abril de 2024 - VIII Año

30 años del Silencio de los corderos… El silencio de los inocentes

Este 2021 se cumplen 30 años de El silencio de los corderos (El silencio de los inocentes en América Latina). El Dr. Hannibal Lecter: perversión y sofisticación, mito de la cultura popular y uno de los personajes más estremecedores de la narrativa moderna. El psiquiatra que nos recordó, en la literatura y en el cine, una de las grandes “verdades” sobre nuestra subjetividad: salvar de la muerte a la yegua, a tan solo uno de los corderos o a la chica desaparecida no necesariamente significará el fin de las pesadillas.

No me sucedió nada agente Starling, yo sucedí…

Esta enigmática película inscrita en el género del terror, aunque también considerada como thriller, fue dirigida por Jonathan Demme (1944-2017), lo que le valió el Oscar de ese año a la mejor dirección (la cinta también se llevó el Oscar a mejor película). Con el extraordinario Anthony Hopkins en el papel del Dr. Hannibal Lecter (que ganó el Oscar al mejor actor por esta interpretación): la inteligencia, sofisticación y buen gusto cultural alternados en la mente del psiquiatra que ha logrado asomarse a los abismos de la subjetividad en nuestra atormentada especie, de los que salió convertido en algo difícil de catalogar. Porque reconozcamos que él, uno de los villanos más estremecedores de la narrativa moderna, no es simplemente un “asesino en serie” (el concepto originalmente creado por el exagente del FBI Robert Ressler en los 70 del XX).

El Dr. Lecter era “ese psiquiatra”, aquel capaz de reconstruir los diagnósticos de una producción cultural (en la literatura y en las artes visuales) llena de callejones sin salida, de actos bárbaros sin explicación suficiente, de historias que sin tregua nos ponen frente a un espejo que nos devuelve imágenes ladronas de la felicidad simplona en el sueño casi irresponsable de este siglo.

En efecto, nos encontramos con el psiquiatra forense que habría podido plasmar la diagnosis demandada por personajes del cine o la novela gráfica que todavía hoy ponen en tela de juicio la forma política en que estamos en la realidad. Este es el doctor en Medicina cuya profundidad analítica representa un duro revés psicológico e ideológico a los relatos sustentadores de la sociedad Occidental: en ocasiones tan colmados de zafiedad, con la emergencia de tantas deformidades del hombre-masa visto por el maestro Ortega y Gasset, con tanto Goce mandado con impunidad, con tan poco aprecio por la cultura y las buenas formas…

Batman y el Joker, quizá, habrían sido sus mejores pacientes y sujetos de investigación; aquel Jack el Destripador de Moore y Campbell en From Hell uno de sus casos de estudio preferidos.

Así es, el médico psiquiatra que sirviera parte del corazón, el timo y el páncreas de uno de los músicos de la Orquesta Filarmónica de Baltimore, durante una cena íntima con amigos y la dirección de la propia orquesta, sencillamente tenía problemas con la grosería, la falta de educación y el escaso talento. Como se ha sugerido en diversos foros, tal vez sentía que lo suyo era puro “servicio  a la comunidad” y crítica cultural.

Sobre el origen del personaje sabemos muchas cosas (sin olvidar que la película es una adaptación de la novela homónima de Thomas Harris, publicada en 1988). Hannibal (2001) nos contó lo que ocurrió luego de la huida del personaje en la película de 1991. Dragón Rojo (2002) relata parte de lo ocurrido justo antes de los hechos donde participa la agente del FBI Clarice Starling (interpretada por Jodie Foster, lo que le significó el Oscar a mejor actriz). Y tenemos Hannibal, el origen del mal (2007), donde el actor francés Gaspard Ulliel interpreta parte de la traumática infancia y juventud del Dr. Lecter, es en esta película donde nos cuentan cómo empezó todo en la Lituania de 1944, con nazis en retirada y mercenarios protagonistas de angustiosas regresiones de la condición social.

