noviembre de 2024 - VIII Año

Nietzsche y la breve verdad

Solo nuestra concepción del tiempo nos permite llamar
al Juicio Final así; en realidad es un derecho de clase.
Franz Kafka

Por Ricardo Martínez-Conde*.- / Junio 2019 

niettzche1La mayor parte de nuestro tiempo tasado lo pasamos dudando. Sin embargo no es seguro que, como deudores de tal condición de duda, hayamos sabido destinar la parte que nos hubiera de corresponder, como seres pensantes, a aportar un atisbo de solución a tal problema. Esto es, educarnos para reducir la importancia de la duda en nuestras vidas. Claro que, ¿acaso es ésta una vaga formulación por cuanto la duda no hace sino exhibir nuestra única condición de seres vivos acionales, la de deudores en un mundo como éste de acuciante realidad? Es más, ¿no ha escrito Fernando Savater que, antes que un mal, es precisamente la duda el único alimento espiritual a que pueda aspirar el hombre como sustancia regeneradora?

¿Tal vez es éste el momento de reivindicar el principio vital por excelencia a que el hombre se debe y que Platón formuló, a modo de educación, como la necesidad de la sorpresa? Nietzsche, por su parte, expresa este sentimiento de un modo extraordinariamente sutil: ‘Todo lo duradero conmueve, despierta un anhelo de ello –hasta tal punto confundimos lo duradero con lo bueno’ (1)

Lo duradero, reparemos, somos, en principio, también nosotros. Tal es así hasta que la tragedia define el destino final. La duda, en efecto, comporta, esencialmente, un principio cuando menos de dualidad. Lo que nos implica de lleno en la figura del Otro. Otro que, tántas veces, no es sino la otra parte de nosotros mismos: ‘Aquel tenía las grandes obras, pero su compañero tenía la gran fé en esas obras. Eran inseparables; evidentemente el primero dependía por completo del segundo’ (2)

Ahí, convengamos, concluye todo. ¿O se inicia todo?

¿Podríamos decir (incluso pensar) que el expresarse con brevedad tiene relación con la verdad? Alguna relación debe existir, desde luego*. A todo aquel que hemos escuchado o leido (o pensado) con la mayor atención, a buen seguro que poseía un discurso breve, acaso sentencioso. Pero es que, cuando se sabe expresar lo esencial (y la verdad lo es dentro de la realidad y dentro de las especulaciones del hombre), no son necesarias demasiadas palabras. Es más, las palabras, las que se guardan en el silencio y aquellas otras que exponen nuestro ser o parecer, vienen después: como complemento, como observación. Antes, sin embargo, aquello que las desencadena, es un discurso breve. Casi podría decirse que la brevedad es quien más se aproxima, en la forma, a la verdad.

nit4Es el caso del aforismo, que Nietzsche elevó hasta rozar las cumbres del silencio, que es donde se guarda la entera verdad:** ‘Gracias a la segura perspectiva de la muerte podría estar mezclada a cada vida una exquisita y aromática gota de ligereza -¡y lo que vosotros, extrañas almas de boticario, habéis hecho de ella es una gota de veneno que sabe mal y vuelve repugnante la vida entera!’ (3)

El aforismo ha recorrido el paisaje de las palabras y ha llegado con una cosecha muy escasa, más significativa. El aforista ha sobrevolado el espacio de las palabras y ha señalado únicamente algunas de acuerdo a su pretensión, a lo que quería decir. Y una cosecha, también, axiomática, pues guarda una relación muy inmediata con la demostración, si bien la elude. Tal vez porque la expresión (o exposición) aforistica guarda más relación, digamos, con una verdad abierta que no con una verdad cerrada (si es que esta modalidad, en realidad, existe). Aún más, podría ser tan abierta que, al final, guarda una exquisita y diabólica semejanza con la duda:

‘¿Por qué la persona afligida está más inclinada a abandonarse ciegamente a los placeres de los sentidos? ¿Es el aturdimiento que producen lo que ella apetece? ¿O una necesidad de emoción a cualquier precio? Sancho Panza dice: ‘Si los hombres sienten demasiado las tristezas, se vuelven bestias’ (4)

Y aún podríamos sugerir otro ejemplo: ‘Sin música, la vida sería un error’ (5). ¿Qué habremos de elegir aquí: la verdad intrínseca o la duda, exclusiva y propia, que sugiere? En verdad, por todo ello, el aforista es aquel que nos conmueve.

¿Quién diría que la obra de Nietzsche ha sido breve a pesar de su material brevedad? ¿Quién, siendo atento lector, se atrevería a alimentar para sí la certeza de lo escaso en las palabras del filosofo dionisíaco y pasional en que tántas veces hemos hallado comprensión?

