noviembre de 2025

Rafael Soler: ingeniero de las palabras

Rafael Soler. Carboncillo de Eugenio Rivera

En este comentario dialogo con la poesía de Rafael Soler y lo hago como un poeta, quien aunque alejado de los espacios mundanos de la poesía, por diversas razones que me fueron desmotivando con el paso del tiempo durante mi juventud viviendo en España (festivales rellenos de elogios falsos, premios literarios entre cúpulas de amigos, medallas inventadas, espíritus convulsos fingiendo humildad, altruismo y sencillez y competencias sesgadas, muy poco parciales, a la manera de caníbales, y cuantos asuntos más que seguro vosotros, lectores, ya conocéis o conoceréis), nunca ha dejado de escribir ni desechar manuscritos inservibles y por eso ha vuelto al lugar que más ama: la palabra o acaso la búsqueda del fuego (la poesía de Soler despierta en mí esa búsqueda sagrada).

He vuelto a estos lares, como un monje, esperando convivir con ciertos libros en sitios lejanos y desiertos: lejos del ruido y la inmundicia que hoy, de vuelta a las redes sociales (luego de una larga desconexión), noto cada vez más fuerte en la escena literaria no solo de España. Para suerte mía, he logrado encontrarme con la poesía de autores valiosos como Rafael Soler, sobre quien no circulan muchos comentarios por los espacios cibernéticos. Quizás por su silencio (esencia que se libera en la ética de su poesía y su considerable reposo durante largo tiempo). Quise indagar este dato y lo confirmé. No logré ubicarlo en redes sociales (es de esos poetas extraños, que ya pocos quedan, quienes sin redes suelen ser críticos con ellas, aunque reconocen ciertos asuntos positivos, según pude leerlo en algunas de sus entrevistas). Incluso ni siquiera sé si llegue a leer estas palabras, pero ese misterio motiva más mi temor al papel en blanco y mi firmeza de que no siempre tenéis que escribir sobre libros de poetas que conocéis o porque esperáis algo a cambio. Para eso están las tribus y de ellas quiero estar lejos.

Me atrevo a bautizar a Soler como “ingeniero” no por su profesión, según podéis leerlo en su biografía, sino por lo que implica la etimología latina de esta palabra (in-genium), de cuya raíz indoeuropea *gen- proceden términos como “engendrar” y “genética”. Este poeta español engendra un amplio repertorio léxico y lo nutre desde la genética de la poesía (la tradición) a través de varios riesgos, desde el propio lenguaje interlineal, acaso bebiendo de Vicente Huidobro, entre formatos que denotan una línea dominante a partir de matices narrativos y coloquiales. Este factor tiene que ver con su compromiso también como narrador (escritor de novelas y relatos). Su lugar de ingeniería son las palabras. En muchos de sus textos es posible rastrear historias. Sus textos se van hilando con el pasar de las páginas. Al lector le corresponde encontrar agujeros. Ya el poeta ha hecho mucho con escarbar para provocar tensiones narrativas.

Para comprobar parte de lo expuesto, me limito a hacer un repaso por su antología personal Demasiado cristal para esta piedra (2023), publicada en una magnífica y colorida edición de tapa dura en Estados Unidos, por la Editorial Nueva Poetry Press. Este libro reúne, bajo la compilación de Lucía Comba, quien presumo (según algunos indicios de la propia antología) es su compañera sentimental, una selección de textos de seis libros: Los sitios interiores (sonata urgente) (1980), Maneras de volver (2009), Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2014), No eres nadie, hasta que te disparan (2016) y Las razones del hombre delgado (2020). También, posee algunas fotografías del autor e incluye una lista de comentarios sobre su poesía. Tales comentarios se encuentran a cargo de Antonio Gamoneda, Dante Maffia, Gabriel Chávez Casazola, Iván Oñate, Jaime Siles, Javier Lostalé, Manuel Turégano, Marco Antonio Campos, Raúl Zurita, Remedios Sánchez, Rolando Kattan y Teuco Castilla.

Soler nos adentra por temas como la muerte, el amor, el erotismo, la soledad, los viajes interiores (entre ellos destaco la infancia), la lentitud, la memoria, las películas, lo impredecible, la cotidianidad y sus espacios, la nostalgia, los temores, las experiencias, la búsqueda de la tranquilidad y la paz, los silencios, la belleza, la construcción de lectores (acaso la construcción de textos pensados para lectores específicos), la ausencia, el dolor y la miseria. Estos factores integran una ingeniería humanitaria que deambula entre la profundidad del lenguaje, el humor y el significado de la poesía en sí misma, es decir, pretendiendo alejarse de explicaciones racionales, pues quizás no las hay (así lo pude comprobar luego de leer varias veces este libro durante meses), e invitando al goce, al disfrute, a la pausa.

