abril de 2024 - VIII Año

Pedro López Lara: “Al final el único tema posible es el paso del tiempo”

Pedro López Lara (Madrid, 1963) es filólogo. A finales de 2020 fue galardonado con el Premio de Poesía Rafael Morales y, en 2021, con el Premio Ciudad de Alcalá de Poesía, por un poemario, Museo, que se publicará en otoño de este año.

Ha sido también finalista de los premios Ciudad de Badajoz, Tomás Morales, Hermanos Argensola, Lorenzo Gomis y Juan Ramón Jiménez de Coral Gables, en todos los casos en la convocatoria correspondiente a 2021.

El poeta ha publicado hasta la fecha cuatro poemarios: Destiempo (Ayuntamiento de Talavera de la Reina, Colección Melibea, 2021 –Premio de Poesía Rafael Morales–), Meandros (Madrid, Ediciones Vitruvio, 2021), Dársena (Madrid, Ediciones de La Discreta, 2022) y Escombros (Madrid, Ediciones Vitruvio, 2022). Ha participado asimismo en la antología Laberinto breve de la imaginación (Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2021).

Entreletras ha conversado con Pedro López Lara sobre su poesía y su último poemario publicado, Escombros.

–Usted ha comenzado a publicar poesía a una edad avanzada. ¿Pero en qué momento puede situarse el inicio de su producción poética? ¿Cuándo empezó a escribir los poemarios que viene publicando desde 2021?

En la presentación de un libro creo recordar que dije que la cronología de mis poemas y poemarios es confusa. Sigue siéndolo, al menos para mí. De esa confusión puedo rescatar, no obstante, una certeza: hay poemas alejados del momento presente y otros cercanos a él. Y me parece que estos últimos –siempre y cuando interpretemos la palabra cercanos de una manera generosa y confusa– son más abundantes.

–Ha obtenido dos premios importantes, el Premio de Poesía Rafael Morales y el Premio Ciudad de Alcalá de Poesía. Asimismo, ha visto sus poemas publicados en sellos editoriales de prestigio. ¿Esperaba esta acogida cuando decidió dar a conocer su poesía?

Yo no decidí dar a conocer mi poesía. Fue mi mujer quien concibió ese empeño, y lo hizo de una manera digamos muy insistente y próxima al chantaje, es decir, persuasiva.

–¿Qué supone para usted Escombros en su trayectoria poética?

Para contestar a esa pregunta tendría que saber cuál es mi trayectoria poética; es más, tendría que averiguar si tal trayectoria o algo al menos parecido a ella existe. Y ambos son proyectos que no me seducen.

–¿Por qué ese título tan inquietante?

La verdad es que no lo sé. Pero, como presentía que alguien acabaría preguntándomelo, he ido elaborando una respuesta. El poemario se titula así porque decidí que todos llevaran como título una sola palabra; me parece más cómodo y pienso que al fin y al cabo el título de una obra literaria es solo un nombre propio que permite designar esa obra, como lo son Pedro, Francisco o Raquel, palabras que no significan nada pero resultan útiles para llamar a quienes las portan o hablar de ellos. En el caso de los títulos ocurre en el fondo lo mismo, solo que, al ser por lo general el título un nombre común o un sintagma –cosas verbales que sí tienen significado–, algunos lectores, normalmente pocos, se empeñan en encontrar relaciones entre ese significado y la obra. Confieso sin pudor que yo mismo lo he hecho al escribir sobre algún libro ajeno. Pero no porque mi creencia fuera distinta de esta que expongo aquí, sino porque es una artimaña socorrida y que a veces da mucho juego. Además, que yo profese esa fe no implica que nadie esté obligado a compartirla, de modo que tal indagación puede ser pertinente en el caso de autores que sí buscan una relación significativa entre título y obra.

Por otra parte, el temor a que alguien me preguntara esto me ha situado en condiciones de poder responder de una manera más convencional: para mi sorpresa, he hallado en el libro bastantes poemas en que una memoria enferma y alejada de los hechos ve los recuerdos que quedan en ella, inseguros y probablemente inciertos, como restos de algo remoto, esto es, de una forma que podríamos llamar escómbrica o escombrosa.

–¿Cuáles diría usted que son los temas más relevantes que aborda en los poemas de Escombros?

El paso del tiempo. Y, ligado a él, todo lo que el tiempo se lleva consigo –recuerdos, amores, amigos…, la vida finalmente–. También hay un par de poemas, el primero y el último, que constituyen una especie de marco en el que el amor se aborda de una forma que pretende o aparenta pretender estar en rebeldía con ese tema general. Pero al final, se afirme o voluntariosamente se niegue, el único tema posible es el paso del tiempo.

–¿Está satisfecho con el resultado?

No tengo ni idea. Me siento desligado de la obra, no ya cuando se publica, sino mucho antes, cuando queda terminada. En cualquier caso, lo relevante no sería mi satisfacción, sino la de algún lector magnánimo o despistado.

