agosto de 2025

‘Donde el amor inventa su infinito’, de Iván Onia Valero  

Donde el amor inventa su infinito
Iván Onia Valero
Prólogo de Álex Prada
Editorial Macklein y Parker, 2025
228 págs.

La cuota de amor y maravilla en nuestra vida diaria

Lo dije desde el principio: estamos ante un libro inmenso, con un manejo brillante del lenguaje, tal como indica Álex Prada en su prólogo. El autor afirma que está inspirado en Mortal y rosa, de Francisco Umbral —en 2025 cumple 50 años—, y de este modo le rinde homenaje.

Recordaréis que, en su emblemático libro diarístico Mortal y rosa, Umbral narra un año de su vida, en el que, lamentablemente, su único hijo enferma y muere. De forma paralela, Iván Onia también es padre de un niño —más tarde nacerá su hija Elena—, y la escritura de esta novela coincide con el hecho vital de que su hijo está aprendiendo a leer y escribir. Subyace en Donde el amor inventa su infinito un afán de dar testimonio de todo lo vivido y experimentado: “continuando este rodar absurdo desde el lugar y hora que nos ha tocado, en un intento de no dejar pasar nada de la vida sin ser consciente de su cuota de amor y maravilla”.

Donde el amor inventa su infinito es un verso de Pedro Salinas y la toma Umbral como cita inicial de su libro: “…esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito”. El verso procede del poema Las oyes cómo piden realidades —transcrito al completo por Iván en la novela—, y pertenece a su poemario La voz a ti debida.

“Empecé esto por la sola experimentación de saber qué le ocurría a mi escritura si cada día me sentaba a terminar un texto sobre cualquier tema que me pareciera azaroso… Escribir es la mayor y más intensa experiencia que puede y debe advertir quien se sienta con la intención de beberse a morro el blanco de una página”. Estas palabras explican su carácter fragmentario, como un gabinete de curiosidades, en el que puedes encontrarte de lo más variopinto, pero siempre escrito con una fabulosa maestría. Podemos destacar cinco bloques temáticos: Literatura, los hijos y la familia, los recuerdos, el acontecer ordinario y el amor.

La novela también se desarrolla a lo largo de un año. Comienza en enero, y una sucesión de lúcidas cavilaciones sobre diversos temas va surgiendo durante el transcurso de los meses. Cuando termina el pequeño ya sabe leer. “Enero es un niño enfermo, un bebé que se derrumba, pobrecito, a medida que mama de los almanaques y los relojes”.

La escritura y la poesía constituyen dos motivos relevantes. ¿Y qué nos dice? Entiende la escritura como un modo de eternidad: deja una huella en el mundo que permanecerá cuando uno ya no esté. La poesía es una traducción de lo invisible. Hace referencia a esa lucha férrea por encontrar las palabras adecuadas, siempre incapaces e insuficientes.

Nos revela el autor cómo ha ido redactando esta novela: toma notas por las mañanas, durante el desayuno, y pule y construye por la noche. “El escritor de la noche es un obrero calvo y monacal pasando a limpio y corrigiendo los apuntes del colegial matutino (…)”. Y nos confiesa: “Si no hay epifanía, no hay nada, si no existe la fascinación a medida que los significados se revelan…”.

Como es costumbre en Iván Onia, asoma su habitual ironía y sorna, especialmente cuando habla de los poetas, de premios y de algunos nombres propios. Sin embargo, ningún inconveniente tiene importancia, salvo escribir lo mejor posible. “La escritura es ese perro que me acompaña adonde vaya”.

Afirma el miedo a no tener nada nuevo que decir. Se cuestiona por qué algunos poetas llegan al lector y otros no: “¿Dónde acontece la cosa poética?”.  Advierte cómo la lectura puede hacerte cambiar la visión de la realidad, por ejemplo cuando leyó: “…se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería”, de Miguel Hernández; ese especial uso de la preposición con le ofrecía un significado distinto: no se ama a alguien, sino que se ama con alguien.

Narra su viaje a Long Island, a la casa natal de Whitman, para dejar su poemario Canto a quien, inspirado en Canto a mí mismo; incluso podemos encontrarnos poemas suyos. Comenta algunas lecturas relevantes: la poesía de Marosa di Giorgio, El esnobismo de las golondrinas de Mauricio Wiesenthal.