Al fin, sencillamente, su obra es una viva realidad, y ahí radica todo su bien, a sabiendas de que habiendo sido para él un argumento válido de acuerdo a su voluntad y a su inteligencia, lo es también para nosotros por cuanto de ello hemos obtenido el bien de su herencia como pensador. Algo que, interpretado ‘in extenso’, vendría a decir como educador, como liberador: ‘En la medida en que crece el sentido de la causalidad, disminuye el perímetro del reino de la moralidad: porque cada vez que se ha comprendido los necesarios efectos y saben pensarse separados de todos los accidentes, de todo después casual (post hoc), se han destruido un sinnúmero de causalidades fantásticas, en las que se creía hasta ahora como bases de costumbres –el mundo real es mucho más pequeño que el fantástico- y cada vez desaparece un poco de temor y de coacción del mundo, cada vez también un poco de respeto a la autoridad de la costumbre: la moralidad en total queda disminuida.’ (6)

nit2El pensar implica favorecer a los curiosos, a aquellos que, alimentados por la pasión, desean conocer los caminos de aproximación al lugar donde habita eso que hemos venido en llamar las verdades, un alimento del que necesitamos dada la escasez de los recursos de que nos ha dotado el Creador, el que juega con nosotros al modo de un entretenimiento oculto y trascendente. Y es que, solos, nos hemos descubierto como el objeto del juego.

¿Y por qué el juego?, ¿será porque juega mientras duda?, ¿será que sólo en nosotros, como objetos del juego, ha arribado la duda habiéndose instalado, eso sí, a perennidad? ¿Se nos habrá inoculado sin más (victimas siempre) la naturaleza, la perennidad de la duda? Más, ¿la duda para qué?

Nietzsche ha propiciado con su obra una compañía inexcusable para esa necesidad de vivir que nos conmueve, para ese estado de vigilia en que vamos, que somos. Él ha donado su legado, su ‘estado critico’ en nuestro favor. Y lo ha hecho a solas; brevemente, intensamente. Para ser así vivido. Con ello, Nietzsche nos ha aportado la compañía y la sombra. Un regalo y un desafío. Más su legado será imperecedero en nosotros, digamos que por pura lógica
; para vivir ‘Cabe discutir si es más nocivo expresar mal los errores o expresarlos tan bien como las mejores verdades. Bien es cierto que en el primer caso perjudican al cerebro de una doble manera y que luego es más dificil extirparlo, pero también es verdad que actúan con menos certeza que en el segundo caso; son menos contagiosos’ (7)

¿Cuál ha sido la herencia de la obra que Nietzsche nos ha legado? ¿Ha tratado de liberarnos o de encadenarnos a nuestros secretos? ¿Ha pensado para el hombre de la inteligencia o para el hombre del corazón? ¿Nos ha legado, en verdad, alguna esperanza más allá de la que pueda encerrar la propia duda y que sólo alcanzará quien tenga la valentía de adentrarse en ella? ¿Ha tenido en consideración el amor en la vida del hombre o solo, en definitiva, ha reparado en los significados de su muerte?

nit3Curiosamente, no obstante, a pesar de la posible desorientación de las preguntas, es inevitable reconocer que Nietzsche, en su trágica soledad, ha sabido pensar en nosotros, ha sabido hacerlo por cada uno de nosotros. Y no ha errado, vive Dios. Más, para evitar cualquier afinidad al engaño, nos ha dejado una inequívoca advertencia personal:

Esta época es como una mujer enferma,
Dejadla gritar, rabiar, echar pestes y romper mesa y platos.
¡Atrás! ¿Seguís mis pasos demasiado cerca!
¡Atrás, que mi verdad no os pise la cabeza!
Un grito se alzó a medianoche;
Llegaba del desierto. (8)

Él, que nos ha hablado del Superhombre, ¿será, al fin, que lo que nos ha legado (o ha pretendido legarnos) ha sido exclusivamente el sentido de la soledad?

Se va la mañana y mediodía
con viva mirada abrasa la cabeza;
sentémonos en el follaje
y entonemos canciones de amistad,
que fue temprano arrebol de la vida:
arrebol verpertino nos será,
pero el mediodía es solo un eco
que dice: el cielo matinal no
nos prometió triunfo más hermoso (9)

Ahí, en esa lúcida certidumbre, está todo.

Addenda

A propósito del pensar aforístico habla Alessandro Baricco de ‘el instante frágil en el que la reflexión se pone en marcha, utilizando a veces la propulsión de la paradoja, eligiendo articulaciones débiles o arriesgadas, concediéndose apodícticas provocaciones, buscando la repercusión de nuevas y provisionales verdades. Es el limite y la fuerza de todos los aforismos: sacar de su quicio la inmovilidad del pensamiento a través del poder acumulativo y grágil de la intuición. También cuando toman la forma de sentencias definitivas y perentorias lo que hacen es inaugurar la reflexiópn: nunca concluirla (…) Usando la insidia de la interrogación tratan de desestabilizar un cierto sistema de anqulosadas certezas. También donde acuñan respuestas, en realidad lo que hacen es esperarlas’ (‘El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin’. Ed. Siruela, Madrid, 1999, p. 10)

Notas:
1.- Fiedrich Nietzsche: Aforismos ed. Edhasa, Barcelona, 1999, p. 92
2.- Ibidem, p. 109-110
3.- Ibidem, p. 95
4.- Ibidem. p. 101
5.- Ibidem. p, 100
6.- Fiedrich Nietzsche: Aurora ed. Alba, Barcelona, 1999, p. 25
7.- El mismo: El caminante y su sombra ed. Clasicos Delección, Madrid, 1999, p. 90
8.- El mismo: Poesía completa ed. Trotta, Madrid, 1999, p. 106 (1873)
9.- Ibidem. p. 147
** Edmond Jabés dixit

ricardo cir

* Ricardo Martínez-Conde es escritor, web del autor https://ricardomartinez-conde.es/

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