marzo de 2024 - VIII Año

Italo Calvino en el centenario de su nacimiento (I)

Las múltiples capas de la cebolla:

No era sin embargo un lector apresurado, famélico. Había llegado a la edad en que la segunda, la tercera o la cuarta lectura dan más placer que la primera. Y sin embargo, le quedaban todavía muchos continentes por descubrir. Cada verano, los preparativos más laboriosos antes de partir al mar eran los de la pesada maleta de libros: según la inspiración y los razonamientos de los meses de vida ciudadana, Amedeo escogía cada año ciertos libros famosos que quería releer y ciertos autores que afrontaba por primera vez. Y allí en el escollo los iba agotando, alzando a menudo los ojos de la página para reflexionar juntar las ideas.
(Italo Calvino)

Todo se reduce a un juego de códigos

El 15 de octubre de1923 vio la luz en Santiago de Cuba, Italo Calvino. Han sido muchas sus aportaciones y sus lucidas reflexiones sobre la deriva europea y la soledad y aislamiento del hombre contemporáneo. La crisis en la que estamos inmersos tiene muchas implicaciones políticas, sociales, filosóficas pero, por encima de todo, culturales. Supo detectarlas y actuar en consecuencia.

Es un escritor poliédrico y tremendamente complejo. Cultivó el periodismo, fue un narrador de un alcance y de una profundidad ostensible. Sus novelas son interesantes por diversos conceptos y captan los ‘latidos’ de su tiempo y diversos ‘enigmas’ que permanecen sin resolver, sus cuentos por otra parte contienen ‘secretos’ sobre la existencia que están fuera del alcance de quienes no indagan, como él hace, en la condición y en el desconcierto de una época. El misterio forma parte de lo real. No hay que penetrarlo de frente sino de forma tangencial y oblicua.

Es un autor imprescindible para entender el cambio de dirección que se opera en la cultura europea —y especialmente italiana— en unos años comprendidos entre el final de la guerra civil europea y la caída del Muro de Berlin, acaecida pocos años después de su muerte. Por cierto, su sonrisa irónica y enigmática, hubiera despreciado por simplista teorías grandilocuentes y vacías como la que anunciaba el fin de la historia.

La realidad no se deja traspasar impunemente sin ofrecer resistencia. Es alambicada y compleja. Para decodificarla, hay que entrar en ella estudiando las ramificaciones y vericuetos que ofrece. Es significativo que en la mayoría de sus obras se pueden apreciar diversos niveles de lectura. Sucede de forma diáfana con su trilogía ‘Nuestros antepasados’ y especialmente con ‘Las ciudades invisibles’ y con la criptica y un tanto indescifrable ‘Si una noche de invierno, un viajero’. Allí hallamos juegos intelectuales que remiten a concepciones metaliterarias.

En ese juego, que paradójicamente es muy serio hace todo lo posible por salvar a sus lectores—náufragos de la mentira y del ruido reinante. Y, lo más asombroso es que lo hace sin aspavientos, con sencillez, con naturalidad.

En su juventud su literatura fue políticamente comprometida. Cultivó el realismo socialista y cuando se fue desengañando de sus rígidos esquemas ideológicos, inició una intensa búsqueda mezclando elementos reales con fantásticos hasta llegar a fundirlos, lo que le permite aproximarse al pasado, analizar críticamente el presente e, incorporando diversas técnicas vanguardistas, plantear con rigor la crisis que padecemos y que nos tiene atrapados, prisioneros, rehenes de quienes ocultan sus aviesas intenciones a la par que sus rostros. Una estrategia a un tiempo meditada y perversa que confunde y aliena, sustituyendo la información por el alboroto. Es elogiable tomar conciencia de que es inaceptable la pasividad.

Las páginas de sus obras nos recuerdan que ‘las trincheras metafóricas’ no han desaparecido aunque, como la mayor parte del suelo europeo, permanecen en ruinas. Eso sí, esperando la menor oportunidad para alzarse.

Para Italo Calvino las nuevas líneas rojas de las ciudades afectan a las clases sociales, a los modos de vida y a las esperanzas de los más vulnerables. No faltan quienes procuran hacer invisibles las desgracias, la explotación y la miseria, por eso, Italo Calvino ilumina ‘con el foco de su inteligencia’ todo aquello que no se quiere mostrar para transmitir una falsa sensación de paz y tranquilidad que solo engaña a quien se deja guiar con los ojos vendados por ese intrincado laberinto. Y, sin embargo, bajo una apariencia de ficción se libra en su literatura ‘una batalla por los derechos’.

No resignarse, cuando muchos lo hacen, es una prueba de resistencia moral. Considera como no podía ser menos, que los lectores buscan en la literatura consuelo, mas la mejor forma de suministrárselo no es debilitar sus defensas. ‘La fe del carbonero’ solo conduce a más sumisión y deja el terreno expedito para otros engaños, que más temprano que tarde, se llamaran posverdades. Una larga decadencia cultural ha comenzado en Italia y en otros países europeos.

