marzo de 2024 - VIII Año

Juan Ramón Jiménez, escritor de epístolas (y II)

juan ramonLee la primera parte del artículo en Juan Ramón Jiménez, escritor de epístolas (I)

Las cartas son para Juan Ramón Jiménez un medio indispensable para conocer mejor el mundo que le rodea y relacionarse con sus protagonistas. También lo es para expresar los pensamientos más profundos, pues los asuntos banales que en ocasiones trata en sus epístolas son excepcionales y parecen más bien guiados por su sentido de la urbanidad antes que por un interés real en dichos temas. De esta forma, le resulta difícil abrigar afecto o aprecio por alguien sino es dando a este sentimiento un tratamiento ilustrado: ‘en mí cualquier relación -sobre todo escrita- ha tomado siempre en el acto carácter literario o filosófico’, escribe en uno de sus abundantes borradores.

En sus cartas van a quedar plasmados sus estados de ánimo y sobre todo esa consideración que tiene de sí mismo, la cual queda recogida en unas líneas que escribe a Rubén Darío. ‘Yo he sido siempre un aislado;’ escribe, ‘como que la soledad es buena amiga de la bondad y la belleza. Ahora bien la cuestión es esta: ¿Dónde debe uno aislarse? ¿En un pueblo como Moguer? Hay paz, hay silencio…relativo. ¿En una gran ciudad como París? En el ambiente de una gran ciudad existe todo, pero, por lo mismo, falta la nostaljia’.

Asimismo, las cartas son un espacio propicio para escribir sobre poesía y sobre la función de los poetas. ‘Los poetas –le dice a Ramón Gómez de la Serna- hacemos una vida dentro de la corriente de la vida universal, tenemos códigos propios, ideales comunes, que están escritos en una lengua única,…’ ‘Ésta es la palabra muda, la voz secreta’ concluye. Juan Ramón no concibe la poesía como una cosa comestible, digerible y rumiable, se lo dice a Amado Alonso, sino como algo ‘aspirable y, a lo sumo, mordible.’

En última instancia Juan Ramón parece desear una poesía que le eleve a un estado superior de la existencia, relegando a un segundo término su carácter de actividad intelectual. ‘Mi ilusión – le escribe a Luis Cernuda – ha sido siempre ser más cada vez el poeta de ‘lo que queda’ hasta llegar un día a no escribir…..Ser uno poesía y no poeta.’

Juan Ramón es un hombre que valora enormemente el esfuerzo de convertir la vida en poesía, por ello en la carta citada a Ramón Gómez de la Serna ataca a aquellos críticos incapaces de entender este extremo y de clasificar a los poetas en poetas de primera y de segunda clase, obstinándose en ‘clasificar el alma’, y en ver ‘las cosas al revés, poniendo el espíritu fuera y la materia dentro,..’ Sin embargo, a pesar de la estima que tiene por todos aquellos que se esmeran en componer poemas, no concederá más relevancia a esta dedicación que a la de cualquier otro trabajo.

Cuando escribe a Cardenio, seudónimo de Manuel Pérez Feu, conocido articulista del periódico La Provincia de Huelva, afirma: ‘Poeta no es un hombre que hace versos, es un hombre que da poesía y nada hay de oficio en su virtud’. Por tanto, ser poeta más que una ocupación pareciera un modo natural de proceder conforme a quien posee la capacidad de escribir poesía o, tal y como acabamos de leer, de ofrecer poesía.

Antes de continuar quisiera hacer un inciso para referirme a Zenobia, su mujer, a la que conoce cuando el poeta tiene 32 años. A partir de ese momento es imposible comprender a Juan Ramón sin Zenobia. Juntos pasarán por épocas de júbilo como cuando en 1917 deciden recorrer España en coche, en un pequeño Ford conducido por Zenobia que les servirá para conocer mejor los pueblos de nuestro país y a las gentes que los habitan. Pero también por oscuros episodios, como en 1932, cuando la escultora Marga Gil Röesset, enamorada del poeta, se suicida en un hotel de Las Rozas, al no poder ver correspondido el amor que siente por Juan Ramón. La escultora había hecho un busto de Zenobia, y en su suicido dejará su diario y sus cartas a Juan Ramón y a la propia Zenobia.

