marzo de 2024 - VIII Año

Real: Don Juan en un bosque de ‘cruising’

TEATRO / ÓPERA

Christopher Maltman, Louise Alder, Krysztof Baczyk, Erwin Schrott y Coro Titular del Teatro Real

Una parte de quienes se presentan a sí mismos como ‘amantes de la ópera’ hablan de un etéreo e imaginado espectáculo, hoy casi inexistente por lo menos en los primeros coliseos de Europa, y hace mucho que no pisan un teatro. Sin ignorar la importancia de los directores musicales y las voces, en nuestros días buena parte del peso de las producciones está puesto sobre el trabajo de los ‘regiseurs’ o directores escénicos. Si las óperas (y las zarzuelas) se siguieran representando como no hace tanto tiempo –y como aún se ofrecen en algunas partes- con cantantes quizás magníficos, pero literalmente ‘plantados’ en las tablas delante de unos decorados pintados y con trajes de tienda de disfraces, la ópera (y zarzuela) estarían condenadas muy pronto a pasar a mejor vida; aunque muchas partituras sobrevivan en forma de conciertos. No se salvaría el teatro lírico en su esencia, si se limitara a repetir los añejos tratamientos. La ópera nació como una confluencia de todas las artes, a las que hoy es indispensable añadir las tecnologías, el audiovisual, la informática, la performance, o el circo. Varias de las relecturas escénicas, para cierto escarnio de los que se han creído ‘dueños y administradores’ de esos géneros, los liberan de aparecer como un exclusivo reducto de elitistas ‘gourmets’ de la partitura, y además de posicionarlas en una evolutiva modernidad, han sabido insuflar oxígeno a obras originales, interpretándolas y acercándolas, sin desvirtuarlas, a la sensibilidad actual, porque música y cantables son los originales, aunque estos puedan haber tenido también distintas versiones y tratamientos. Discrepo por tanto de las reticencias de personas que han expresado su escasa disposición a presenciar una producción con un Mozart donde no aparecen palacios.

Tobias Kehrer, Brenda Rae y Mauro Peter

Esta digresión viene a cuento del ‘Don Giovanni’ representado en el Teatro Real de Madrid, a través de la dirección escénica del alemán Claus Guth. Aunque se haya apuntado que el montaje ‘no es tan nuevo’, pues se vio en Saltzburgo en 2008, y desde entonces ha ido sufriendo cambios sobre la matriz original, su idea sigue siendo vigente. Un ‘Don Juan’ que lejos de los salones del XVIII, de las casacas y pelucas, se ubica en una floresta oscura, a través de un escenario giratorio, donde caben situaciones y personajes cruzados, desde quienes buscan el ‘cruising’ y el sexo salvaje en la tiniebla de la vegetación,  los novios que cruzan el bosque, a los más variados ‘profesionales’ y perfiles de los vértices más complejos de la realidad humana. Don Giovanni es un conquistador herido que huye en sus últimas horas de vida hacia el refugio-desafío de un sitio a ratos inhóspito y en otros una madriguera. Donde se cruza con distintos perfiles de mujer con una variable aclimatación a ese medio ambiente no solo ecológico sino social.

Christopher Maltman y Louise Alder

Se debe destacar un elemento de la dirección: la simultaneidad de las acciones múltiples en el escenario, sin entrecruzarse ni robar protagonismo unas a  otras. Factor que rompe la dependencia del ‘teatro a la italiana’ donde los personajes ‘cuentan’ o ‘cantan’ su relato mirando hacia la platea. En este caso, Guth se aproxima al lenguaje audiovisual, y sus cantantes-actores pueden desenvolverse a lo largo del complejo y versátil decorado giratorio sin preocuparse por ‘dar la espalda’ a los espectadores. Todo es acción y las situaciones se cruzan con una naturalidad espantosa, en un lenguaje propio del mundo de la imagen, donde la multi-cámara es capaz de captar todo el ángulo, la expresión, el gesto  y el detalle, de lo que se vive y expone.

