octubre de 2024 - VIII Año

Manuel Azaña Díaz, el ateneista

Las experiencias vividas por Manuel Azaña (1880-1940) como socio del Ateneo de Madrid fueron trascendentales para la formación de su personalidad política y cultural. No fue la única entidad cultural a la que se asoció, pues también, desde octubre de 1899, fue socio de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Pero, como alguien dijo, no sería posible comprender a Azaña sin el Ateneo, al que se asoció en el año 1900, cuando contaba con veinte años. Fue un ateneísta distinguido, desde el primer momento, y el único socio de la Docta Casa que alcanzó a ejercer la Jefatura del Estado en España.

Su llegada al Ateneo coincidió con un gran relevo generacional en la Docta Casa, que veía desaparecer, incluso físicamente, a los grandes personajes que habían formado la Segunda Generación del Ateneo, la que se incorporó hacia mediados del siglo XIX. Un relevo generacional que también se estaba efectuando en España con toda la generación de la Restauración (1874-1923), en esos mismos años.

Azaña, al llegar al Ateneo, percibió el furor destructivo que acompañó la irrupción de la nueva generación ateneísta, que no era otra que la llamada Generación del 98. En principio, Azaña simpatizaba con esa nueva generación, pues como él mismo dijo, que una generación desaloje con poco miramiento a quien la antecede, es un fenómeno útil y necesario; por tanto, normal en los pueblos que trazan su historia sobre la razón de variar. No obstante, Azaña lo contempló también con desagrado. El no dejaba de sentir algo de disgusto y contrariedad, pues su decisión de incorporarse al Ateneo había nacido de la admiración que sentía por la entidad, y también por las personalidades más destacadas de la generación que desaparecía. Unas personalidades que padecían las más ásperas y amargas burlas y críticas de los noventayochistas y de los regeneracionistas. Azaña, que sería posteriormente muy crítico con la Generación del 98, no contempló exactamente con satisfacción las formas seguidas en el cambio de generaciones.

Y es que, la generación del 98, que había llegado al Ateneo con fuerza y con descaro, irrumpió también ante la opinión pública española, promoviendo un clima de repulsa y crítica de la situación española posterior al Desastre del 98. Una crítica que se convertiría en un amplio movimiento reformador que pronto alcanzaría un punto de exaltación nacional tan elevado, que abrió la crisis de la Restauración. Pero antes de que ese descontento llegase a ser un hecho nacional, ya había sucedido en el Ateneo. Azaña percibió ese hecho con nitidez.

El Ateneo, para él, era casi como una especie de maqueta de España, en la que se producían los mismos fenómenos y movimientos que sucedían a escala nacional, y con sorprendente semejanza. Con el seudónimo de Salvador Rodrigo, escribió entre 1902 y 1903 algunos artículos en los que empleó la expresión “la Holanda intelectual” de España para referirse al Ateneo. Veía entonces al Ateneo como una cámara de resonancia de los grandes acontecimientos políticos y sociales de la nación, como el mismo diría en su famoso discurso de apertura del curso del Ateneo, en noviembre de 1930, titulado Tres Generaciones del Ateneo.

De toda la generación declinante, entre la que figuraban personalidades de la categoría de Emilio Castelar, entre otros, Azaña se sintió especialmente atraído por la figura de Juan Valera (1824-1905), el gran escritor, que le inspiró una profunda admiración. Fue D. Juan Valera quien le sirvió de motivo y de inspiración a Azaña para alcanzar su primer gran éxito literario. Su ensayo Vida de Juan Valera, realizado entre 1924 y 1926, ganó el Premio Nacional de Literatura en ese año. Vida de Juan Valera fue una obra que condensó, a la vez, su fascinación por el Ateneo, y por Juan Valera, en quien casi personalizó al propio Ateneo.

