octubre de 2025

‘Otello’: Oscuridad densidad dramática en un gran Verdi

En 1887 Verdi era mucho más que un compositor: una de las figuras más mediáticas de la cultura europea. En pleno apogeo de su celebridad La Scala estrenaba ‘Otello’, una versión musical de la obra de Shakespeare que había visto la luz a principios del XVII en 1603. El libreto verdiano estaba escrito por Arrigo Boito que no solo era un autor de textos dramáticos sino un notable compositor oscurecido por el verdadero dios-sol, el autor de ‘Aída’ en ese momento. De nuevo un tema de Shakespeare servía a Verdi, gran admirador de sus tragedias y comedias.

Ahora el Teatro Real inaugura una temporada en la que el creador de ‘Romeo y Julieta’ estará muy presente a través de las variadas lecturas musicales por autores de épocas dispares, con el rescate de esta producción financiada junto a la English National Opera de Londres y la Hungrila de Estocolmo, que se puso por vez primera en escena en 2016. Dirigida teatralmente por el norteamericano de larga trayectoria David Alden cuya principal licencia es el traslado de época a una sociedad mediterránea de finales del XIX o principios del XX, con un enorme decorado que puede ser una plaza pública, un salón de recepciones o una habitación de una corte.

Bajo una concepción escénica donde predomina la oscuridad, los negros y marrones de tonos más duros diseñada por el escenógrafo y autor del vestuario Jon Morrell, y en la que brilla con especial talento el trabajo del iluminador Adam Silverman, capaz de crear una proyección de poderosas sombras que recuerdan al cine del expresionismo y potencian el tono dramático del drama musical.

Esta ‘oscuridad’ ha sido criticada por una parte de los comentaristas de esta reposición como ya lo hicieron nueve años atrás cuando se puso por vez primera en escena. Sin embargo, su impacto visual es innegable y favorece el tono dramático que se ha querido imponer en la producción. Se muestra a un ‘Otello’ lejos del tenor o el actor con la piel tintada de negro, oscurecida o una persona de raza negra; acentuando el tono torvo, confuso, inseguro y ciclotímico del personaje. Un hombre reconocido y admirado como un triunfador, pero extremadamente frágil en lo más profundo de su alma, inseguro, visceral, extremadamente celoso hasta lo más morboso del concepto y finalmente asesino, que se deja engañar a si mismo por su pasión ciega y sucumbe a ella con la muerte de Desdémona.

La versión de Alden más allá de ese traslado de época es conservadora desde el punto de vista teatral y respetuosa con un ‘Otello’ que ha sido interpretado tanto en su versión teatral como operística por las primeras figuras no solo del arte de Talía sino por los más carismáticos tenores de diferentes épocas. Ello se explica por las grandes posibilidades de lucimiento que ofrece en un tipo que tiene que mostrarse por momentos con especial dureza pero en otros de una lírica fragilidad.

Ese tono casi lúgubre de la escenografía y el escenario no desdice esta producción muy alejada de otras lecturas vanguardistas de la tragedia shakesperiana. Aceptado ese principio hay que decir que la puesta en escena tiene fuerza en varios momentos de sus cuatro actos, incluso resolviendo la acumulación de un coro que es un importantísimo personaje a lo largo de las escenas más características. La coreografía de Martine Braham está conseguida y las escenas de acción resueltas con dignidad desde el punto de vista de la lucha escénica.

A lo mejor esa ‘oscuridad’ se resiente en la escena final donde no parece bien resuelta desde el punto de vista teatral la muerte de Desdémona que canta sus últimas frases donde se siente muerta tumbada desde el suelo. El resultado final es aceptable desde el punto de vista teatral aunque el envoltorio estético-dramático sea conservador en cuanto al tratamiento, porque Alden posee oficio y dilatado camino y eso se percibe en la escena.

El punto fuerte de esta producción está en el foso, donde Nicola Luisotti como director musical vuelve a ser un torrente de sensibilidades pasando del ímpetu de ciertos momentos al lirismo contenido de otros. El comunicativo, locuaz y extrovertido Luisotti es una referencia en el Real y en otros teatros líricos de primer nivel por su dominio en el repertorio belcantista de la segunda mitad del XIX. En ‘Otello’ vuelve a brillar con toda fuerza y consigue algo no siempre fácil: la orquesta no enmascara a las voces solistas en aquellos momentos de gran intensidad sonora.

El reparto sin ser arrollador es digno. Brian Jadge en el primero de ellos (Jorge de León y Angelo Villani en los demás) asume la dificultad de hacer compatible una poderosa voz pero a la vez muy medida para evitar el exceso, en el personaje de ‘Otello’. Evidentemente, no tiene el carisma escénico de los Pavarotti o Plácido Domingos que han hecho el papel en otras épocas, pero cumple con acierto. Junto a un ‘Yago’ aceptable Gabriele Viviani (Vladimir Stoyanov, Franco Vasallo en los otros repartos), Airan Hernández (Casio), Albert Casals (Rodrigo), In Sing Sim (Ludovico) y Fernando Radó (Montano).

La palma del reparto se la lleva Asmik Grigorian como ‘Desdémona’ (María Agresta en el segundo), sensible, con una bella voz en los momentos más líricos. Junto a la profesionalidad de Enklejida Shokoza, muy expresiva como la doncella Emilia. Añadir además el gran trabajo del Coro Titular del Real dirigido por José Luis Vasso y la aportación de los Pequeños Cantores de la ORCAM, a los que se escucha sin ver en el escenario y que solo aparecen a la hora de los saludos.

En un teatro de ópera de nuestro tiempo caben las lecturas teatrales más variadas, desde la más reverencial a la vanguardista, porque los tiempos cambian tanto como los públicos y hoy en día sería inasumible por añeja una producción como las que se hacían algunas décadas atrás. Es posible que este ‘Otello’ teatralmente visto por Alden sea oscuro y lleno de sombras, dramáticamente poco atrevido, pero denota oficio y profesionalidad, y la parte musical es tan arrolladora que el envoltorio sin ser lo principal no desdice.

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