Louise Alder, Krysztof Baczyk, Mauro Peter, Brenda Rae, Anett Fritsch y Christopher Maltman

Un trabajo que viene a exigir voces que posean una gran soltura escénica, además de adecuada y expresiva voz. Christopher Maltman / ’Don Giovanni’ en el primero de los repartos, puede ser maduro para el personaje, pero sigue teniendo una gran presencia de tono, y los años no tienen nada que ver con su ‘Don Juan’. Valga recordar un proyecto que poco antes de morir manejó Jordi Grau, sin encontrar financiación, sobre una versión para cine de ‘El burlador de Sevilla’ de Tirso de Molina -en la que se basa también el libreto original de Lorenzo De Ponte al que Mozart interpretó en clave musical-, sobre ‘tres Don Juan’ en una misma historia y en nuestra época: un joven de veinte, un padre de cincuenta, y un abuelo de setenta y muchos, en tres formas de mantener relaciones con mujeres. Maltman da el personaje de manera adecuada. Aunque la estrella de la representación en esta versión es ‘Leporello’, originalmente un criado y aquí un vividor que en el fondo es ‘otra cara de Don Juan’, al que se presenta como un ‘hijo de la noche’, toxicómano, pícaro, descarado, con algo de atrevido ‘macarra’…El bajo-barítono uruguayo-hispano Erwin Schrott se apropia del personaje con asombrosa seguridad. El resto de los tipos especialmente los femeninos ‘Donna Anna’ y ‘Donna Elvira’ dan perfiles diferenciados, a través de Brenda Rae y Anett Fritsch, junto al resto de un reparto bien conjuntado, donde no solo destacan las voces sino la desenvoltura sobre el escenario que requiere una producción como esta. La aparición en escena de una parte del coro del Real (con mascarillas) está bien ensamblada sin que pueda parecer artificiosa (otro aspecto a destacar en la concepción actual de los mejores montajes de la ópera: los coros no son estáticos, responden a movimientos teatrales, y casi audiovisuales, ajenos a la limitación de otras épocas o de montajes poco afortunados).

Plano general

Por muy supuestamente iconoclasta que pueda parecer sobre el papel esta versión se trata de una lectura del mito de ‘Don Juan’ muy adecuada al texto/música original, donde se muestra a un personaje que asume con descarada libertad su condena al ‘fuego eterno’ desafiando al destino (al que el Comendador viene a representar) por dar prioridad a sus pasiones desenfrenadas, a la lujuria que hay en su vida. Este argumento que como mito pre-romántico o romántico tendría una interpretación casi en clave de moralidad religiosa, se puede interpretar hoy con otros sentidos: el de quien antepone las pasiones y las formas nihilistas de vivir, bajo un atroz ‘presentismo’, a cualquier consideración en clave social; donde ‘ellas’ vienen a ser un ‘objeto’ de sus contradicciones y dudas personales. En esta función no aparecen como heroínas románticas, sino mujeres de perfiles diversos -de la novia a la prostituta- que cruzan o pululan por un denso bosque nocturno; iluminado con acierto por Olaf Winter proyectando una luz tibia, sin colorido, donde las sombras dan expresividad, sobre diversos objetos, desde una parada de autobús por el que no atraviesa vehículo alguno, a automóviles de gama media, desechos y restos de fiestas abandonadas en forma de basura. Ivor Bolton es un director musical que impone presencia a partituras del barroco y el ‘Setecientos’, destacando además las breves presencias de violoncello, mandolina y fortepiano colocados en espacios separados del foso, a nivel de la platea.

Para aquellos escépticos que ‘a priori’ recelen de un ‘Don Giovanni’ sin criados, casacas de raso ni ‘atrezzo’ palaciego, hay que anotar una buena recepción por parte de un público de representación de día normal, no estrenistas, contentos con esta relectura de un ’mito eterno’ a lo largo de siglos distintos.

©Fotografías: Javier del Real – Teatro Real

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