Scott Glenn como el agente de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI Jack Crawford, Anthony Hopkins como el Dr. Hannibal Lecter y Jodie Foster como la agente del FBI Clarice Starling

En cuanto a la película de 1991, con guión de Ted Tally, debe decirse que la puesta en escena, el manejo de los planos, la luz, la música y el desarrollo de sus personajes resultan abrumadores: con esa mezcla entre dureza metropolitana, temor en la Norteamérica profunda y blanca, masculina locura industrial. Y en Clarice (la heroína), miedo por una incertidumbre peligrosa que se aproxima entre la bruma y que nos anunciará un descenso, pero no a la mente de un loco, sino al centro (que no es ella misma) duro y reprimido de su propia subjetividad.

El Dr. Lecter en el papel del analista

The Silence of the Lambs, tráiler de su estreno en 1991

Durante el primer encuentro entre la agente Starling y el prisionero Dr. Lecter, en aquella celda entre lo medieval y lo transparentemente posmoderno, queda claro quién tiene el poder, quién es el analista y quién se convertirá en paciente necesitada de respuestas. Aquí no hay aspavientos innecesarios, hay una trama psicológica convertida en Cine, con mayúscula.

Una de las derivaciones de lo anterior es que, con frecuencia, una trama psicológica se cruza con cierta crítica de implicaciones ideológicas o socioculturales. Podríamos pensar con algunos autores que El silencio de los corderos hace parte de la “tradición” de Psicosis. En sentido de lo anterior,  Žižek  (2011) afirma, refiriéndose a la obra de Hitchcock: «el colapso del propio campo de la intersubjetividad como medio de Verdad en el capitalismo tardío, es decir, su desintegración en dos polos: el del conocimiento experto y el de la verdad psicótica “privada”».

Pensemos por un momento en esto. ¿Qué fluye bajo la fascinación de la cultura popular por la imagen de este psiquiatra con afición por el arte italiano y la buena cocina? ¿No estamos ante el mismísimo deseo de narrar, de condensar simbólicamente, todo el dolor ante la figura del analista (como el Gran Otro) cuya historia particular le pone más allá de cualquier trauma periférico y cotidiano?

En base a Žižek, puede que nos encontremos, a través del personaje, con esa balsa autónoma pero herida, navegando peligrosamente entre la naturaleza brutal e instintiva y la razón más harta de sensibilidad; algo capaz de desentrañar todos los lapsus e incongruencias del inconsciente, cuyas fantasías no son realmente comprensibles y parece inmune a todos los test psicológicos (recordemos las banales quejas del Dr. Frederick Chilton, director del Hospital de Baltimore para Criminales Dementes, en las películas de 1991 y 2002, ese contrapunto ridículo y lamentable, los zoquetes en el centro del poder institucional oprimiendo y estorbando a los más talentosos).

¿Y si, efectivamente, el Dr. Lecter fuera nuestro analista? Haríamos la narración, traumática en tanto sociocultural, con el temor a que decidiera perforarnos el corazón y extraernos el hígado para prepararse un paté, cansado de las continuas quejas triviales o por el físico aburrimiento de escuchar la cansina ansiedad y depresión contemporáneas.

Para al final descubrir que estamos ante una de las simbolizaciones del analista lacaniano: como sospechara el pensador esloveno antes nombrado, en la cena donde serviría nuestras entrañas a sus invitados, en medio de nutritivas ensaladas ecológicas y vinos franceses y españoles con denominación de origen, se iría una parte extraordinariamente importante de esta condición de individuo aparentemente a salvo del vacío que nos acompaña desde siempre. Lecter, como el analista, devora  la “cosa del Yo” (en Lacan) como “inalcanzable objeto de deseo”, arrojándonos de nuevo a una especie de vacío ontológico del no-ser.

La mayor representación que hace 30 años nos mostraba la película sobre todo lo anterior, estaba en el quid pro quo entre la agente Starling y el Dr. Lecter: él le presta su singular ayuda profesional para atrapar al criminal Buffalo Bill y ella contesta algunas preguntas. Interrogantes que abren el camino al centro de su subjetividad: la orfandad, los animales engordados para luego ser conducidos al matadero, la huida, el desgarrador llanto de los corderos.

