectos biográficos que le dan contexto: Su emigración a Génova en 1933, a raíz del ascenso de Hitler al poder, luego a París, y posteriormente, en 1934, a los EEUU. Es en ese desarraigo, y en esa perplejidad de lo que ve, donde hay que ubicar estos ensayos. La experiencia dolorosa sufrida en Alemania, se repite en este su exilio. La tesis de la obra es que la humanidad no ha avanzado hacia el reino de la libertad, plenitud de la Ilustración, sino que ‘se hunde en un nuevo género de barbarie’ (p. 51), en una regresión que produce su autodestrucción. Se cierra el libro con estas palabras que dan cuenta de su desencanto: ‘Aquí -referido a los EEUU- no hay ninguna diferencia entre el destino económico y el hombre mismo. Nadie es otra cosa que su patrimonio, que su sueldo, que su posición, que sus oportunidades. La máscara económica y lo que hay bajo ella se superponen en la conciencia de los hombres… hasta los pliegues más sutiles. Cada cual vale lo que gana, cada cual gana lo que vale. Experimenta lo que es en las alternativas de su vida económica… Los individuos valoran su sí mismo de acuerdo con su valor de mercado y aprenden lo que son a través de lo que acontece en la economía capitalista. Su destino, incluso el más triste, no es exterior a ellos, y ellos lo reconocen…’.

Resulta al menos curioso que allí donde a su juicio se produce una crisis contemporánea de la razón, que la ‘desubstancia y la reduce a instrumento al servicio de una lógica de dominio’, donde se produce un divorcio incipiente entre fines y valores, allí se desarrolla la teoría que pretende racionalizar el proceso. Y es allí donde a este ejercicio de teorización Horkheimer opone su Teoría Critica. En ella, el orden del mundo se abre a una conexión deductiva de pensamientos. Dicho más coloquialmente: mientras la teoría tradicional pretende tener un carácter neutro, de raíz epistemológica y de origen cartesiano, elemento básico que produce dominancia y sistematiza al servicio de la rentabilidad, la teoría crítica es un elemento subvertidor de este proceso, una herramienta de transformación de la sociedad y del hombre. La Teoría Crítica pone su acento en el factor humano no instrumental, cuando incluye, interdisciplinarmente, la comprensión de la función social del hombre: necesidades y fines, experiencias y destrezas, costumbres y tendencias de la forma actual de ser del hombre, que yace convertido en instrumento material de producción que perpetúa el sistema, y en elemento perteneciente a la totalidad cultural como clima coercitivo. Pero el ser del hombre desborda el lugar asignado en la cultura del artificio y la coacción, reproductora del sistema. Hay un comportamiento humano que tiene por objeto la sociedad misma, y ese comportamiento, en su teoría crítica, es designado como crítico. Toda crítica es la actitud y actividad que procura llevar las circunstancias hacia un punto de cambio, de mejora, y Horkheimer entiende crítica como critica dialéctica de la economía política y de la cultura.

Libro 2Frente al quehacer teórico tradicional, ‘la teoría crítica de la sociedad tiene por objeto a los hombres en tanto que productores de todas sus formas históricas de vida… Lo que está dado en cada caso no depende únicamente de la naturaleza, sino también del poder que tenga el hombre sobre ella…’, dice Horkhemer. Pero también el poder del hombre, capaz de crear naturaleza como artificio condicionante del hombre. Lo que produce el hombre determina el hombre, sus condiciones, su falsa conciencia; la ideología como cosmovisión contagiosa; el falso universalismo absorbente; la falsa libertad; los procesos intelectuales absorbentes, contagiosos de valores, aislados de la condición de hombre y de sociedad que fabrican, donde la producción, junto a los objetos de obsolescencia programada, incluido el hombre, es la de un modo de ser de hombre condicionado y condicionante por presión de conformidad. De ahí que la teoría crítica deba ser teoría por distanciamiento crítico de las condiciones dadas, y lectura crítica de cuanto existe, llevada a cabo de modo interdisciplinar, ‘subversión contante’ de lo establecido, dice Horkheimer; formulación del saber acerca de las relaciones económicas, sociales, culturales y psicológicas; constante quehacer dialéctico, compañero de progreso técnico, saber fructífero aplicado.

Ignoro si ustedes siguen otorgando valor de actualidad a las propuestas de Horkheimer: Me resulta estimulante una lectura, una meditación del pensamiento crítico, omniabarcante, interdisciplinar, que se atreve a saltar todo corralito, comprometido y solidario con aquellos que más padecen; un pensamiento interdisciplinar y crítico, también consigo mismo, que reflexiona desde su puesta en práctica, es la manera de encarar el mundo entendido como organización artificial, dominado por el poder del dinero como valor sumo, al que están sometidos todos los valores, que tiende a disolver al ser humano y sus relaciones, y suscita fenómenos de fragmentación y de aislamiento, de identidad prestada, y de sometimiento.

Vamos en el vientre del Gran Leviatán de Hobbes. Estamos bajo las garras de acero del Behetmoth de los pies de barro que patea las cosechas, y es necesario plantarle cara. Morderle las entrañas a base de ideas que se le indigesten.

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