octubre de 2025

Éxito compartido: dirección, texto y actores brillan en ‘Paté de jabalí’

El pasado viernes 19 de septiembre, dentro del contexto del XXIV Certamen de Teatro José María Rodero, el Teatro Mira de Pozuelo acogió Paté de jabalí, adaptación teatral de Un pequeño asesinato sin consecuencias de Jean-Pierre Martínez, a cargo de la Asociación Cultural Ateneo de Pozuelo. Se trata de una comedia negra que gira en torno a las apariencias, los falsos culpables y ese espacio frágil donde la rutina del día a día se contamina de misterio.

La obra, que se mueve con descaro entre el disparate y la sátira, encontró en la versión de Euloxio Fernández un ajuste inteligente: ágil en ritmo, respetuosa con la ironía del texto original y al mismo tiempo abierta a un humor cercano al espectador. Bajo la dirección de Terencio Tofanes, la puesta en escena apostó por un tempo vivo, sostenido con precisión quirúrgica, donde los silencios tenían tanto peso como los diálogos más punzantes. Esa intuición escénica permitió que cada giro argumental —hay muchos y todos inesperados— apareciera con la contundencia de una trampa que se abre bajo los pies del público.

Pero fue el trío protagonista el que dio verdadero cuerpo a la velada. Milagros Morón, como Cristina, pasó de la sonrisa cómplice al dardo incómodo con una soltura envidiable. Sus réplicas parecían ocurrírsele en el momento, como confidencias lanzadas al aire, y no como frases rescatadas de un guion.

Encarna Espejo, como Eva, construyó un personaje atravesado por deseo, sospecha y sarcasmo, un retrato femenino de filo irónico que, sin embargo, mostraba breves resquicios de humanidad.

Y José Luis Panero encarnó a un Juan plagado de contradicciones: anfitrión seguro de sí mismo en apariencia, pero desarmado en cuanto la situación se tuerce. Esa fragilidad, expuesta con momentos histriónicos y torpemente divertidos, dio lugar a un personaje tragicómico tan ridículo como entrañable.

La complicidad entre los tres sostuvo la función con una coherencia tonal difícil de lograr en un texto salpicado de absurdos. Más que simples interpretaciones, lo que ofrecieron fue una partitura coral: cada réplica, cada gesto, cada silencio resonaban como notas bien afinadas de una misma melodía.

La comedia de Martínez, que se alimenta de la paradoja —un asesinato tratado como un malentendido doméstico y unos canapés convertidos en detonante del caos—, halló así su mejor reflejo: situaciones estrafalarias que, sin perder ligereza, ponen en evidencia lo ridículo de nuestras obsesiones, a fin de salvar la imagen real de los tres a cualquier precio. El público, cómplice de la farsa, rió mientras se reconocía en ese espejo que deforma y exagera nuestras propias contradicciones.

En definitiva, Paté de jabalí fue un banquete teatral servido con precisión, ingenio y oficio. Una velada en la que el texto, la dirección y la interpretación se mezclaron con la misma gracia que los ingredientes de una receta casera bien afinada: aparentemente sencilla, pero imposible de olvidar.

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