Juan Ramón y Zenobia Zenobia y Juan RamónCon el estallido de la guerra civil, el matrimonio se mantiene en el lado republicano y comienza una labor de acogida de niños huérfanos en un piso de Madrid. Cuando en agosto del 36 es nombrado Agregado Cultural honorario de la Embajada española en Washintong, empeñarán sus joyas y entregarán sus ahorros para que los huérfanos sigan siendo atendidos. Ya no volverá a España hasta que en junio de 1958, cuando su sobrino, Francisco Hernández-Pinzón, traslade su cuerpo y el de Zenobia de Puerto Rico a España para ser enterrados definitivamente en el cementerio del pueblo que le vio nacer.

Las cartas que escribió desde América reflejan la nostalgia y la tristeza por encontrarse lejos de España, y su preocupación por la patria añorada. En este sentido le escribe al poeta ultraísta Guillermo de la Torre en carta fechada el 27 de diciembre de 1939: ‘Yo no quiero ni puedo volver a España ahora. Pero si la tengo en mi sueño diario, porque creo que los que ‘ahora’ imperan allí, no conseguirán llegar a esa profundidad eterna de la tierra y jente que yo amo…’

Con la añoranza de Españá clavada en el alma escribe a Fernando de los Ríos en enero del 40: ‘Yo no tengo más pasado, presente y futuro que España. ¿Cómo podría ser de otro modo? España es de día y de noche mi sueño vivo, que me hace gritar cuando estoy dormido, según me dice Zenobia.’ Y a Sara Durán en junio del 48 le aclara, ‘Yo salí de España porque quise, ya que no estaba de acuerdo con lo que se hacía en ninguna de las dos partes. No es fácil dividir un país en dos mitades, una toda buena y otra toda mala’. ‘Yo no pertenezco a ningún partido político’ añade.

Otra cuestión bien diferente que podemos atisbar en sus cartas es el apoyo que Juan Ramón siempre brindó a todas aquellas mujeres que desarrollaban una labor literaria. En ello seguramente tuvo que ver la influencia de Zenobia, una mujer muy inteligente y de una gran cultura, que lejos de situarse a la sombra del poeta ejerció siempre su propia labor intelectual. Varios son los ejemplos de ese respaldo a las mujeres. Con la franqueza áspera pero cargada de honestidad que le caracteriza escribe a la poeta Uruguaya Delmira Agustini en estos términos: ‘estaba muy lejos de creer que existiera actualmente en ese país una mujer de tanto talento’.

Igualmente, en marzo de 1946, después de leer Nada escribe a Carmen Laforet para elogiarla por su libro, apoyarla frente a quienes la acusan de cometer ‘defectos gramaticales’ y realizar una reflexión sobre el estilo en la novela como género que es al mismo tiempo un argumento en favor de la escritora. Será en una carta a una mujer, en concreto a la poetisa Sofía Azarello, en la que le anuncia que escribirá un prólogo para uno de sus libros, donde nos encontramos con unas líneas del imprevisible Juan Ramón que no pueden dejar de sorprendernos: ‘Yo soy poco amigo de escribir cartas. Mejor, tengo el vicio de no escribirlas, porque creo las cartas son del pasado y estoy esperando a que el teléfono sea más barato para llamar cuando me de la gana de hacerlo.’

Por sus cartas también sabemos que no era amigo de reuniones literarias o de artistas, o de eventos u homenajes, así lo confiesa en una carta que dirige a Daniel Vázquez Díaz fechada el 13 de mayo de 1921. En 1923 rechaza participar en el Patronato del Primer Congreso de Juventudes Hispanoamericanas. En 1924 en la ‘embajada extraordinaria de poetas españoles’ con motivo del Centenario de Camoens. Y a Paul Valery le confiesa: ‘nunca asisto – alguna vez que lo hice quede asqueado para siempre- a conferencias ni comidas y, en general, a ningún acto colectivo’. Por último a Antonio Machado le pregunta en otra misiva: ‘¿Tú has sentido alguna vez el anhelo de la popularidad?, para contestarse ‘Yo cada vez lo comprendo menos.’

