julio de 2024 - VIII Año

Isabel Quintanilla: una verdad ardiente de deseo

Cuarto de baño, 1968. Óleo sobre tela

«El realismo íntimo de Isabel Quintanilla»
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Del 27 de febrero al 2 de junio de 2024
Lunes: cerrado / De martes a viernes y domingo: 10:00 – 19:00 / Sábados: 10:00 – 23:00 (acceso gratuito de 21:00 a 23:00)

Tras años de sombra y olvido, por fin, resplandece en Madrid Isabel Quintanilla. Cualquiera que tenga ocasión de acercarse al museo Thyssen corroborará la grandeza de esta artista al tiempo que se preguntará cómo es que no sabía casi nada ella. Y es que, aunque desde 1987 su obra ha ido ganando visibilidad (Naturalezas Españolas, MNCARS, 1987; Otra realidad. Compañeros en Madrid, Fundación Caja Madrid, Fundación Marcelino Botín, Santander; y Centro de Exposiciones y Congresos, Zaragoza, 1992;  Antológica, Centro Cultural Conde Duque, Madrid, 1996; Visiones de la realidad, Caja de Ahorros de Vitoria y Álava, 2004) la pintura de Quintanilla se ha visto poco en España y se ha admirado menos todavía.

Ocho años han transcurrido desde que este mismo museo presentara Realistas de Madrid. Fue entonces cuando, dada la alta valoración que los visitantes manifestaron ante las obras de Quintanilla, la dirección del Thyssen tomó la decisión de realizar la retrospectiva que hoy vemos. Comisariada por Leticia De Cos la muestra reúne un centenar de obras, entre dibujos y pinturas, procedentes en su mayoría de colecciones particulares. Los cuadros se ordenan con discreción y transparencia, como a Quintanilla le hubiera gustado, ajena a toda clase de discurso. Las seis secciones de que consta son: Temprana declaración de intenciones, con obras de sus comienzos como La lamparilla de 1956, y su última pintura, el sobrecogedor Bodegón siena, de 2017.

La exposición sigue con la sección Pintura de Proximidad, donde quedan recogidos los llamados retratos de objeto, bodegones y rincones íntimos. A continuación: La emoción de la ausencia, con obras que subrayan los espacios interiores, a través de puertas entreabiertas, por las que la luz que Quintanilla trata como arquitecta del deseo, acaricia los objetos. Es en esta sección donde mejor se aprecia el rango de la pintora, donde se evidencia su fidelidad a la tradición (Ventana, 1969), particularmente al romanticismo alemán de Friedrich y sobre todo del danés Vilhelm Hammershøi y su aprecio por el mejor realismo norteamericano (La habitación de costura (1974), Nocturno (1988-1989) o el magistral Interior Paco escribiendo (1995).

En su centro, la exposición hace un sitio a las Compañeras, dedicando esta sección a quienes con Quintanilla practicaron una pintura más o menos realista. Hay obra de Esperanza Parada, María Moreno y Amalia Avia. Es oportuno recordar que las tres pintoras presentes en la exposición estudiaron, se casaron, y desarrollaron sus obras junto a sus maridos, también artistas (María Moreno-Antonio López, Esperanza Parada- Julio López Hernández, Isabel Quintanilla-Francisco López Hernández y Amalia Avia-Lucio Muñoz) en Madrid.

La higuera, 1973. Lápiz sobre papel

Hay que remontarse a aquellos duros años del tardofranquismo para hacerse cargo de las enormes dificultades a las que se enfrentaba una mujer artista. Contra lo que cupiera suponerse, en la sombría España de finales de los 50, la vanguardia ya había logrado abrir una brecha. Artistas reunidos en el grupo El Paso registraba éxitos internacionales. Aquella pequeña élite de pintores y escultores de vanguardia contaba ya entonces con el respaldo de las más significativas galerías y fuerzas críticas, mientras que el realismo era repudiado por esos nuevos agentes culturales que lo prejuzgaban y condenaban por su supuesto conservadurismo. Como en otros países y épocas, “el fundamentalismo” anti realista mantuvo también en España, acaso con más inquina, fuera del templo de la vanguardia a casi todos los figurativos. En este panorama, donde los grandes nombres eran: Canogar, Millares, Saura… e informalistas como Lucio Muñoz, Antonio López fue la tabla de salvación de la pintura figurativa. Así lo recoge Amalia Avia en sus memorias:

“Tengo que decir que no sé qué futuro hubiera tenido mi pintura, mi manera de hacer pintura, si no hubiera sido por la irrupción en el arte joven de aquél momento de Antonio López García” (De puertas adentro, pp. 237).