Es significativo encontrar en varios de sus poemas un rompimiento de las normas del lenguaje (para nada banal, como muchos poetas experimentales suelen hacerlo), tanto con las tildes como con palabras como “vida” y “yo”, que aparecen de manera distintas: “para bibir contigo una hora basta, qué digo, solo / mirarte y el mundo / con este puño, je, así te quiero llo” (en “Esto que somos”: 17. Los sitios interiores…). Soler, conocedor de la tradición lírica, sabe que es importante tener dominio de ella, pero también luchar por construir una voz “propia”, que te identifique como autor: creo que él lo logra bastante bien y eso es meritorio. Esta virtud la identifico en su arduo trabajo con el lenguaje: lo rompe, juega con él (“qué varvaridaz”) y le ofrece al lector un edificio léxico amplísimo. La mayoría de sus versos permiten pensar en edificios de imaginación, belleza, creatividad y diversión.

A pesar de lo complejos que pueden resultar varios de los poemas de Soler, asunto que me detengo a destacar, no son textos que aburran. Ellos están escritos para diferentes modelos de lector, pero principalmente para quien quiera alejarse de la velocidad de nuestra época, que quiera detenerse a disfrutar de la rareza o extrañeza de palabras (con las que quizás, así como yo, no estéis familiarizados) que se pueden hallar en muchos de los poemas de este autor. Él logra consolidar una arquitectura estética no muy común en la poesía contemporánea. Si acaso soy el lector que buscaba, logró atarme, como buen pescador que sale en busca de truchas.

Muy al respecto, en la poesía de Soler también existe mucha simbología, entre ella destaco el mar: “¿Y quién dijo que allí / tumbado el horizonte por un piélago de nubes / el mar era otra cosa?” (en “Estructura del mar”: 31-32. Los sitios interiores…), quizás bastante marcado, antropológica y personalmente, por sus raíces valencianas. Dicho esto, creo que Soler merece ser estudiado de manera seria. Me sorprendió mucho no hallar una investigación, sea tesis o artículos científicos sobre su obra. Aunque eso me ha brindado más libertad de criterio a la hora de fabricar este texto y defender con propiedad su excelencia, sin contaminarme o dejarme influenciar por opiniones o argumentos académicos, muchas veces bastantes sectarios, y para unos cuantos autores: por razones políticas o ideológicas.

En poemas como “Los sitios interiores” aparece un diálogo con el interior del poeta, bajo la ética sensata de la lentitud: “he vuelto sobre mí, despacio” (21-22. Los sitios interiores). Y digo que hay un diálogo ético porque a través de imágenes referentes a lo corpóreo y por tanto lo humano (casi siempre acompañadas de una amada, no directa, sino sugerente, misteriosa: como la más bella y excelente poesía -a mi juicio- Existe un diálogo constante con el “tú”, aunque se note una construcción consciente y sólida con varios formatos de tratamiento, entre los cuales destaco un particular distanciamiento del típico “yoísmo” que tanto asfixia a la poesía española y contemporánea en general. Su poesía suele interpelar bastante al lector, intentar dialogar con él, hablar a través de los oídos de la mirada), la voz lírica nos sugiere que el camino de la vida no tiene por qué ser recto: “la recta / es la distancia más corta / entre dos puntos”. Estos versos no me resultan casuales. La poesía de Soler está cargada de ausencias, aunque siempre busca la luz, el paisaje, la belleza. Ella es sutilmente esperanzadora y encuentra mucho en lo poco: “De aquella tarde / vestida de anguilas y de cañas / quedará / el leve trozo de un paisaje […] el pájaro, las barcas, / tú, / princesa, / habitantes del mundo que he perdido / viviréis para siempre bajo llave / atentamente míos” (en “Discurso del regreso a solas”: 25-26. Los sitios interiores…).

Un tema recurrente y bastante bien tratado en la poesía de Soler es el del silencio: “Más sabio es el silencio / por esperar su turno / en este cuaderno donde habito” (en “Último”: 55. Maneras de volver). En este caso, el silencio dialoga con la memoria. A través del silencio, del viaje interior, existe una posibilidad consciente de retorno y conocimiento. El poeta encuentra la luz en el viaje: “un hilo de luz para volver y volvería” (55).  Este silencio es abordado de varias maneras, por eso no resulta aburrido que insista en volver a él. Por ejemplo, en el poema “Este paso que te lleva con los otros a su encuentro” no queda claro con quién dialoga la voz lírica, lo más certero quizás sea el lector, aunque bien propia ser su otro yo o esa amada sugerente y misteriosa a la que ya me referí: “y un dedo pones en sus labios / invocando el silencio tardío que clausure / su último reproche” (63. Las cartas que debía). Soler deja abierto el espacio para la duda, la incertidumbre, la tensión narrativa. Esto es algo digno de una poesía madura y con matices de excelencia.