–Algunos poetas corrigen y retocan sus poemas, incluso una vez publicados. ¿Es usted un poeta de primer impulso (parafraseando a Juan Ramón Jiménez) o trabaja mucho sus poemas hasta obtener la forma deseada?

Nunca he creído en la inspiración ni tampoco en la desvelada tarea de pulir durante años un texto que vaya usted a saber si estaba mejor como estaba al principio o como acaba estando. Pero lo cierto es que me ha pasado algo extraño, que contraviene mis convicciones, lo racional e incluso el sentido común: casi todos los poemas me han ocurrido, y empleo este verbo en su sentido etimológico: ‘me han salido al paso’, sin que, por favor, esta singular experiencia pueda ni deba confundirse con las nociones de inspiración, vocación u otras afines, de las que abomino: eso que me ha ocurrido es para mí, literalmente, algo inexplicable. El resultado de ese fenómeno, por llamarlo de algún modo, ha sido en muchas ocasiones una avalancha de textos que, teniendo ese tan sospechoso origen, exigían, en la mayoría de los casos, ser inmediatamente expulsados y aniquilados, y, en unos pocos, los supervivientes o candidatos a la supervivencia, ser sometidos a riguroso escrutinio y despiadada modificación. Esta última fase sí puede llevar cierto tiempo, a veces mucho, aunque, insisto, nada tenga que ver, a mi juicio, con lo que denota y connota el verbo pulir.

–Dígame, ¿qué autores o autoras han ejercido mayor influencia en su creación poética?

Me han influido “vitalmente” y supongo que también en alguna medida, como simple derivada, literariamente, muchos artistas, y no solo escritores. Por atenerme a los poetas y no remontarme demasiado en el tiempo, citaré unos pocos nombres: Cernuda, Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo –aunque no toda su obra, sino un poemario magnífico: El rey mendigo–, Benítez Reyes, Borges, Edgar Lee Masters, Eliot, Mallarmé, Valéry, Pessoa (esa increíble maravilla que es su “Oda marítima”). De algunos descubrimientos recientes, como el de la poesía de Javier Olalde, no puedo decir que me hayan influido, sí que han sido hallazgos felices. Pero lo cierto es que he tenido trato con otros difuntos –y que me perdonen esta generalización Benítez Reyes y Olalde, quienes están por fortuna muy vivos–, entre los cuales se encuentran novelistas, dramaturgos, e incluso gentes relativa y felizmente alejadas de los mundos literarios, como Nietzsche –caso que explica por sí solo la razón del adverbio relativamente: un crítico de la talla de Harold Bloom, si no recuerdo mal, pero mi memoria está bastante devastada, lo consideraba el mejor escritor en lengua alemana–, Wittgenstein, que nos enseñó a callar y después, harto de sí mismo y de nosotros, compuso las deslumbrantes obras que conforman lo que se ha dado en llamar el “segundo Wittgenstein”, Foucault, Marcuse, Eugenio Trías.

Y también se han avenido a acompañarme en determinados períodos pintores y cineastas. Estos dos últimos gremios me han brindado experiencias sumamente placenteras.

–¿En algún momento ha escrito en prosa (ensayo, narrativa, aforismos…) o ha pensado hacerlo en un futuro? 

He escrito muchísimo en prosa, casi siempre por necesidad –una necesidad no íntima, ni siquiera interior–, pero eso no viene al caso aquí; al fin y al cabo, como bien decía el derrotado y muy lúcido don Quijote, al poco de salir humillado de Barcelona y emprender el último tramo de su viaje, “cada uno es artífice de su ventura”, idea que, como casi todas, no era “original”: se encuentra ya en Apio Claudio el Ciego, según me explicó no hace mucho un insigne filólogo y hombre sabio –así lo sentenció con justicia en un artículo reciente publicado en El País otro grande de la filología, Francisco Rico–: José Antonio Pascual. Y las palabras me han conducido, casi sin quererlo, a reparar en un olvido: es mucho lo que debo a los filólogos; personas como las dos mencionadas, o como Guillermo Serés, Fernando Lázaro Carreter, José Ignacio Díez o Ignacio Bosque. Quede constancia aquí de mi gratitud a todas ellas y otras muchas que no cito.

–¿Cuáles son sus proyectos poéticos más inmediatos?

Los que el azar me depare: serán cosas, como los poemas, que me ocurran. A este respecto, me resulta tentador hablar de una categoría gramatical que me ha atraído siempre, la de los verbos inacusativos, quizá porque presiento que algo importante y que no sé qué es está implicado en ellos.

Y ya para acabar: si se fuera a una isla desierta, ¿qué libros tiraría al agua?

Depende de los libros que hubiera en la isla desierta, porque de lo que sí estoy seguro es de que, si alguna vez fuera a una isla desierta, no llevaría conmigo ningún libro. Demasiados hay ya en los lugares “poblados”, que por desgracia son los únicos que conozco.

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Archivo Entreletras

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