No es el momento de distraerse en la personalidad de Juan Valera, de indiscutible atractivo. El mismo Azaña cuenta en su obra como los últimos años de su vida, ya fuertemente aquejado de ceguera, Juan Valera seguía asistiendo a las sesiones y tertulias de la Docta Casa, rodeado siempre de jóvenes ateneístas que le seguían con la misma rendida admiración que el propio Azaña. Y no era para menos. Hombre de vastísima cultura, cosmopolita como embajador y liberal moderado como político, sabía utilizar a la vez el tono crítico y la prudencia en las acciones. Novelista de gran éxito en su época, fue también el autor de una ingente obra ensayística e histórica. La edición definitiva de la Historia General de España, de Modesto Lafuente, con la adición del periodo comprendido entre la muerte de Fernando VII y la Restauración (1833-1875) fue dirigida por Juan Valera, con la colaboración de otros dos insignes políticos e historiadores, Andrés Borrego y Antonio Pirala.

Valle-Inclán y Azaña, en el centro, en una tertulia en el Ateneo de Madrid en 1930. BNE

Y no se pueden albergar dudas sobre la fascinación que despertó Valera en el joven Azaña. Está expresada con patetismo y con hondo dolor, en el modo cómo describió la muerte de Valera. Está claro que siguió con preocupación y angustia sus últimos días, con un detalle expresivo de una contenida emoción. Azaña lo describió así: (…) su último trabajo consistió en la redacción de un discurso para la Academia Española de la Lengua con motivo del tercer centenario de la obra de Cervantes. Y continúa Azaña diciendo que el 9 de abril de 1905, terminando de hacerse leer el discurso de encargo, Don Juan cayó fulminado. En las últimas horas del día 18, su mente, dilecta de las gracias, pasó.

El su Vida de D. Juan Valera recreó un Ateneo idealizado, respecto al que se mostraría sin embargo muy crítico en su citado discurso de 1930, Tres Generaciones del Ateneo. Pero aún le faltaba mucho tiempo de vida ateneista, y de vida en general, para llegar a esto.

Los años iniciales de la segunda década del siglo XX, fueron unos años de grandes decisiones y de grandes compromisos para Azaña. Había ganado en 1910 plaza de funcionario en el Ministerio de Justicia. Entre 1911 y 1912, estuvo becado un año en París, una estancia en Francia que influiría muchísimo en su formación. En el mismo año de 1913 firmó con, entre otros, Ortega y Gasset, el Prospecto de la Liga de Educación Política de España. Fue esta una iniciativa auspiciada por el Partido Reformista de Melquiades Álvarez, al que el propio Azaña se afiliaría en ese mismo año. Permanecería en el Partido Reformista hasta su paso al republicanismo, durante la Dictadura de Primo de Rivera.

En el año 1913 fue elegido Secretario Primero de la Junta de Gobierno, cargo en el que permanecería hasta 1920. Se desempeñó como tal bajo las presidencias de Rafael María de Labra y de Menéndez Pidal. Como Secretario Primero, desplegó una importante actividad en la reorganización de las finanzas del Ateneo. Rafael María de Labra, presidente del Ateneo de Madrid entre 1913 y 1917 y primer historiador del Ateneo, concluyó su Historia del Ateneo con un capítulo de título inquietante: el Presupuesto del Ateneo de 1905.

Según cuenta Víctor Olmos, en su reciente Historia del Ateneo de Madrid, una buena parte de esa inquietud la constituían las Cédulas Hipotecarias del Ateneo, emitidas en 1881 para la financiación de la construcción de la actual sede del Ateneo, en 1884. Las cédulas tenían un valor de 500 pesetas, cada una. En 1910, estaban pendiente de amortizar, todavía, 1.150 cédulas. Segismundo Moret (1833-1913) había abordado el rescate de las cédulas hipotecarias, que quedaron reducidas a 100, es decir, en una deuda de un montante de 50.000 pesetas, lo que suponía una reducción del 90%, que hicieron esa carga más soportable. Azaña no resolvió pues, exactamente, el problema de las cédulas hipotecarias del Ateneo, que ya estaba resuelto en lo fundamental por Moret. Pero sí que tuvo que realizar el remate final de la operación y elaboró la Memoria explicativa del asunto, cosa harto necesaria, por los revuelos que había organizado en la Docta Casa la inquietud económica padecida. Además, aprovechó su preeminente posición para abordar la reorganización de las finanzas de la entidad.

