Dado lo ingente de su obra y la diversidad casi inverosímil de sus intereses, Leonardo da Vinci ha resultado siempre un personaje ideal para todo tipo de especulaciones e ideas estrafalarias. Además, lo anotaba absolutamente todo: se conservan unas trece mil páginas de su puño y letra, con su muy característica escritura especular.
No es de extrañar, por tanto, que resultara creíble el hallazgo de un nuevo manuscrito suyo, el códice Romanoff, supuestamente arrumbado en el museo del Hermitage y sacado a la luz a finales de los 80 por un tal Pasquale Pisapia, quien hizo una copia de su contenido. Del códice propiamente dicho nunca más se supo. Qué descuidado era Pisapia, caramba, piensa uno.
Por si fueran pocos los territorios del conocimiento frecuentados por Leonardo, de la aeronáutica a la zoología, vendría a resultar del descubrimiento de este códice una inesperada revelación: el italiano habría sido también un genio del saber culinario, un precursor de la nouvelle cuisine, y el inventor del bocadillo, el tenedor, la servilleta y el sacacorchos para zurdos, utensilios no menos revolucionarios y útiles que los ya a él adjudicados del helicóptero o el submarino.
Gracias a este descubrimiento, hasta es posible precisar cuál es el menú que se sirve en La última cena, nada vulgar, por cierto, con platos tan sofisticados como criadillas de cordero a la crema, ancas de rana con verduras o puré de nabos con rodajas de anguila. O saber de la estatua ecuestre, de tamaño cuatro veces mayor que el natural, del padre de Ludovico Sforza, que Leonardo erigió, no en mármol o bronce, sino en buen mazapán, y que tuvo un final desastroso en cuanto empezó a llover… Pero ¿cómo no lo previó el visionario Da Vinci?
Estas valiosas notas se publicaron en forma de libro en Inglaterra, precisamente un 1 de abril de no recuerdo ahora qué año. (Ya sabemos que en los países anglosajones el 1 de abril viene a ser nuestro 28 de diciembre). A España llegó de la mano de la editorial Temas de Hoy y del reconocido gastrónomo José Carlos Capel. Fue todo un éxito: diez años después, según explica el propio Capel, había vendido 75.000 ejemplares. Ahora deben de ser bastantes más. Y no es extraño, porque el libro es divertidísimo.
Lo que no es, desde luego, es de Leonardo da Vinci. Sus verdaderos autores fueron los británicos Shelagh y Jonathan Routh, y se trataba de un sofisticado divertimento. En su versión española, sin embargo, muchos lectores y no pocos críticos tomaron perfectamente en serio los hilarantes disparates que en él se relatan, hasta que en 2011, en las páginas del diario El País, José Carlos Capel se vio obligado a explicar la broma. Lástima, porque el libro merece ser auténtico. Y porque esta salida a la palestra del avalista del libro estropea este juego, tan borgiano, de la navegación, aventurada y venturosa, entre la realidad y la ficción.
En traducción de Marta Heras, unas pocas muestras de la sabiduría culinaria de micer Leonardo:
«DEL PAN Y DE LA CARNE I: He estado pensando en tomar un trozo de pan y colocarlo entre dos pedazos de carne, mas ¿cómo he de llamar este plato?
»DEL PAN Y DE LA CARNE II: ¿Y si dispusiera la carne entre dos trozos de pan?
»DEL PAN Y DE LA CARNE III: La rebanada de carrillo de buey debe ir entre sendos pedazos de pan y no al revés. Será un plato como no se ha visto nunca en la mesa de mi señor Ludovico Sforza. En verdad, se podría disponer toda suerte de cosas entre los panes: ubres, testículos, orejas, rabos, hígados. Los comensales no podrán ver el contenido al atacarlo con sus cuchillos. Lo llamaré, por eso, Pan Con Sorpresa».
«DE LOS MODALES EN LA MESA DE MI SEÑOR Y SUS INVITADOS: No apruebo la costumbre de mi Señor Ludovico de limpiar su cuchillo en los faldones de sus vecinos de mesa. Las demás personas de su Corte lo hacen en el mantel, y, luego que abandonan la sala de banquetes, hállome contemplando una escena de tan completa depravación que considero prioritario, antes que esculpir cualquier caballo o pintar cualquier retablo, dar con una alternativa. He ideado que a cada comensal se le dé su propio paño, que después de ensuciado por sus manos y su cuchillo podrá plegar para de esta manera no profanar la apariencia de la mesa. ¿Pero cómo habré de presentar esos paños y cómo habré de llamarlos?».
«DE LOS MODALES EN LA MESA II: Esta semana he sufrido otro contratiempo en la mesa. Había ideado para un banquete un plato de ensalada, con la intención de que el gran cuenco fuera pasado de una persona a otra, y que cada uno tomara una pequeña cantidad. En el centro había huevos de codorniz con huevas de esturión y cebolletas de Mantua, en torno a cuyo conjunto estaban dispuestas suculentas hojas de lechuga provenientes de Bolonia. Pero el invitado de honor de mi Señor Ludovico, cardenal Albufiero de Ferrara, agarró todo el centro con los dedos de ambas manos y con la mayor diligencia devoró todos los huevos, huevas y cebolletas. Luego procedió a enjugar su cara de salpicaduras con las hojas de lechuga de Bolonia y volviolas a colocar, así deslustradas, en el cuenco; el cual, al no ocurrírsele otra cosa al sirviente, se le ofreció luego a mi Señora Beatrice d’Este. He permanecido grandemente agitado por lo ocurrido y se me ocurre que no podré presentar a la mesa mi cuenco de ensalada en próximas ocasiones».
«DE LA MANERA CORRECTA DE SENTAR A UN ASESINO A LA MESA: Si hay un asesinato planeado para la comida, lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será objeto de su arte (a la izquierda o a la derecha según el método del asesino); de esta forma no interrumpirá tanto la conversación. Después de que el cadáver, y las manchas de sangre, de haberlas, haya sido retirado, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa, y en este punto un buen anfitrión tendrá siempre nuevos invitados esperando afuera, dispuestos a ocupar los sitios vacantes en la mesa».
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Leonardo da Vinci. Notas de cocina. Compilación y edición de Shelag y Jonathan Routh. Presentación de José Carlos Capel. Prólogo de Marino Albinesi. Traducción de Marta Heras. Ediciones Temas de Hoy, 1999.