noviembre de 2025

Tiempo y azar

Si existe una evidencia manifiesta, una proposición incuestionable, es que no se elige ser y que, por consiguiente, tampoco se elige ser el que uno es. Mas, a partir de esta espontánea aparición en el mundo de la vida y mientras nos sea posible ser viajeros de la “Flecha del Tiempo”, hemos de intentar hacernos cargo de nuestra existencia y además deberemos procurar ejercer nuestra autodeterminación personal. El asunto no parece discutible.

El discurrir del viaje existenciario tampoco parece ofrecer dudas: venimos de ayer y vamos hacia el mañana. Entretanto, nuestra vida transcurre en el ahora, ese presente temporal y temporario situado entre el pasado y el futuro. Así nos lo muestran nuestras sensaciones y percepciones, nuestra memoria. Este es el proceso natural que protagonizamos en cuanto seres vivos y que se desarrolla desde el nacimiento hasta la muerte. Y esto no resulta confuso, aun por mucho que el admirado Albert Einstein afirmase que “Pasado, presente y futuro son solo ilusiones pertinaces”. Pero, en todo caso, además de pertinaces, serían ilusiones materiales, sustantivas y constatables, e incluso definitivas e irreversibles, como la muerte acaba poniendo de manifiesto. Otro destacado físico, Ilya Prigogine, en El fin de las certidumbres, no dejaría de contradecir a Einstein: “El tiempo y la realidad están irreductiblemente vinculados. Negar el tiempo puede parecer un consuelo o semejar un triunfo de la razón humana, pero es siempre una negación de la realidad”.

Y frente a la convicción de que somos seres temporales, la incertidumbre de la existencia, las circunstancias no siempre previsibles del vivir y las incógnitas del futuro. Y e esto se refería el poeta griego Píndaro, allá por el siglo V a. C., en la oda Olímpica XII: “Cegada está la mente ante el futuro. / Muchas cosas, inesperadamente, / le suceden al hombre”. Pues resulta imposible prever y controlar de manera absoluta nuestra peripecia vital, ya que no todos (ni siempre) los acontecimientos que protagonizamos forman parte de un proceso “lineal» y previsible, sino que también pueden depender de un proceso “no lineal» y aleatorio producido por un sistema de causas no coordinadas e imprevistas. Para terminar, por tanto, adentrándonos en rutas impuestas y decididas por la contingencia del azar. Sucesos imponderables que a veces pueden provocar un formidable y significativo impacto en el desarrollo de nuestras vidas, llevándonos a situaciones inéditas y cambios radicales en nuestra vivencia que anteriormente nunca hubiésemos considerado factibles y, mucho menos, consumados.

Sin duda, cada uno de nosotros constituimos un sujeto irreductible, una subjetividad singular, una específica entidad humana forjada a partir de un yo biológico y un yo sociocultural. Una naturaleza orgánica y una condición comunitaria que nos conforman y que determinan y condicionan esencialmente la acción de nuestras vidas. Y asentados en esta encrucijada hemos de ejercer nuestra autodeterminación personal.

Y así, frente a las imprevisibles causas que propician la acción del azar, o procurar hacernos cargo de nuestra existencia o practicar la pasividad e indiferencia más absolutas ante el destino. O, si no, postrarse en los templos de las divinidades protectoras, como la Tique helénica o la Fortuna romana, para implorar que derramen sus dones sobre nosotros y nos libren de toda calamidad. Pues difícilmente será hacedero huir de la indeterminación del constante juego de dados, juego que en árabe clásico se denominaba azahar y en latín alea, y de ahí aleatorio, que se entromete en nuestras vidas ya sea para otorgar favor o para acarrear desgracia.

Epicuro, el filósofo del Jardín ateniense, que concibe el pensamiento filosófico como una teoría del ser humano y su destino en el mundo, explica al final de su Carta a Meneceo que unas cosas suceden por necesidad (y esas serían las circunstancias que rodean y acompañan nuestra aparición en el mundo de la vida), otras cosas ocurren por azar y otras por voluntad propia. Epicuro, frente a la necesidad determinista y la acción fortuita del azar, propone y defiende la libertad de la voluntad humana, es decir, la autonomía personal, el libre albedrío. Propuesta que lleva a contemplar el curso de los acontecimientos existenciarios no como obligada predestinación ni como simple desempeño de un destino casual y arbitrario, sino como un proceso que está en nuestras manos admitir y controlar de algún modo. Puesto que al practicar el libre albedrío,  aunque el margen de libertad sea exiguo, nuestras elecciones y decisiones personales van influyendo en nuestro futuro y de esta manera podemos ir elaborando nuestro propio destino.

Una conducta autónoma y claramente intencional que, si no permite asegurar el mejor de los destinos, cuenta al menos con la virtud de ejercer el juicio propio y hacernos libres. Y esta decidida voluntad es todo lo que podemos llevar a cabo para intentar satisfacer aquel deseo que representa sin duda nuestro más decantado y firme querer: que la existencia nos parezca digna y merecedora de ser vivida. Y que, a pesar de la invencible contumacia del azar, nuestro vivir tenga un sentido propio y tolerable.

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