abril de 2024 - VIII Año

José Larraz y la Escuela de Salamanca

La idea, el concepto y la expresión “Escuela de Salamanca” son recientes, muy recientes. Su origen puede fijarse casi con la precisión del día y de la hora. Su autor fue José Larraz López (1904-1973). No fue exactamente un pensador o un teórico de la economía, del derecho o de la historia. Fue un gran abogado y un estudioso que realizó algunas investigaciones de relevancia suficiente para ser acogidas y valoradas por algunos de los más destacados economistas de su tiempo, como Schumpeter (1883-1950) o Hayek (1899-1992).

En las historias de la filosofía generales, al igual que en las del pensamiento español, nunca antes de él se utilizó la expresión “Escuela de Salamanca” para denominar al conjunto de autores clásicos españoles de la filosofía del derecho y del estado, y de la filosofía en general, de los siglos XVI y XVII. Antes, se los estudió separadamente, sin muchas conexiones internas ni exteriores, pese a que alguno, como Suárez (1548-1617), fueron trascendentales para el pensamiento europeo posterior. No le faltó razón a Julián Marías al decir que, durante dos siglos, los europeos aprendieron la metafísica en Suárez, pero no aprendieron la metafísica de Suárez.

Menéndez Pelayo (1856-1912), en su monumental Historia de los Heterodoxos Españoles, obra de juventud, se limitó a mencionarlos en el epílogo del Libro V, bajo la rúbrica de Resistencia Ortodoxa, pero sin referencia alguna a una concreta escuela de pensamiento determinada. Y José Luis Abellán, en su no menos monumental Historia Crítica del Pensamiento Español (1979), tampoco usó esa denominación. Abellán abordó separadamente el estudio de todos estos autores, sin establecer muchas conexiones entre ellos. Por ejemplo, trata a Juan Luis Vives (1492-1540), como máxima expresión del erasmismo español, pero desconectado de Francisco de Vitoria (1483-1546) o de Domingo de Soto (1494-1560), y sin conexión con los autores jesuitas de la segunda época de la Escuela de Salamanca definida por Larraz.

Antonio Truyol y Serra (1913-2003), en su imprescindible Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado (1975), sí utilizó la expresión “Escuela de Salamanca”, aunque la reservó para los autores de la primera época de la misma, o fase de los Dominicos, como Vitoria o Soto. Pero estudió a estos separadamente de Vives, a quien sitúa en el Humanismo Político, junto con Erasmo de Rotterdam (1466-1536). Al igual que trató a los que denomina tratadistas de la Compañía de Jesús, al margen de Vives y de los dominicos salmanticenses, que conformaron la segunda época, o fase jesuita, de la Escuela de Salamanca de Larraz.

Larraz estudió Derecho en la Universidad de Madrid, donde obtuvo al licenciase el Premio Extraordinario de Fin de Carrera. En marzo de 1926, ingresó con el número uno de su promoción en el Cuerpo de Abogados del Estado. Gracias a su brillante currículo, fue becado por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, para ir a Bélgica. Allí trabajó sobre la economía belga en el Instituto de Sociología Solvay de Bruselas (1927-1928), y estudió las causas de las que depende el desarrollo económico. Resultado de sus trabajos fue su libro La evolución económica de Bélgica, publicado en 1930.

Ejerció como Abogado del Estado en las Delegaciones de Hacienda de Barcelona y Madrid, y en la antigua Dirección General de lo Contencioso del Ministerio de Hacienda. En 1929, en los finales de la dictadura de Primo de Rivera, fue nombrado asesor jurídico de la Presidencia del Consejo de Ministros, por recomendación de José Calvo Sotelo. En 1930 entró en el Servicio de Estudios del Banco de España, que codirigió con Olegario Fernández Baños (1886-1946), aunque sólo estuvo un año. Tras la victoria conservadora en las elecciones de 1933, accedió a puestos destacados de política económica, como colaborador de Gil Robles, con quien reorganizó el Consejo Nacional de Economía, cuya vicepresidencia ocupó desde 1934. En 1935, dirigió la Comisaría Nacional del Trigo.

La Guerra Civil 1936-1939 le sorprendió en Madrid, de donde pudo escapar a mediados de 1937. En Zona Nacional, se incorporó al grupo de técnicos del equipo económico que hizo frente a los problemas financieros y económicos del gobierno de Franco. En noviembre de 1937 reorganizó el Servicio de Estudios del Banco de España en Burgos, encargándose Larraz de su dirección. Allí, propuso políticas y leyes necesarias para hacer frente a las consecuencias financieras de la guerra. En 1938 fue nombrado director del Servicio Nacional de Banca, Moneda y Cambio. Una destacada trayectoria técnica que culminaría con su nombramiento para Ministro de Hacienda, el 9 de agosto de 1939.

Sin embargo, el 19 de mayo de 1941, Larraz, presentó su dimisión como Ministro de Hacienda y abandonó la política para siempre. El motivo, sus hondas discrepancias con la opinión general del Consejo de Ministros respecto a la política económica que debía seguir España entonces. Una salida tan sorpresiva como lo había sido su ascenso al Ministerio, en 1939. En los 21 meses que ejerció de ministro, desplegó una notable actividad. Al hacerse cargo de las finanzas del Estado su objetivo fue alcanzar una situación de economía de paz.

