noviembre de 2024 - VIII Año

Luis Eduardo Aute, cineasta: ‘Un perro llamado Dolor’

‘...que todo en la vida es cine
y los sueños,
cine son.’

Aute dibujando Un perro llamado dolorAute dibujando Un perro llamado dolorVaya por delante que hablar solo de cine al hablar de Aute es una alevosa osadía por cuanto que mutilar una de sus múltiples facetas de creador aislándola del resto con la asepsia estéril que siempre exige la cirugía nos impele a asumir el riesgo de vaciarla de significado. Nos encontramos ante uno de esos raros ejemplos de hombre orquesta, artista de los que hoy llamamos con pomposa pedantería multidisciplinar y en estos casos, y Aute no es una excepción, todas las facetas se nutren y retroalimentan hasta hacerse indiscernibles. Cierto es que su faceta más recordada por el gran público es la de sus canciones, convertidas en himno ya para varias generaciones, y, quizá también, como artista plástico por aquello de que muchas de las portadas de sus discos lucen una de sus exquisitas pinturas. Su labor cinematográfica es, sin embargo, mucho menos conocida y aquí es donde puede tener alguna justificación la dudosa cirugía que nos ocupa.

En aquel su ya legendario tema ‘Cine, cine, cine’ del álbum ‘Cuerpo a cuerpo’ (1984) el malogrado Luis Eduardo Aute pedía perdón por confundir el cine con la realidad, y es que, como el Segismundo de ‘La vida es sueño’, se debatía en una ‘terra ignota’ donde la ficción ‘ad infinitum’ amenazaba con insomne voracidad con acabar con nuestra/su maltrecha realidad por evidentes razones de supervivencia: solo el arte, la ficción, el cine para ser más certeros, es el ‘deus ex machina’ que nos garantiza la ansiada redención frente al dolor y la derrota consuetudinarios. Y es que Luis Eduardo pertenece a aquella generación del baby boom que había llegado al mundo en plena Segunda Guerra Mundial y que de golpe y porrazo se encontró con un mundo nuevo en estado de crisis y más desapacible, si cabe, que el de sus padres. Aute nació en Filipinas en una Manila devastada por los bombardeos y para aquellos niños el cine fue un alimento de primera necesidad y si no baste recordar al cubano Cabrera Infante que ante la disyuntiva materna de cine o sardina se quedaba indefectiblemente con el primero. Es, pues, la generación de las grandes utopías frente a una época que va a encadenar conflicto tras conflicto con la mortífera precisión de una endiablada máquina de relojería, desde la bomba atómica hasta la caída del Muro pasando por la Guerra de Vietnam y, en nuestro país barnizada chapuceramente por la grisura ‘apacible’ de un régimen medieval que se perpetuó hasta más allá del límite de sus/nuestras fuerzas. La citada canción de Aute será toda una abierta declaración de principios estéticos donde aparecen esos ingredientes que van a alentar al cantautor en su pasión cinematográfica. Esa poética que se alimentará de aquellas innovaciones que trajo la banda de Truffaut y sus Cahiers du Cinéma y que cristalizaron en tantas y tantas películas de la ‘Nouvelle vague’ pero que a su vez exhibió siempre al fondo como espada de Damocles la omnipresente amenaza de las tijeras de podar de la censura.

Aute con Maurice RonetAute con Maurice RonetSorprendentemente, la música fue el último interés del joven Luis Eduardo. Su primera pasión fue la poesía puesto que habiendo sido educado en inglés en su ciudad natal cuando llegó a nuestro país sus conocimientos del español eran tan rudimentarios que su padre le puso un profesor que con buen tino le orientó al aprendizaje del idioma a través de los clásicos. Sus primeros contactos con la música también fueron desde el solemne oráculo de la Gran Música con los discos de ópera que se escuchaban en las veladas familiares. En seguida su impetuosa sensibilidad le orientó hacia la pintura con declarada precocidad y ya en la adolescencia su pasión por el cine le lleva a querer matricularse en la Escuela Oficial de Cine pero como no ha aprobado el entonces llamado PREU se ve obligado a hacer algunos cortometrajes porque es la otra puerta de acceso a dicha Escuela. En 1961 escribió su primer guión y presentó uno de esos cortos al concurso de la revista Primer Plano. El más destacado es el último cortometraje que hizo ya en 1974, en color y en 35 mm, junto a sus amigos Ana Belén y Jaime Chávarri como protagonistas y que llevaba por título ‘A flor de piel’. En tan solo 10 minutos, como si de una canción pop se tratara, nos contaba la historia de una pareja a través del amor y la incomunicación. Su canción ‘Las cuatro y diez’, de nuevo en esa ósmosis de la que antes hablábamos, traslada la misma historia a la secuencia del ‘Al este del Edén’ de Elia Kazan en la que James Dean tiraba piedras a una casa blanca, y ‘entonces te besé’. Amor y desamor que serán el ‘leit motiv’ de Aute durante toda su carrera y en todas sus manifestaciones a veces en brazos también de un erotismo sacralizado y/o blasfemo.

