marzo de 2024 - VIII Año

Dos cuadros (familias reales a través de reales pintores)

Por Jordi Grau*.- | Febrero 2018

lopez 1Hace poco estuve en el Museo del Prado y ahora me acerco al Palacio de Oriente para ver el cuadro que pintó Antonio López sobre la familia de Juan Carlos I, que sólo había visto en un reportaje televisivo, hace años. Por la calle Bailén, después del puente de los suicidas, largas colas bajo un sol de injusticia porque, de seis a ocho, la entrada al Palacio es gratis. Dentro, la inmensa escalinata capaz de matar a un muerto y arriba, enseguida, el cuadro, inmenso también. Grande y elegante porque sus medidas de tres por cuatro suenan como un vals quieto, desde el cual cinco figuras nos miran en paz. Es el Rey de España junto a su mujer y sus hijos: ‘La Familia de Juan Carlos I’. Un retrato equilibrado y sereno, ingrávido casi, cinco figuras recortadas sobre un fondo tenue, real o irreal.

Viene a mi memoria otro cuadro que vi el otro día en el Prado, casi tan grande – dos ochenta por tres treinta y seis, que no llega a vals pero pasa de jota -, con trece figuras desiguales, sólidas, desafiantes, en un marco cierto y con peso: es ‘La Familia de Carlos IV’, de Francisco de Goya y Lucientes, una pintura vibrante y poderosa, asimétrica. Mientras en ‘La Familia de Juan Carlos I’ la composición es un perfecto equilibrio – el Rey en el centro, hijos y mujer dos a cada lado, dibujando un arco con los pies – , en el cuadro de Goya hay tres grupos diferenciados: cinco a la izquierda, con el Príncipe Fernando al frente, chulesco y desafiante, la Infanta Margarita volviendo la cabeza no se sabe a dónde y la anciana María Josefa, dura, desconfiada, eludiendo mirar de frente; otro, de tres, en el que la Reina María Luisa ocupa el centro y el pequeño Francisco de Paula nos mira agresivo; y un tercero donde el Rey, supuesto protagonista, con mirada hueca y de negro, aparece arropado por familiares de segunda fila. Todos engalanados con ostentación, las mujeres, goya 1escotadas, adornos brillantes en el pelo y vestidos, los hombres – incluso los niños- luciendo la banda azul y blanca de los Borbones junto a medallas y distinciones de todo tipo. Ostentación y, también, prepotencia. Expresivo contraste con ‘La Familia de Juan Carlos I’ en la que no hay uniformes, ni medallas ni bandas y el vestuario es civil y discreto.

Son dos épocas, claro: La Monarquía borbónica de 1800, era en sí misma ‘El Poder’, mientras que la de 1994 a 2014 – la época en la que pintó el cuadro Antonio López , como ahora- , es casi virtual y sus componentes se ven obligados a ser – y sobre todo parecer – cercanos a los ciudadanos. Así pintó Goya a los reyes y, con ellos, y su época y así ha pintado mi amigo Antonio a los de las suya, que es la tuya, lector y también la mía. Podríamos decir que lo mismo Francisco que Antonio son, además de pintores grandes, historiadores fieles, que reflejan realidades profundas. En el cuadro actual esos plafones gris azulado sinfín y casi sin principio, sobre el suelo ligeramente más cálido sobre el que flotan las figuras, muestran la fragilidad de seres que apenas tienen sombra, cuya solicitud humana nos muestra Antonio López a través de las miradas con que los define; Juan Carlos, solemne, firme, mirando un poco por encima, asumiendo su papel protector, como debe ser; la Reina Doña Sofía sonriendo abiertamente porque sabe que tiene que sonreír para ser cercana; un poco más allá, ligeramente aparte, el entonces Príncipe Felipe, relajado, tranquilo, esperando su momento, insinúa una sonrisa paciente; al otro lado del Rey, las infantas: Cristina, segura de sí misma, un poco superior y Elena, con la mirada doliente y un poco amarga de quien se sabe disminuida en un conjunto de personas brillantes. Es el reflejo de una familia a su pesar inestable, conscientes de la precariedad de un prestigio decorativo, heredado para ser utilizado por el Poder, que son otros. Por otro lado el historiador Goya refleja la turbulencia de su momento, ostentación en la corte, miseria y sumisión en el pueblo, a través del retrato implacable de sus mandatarios mientras el historiador López nos habla de la fragilidad y el sutil disfraz en que vivimos: paz y justicia bajo pintoressospecha, macroeconomía en excelente estado pero precariedad popular, apariencia.

Dicho esto, no vamos a olvidar la calidad potente o sutil de las obras que comentamos. Aparte de la sorprendente memoria visual que permite a los artistas retener expresiones que posiblemente sólo han visto una vez a lo largo de numerosas sesiones, o incluso pocas, como si sus ojos fueran la más fiel de las máquinas fotográficas, aparte de esta poderosa memoria, digo, está la genialidad de la ejecución, pincel en mano. El trazo evidente pero escondido de Antonio a lo largo de toda la obra, nos hace creer, desde la distancia, que estamos ante una pintura refinada pero relamida cuando sus pinceladas son enérgicas e inspiradas, en el polo opuesto está la ejecución violenta y libre, casi enloquecida de Francisco al pintar bordados, ropajes y condecoraciones, en contraste con el hiperdetallismo de los rostros, perfectos, intachables, en los que no se advierte para nada la mano del autor, casi aduladores si no fuera por la profundidad crítica que consigue. ¡Qué placer convivir con las obras de los grandes artistas y, a través de ellas, entender algo del Mundo!

Salgo del Palacio, que tiene aire acondicionado porque es verano y vuelvo a la calle bajo el sol testarudo. Las piernas casi no me aguantan pero me siento feliz por haber estado hoy en el Palacio de Oriente y, el otro día, en El Prado, junto a dos seres extraordinarios que me han hecho entender disfrutando, aparte de la belleza de sus obras, algo más de lo que ha ocurrido y ocurre en el Mundo, a través de su visión penetrante y lúcida de dos familias reales. Reales por aquello de la Realeza y reales porque han sido y son de Verdad.

 

*Jordi Grau es director de cine, autor de títulos muy representativos del cine español, pintor y fotógrafo.

 

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