Desde el Ministerio de Hacienda resolvió la reunificación monetaria de España, tras la Guerra Civil (1936-1939), entre la peseta republicana y la peseta nacional, con la Ley de 7 de diciembre de 1939, de desbloqueo de saldos bancarios en moneda republicana. Norma que complementó con la refinanciación de la deuda pública y con una reforma fiscal redistributiva, muy necesaria. Y con el control de la inflación. Tras 21 meses de ingente actividad al frente de la Hacienda Pública, abandonó la política para centrarse en la abogacía, en el estudio, en la investigación y en la docencia. No perdió la confianza de Franco, que le consultó en numerosas ocasiones, por lo menos hasta el Plan de Estabilización de 1959. Pero no volvió a tener responsabilidades públicas.

Al abandonar el gobierno, rehusó aceptar las ofertas que recibió, entre otras, la Presidencia de Telefónica, la de Renfe o la Embajada de España en Washington. Salió de la política para adentrarse en la abogacía, en el estudio y en la docencia. A él se deben algunas importantes aportaciones que lograron alcanzar resonancia internacional. Ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas al poco de su cese, en abril de 1943, de cuyo ingreso de habla después. También fue académico de la Real de Jurisprudencia y Legislación, en 1952, dedicando su discurso de ingreso a la Metodología aplicativa del Derecho Tributario.

Desde 1942, además de a la abogacía, se dedicó al estudio y a la investigación, en las Reales Academias de las que era miembro. Miembro de la Asociación Católica de Propagandistas, su faceta docente fue también importante en el Centro de Estudios Universitarios (actual Universidad San Pablo CEU). En la recién creada Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid, tuvo a su cargo la cátedra de Sociología, en 1947, aunque solo dictó un curso. Y también impartió conferencias, como la dictada en el Ateneo, el 22 de febrero de 1947, sobre La crisis de la sociedad contemporánea, citada en la última Historia del Ateneo de Madrid, de Víctor Olmos. Una conferencia importante por lo que dijo, ante quien lo dijo y desde donde lo hizo.

Pronunciada ante el entonces Ministro de Educación, José Ibáñez Martín, la disertación de Larraz se centró en la crisis social del siglo XX, fruto a su juicio de los excesos de la economía liberal del laissez faire, laissez passer, del siglo XIX, que no atendió la acuciante cuestión social. Un análisis que recuerda al del alemán Wilhelm Roepke (1899-1966), en su obra La Crisis Social de nuestro tiempo (1942), que quizá Larraz conocía. También señaló la importancia de los clásicos españoles de los siglos XVI y XVII, a los que él había denominado Escuela de Salamanca, en 1943, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y a los que consideraba los verdaderos teorizadores de la economía moderna.

En ese discurso de ingreso, de 5 de abril de 1943, titulado La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700), incorporó una honda investigación histórica. Con esta obra, Larraz impulsó la recuperación de los clásicos españoles del Siglo de Oro, agrupándolos en una única escuela. En el capítulo III del discurso, titulado El cuantitativismo monetario de Salamanca, empleó la expresión de “Escuela de Salamanca» por primera vez. Pronto se difundiría, al acogerla Schumpeter en su Historia del Análisis Económico (1954). La adopción de esa expresión y su concepto de escuela de pensamiento económico, fue una aportación indiscutible de Larraz.

La referencia de Schumpeter a la Escuela de Salamanca procedía de Marjorie Grice-Hutchinson (1909-2003), quien fue fundamental para recobrar a estos clásicos españoles. Por azar, conoció el discurso de Larráz y, no sólo lo utilizó para su tesis, sino que lo divulgó. Su obra La Escuela de Salamanca (1952), constituyó un hito en el pensamiento económico, pues su director de tesis, Friedrich Hayek, consideró de alto interés su trabajo. Grace-Hutchinson, con La Escuela de Salamanca, abrió una línea de investigación que proseguiría con el estudio de sus precursores medievales.

Unos 25 años después publicó una segunda entrega de sus estudios titulada El Pensamiento Económico temprano en España, 1177-1740 (1978), obra casi de mayor interés. En ésta, pese a su propósito de rastrear los antecedentes medievales del pensamiento económico de los escolásticos españoles del Renacimiento, realizó una importante aportación. En su obra, Grice-Hutchinson situó ante su espejo histórico a la ciencia económica que, hasta entonces, tenía datado su origen en Adam Smith (1723-1790), en Cantillon (1680-1743), en los mercantilistas o en sus precedentes inmediatos. Y el espejo reflejaba a otros personajes anteriores, como los adustos monjes dominicos y jesuitas españoles de la Escuela de Salamanca.

Gracias a estos estudios se logró recuperar, en el siglo XX, el pensamiento económico de los clásicos españoles del Siglo de Oro, agrupados por Larraz en su concepto de “Escuela de Salamanca”. Fue su más relevante aportación teórica. Sin ser exactamente un pensador o un teórico, Larraz hizo con ello una importante contribución a la historia del pensamiento económico y, en un sentido más amplio, realmente a la historia general del pensamiento.

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