Al comienzo de la década de los 60 hace una escapada a París donde entra en el mundo del cine profesional como meritorio de Jean Luc Goddard y Luis Malle, entre otros y, ya de vuelta en España, aprovecha su dominio del inglés materno, el francés y el español para trabajar en los Estudios norteamericanos que por aquellos años vienen a filmar a nuestro país y así lo podemos encontrar participando en la mítica película ‘Cleopatra’ (1963) de Joseph L. Mankiewicz en calidad de intérprete y segundo ayudante de dirección de la segunda unidad, en la que se encarga de filmar las secuencias rodadas en España. También participa en 1964 en el film de Maurice Ronet ‘Le Voleur du Tibidabo’ (La vida es magnífica) como meritorio de dirección y en ‘Chaud, chaud, les visons’ (Hagan juego, señoras) de Marcel Ophüls.

Aute con MankiewiczAute con MankiewiczNaturalmente, como su carrera de cantautor ya había despegado su labor de músico para bandas sonoras es inevitable y también será inevitable su compromiso con aquellas películas que representaban un cine distinto en una España que empezaba a respirar tras el fin de la dictadura vinculándose a las propuestas más arriesgadas de la transición. La lista es muy larga y destacaremos solo algunas por su interés. Una de las primeras será para ‘Los viajes escolares’ (1976) de su amigo Chávarri, que intencionadamente se aleja de aquellas músicas de ‘qualité’ que el conspicuo Luis de Pablo aportaba al cine alegórico y críptico de los cineastas de la generación anterior como Saura, Erice o Franco. De las mejores, la que compuso para ‘In memoriam’ (1977), un fascinante y olvidado drama sobre el amor y el tiempo realizado por Enrique Brasó con texto de Bioy Casares. También serán memorables las de ‘Mi hija Hildegart’ (1977) de Fernando Fernán Gómez, ‘¡Arriba Hazaña!’(1978) de José María Gutiérrez Santos y, ya en 1981, la excelente banda sonora que escribió para el psicodrama de Josefina Molina, ‘Función de noche’, que interpretaron Lola Herrera y Daniel Dicenta.

La TV también le tentó tanto en su faceta de músico como de realizador. Y en este apartado hay que señalar la música incidental para la serie ‘La señora García se confiesa’ (1976) de Adolfo Marsillach con Lucia Bosè o la sintonía para ‘Biblioteca Nacional’ (1982-1983) del incombustible Sánchez Dragó con aquella canción ‘Todo está en los libros’ de grato recuerdo. En cuanto a la dirección filma un episodio del largometraje colectivo ‘Delirios de Pasión’ titulado ‘El muro de las lamentaciones’ (1986) y, posteriormente, ‘La pupila del éxtasis’ (1989), un episodio de la serie de TVE de igual título que la película anterior. En ella se codeaba con gente como Iván Zulueta, Félix Rotaeta, Ceesepe, Moncho Alpuente o Gonzalo García- Pelayo con los que le unía un mismo espíritu renovador.

