abril de 2024 - VIII Año

Feria del Libro de Madrid – Diario sin fechas / 3

Hoy sábado, libro

He de confesar que con los años las ferias se me hacen cuesta arriba. Me refiero a las ferias mastodónticas. Da igual que sea la Feria del Libro de Madrid o las ediciones anuales de ARCO o de FITUR. Y naturalmente, no es que a uno le hayan llegado a desinteresar los libros,  los cuadros o los viajes. No se me malinterprete: no las desprecio ni mucho menos, pero lo cierto es que, bajo mi punto de vista, están sobrevaloradas.  Sobre todo cuando una gran ciudad como Madrid está aun felizmente engalanada de fastuosas librerías que nos permiten disfrutar un rato, con el sosiego que exige la edad y el necesario requerimiento que nos demanda un buen libro,  del abrigo de las novedades editoriales. Además, por si fuera poco, contamos con la cercana y más entrañable Cuesta de Moyano y con la accesible posibilidad —a golpe de tecla—  del injustamente demonizado mercado virtual de segunda mano que nos permite llegar hasta la más recóndita librería de lance del último rincón del planeta. Y es que las grandes ferias son mercados persas donde se mezclan las churras con las merinas sin orden ni concierto en un afán marcadamente mercantilista. Si en las casetas solo metieran escritores de verdad como en las  botellas de cristal introducen maquetas de barquitos,  no estaríamos a la deriva en procelosos mares de pacotilla como estas.

Pero, pese a mis férreas convicciones, año tras año,  siempre acabo pateándome el ardiente asfalto del paseo de coches de El Retiro, arrastrando mis pies bajo el inclemente sol de justicia del verano en ciernes. Y para colmo de males, también siempre, mi elección acierta a caer en sábado, día álgido de la semana, donde el número de visitantes supera con creces la cifra de potenciales libros de interés. ¡Vaya! Como tener la ocurrencia de irte de Semana Santa los días señalados… Si en este caso las procesiones se trasladan a las carreteras, en las ferias las casetas se transforman en  barracas de… ¡feria!

Así que, como este año no podía ser una excepción, acabé encontrándome “por una selva oscura” en medio de la barahúnda de peregrinos  mendicantes que buscaban, con voracidad, reliquias para venerarlas en el fondo de los anaqueles de Ikea que almenan las paredes de sus casas. Entre cabezas y colas interminables, como cabezas de chorlito y colas de racionamiento, ¡perdón por el calamus linguae!, he podido ver a animales televisivos y por tanto exóticos,  en este improvisado zoo que bien pudiera ser un remake de la antigua Casa de Fieras, donde malvivía el elefante blanco que compró Franco.

Después de superar mi natural aversión, y tras zambullirme en el río incesante de ojos insaciables, he creído reconocer a don Mariano Rajoy, olvidado ex presidente del Gobierno, que sonreía con astrosa boca de corneja chocha a un joven repeinado con impecable corte de pelo a lo Roberto Alcázar;  en otro vistazo de voyeur he fisgado al catódico Raúl Cimas, en olor de multitud, que por lo visto también escribe libros (confío en que eleven su pálido status de humorista); en otra jaula, la crepuscular Ana Curra que ajada por los celos y los años es una careta impávida de su enantiómero Alaska; allá el inefable Pío Moa, al que los dos bisílabos separados por el preceptivo hiato delatan con la crueldad de las palabras que cortan como tijeras; acullá la locuaz Margarita del Mazo que siempre hace de la venta de un cuento una pequeña función de bululú para solaz de los más pequeños; Cayetana Álvarez de Toledo, como un don Nicanor de palo, pingajo y colorín despliega su tambor con esa desvergüenza que avergüenza al poeta Pablo Méndez en su pertinente artículo para esta revista: ‘Los politicos, sus libros y La Feria del Libro’;  Benjamín Prado que a juzgar por sus escasas chichas, nos sigue certificando lo poco que da de comer la poesía en este país y, con Rosa Montero o Elvira Lindo,  viene a atestiguar que lo del recambio generacional  es algo que no va con este mundo del terrario y/o el reptilario:  cementerio de elefantes o pabellón de reposo de milenarios diplodocus que viene a adecentar la prestancia de don Juan Eslava Galán, con su punto de impecable gentleman de la City al que le da repelús el té de las cinco o el rústico porte cañí y provinciano de cantaor flamenco del presumible Premio Cervantes futuro, don Luis Landero, de lorquista tronco negro de faraón; he leído en los medios que hoy venía a hacer los honores el mismísimo Miguel Bosé, mito adolescente pasado de donuts y con una incipiente alopecia que propende a Estambul, que sigue congregando hordas de feligreses que ignoran olímpicamente sus sandeces “terraplanistas”, y al que por fortuna no soy capaz de columbrar,  lo que me permite recordarle bajo la glamurosa vitola que le diseñó Andy Warhol; más pulpos que aceptamos como animales de compañía en este parque temático, como nos recuerda esta semana la siempre chispeante ‘Viñeta de Eugenio’, tocayo tocado del ingenio del que carece el que escribe estas líneas: la insufrible Nieves Herrero con su estentórea voz de ave zancuda,  el contumaz Javier Urra detrás de su bigote de linimento Sloan morigerado para contusiones menores, o la Prima Donna Julia Navarro condenada a las eternas llamas del infierno del postrero ostracismo del Best Seller,   que veo que con el patriarcal Bernardo Atxaga de manazas como panes hará esta tarde sesión doble `para redoblar ventas y firmas que hoy viene a ser lo mismo, tanto monta monta tanto… ¡Ay, el market share!

Asolado por el tráfago agotador de tanto polichinela de pim pam pum logro salir de este círculo dantesco, por la puerta del Dante precisamente, —“Dante no es únicamente severo” —  y ya en Menéndez Pelayo exhalo un profundo suspiro de alivio al grito cavernario del vade retro de don Marcelino. Eso sí, con un libro, ‘La Bestia ha muerto’, bajo el brazo que he comprado en la caseta del Reino de Cordelia —yo tan republicano— reprochándome por enésima vez  el haber caído en las garras de semejante alimaña cuando ya todo me aseguraba, como reza el título de tan fascinante cómic, que la bestia estaba muerta dentro de mí.

¡Todos los veranos por estas fechas para mi desconsuelo, se despierta… escuchando la llamada de la selva! “O tempora, o mores”.

¡Hasta el año que viene!

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