Es un escritor con una fuerte carga escéptica, lo que naturalmente, no le impide proseguir la búsqueda e incluso atreverse a explorar lo invisible. En sus páginas se advierte una duda razonable de que pueda existir un conocimiento cierto, más no renuncia a aproximarse con rigor, llegando incluso a ir más lejos que otros autores en esa búsqueda. Se mueve con soltura en el terreno de las conjeturas, gusta de reformular y de ‘inventar’ contra—argumentaciones. Leído con atención se desprende de sus obras una epistemología que, en cierto modo está al margen de lo que muchos consideran el ámbito epistemológico. La verdad y la certeza tienen muchas aristas.

Se niega a someterse a la dictadura de lo ‘políticamente correcto’. Analizado con rigor no niega la realidad sino que se complace en crear realidades ‘paralelas’. El resultado literario es sencillamente formidable.

No sólo no se detiene sino que se enfrenta a obstáculos creativos que, en alguna medida, dificultan pero que dan vuelo a sus narraciones. Las ‘alucinaciones’ también forman parte de la realidad. La lógica, por paradójico que resulte, no es univoca sino equivoca. A poco que nos adentremos en su ‘modus operandi’ nos vemos arrojados a un mundo incognoscible. Una lectura apresurada y superficial, conduciría a creer que su literatura se atiene a los principios de la lógica convencional, cuando no es así.

Da sobradas muestras de que para él la misión del intelectual es incordiar de un modo original, personal y un tanto iconoclasta. Si se profundiza en muchas de sus páginas emblemáticas, observamos que hay en ellas una demolición sistemática de dogmas que aluden a una crisis de pensamiento y de creatividad que, en buena medida, paraliza y aliena.

Tradición es custodiar el fuego, no adorar las cenizas

Es más que oportuno tener en cuenta algunos datos biográficos que nos pueden resultar de ayuda para valorar, en sus justos términos, su literatura y el alcance de su legado.

Es un narrador muy sólido y contundente. En su obra es perceptible una dolorosa prolongación de una herida infectada. Sus páginas buscan y no encuentran certezas y si inseguridades e incertidumbres. Da cuenta de ello.

En su mundo literario hay una profunda preocupación y tristeza, porque los europeos hemos dimitido de nuestro deber como ciudadanos. Ese es el origen de tantas crisis, preocupaciones y pasos en falso de este tiempo turbulento, comprendido entre el final de la segunda guerra mundial y 1985, fecha de su muerte.

Con inteligencia y con paciencia de araña sabe posar su mirada, a un tiempo en direcciones cruzadas, procurando entender ‘el engranaje’ y ‘las claves’ que mueven la maquinaria de eso que llamamos historia. Su deseo no es otro que plasmar en escritos, un tanto subversivos, lo que pasa y lo que nos pasa. Una mugre maloliente nos circunda y parecemos condenados a movernos en escenarios manifiestamente hostiles.

Su técnica narrativa le hace parecer un depredador que siempre está alerta en actitud de acecho y presto a ocultarse, a camuflarse, incluso a desaparecer dando a sus páginas una apariencia de objetividad tan artificial como creíble.

Recurre a mitos, formas y tropos cargados de sentido o que tuvieron sentido en tiempos de nuestros ancestros para buscar explicaciones a este presente incierto.

Recurre, en bastantes ocasiones, a explorar las voces de su interior que pugnan por salir a la superficie y expresarse. Italo Calvino sabe despertar en el lector los mecanismos que impulsan a un nivel de lectura más exigente. Hace falta un entrenamiento duro capaz de descender ‘a las profundidades del yo’. Escribir no es, desde luego, tranquilizar conciencias ni un bálsamo cosmético, sino hacernos conscientes de nuestros fantasmas interiores.

Se niega con rotundidad, a aceptar la pretendida inutilidad de la narrativa. Los hombres y mujeres del siglo XX, somos seres que ocultamos nuestra fragilidad bajo aspectos que simulan fortaleza, tal vez por miedo a desmoronarnos. Hay que poner de manifiesto, pese a la urgencia de estas reflexiones, la forma en que se adentra en la incomunicación que existe en las ciudades y en la vida mecánica que impone una falsa sensación de progreso.

Un vacio social nos conduce a atolondramientos vertiginosos, desplazamientos a ninguna parte, que pretenden ocultar la inexistencia de lugares seguros donde guarecerse del desconsuelo y la desdicha.

Somos sombras alucinadas que deambulan por espacios inhóspitos. Estamos repletos de irracionalidad y practicamos una obediencia ciega a quienes nos manipulan, quizás por eso, sea tan ostensible la admiración de Italo Calvino por los valores de la Ilustración.

Otro aspecto de calado, es que lo que verdaderamente nos importa y que, en buena medida hemos olvidado o marginado, merece sacrificios. Sentir el dolor, reivindicar rebelarse frente a esa realidad empobrecida, es apostar por las posibilidades futuras de libertad y dignidad.