Sin embargo, para encontrar su mayor contribución al cine en su papel de factótum hay que remitirse al cine de animación, como por otra parte resultaba esperable dada su doble condición de ilustrador y cineasta. Y es que, como apuntábamos más arriba y el mismo Aute consignó en su canción ‘Mira que eres canalla’, su periplo vital estaba cifrado en el cine como el último refugio frente a esa sempiterna derrota de la que venimos hablando. Y así como el prota de ella nos confiesa que ‘ahora me voy con Charlie al Alphaville, que reponen ‘La huida’, la de Sam Peckinpah con Steve McQueen’ Luis Eduardo se acoge a esa misma huida hacia delante para confinarse nada menos que cinco años de intenso trabajo en su estudio, donde literalmente se dejó los ojos, haciendo cerca de 5.000 dibujos para crear el largometraje titulado ‘Un perro llamado Dolor’ (2001). El film fue nominado a los Premios Goya 2001 en la categoría de ‘Mejor película de animación’. Cierto es que los dibujos, impecables, se articulaban en una animación diferente que desconcertó a propios y extraños y que por consiguiente no recabó siempre las buenas críticas que merecía permaneciendo muy pocas semanas en los cines. Si hubiera que buscarle un precedente nos tendríamos que ir a los lejanos pero decisivos tiempos de la República de Weimar con un film titulado ‘La idea’ (1927) que entonces hizo allí Bertolt Bartosch, un amigo de Bertolt Brecht, sobre una novela gráfica del artista flamenco Frans Masereel.

Un perro llamado dolorUn perro llamado dolorLuis Eduardo siempre, con su cultura enciclopédica, supo invocar a los fantasmas más venerables del pasado y arroparse convenientemente con sus fastos más encomiables. El empeño de reinventarse hasta el delirio le sirvió de guía en esta experiencia inédita en nuestro previsible panorama artístico. De nuevo el hombre orquesta ponía a prueba su espíritu de estajanovista impenitente. Le gustaba remar a contracorriente aunque esta actitud le condujera a la derrota, o al ostracismo. El título del film hace alusión al perro de Frida Kahlo que la doliente mexicana llamaba Dolor. Ninguna palabra mejor para catalizar los sentimientos que siempre han alimentado el alma de Aute como el título acerado y escueto del lúcido poemario de Vladimír Holan en su encierro del barrio de Kampa en Praga. Con ese perro de Khalo y el perro andaluz de Buñuel -otra de las venerables influencias del cantautor- articulará una colección de relatos jalonados por los respectivos perros de los pintores que homenajea- Goya, Duchamp, Picasso, Sorolla, Frida y Rivera, Dalí o Velázquez- y que transmutados en una suerte de proteico cancerbero le sirve de testigo mudo de este sobrecogedor aquelarre de imágenes. Siempre de la mano de la memoria y el lápiz hacemos un extraño viaje trufado de nostalgia al fondo de la imposible relación del pintor con su realidad exterior. El film se publicó en formato de disco-libro acompañado de un CD con su banda sonora en la que también colaboraban Silvio Rodríguez, Suso Sáiz y Moraíto Chico.

En el año 2012 volvía a las andadas con ‘El niño y el basilisco’, un corto animado que en formato DVD acompañaba a su disco ‘El niño que miraba el mar’. Inspirándose en una fotografía de su infancia en la que aparecía sentado en el malecón de su Manila natal se preguntaba cómo sería el encuentro del adulto que somos con el niño que fuimos en un hipotético encuentro entre ambos. En el 2015 concibió ‘Vincent y el Giraluna’, de nuevo con la animación como protagonista para acompañar un disco homenaje que se le tributó. Esta intensa y carnal relación de Aute con el cine acabará ese mismo año con su participación como actor y compositor en ‘Tras Nazarín, el eco de una tierra en otra tierra’ donde su adorado Buñuel vuelve a embriagarle aunque en la canción ‘Una de dos’, nos advertía, tratara de alejarse de sus dramas mexicanos al evocar el idílico triángulo amoroso de ‘Jules et Jim’. ‘Charme’ en estado puro. Aute y su habitual elegancia. Lamentablemente un infarto cerebral le apartó abruptamente de la vida pública poco después. El año pasado el director Gaizka Urresti le dedicó el interesante documental ‘Aute Retrato’ en el que sus amigos y sus colaboradores más cercanos –Chávarri, Sabina, Serrat, Ana Belén, Forges, Borja Casani, Jesús Munárriz, Massiel, Rosa León y Fernando Bellver, entre otros– se acercaban a la obra y a la personalidad del genial artista de ‘Al alba’. Ahora, cuando acaba de fallecer, es deseable que su aliento poético nos siga alumbrando esta España nuestra tan dada a olvidar a sus mentes más brillantes. DEP.

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