Juan Ramón conoció a numerosos poetas, sin embargo tuvo un aprecio especial por uno de ellos, al cual conoció a través de su relación con Fernando de los Ríos. De los Ríos residía en Granada tras haber obtenido en 1911 la Cátedra de Derecho Político comparado en la Universidad de esta ciudad, y por su casa pasaban artistas e intelectuales de la talla de Manuel de Falla o Federico García Lorca. Será de los Ríos quien concierte una visita de Lorca a Juan Ramón. Fue entonces cuando este último tuvo la oportunidad de adivinar el genio poético del poeta granadino, lo cual plasma en estas líneas: ‘su poeta vino y me hizo una excelentísima impresión. Me parece que tiene un gran temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en arte: entusiasmo. Me leyó unas composiciones muy bellas,…Sería muy grato para mí no perderle de vista’. Años más tarde escribirá a Isabel García Lorca: ‘A Federico lo he visto del todo en Granada y el afecto que tenía por él se ha convertido en un hondísimo cariño.’

plateroEn las cartas también nos habla de la que probablemente es su obra más conocida: Platero y Yo. Juan Ramón siempre llevó muy mal que fuera considerada como una obra de literatura infantil. Esto queda explicitado en una carta al director de escena Cipriano de Rivas Cherif, en relación con un artículo escrito por este en el que le pide, o mejor le exige, que retiro la siguiente observación sobre Platero y Yo: ‘escrito para lectores niños’. Un error que según le confiesa Juan Ramón ‘no se quien inició, ni dónde.’ Y al periodista Luis Bello, en diciembre de 1927, le recuerda que ‘consciente de mi tono y del tiempo en que fue escrito’ Platero y Yo fue subtitulado Elejía andaluza, ‘y es lo que es’, insiste.

Para finalizar quiero referirme a dos cuestiones que entristecieron profundamente la vida del poeta. En primer lugar, encontramos su ruptura con parte de la Generación del 27. La carta dirigida a Rafael Alberti, fechada en Washintong el 31 de marzo de 1941, deja patente esta quiebra con quienes había tenido una gran relación de amistad y camaradería literaria. En ella podemos leer: ‘Pedro Salinas se puso a intrigar para enemistarme con todos’. ‘Repetiré siempre que Salinas es el oportunista, el ‘pícaro mayor’ de las letras españolas contemporáneas. Guillen y Dámaso no hacen sino apoyarle y aprender de él hipocresía y sofisma.’ A renglón seguido, en una carta dirigida al poeta cubano Eugenio Florit en el 45 podemos constatar como la fractura sigue abierta: ‘Los oportunistas (un Ramón Gómez de la Serna), los hipócritas (un Jorge Guillen), los farsantes (un Pedro Salinas), los picaros (un José Bergamín) nunca podrán, o seguir siendo, mis amigos. Y los atacaré siempre, pero abiertamente. Y exponiéndome a la calumnia, su arma única.’

El otro asunto al que me he referido tiene que ver con el allanamiento de la casa de Juan Ramón en los oscuros años de la posguerra. En la carta citada anteriormente dirigida a Alberti expresa su dolor por los hechos y por haber constatado quienes se encuentran tras los mismos. ‘También quiero decirle una cosa triste. Cuando el robo de mi casa en Madrid, según carta que tengo a la disposición de usted, el grupo allanador iba capitaneado por ‘amigos de Bergamín y Salinas’, Felix Ros, Carlos Santís, etc. Sin duda, fueron a buscar libros, manuscritos, cartas y documentos que Bergamín y Salinas querían poseer o hacer desaparecer’. En una carta a José María Pemán volverá sobre el asunto del robo de la casa que dejo en Madrid, donde estaban sus manuscritos, sus cartas particulares, sus ‘queridos libros’, fotografías, pinturas,…

La importancia que tenían para Juan Ramón estas pertenencias lo explicita en una carta dirigida a Pablo Bilbao Aristeguí a los pocos meses de finalizar la guerra civil: ‘Cuando volvamos a España, nos instalaremos más ligeramente. Yo necesito aquí para mi trabajo, nuestros manuscritos, la biblioteca y todos nuestros papeles, que hoy me parecen más nuestros.’

Como colofón quisiera resaltar que el notable significado de las cartas en la obra de Juan Ramón Jiménez viene dado por ser, en mi opinión, un magnifico mirador desde el que contemplar como la vida del poeta se entrelazó siempre con su intensa dedicación a la poesía y a las personas que de un modo u otro estuvieron unidos a él o lo que es lo mismo a su obra ingente. Al fin y al cabo como le confesaba, en otra carta más, al Alcalde de su querido Moguer ‘Yo no soy nadie ni nada más que un trabajador enamorado de mi trabajo, y en él encuentro mi recompensa.’

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