A su vez, al silencio se une la calma. Esto lo podemos apreciar en el poema “Para un acto final sin veredicto”

Oscuro

ruido de cucharas y de ancianos
las primeras a lo suyo
los segundos a por ellas

en la mesa un solo plato
una raspa de salud a compartir
y un retrete vespertino

ruido de cucharas que golpean
y ancianos que pelean

un neón que pide calma
y apagón definitivo (68. Las cartas que debía).

Rafael Soler. Carboncillo de Eugenio Rivera

Es imposible no sentir la tensión que provocan, conforme leemos el texto, las cucharas y las voces de los ancianos. Asimismo los platos. Entre la comida y la proximidad con el paso de los años (vejez) y por ende la muerte, quizás lo más sensato para disfrutar, gozar más de lo poco que queda, sea convivir en los jardines del silencio. Él se encuentra en la meditación, la oscuridad (cerrar los ojos) que conduce a la calma del espíritu, a la paz “y si lo estimas oportuno / por tu descanso eterno y por el mío / dame el perdón que no te pido” (en “Ha llegado la hora de nombrarte”: 78. Las cartas que debía).

Ese mismo acto de meditación al que me refiero, hasta hallar el apagón definitivo,  la posibilidad de abrir diálogos con quienes están y quienes se han ido, siempre buscando la paz y tranquilidad del espíritu, debe entenderse como un proceso en donde hay errores. Solo en la oscuridad, la humildad y en la calma se puede aprender de tales errores hasta ubicar la luz que nos permita salir de nuestra caverna, de nuestros posibles abismos: “vivir es decidir / y todo error es tu grandeza / pues sólo cuando llegas / das por cumplido lo vivido” (en “No te acompaña nadie en este viaje”: 73. Las cartas que debía). Solo al llegar a este punto podremos comprender que la vida es un proceso en donde quienes más deben celebrar son aquellos que logran bailar todos los días con la muerte a través del arte del silencio, hasta que corresponda convertirse en niebla: “y a la distancia de una esquina / una barra con voces y aceitunas / para aquellos que brindan en voz baja / por la vida” (en “Un tanatorio que se precie vive siempre en las afueras”: 103. Ácido almíbar), porque quizás, como lo dice uno de sus títulos: No eres nadie, hasta que te disparan. Aceptar es un acto de humildad.

Soler construye mundos a través del ingenio de las palabras. En su obra noto una ética del buen vivir, del amor en general. Esto se aprecia en el poema “Una derrota compartida es siempre la mitad de una victoria”: “Y a las dos en punto dos comas suspensivas / dos cuerpos que dóciles se entregan / antigua soledad sin cauce / yuxtaposición del tedio” (94. Ácido almíbar). El poeta busca una vida placentera, vista con más madurez a través del paso de los años. Así nos lo enseñaron poetas como Marcial: buscar un hedonismo equilibrado, ni en exceso ni muy poco. Vivir en silencio, pero en silencio también hallar el ruido de dos corazones palpitando entre dos carnes hechas una sola, sin prisa, lento, epicúreo, místico y a la vez cotidiano: “a cuerpo lento vengo / a cuerpo lento llego / y a cuerpo lejos quiero cocinar tu prisa” (en “No me tires el pelo, por favor”: 95. Ácido almíbar).

También, de la poesía de Soler quiero destacar sus desdoblamientos: “soy otra en la ducha cuando canto / la de siempre al comprarte una escarola” (en “Cosas que no sabes de mí, y que te cuento”: 96. Ácido almíbar). Ella y él son componentes esenciales de las raíces de esta poesía. Ambos resultan necesarios para poder llegar a ese grado supremo, sagrado, sublime del amor, como lo sugieren de manera bellísima y con exquisita cadencia los siguientes versos: “labios vudú amor como los tuyos / enteramente ciegos / de muda voz y mano laxa / para abolir al teutón que llevo dentro” (en “Donde de nuevo nace todo”: 97. Ácido almíbar).

Y cabe destacar que ese encuentro dialógico entre él y ella, quienes se aman y saben apreciar el valor de lo ausente, varias veces, para que puedan existir, requiere de la complicidad del lector, quizás de su amor por la lectura, de la decodificación de palabras y desmantelamiento de recuerdos, porque ¿a quién no le ha tocado despedirse de quien tanto amó, darse una vuelta y caminar por la extrañeza de la mudez? Un ejemplo magistral se ubica en el poema “Guía para un lector necesitado”, a mi juicio, uno de los mejores de esta antología personal:

Como al descuido avance
hasta el verso noveno donde dice

final feroz del que se marcha mudo

sin preguntar por qué pues no conoce
su íntimo motivo

y acaba de llegar este poema
que ahora es todo suyo
cuando lea

final feroz del que se marcha mudo

usted no sabe todavía
el nombre y la estatura del sujeto
la última razón de su desplante

intuye un eclipse indeseado

y se pregunta qué esconde la palabra feroz
feroz precisamente
precisamente mudo

resista
no aparte los ojos
ni busque consuelo en el tabaco
ni evoque temerario
un rostro difuso en su memoria

este poema es solo suyo

y nunca hablará se lo prometo
de quién tanto le amó y poco tuvo
hasta marcharse un día

desprovisto de usted
feroz

y mudo (98-99. Ácido almíbar).