Pese a ello en España había sitio sólo para algunos realismos, particularmente para aquellos que acreditaran compromiso social.  La suerte de los miembros del grupo madrileño, por tanto, no fue la misma. Esperanza Parada abandonó pronto los pinceles y se pasó al galerismo, formando parte de la galería Biosca, donde se hizo su nombre Juana Mordó. No fue el caso de la gran amiga de Esperanza, Amaia, quien, como ella misma confiesa, encontró allanado el camino gracias a su filiación con las mencionadas galerías y sus artistas, casi todos amigos de Lucio. El resto del grupo aprovechó la oportunidad de presentar, vender y divulgar su obra en Alemania. Fue un avispado coleccionista, Ernest Wuthenow, luego socio de Juana Mordó quien se llevó la obra de estos otros realistas a su país prestándoles promoción y apoyo. Quintanilla logró su primera individual alemana en la galería Herbert Meyer-Ellinger de Frankfurt en 1974. De no ser por aquella oferta de Wuthenow la obra que hoy admiramos en el Thyssen, tristemente, es muy probable que no existiera.

La habitación de costura, 1974. Óleo sobe tela

Habíamos dejado a Quintanilla junto a sus compañeras pintoras en la sala 4; la sala 5 se ocupa de los Paisajes Queridos, género en el que el visitante podrá disfrutar de las grandes dotes paisajísticas de la pintora, tanto en marinas como en paisajes a la dura luz de la serranía castellana, sin olvidar las muy personales panorámicas urbanas. Para el final se reservan verdaderas joyas, incluidas en la categoría Hortus conclusus (naturaleza doméstica) o lo que es lo mimo, jardines traseros. Encontramos allí su lírica decidida y tierna, una mezcla única forjada en los jardines de Pompeya, durante su estancia en Italia. Obras maestras como el lápiz La higuera (1973) o el óleo del mismo título de 1995 nos invitan a buscar la luz del día. La exposición, sin embargo, tiene un epílogo; en una última salita, además de presenciar la casi devocional escultura de Isabel realizada por su marido Francisco López, se proyectan un par de audiovisuales. Allí está Isabel, con Paco y con su hijo. Aparece su amigo Antonio López con helado para todos. Preparan un lienzo sobre tabla. Fuman. Isabel sale al jardín, con los pinceles y su paleta. Allí la dejamos, buscando el verde de la hoja soleada de la higuera.

Una última palabra de invitación al desagravio. Tras tantos años de silencio, la obra de Isabel Quintanilla debe dar que hablar al público español y a la historia del arte que tan escasamente la atendido en nuestro país. Hasta el muy perspicaz Calvo Serraller, ecléctico en el mejor sentido crítico, excelente conocedor tanto de la vanguardia como de la tradición, y uno de quienes mejor ha teorizado los realismos, se dejó llevar por las apariencias en su comentario a Quintanilla cuando ésta presentó, en 2007, dos aguafuertes en la exposición para la muestra colectiva Doce artistas en el Museo del Prado. Aquella menina no era sólo, como comentaba Serraller, “una niña pequeña actual”, efectivamente trasunto de la infanta Margarita, sino la nieta de la pintora. Porque, aunque en el grabado se presentara “aislada de todo oropel y compañía”, esa era la niña de los ojos de Quintanilla y habitaba, como la infanta en el de Velázquez, en el cuadro El taller que Isabel había pintado en 2005. En el cuadro la niña vuelve su cara hacia la pintora en medio del taller, entre las esculturas de Francisco López. Ese era el diálogo que la gran realista planteaba a su maestro. En Bodegón (2007), el otro aguafuerte aportado para dicha muestra, “sin filiación concreta tan clara, aunque muy zurbaranesco”, al decir de Calvo Serraller, Quintanilla volvía a remitir, a través de sus elementos vaso, ajo, reloj, al origen, a su pintura, en particular a La Lamparilla (1956), conectando así los dos momentos de su trayectoria artística y de su vida.

Lo dicho, esta retrospectiva del Thyssen ha sido un acto de reparación, pero todavía queda mucho por hacer para dar a esta artista el lugar que se merece en nuestras colecciones, libros y museos.

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