La muerte, el asesinato… es simplemente circunstancial. Lo importante, como en Marco Aurelio, es preguntarse por lo que cada cosa es en sí misma. Hannibal sabe que todo se condensa en una ritualización acerca del “objeto causa del deseo” y el acto del analista donde éste resulta devorado.

Y así fue: Clarice se escapó siendo una niña huérfana de aquel rancho, justo antes del amanecer. Lo hizo luego de escuchar los espantosos gritos de los corderos antes de morir y, sobre todo, de su negativa a escapar una vez que ella les abrió la puerta.

¿Decidió huir  ante el cortocircuito que en su inconsciente provocó aquel “terror a la libertad” de las víctimas inocentes? El Dr. Lecter tenía, por supuesto, la respuesta al problema central de la trama. ¿Salvar a la chica secuestrada por el desviado Buffalo Bill haría que los corderos dejaran de gritar en las pesadillas de la agente del FBI Clarice Starling? Estamos ante el analista como el auténtico caníbal, al parecer, se queda para sí la respuesta sobre el “objeto perdido”, resultando nuevamente inalcanzable para la paciente.  Claro, la agente nunca fue otra cosa que su paciente.

El Dr. Lecter y la perversión

Representación del Dr. Lecter, con su característica “máscara de fuerza”, durante su internamiento en el Hospital de Baltimore para Criminales Dementes

La fascinación del público por la película y su personaje principal, 30 años después del estreno, es explicable desde distintas ópticas. Una de las cosas que se plantean es la diferencia entre psicopatía y perversión, por ejemplo, a partir del crimen simbolizando el reverso de escalas éticas o morales (Romano, 2015) que, a su vez, guardan toda la debilidad de la construcción ideológica en tiempos de incertidumbre, ansiedad y sectarismo.

Estamos de nuevo ante la teorización del Joker: podemos ser ciudadanos ejemplares, pero la locura está a solo un mal día de distancia (claro, de un día endiabladamente malo).

Los términos “psicopatía” y “personalidad psicopática” tal vez no alcanzan a explicar el perfil del personaje. Incluso no sería del todo correcto decir que el Dr. Lecter tiene incapacidades emocionales o evidentes problemas de socialización, que no logra entender el comportamiento socialmente aceptado o manifiesta total desprecio por los deseos de los otros (en base al DSM-V).

Pero en Psicoanálisis existe la estructura clínica de la perversión, una especie de viaje de la subjetivación. En efecto, cuando Lecter hace hablar a Clarice sobre aquel trauma de la infancia que definió por completo su personalidad podría estar actuando la estructura perversa, donde algo del Yo es devorado (el recuerdo real que supera a la interpretación de la imaginación) y la víctima queda en cierta intuición acerca de la verdad de sus pesadillas, pero presa de la angustia por no saber si los actos de su vida darán sentido al todo. Mientras que el psiquiatra en su “auténtica” conciencia de la muerte (a la manera de Heidegger), está al otro lado del trauma o el dolor, sencillamente entregado a la contemplación de la “belleza, el arte y el horror”.

Estamos ante el (verdaderamente capitalista) quid pro quo de la perversión, donde damos continuamente sin recibir por completo aquello que se nos ha prometido. Deberíamos preguntarnos si, 30 años después, Clarice Starling ha logrado responder al Dr. Lecter: ¿Me avisará cuando esos corderos dejen de gritar, verdad?

Referencias bibliográficas:

Zizek, S., 2011. Hannibal Lecter y el analista lacaniano. Revista Internacional sobre Subjetividad, Política y Arte, [online] (Vol. 7, (1), pp.70-71. Recuperado de aquí
Romano, A., 2015. Éxtasis letal. Montevideo: Editorial Fin de Siglo, p.21.
Tendlarz, B., 2010. ¿De qué hablamos cuando hablamos de perversión?. [online] Elsigma.com. Recuperado de aquí

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