marzo de 2024 - VIII Año

A quiet place II: cuando hablar de padres y comunidad se conecta con el terror político

Entre quienes intentamos entrenarnos en la mirada crítica frente a la gran pantalla, hay muchos que anhelamos encontrar alguna suerte de sub-mensaje en clave sociopolítica y psicológica en historias que parecen dejar tantos cabos sueltos y se presentan frente al espectador con tal cantidad de supuestos (como “naturalmente dados”), que sencillamente nos parece imposible que no exista algo más entre líneas, algo que hemos dejado escapar, una simbolización demasiado profunda… tal vez un refinado reproche desde el séptimo arte a la multitud de callejones sin salida que colman a la realidad contemporánea.

Si la película en cuestión está en las fronteras del cine de terror o de la ciencia ficción, el afán es aún mayor, pues significa que la crítica (de existir) se entrelaza en los precipicios y cavernas de un guión o una fotografía (entre otras áreas) donde se logró trascender la intensidad barrial y el dramatismo metropolitano del cine social e incluso de la crónica histórica.

Algo aproximadamente como esto nos ocurrió cuando en el 2018 acudimos a las salas para ver el trabajo del estadounidense John Burke de ese año: A Quiet Place, Un lugar tranquilo en España. Ya finalizando el 2020, se vuelve a hablar en algunos medios sobre esta película del género de terror, debido a que la segunda entrega se estrenará en abril del 2021 (aunque el “estreno mundial” tuvo lugar en marzo del 2020).

Bien, ¿por qué hablamos en esta sección de cine de la revista Entreletras sobre lo que ya ocurrió y lo que todavía no ha ocurrido?

Pues porque, precisamente, fui uno de los que terminó de ver la primera entrega con toda clase de preguntas acerca de lo que acababa de pasar en la pantalla. ¿De dónde venían los “monstruos”? ¿Qué querían? ¿Por qué habían evolucionado de esa forma? ¿El mundo y la civilización quedaban condenados al silencio? ¿Los últimos humanos solo sobrevivirán si van, con mucho cuidado, de puntillas por aquella realidad arrasada?

Y sí, fui uno de los que pensó en que la historia contenía un mensaje mayor, quizá una crítica desde lo psico-político (más bien la modelización, la dramatización de un dolor cultural). De cierta manera, mi impresión se vio algo corroborada cuando leí algunas críticas. En concreto la publicada por Richard Brody para The New Yorker a principios de ese 2018 (La política silenciosamente regresiva de «A Quiet Place»).

Allí se argumentaba algo que en ese momento me pareció del máximo interés: “es una señal de que los espectadores anhelan el vacío, el anhelo de un ruido blanco cinematográfico para ahogar pensamientos y observaciones preocupantes”. En efecto, Brody llamaba la atención sobre el silencio al que estaban obligados los personajes (recordemos que las criaturas, un nuevo depredador en lo alto de la cadena alimenticia, no tienen ojos y capturan a sus presas guiadas por el más mínimo ruido).

La “blancura” de ese silencio, necesario para sobrevivir, lograba calar fuera de la pantalla e inundar la sala de cine. Hay momentos donde, de repente, hasta el ruido de las palomitas de maíz se convertía en algo peligrosamente notorio. Como si el Orden de lo Simbólico amenazara con desaparecer.

Claro, lo que parecía ser problemático para Brody (allí veía él la crítica sociopolítica de la película) era que los personajes sumidos en el silencio venían a simbolizar a una familia blanca de clase media en la América rural. Y, como tales (el peso clasista y racial de los estereotipos), podían convertir su granja en un fuerte provisto de tecnología y armamento, todo lo necesario para protegerles de unas criaturas extrañas, extranjeras e irracionales que vendrían a matarles si llegaban a hablar.

Brody: “En su silencio forzado, estos personajes son una mayoría metafóricamente silenciosa, blanca, que no se atreve a hablar libremente por temor a ser escuchada por los oídos súper sensibles de los otros. Es significativo que cuando los personajes —dos hombres blancos— se suicidan haciendo ruido, lo hagan aullando con rabia, en lugar de chillar, cantar o gritar palabras de amor a sus familias.”

Por supuesto, hablamos de una película de terror, todo termina por salir mal. En la intuición de que las cosas van a torcerse, el personaje de Evelyn, la madre, formula la pregunta central a Lee, el padre: “¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos si no podemos protegerlos?» Definitivamente, es el instante donde lo terrorífico se encuentra con lo ideológico.

Algo reverbera en el inconsciente, aunque el director “decida” ignorarlo

Pero el problema fue que llegó el momento de las entrevistas al director con motivo de la segunda entrega, proyectada para comienzos del 2021. Y, cómo no, tuvo que responder a esta interpretación publicada meses anteriores en The New Yorker:

“No se trataba de estar, ya sabes, en silencio y en un momento político, no tenía nada que ver con eso. Si algo se trataba era de ir a la oscuridad y arriesgarte cuando toda la esperanza parecía perdida, y luchas por lo que es más importante para ti. Una vez más, toda mi metáfora era únicamente sobre la paternidad.”

Y al responder, intentando alejar la posible lectura o crítica sociopolítica, únicamente logró entrar en otra zona, posiblemente más cenagosa: la Autoridad (con mayúscula) del padre y su deber (totalmente irrealizable) de salvar y proteger a su descendencia. La terrible falsedad de la promesa del padre (reconocida por el propio director en sus entrevistas) intenta ser resuelta en A Quiet Place II.

La forma como parece se tratará este cortocircuito en el corazón de nuestra cultura, al interior de la trama de la segunda parte, sospecho, no puede ser mas ideológico-política: la simbolización y alegorías al padre (por lo tanto a la autoridad) tiene su aplicación en la imagen de la comunidad… la tribu.

“La segunda trata sobre romper esa promesa y de crecer y seguir adelante y lidiar con la pérdida. Para mí, toda esta película se trata de la comunidad. Trata sobre en quién confías en los tiempos oscuros y el poder de confiar en otros personas en esos tiempos», en palabras del director.

Es decir, lo que posiblemente veremos en esta segunda entrega es (¿cómo iba a ser de otra forma?) una de las escenificaciones más escalofriantes y explotadas de estos tiempos: la involución social en estados de conmoción y excepción, sin explicación racional alguna.

No lo sabes, ¿verdad? Pues yo sí, las personas que quedan no son personas que merezca la pena salvar

Bien, tal vez por ahora podamos concluir lo siguiente: Un lugar tranquilo es una de esas historias donde ciertas corrientes que serpentean en lo profundo de la subjetividad terminan por convertir en terror político lo que, al parecer, solo pretendía ser la “típica” película sobre unos padres que intentan salvar a sus hijos de un gran desastre global.

Así son las cosas, todo lo humano es acto político-ideológico con gran parte de su raíz en el inconsciente, aunque se trate de un director que, por lo que parece, no quería otra cosa que darte un buen susto. Aunque no lo pretendiera, su trabajo no deja de exhibir algunas de las muchas simbolizaciones que marcan este frio y distante presente en tantos lugares del mundo: guardar silencio y caminar de puntillas por físico terror a que alguien venga a matarte.

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