Su etapa de Secretario Primero coincidió con la Primera Guerra Mundial (1914-1918). De nuevo el Ateneo, maqueta a escala de España, vivió con enorme intensidad la polémica entre “aliadófilos” y “germanófilos”. Una polémica en la que algunos han querido situar el origen remoto de la contienda civil de 1936-1939. En realidad, Azaña, más que aliadófilo, fue francófilo. Protagonizó muchos actos y debates en la Docta Casa sobre aquella guerra emprendida para “acabar con todas las guerras”, como entonces se dijo. Pero su implicación en la Gran Guerra fue más allá. Estuvo destacado como corresponsal de guerra en Francia y en Italia. De los conocimientos que obtuvo de su estudio de los ejércitos contendientes, publicó en 1919 su obra Estudios de Política Francesa Contemporánea. La Política Militar, una obra en la que muchos han querido ver los precedentes de sus reformas militares de 1931.

En 1920 dejó la Junta de Gobierno del Ateneo, y se dedicó al relanzamiento de su vocación literaria. Fundó, con su amigo y futuro cuñado Rivas Cherif, la revista literaria La Pluma, con el apoyo económico de Amós Salvador Sáenz y Carreras, diputado liberal demócrata por Logroño. Pertenecía Amós Salvador a una rancia estirpe liberal riojana, iniciada por su abuelo, D. Tadeo Salvador, el abogado personal del General Espartero. La revista sacó treinta y siete números, antes de desaparecer en junio de 1923. En la revista colaboraron escritores de muy diversas características, como Unamuno, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez y varios de los poetas de lo que sería la generación de 1927 (Guillén, Lorca, Salinas). También lo hicieron Ramón Gómez de la Serna y el crítico musical Adolfo Salazar. En 1923, de nuevo con el apoyo de Amós Salvador, Azaña pasó a dirigir la revista España.

Volvió a la vida activa en el Ateneo, a la Junta de Gobierno, en 1930, en la candidatura de Gregorio Marañón. Marañón fue elegido presidente del Ateneo en marzo de 1930, pero dejó su cargo el 31 de mayo del mismo año, y Azaña se presentó a la Presidencia. Y la ganó, siendo elegido para un mandato que se extendería hasta 1932. Fue en la apertura del curso 1930-1931, en noviembre de 1930, hace ahora 90 años, que pronunció su discurso Tres Generaciones del Ateneo, al que ya se ha hecho mención.

Despacho de Azaña en el Ateneo de Madrid

Pero Tres Generaciones del Ateneo no fue un discurso propiamente sobre el Ateneo, aunque se refiera a su historia. Es una reflexión sobre España y su historia reciente, hecha desde el Ateneo, al que tomó como referencia. Pero está lleno de apreciaciones que nos dan muchas pistas sobre el pensamiento de Azaña. Su impugnación del Ateneo liberal de las dos primeras generaciones, constituía para él una referencia satisfactoria, casi analógica, de la impugnación que lanzaba contra el Régimen de la Restauración, a menos de dos meses de la sublevación de Jaca (diciembre de 1930) y a cinco meses de la proclamación de la IIª República. Pero no es una historia del Ateneo, exactamente, aunque muchos, equivocadamente, lo han querido ver así.

Su presidencia ateneista no fue muy satisfactoria. Tuvo muy serios problemas para simultanear el Ministerio de la Guerra y, poco después, el puesto de Primer Ministro, con la presidencia del ateneo. Por eso, y por la normativa de incompatibilidades vigente, no se presentó en 1932. Fue esta una época en la que Azaña escribiría sus peores juicios sobre el Ateneo. Una vez más, el efecto de “maqueta de España” del Ateneo, le llevó a anotar que la Docta Casa carecía de arreglo posible, sazonado todo ello con amargos y sarcásticos comentarios sobre algunos y a veces todos los ateneístas. Sus asistencias a actos en el Ateneo se redujeron mucho desde el 14 de abril de 1931. Y, en las pocas ocasiones en que acudió a la entidad durante esos años, se vio muy contestado y criticado. Como se ha indicado, en 1932, aprovechando la legislación de incompatibilidades aprobada por la República, finalizó su mandato sin optar a la reelección. Tras su salida del poder, después de las elecciones de 1933, Azaña retomó su actividad ateneista, en la Sección de Ciencias Morales y Políticas (actualmente denominada de Ciencias Jurídicas y Políticas).