Soler traslada el tema de la ausencia hasta un tono muy distinto en su libro No eres nadie, hasta que te disparan. En el poema “Uno sabe cuándo llega su momento” (119) pareciera que le está dando voz a alguien ya muerto, aunque esto resulte metafórico, porque la muerte pareciera estar transfigurada en la despedida de un amor. Quizás quien ha muerto no es una persona como tal, sino emociones, sentimientos, parejas, etc. Prefiero interpretarlo así. Es decir, este es un libro de una muerte colectiva, un poemario no de pérdida, sino de ausencias (en plural) y que, como tal, tiene la capacidad de interpelar a cualquier lector: “volver a casa dormir vestida / y con gesto profiláctico / besar de nuestro amor la calavera”.

Pero Soler no se limita a un único tratamiento temático y estético, por eso el elemento lúdico-picaresco no podría faltar, tal y como sucede en su poema “El viaje es lo que importa”: “nuestros labios compartían un único deseo / que nadie supo descifrar / pero esa es otra historia / que segó mis descuidos y tu pistola” (120-121. No eres nadie, hasta que te disparan). Estos versos citados son un arte del decir sin decir a través de la belleza del lenguaje figurativo. Si bien aquí la palabra “pistola” está muy bien contextualizada en un libro que trata el tema de la muerte, no es una pistola como tal ni esta conduce a una muerte común y corriente, sino acaso a una petite mort: un pequeño orgasmo, como lo entienden los franceses.

Por último, no podría existir un mejor cierre para esta antología personal. Las razones del hombre delgado es uno de sus mejores libros de poesía escritos por Soler hasta hoy, según se puede apreciar desde los primeros versos del poema largo “Ensayo general con vestuario”: “Una mujer se observa cautelosa en el espejo / agoniza un anciano de espaldas a su banco / busca el poeta las sílabas precisas /   busca el poeta las sílabas precisas / comienza a nevar y son las doce / comienza a nevar” (139-143). En este caso, la repetición de búsqueda de palabras precisas es justa. Asimismo, el uso del encabalgamiento posterior a esta repetición, seguido de palabras como “nieve”. El espacio construye un sitio de frío, incertidumbre, dolor, vértigo. Por eso: el poeta nunca encontrará las sílabas precisas para comunicar el dolor que esconde “un hombre delgado”, metáfora perfecta de la miseria humana.

Soler sabe que la poesía es sugerencia, no estrictamente comunicación, como lo esbozan ciertos orangutanes con saco y corbata. Todos llevamos en nuestro pecho parte de ese hombre delgado. Soler no nos habla de él, sino que nos punza, para que reaccionemos, y seamos nosotros quienes le hablemos, no a Soler, sino al hombre delgado, quien es consciente de que hay piedras que tienen demasiado cristal y hay hombres que están llenos, aunque no de alimentos, sino de ruido. Para ellos el viaje será mucho más pesado, como nos lo sugieren los siguientes versos “la dieta que me hará / más triste / más sabio / y más delgado” (en “***”: 145).

Quizás a un poeta como Rafael Soler no le guste que se lo diga (ni yo ni nadie), porque su mayor preocupación es convivir con el silencio del jardín y habitar en sus espacios de paz, aunque se lo diré sin incomodar su meditación, sin hacer mucho ruido, intentando pactar entre nosotros el más sutil y bello principio que nos permite la poesía: la piedra de esta antología personal es tan fuerte y grande como su cristal y yo sueño convertirme en traficante de joyas.

Demasiado cristal para esta piedra (Antología)
Rafael Soler
Compiladora: Lucía Comba
Nueva York Poetry Press LLC (Colección Piedra de la locura) 2023 
‎ 196 páginas

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

Los libros de viajes de Amós de Escalante
Los libros de viajes de Amós de Escalante

Unas escasas hojas de papel Entre las que han quedado tantas cosas Que ya no tienen realidad. José Hierro Los…

La tolerancia y la cultura en Fernando de los Ríos  
La tolerancia y la cultura en Fernando de los Ríos  

En 1926, Ricardo Sáenz Hayes publicó en el diario de Buenos Aires, La Prensa un extenso artículo sobre la figura de Fernando…

Céline
Céline

El nihilismo cotiza al alza en la sociedad posmoderna. Paul Bourget adoptó el término como concepto psicológico por primera vez…

106