Al final, concluye, todo lo que se logra cuando se escribe consiste tan solo en una aproximación: “Imaginar algo es divino, llevarlo a cabo es humano y duele. El resultado es, por lo general, una decepción tosca, un alejamiento”.

Nuestro escritor sevillano tiene la capacidad de resaltar lo extraordinario de los hechos cotidianos porque no cesa su asombro ante la vida. Todo puede contemplarse de un modo maravilloso e imaginativo, y así expresarse gracias al prodigio y a la destreza de su lenguaje, metáforas e imágenes: “Cuando un cuchillo entra en los centros de la sandía y uno es consciente de la fugacidad de lo pleno”.

Nos irá testimoniando el crecimiento del niño, “y lo llevo en mi furgoneta celeste a la fábrica alfarera de los números y los abecedarios”, así como la experiencia de ser padre, especialmente cuando el niño enferma. Con idéntico virtuosismo literario nos retrata escenas comunes, como la de padre e hijo jugando con los videojuegos. Aparecerá también su hija. La familia, aquí y en toda su obra, representa un pilar fundamental.  A pesar de su vitalismo y luminosidad, también advierte el sinsentido: “Pienso que estoy dentro de una enorme broma, allá donde mire ocurren cosas sin demasiado sentido”.

En esta miscelánea encontraremos otras historias insertas dentro de su propia historia —relato marco denominan a este tipo de estructura—, como la del soldado Hans Leip, cuyo poema La canción de un soldado joven en la guardia acabaría convirtiéndose en la famosa canción de Marlene Dietrich. O bien, la frustrada historia de amor entre Paul Éluard y Gala, que puede leerse en las doscientas sesenta y seis cartas que el poeta francés le escribió a su amada. Conoceremos igualmente la pasión que sintió Elizabeth Smart por el poeta George Barker, con quien mantuvo una relación tortuosa y tuvo un hijo, y que ella relata en En Grand Central Station me senté y lloré. Memorable y conmovedora esta parte de la novela; en realidad, siempre que habla del amor.

Como he comentado anteriormente, en esta caja de sorpresas o libro collage, cualquier hecho —unos bocetos descartados de la Torre Eiffel o la fotografía del niño— inspira estupendos fragmentos, donde afloran incontables perlas como: “No podrá envejecer lo que nunca ha existido”. O bien: “La tarde recordada de mi infancia jamás envejecerá, es algo ocurriendo sin fin, nuevo, de un frescor amarillo como de músculo incansable”.

Un rasgo característico de Iván Onia consiste en mezclar lo culto y lo popular, la seriedad y el humor, lo corriente y lo sublime, la vida diaria y los pensamientos trascendentes. Puede hablarnos de la Play uno —ingenioso cuando lo compara con la poesía: “Todo virtualidad, fiereza y engaño. Bellezas iguales”—, de las plazas, Facebook e internet; del amor de padre, la melancolía —“La melancolía, y no el dinero ni el poder ni el sexo, mueve el mundo, hace girar sus viejos ejes”—. Del apego a los objetos, de las esquelas, su cumpleaños, el televisor… o un limón, que viene a simbolizar el jugo de la vida, y su acidez: “Limón felino, exverde, tigre vegetal que araño con los dientes para que me dé todo su olor, la infancia de Machado y el poema que necesito escribir”.

Resulta muy difícil escribir de un libro en el que he subrayado a lápiz (perdón por mi costumbre o manía) casi todos los renglones. ¿Cómo lograr transmitir su fulgor? Reflexiones que brotan de lo que a diario le acontece y rodea, y cuyo sentir transmite con magia, queriendo atrapar ese tiempo fugitivo con toda la intensidad que un poeta puede sentir. Un canto a la vida, al amor, al mundo, al prodigio de la existencia: “Amar estar aquí… Estar aquí, amar lo sencillo, vivir en lo sencillo (…). Lo sagrado empieza en lo simple”.

Y vamos así terminando esta novela en la que todo cabe: lo grande y lo pequeño, lo profundo de lo supuestamente trivial, Borges y Rocío Jurado. Una obra en la que todo palpita, con una mirada llena de ternura y humor, sin aminorar ni la fuerza expresiva ni la calidad de su prosa poética. Excelente su lenguaje. Uno de esos libros de cabecera que te gusta releer y no te cansa: hondo, emotivo, muy humano, sorprendente. Brilla como el primer día.

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