El 21 de abril de 1934, pronunció en la Sociedad El Sitio de Bilbao, de la que era socio de honor, su famosa conferencia Grandezas y Miserias de la Política. Un texto fundamental en la vida política de Azaña, pues en él planteó, por primera vez, sus dudas sobre la acción política que desarrollaba, y sobre la política en general. Unas dudas que se explicitarían más rotundamente en textos posteriores, en su correspondencia y en sus diarios, y que constituirán el núcleo argumental básico de su famoso diálogo La Velada en Benicarló, publicado en agosto de 1939.

En su conferencia bilbaína de 1934, expresó su convicción de que el problema de la política es el de acertar a designar los más aptos y a los más dignos, un asunto que siempre le preocupó mucho. Para Azaña, se fracasaba en los regímenes cuando quien elegía era un príncipe, su querida o su barbero. La democracia era para él, quizá y en teoría, el mejor sistema para elegir a los más dignos, pero no es garantía suficiente y nunca es perfecta esa elección. La profesión política era para él una tarea sublime, pero sujeta a graves servidumbres. Un político sufre en su actuación una mengua de su personalidad moral y, en cierto modo, de su libertad. Para Azaña, los políticos eran, y siguen siéndolo, los seres más espiados, más juzgados, más escrutados y más sometido a una crítica implacable. El político está siempre al borde del precipicio.

Y es que la política, para Azaña, tiene también el terrible estigma de la fatalidad. La política no admite experiencias de laboratorio, no se puede ensayar, es un caudal de realidades incontenibles, no admite prueba o ensayo, es irrevocable e irreversible, porque nunca se puede volver a empezar. Y, por si eso fuera poco, el hombre poseído de la emoción política necesita justificarse ante su conciencia y ante la historia. Y ninguna de esas dos justificaciones es fácil. Pero, para Azaña, hay otra justificación, que es imposible de lograr. Es la justificación que se ha de conseguir cotidianamente ante la opinión pública, que espera siempre algo del político. Y para justificarse ante la opinión pública se ha de sacrificar frecuentemente la justificación ante la conciencia y ante la historia. Palabras que, proféticas o no, siguen constituyendo un espejo en el que deberían contemplarse todos los políticos, especialmente los actuales.

Azaña, tras su aparición en Bilbao, retomó poco a poco la actividad, en la política, sí, y también en el Ateneo. Como antes se indicó, su reincorporación ateneista la hizo en la Sección de Ciencias Morales y Políticas, que presidió en los cursos de 1934 y de 1935. En la política, en abril de 1936, accedió a la Presidencia de la IIª República. Todavía, en los tiempos de la Guerra Civil, 1936-1939, desde su alta magistratura, siguió prestando su asistencia al Ateneo. Según ha dejado expuesto D. Bernardo González de Candamo, Bibliotecario de la Junta de Gobierno y único directivo del Ateneo que permaneció en Madrid durante toda la guerra, hubo de acudir en numerosas ocasiones al Presidente de la República para conseguir el libramiento de los fondos necesarios para el mantenimiento de la Docta Casa, en tan difíciles circunstancias.

Con independencia del juicio que pueda merecer la vida y la obra de Manuel Azaña, queda en todo caso su trayectoria ateneísta, que es y será recordada con afecto por todos los ateneístas, por sus importantes contribuciones a la entidad. Quizá, como al principio se apuntó, sea posible comprender la vida del Ateneo sin Azaña, pero es imposible entender a Azaña sin el Ateneo.

*** Este texto corresponde a la ponencia presentada por el autor en la sesión inaugural del Homenaje a Azaña, en el 80 aniversario de su muerte, celebrado en el Ateneo de Madrid, el 18 de noviembre de 2020

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Archivo Entreletras

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