junio de 2025

PALOMITAS DE MAÍZ / ‘Orlando’: Marta Pazos, también visualmente impecable con Virginia Woolf 

¡Mis queridos palomiteros! Hasta el próximo 8 de junio, el Centro Dramático Nacional, y más en concreto en su sede del Teatro María Guerrero, se escenifica Orlando, novela de la escritora inglesa Virginia Woolf, por cuya adaptación y dramaturgia responden Gabriel Calderón y Marta Pazos, que a su vez es la directora del espectáculo.

Como se sabe, Virginia Woolf (1882-1941) fue un destacado emblema del feminismo y en su sexta novela, Orlando: Una biografía (1928) narra peripecias, parcialmente biográficas, en torno a la vida de la amante de Woolf Vita Sackville-West.  Y el cine, pendiente de cualquier acontecimiento reseñable, quiso poner su punto de luz con Orlando (1992), la segunda película de Sally Potter que rodó con 43 años y con la que conquistó Venecia.

Volviendo a la versión teatral de Pazos, tras alzarse el telón es fácil sumergirse en un universo escénico donde las cuestiones relativas a la identidad y el género no son solo un tema, sino la propia médula espinal de la puesta en escena (Blanca Añón).

Así las cosas, Pazos, con su sello inconfundible —acordémonos de la lorquiana Comedia sin título—  no se limita a adaptar la novela de Virginia Woolf, sino que la transfigura, la desmiembra y la vuelve a ensamblar en un popurrí de lenguajes donde la danza, la música, la palabra y la imagen se entrelazan con una fluidez casi onírica, que impide que el relato encuentre un punto de apoyo que otorgue coherencia al drama. Dicho de otro modo: la arquitectura del trabajo funciona, pero le falta fuelle y le sobra artificiosidad al texto.

Por su parte, el espacio escénico, concebido con una inteligencia plástica notable y uniforme, donde predomina el color verde, se convierte en un lienzo vivo donde los intérpretes, maleables y expresivos, crean cuadros de gran simbolismo gracias a un excepcional trabajo de coreografía (Mabel Olea).

El elenco, entregado a la acción con total pasión muestra toda su capacidad y talento, y transita por las complejidades del texto woolfiano con bastante habilidad. Acuérdense de sus nombres: Nao Albet (Shelmerdine), Anna Climent (Emisaria, Nuestra Señora de la Castidad, Roble, Dama de la Reina), Alessandra García (Archiduquesa, Lady R.), Jorge Kent (Greene, Mr Pope), Paula Losada (Sasha, Nuestra Señora de la Modestia), Laia Manzanares (Orlando), Paco Ochoa (Rústum el Sadi, Archiduque), Mabel Olea (Nuestra Señora de la Pureza, Roble, Dama de la Reina), José Juan Rodríguez (Khan, Mr Swift), Alberto Velasco (Queen Elisabeth I, Mr Addison) y Abril Zamora (Virginia Woolf).

En especial, la encarnación de Orlando resulta especialmente atractiva. Sobre todo en lo que se refiere a la exploración de la identidad y sus géneros. Además, son muy destacables también los cambios de vestuario: una suerte de declaración de intenciones que subrayan la naturaleza sexual de la performance y por el que responde Agustín Petronio, Sally Chen, Florencia Gómez y Ricardo Rosas.

Sin embargo, la audacia de Pazos no está exenta de ciertos riesgos. En algunos momentos, la acumulación de estímulos visuales y sonoros puede resultar abrumadora, difuminando ligeramente el hilo narrativo para aquellos espectadores menos familiarizados con la obra original. Si bien la intención de poner en valor el carácter proteico de Orlando es clara, por momentos se echa en falta soportes sólidos que permitan al espectador asimilar la profusión de ideas y nuevas sensaciones, que se suceden a toda velocidad.

Por su parte, el espacio sonoro (Hugo Torres), ecléctico y envolvente -a ratos perturbador- juega un papel crucial en la creación de atmósferas que van desde la Inglaterra isabelina hasta el siglo XX. En este sentido, la música, lejos de ser un mero acompañamiento, dialoga constantemente con la acción, intensificando las emociones y subrayando los momentos clave de la transformación de Orlando.

En cuanto al contenido en sí de la pieza, la propuesta de Pazos es un valiente ejercicio de reflexión sobre la libertad individual, siempre a la búsqueda incesante de la propia esencia, al margen de los tiempos y las convenciones sociales. Así las cosas, Orlando pretende ser un resorte en los tiempos modernos que invite al espectador a cuestionar sus propias concepciones sobre el género, la historia y la identidad. La celebración de la diversidad y la crítica a las estructuras opresivas se articulan a través de un lenguaje escénico poético y visceral, aunque algo repetitivo.

No obstante, cabría preguntarse si la intensidad y la riqueza simbólica del espectáculo no podrían beneficiarse de una mayor claridad en ciertos pasajes. Aunque la ambigüedad es inherente a la obra de Woolf, en algunos momentos la densidad de la puesta en escena puede dificultar la conexión emocional del espectador con el viaje personal de Orlando.

Por todo ello, podemos concluir que Orlando es una experiencia teatral estimulante, no exenta de cierta provocación en su aspecto externo. Tal vez un ejercicio de virtuosismo escénico no destinado a todos los públicos. Si bien su audacia en la dramaturgia puede resultar, en ocasiones, un tanto laberíntica e irregular, su capacidad para generar debate y emocionar es innegable.

El Teatro María Guerrero —como ya hemos apuntado en otras ocasiones con el trabajo Roland Mon Amour— es, sin ninguna duda, un espacio para la experimentación y el diálogo con las vanguardias escénicas. Y Orlando una obra que dejará poso en la memoria del espectador durante un buen rato.

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