Italo Calvino nació en un suburbio de La Habana. Sus padres le inculcaron valores progresistas procurando que no rehuyera el compromiso y que estuviera dispuesto a luchar contra la opresión y las injusticias. De hecho, su padre en su juventud fue un libertario y, posteriormente, apoyó un reformismo transformador socialista. Su madre, por su parte, le inculcó un respeto a los valores cívicos y un amor a la ciencia. Tuvieron el acierto de no educarlo en la aceptación de la fuerza aplastante de los soberbios, ni en que considerara una paz impuesta y pretendidamente libre de conflictos como algo soportable.

No es, desde luego baladí, haber recibido una educación laica y antifascista. Como consecuencia de esto rechazó visceralmente el totalitarismo mussoliniano y formó parte de las brigadas partisanas.

Al finalizar la contienda ingreso en el PCI. Dos hechos, conviene resaltar, de este momento. Su relación con Cesare Pavese y con Elio Vittorini y el comienzo de una fructífera relación con la editorial Einaudi, donde publicó sus primeras obras, que pueden insertarse en el denominado ‘neorrealismo italiano’. Más tarde, rompería con el PCI. Calvino fue siempre un hombre firme en sus convicciones y decente. Cuando la URS invadió Hungría, se apartó del Partido Comunista e hizo lo que su conciencia le dictaba, denunciar el aplastamiento, por parte del totalitarismo stalinista, marcando distancias con esa línea política que dictaba el comportamiento de los intelectuales y, en cierto modo, del llamado ‘compromiso histórico’.

Ahora bien, nunca dejó de estar comprometido con el hombre, con las ideas humanistas y con unos deberes éticos autoimpuestos que lo impulsaban a sacudir conciencias y a apostar por hacer frente a las tinieblas presentes y a otras que asomaban por el horizonte. De ahí, que a partir de entonces, conceda en sus obras un valor creciente al contraste entre naturaleza y progreso.  Su quehacer literario, en expresión feliz de Vittorini es el de un ‘realismo con carga fabuladora’.

Sentía que el neorrealismo lo encorsetaba, asfixiaba y comienza a desarrollar y a poner en juego su vena fantástica. Ahí, justamente, se inician las interpretaciones plurales y los diferentes niveles de lectura de sus obras. De hecho, la trilogía de nuestros antepasados compuesta por El Vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente, tiene un indiscutible valor alegórico con el firme propósito de realizar una radiografía del hombre contemporáneo, a poco que escarbemos bajo el significado de la corteza realista.

Una pregunta pertinente es ¿qué hay que leer de Italo Calvino ‘aquí y ahora’?, ¿por dónde iniciar un itinerario que nos permita capturar y hacer nuestras sus claves? Es un hecho que para muchos europeos es un autor prácticamente desconocido. Fue, sin embargo, el autor italiano más traducido de su momento, tanto por lo que dice como por la forma en que nos ayuda a comprender ¿quiénes somos, dónde estamos y hasta dónde hemos llegado? La lectura de sus obras nos hace más despiertos y aparta algunas telarañas de nuestros ojos.

Voy a sugerir, junto a las antes citadas, algunas cuya lectura resulta actual y demuestran la inteligencia de Calvino a la hora de hacer un diagnóstico implacable y, al mismo tiempo, hermosísimo sobre el mundo contemporáneo.

De su primera época merece la pena enfrentarse a Por último, el cuervo, así como al desasosegante y lúcido El sendero de los nidos de araña. Un texto prácticamente desconocido entre nosotros pero esencial para comprender su evolución es La jornada de un interventor electoral.  De la que los críticos han definido como su última época es, sin lugar a dudas apasionante Las ciudades invisibles, así como Si una noche de invierno un viajero.

Italo Calvino es un ensayista de pluma afilada y de diagnósticos certeros como demuestra en Seis propuestas para el próximo milenio, que apareció con carácter póstumo y que recoge las conferencias que estaba preparando y que iba a pronunciar en la Universidad de Harvard, cuando un ictus acabó con su vida.

Capítulo aparte merecen sus cuentos. Quiero citar específicamente La nube de smog, incluido en Los amores difíciles, aunque también, sería muy oportuno y no poco actual el titulado La especulación inmobiliaria un texto lleno de equilibrios y desequilibrios, donde vuelve a señalar algunos de los inconvenientes que nos ha traído como legado indeseable, el avance tecnológico. Es gratificante ver como se atreve a hurgar, en lo que repugna profundamente a un corazón humano, sensible y a un espíritu exigente.

Asimismo, conviene reflexionar sobre Ahorcamiento de un juez, incluido en el libro Por último, el cuervo. Cuya lectura, en tiempos como estos, de tantos atropellos de la llamada justicia, da mucho que pensar y no pocas consecuencias que extraer. Italo Calvino no vacila en lo que podríamos denominar cargar las tintas, cuando lo juzga necesario.

Es significativo que el narrador sabe —ocultarse y reaparecer— tras los diversos personajes de estos cuentos.

Italo Calvino es, en cierto modo, racionalista. Algunos racionalistas tienen una relación con la realidad —sui generis— y se sienten capacitados para retorcerla, deformarla y fundirla con elementos irracionales que han sido considerados por una cierta crítica, incompatibles con los modelos lógicos vigentes, mas han sido plenamente aceptados por vanguardias rupturistas.

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